Entrevista: Diego A. Manrique

"La música en directo no se protege porque quita votos de los vecinos” 

Por: Amaia Santana 


Nos citamos en un bar de la madrileña plaza María Soledad Torres Acosta, AKA Plaza de la Luna. La misma que un día, hace años, Ramoncín describió como "la plaza más fea y más peligrosa de Madrid", revela Diego A. Manrique. "Ya no es así. La ciudades van cambiando; un barrio que era cutrelux ahora tiene precios de alquileres neoyorquinos". Galardonado en 2014 con el Premio Nacional de Periodismo Cultural, también recibió el Premio Ondas por su vasta trayectoria en Radio 3, al mando del mítico programa "El Ambigú". Crítico con la radio actual -"está básicamente muerta"-, conserva un aparato donde sintonizarla en cada habitación de su casa. "Es mi medio favorito, me parece un invento mágico (y menos imperialista que la televisión o Youtube)", asegura este defensor a ultranza del soporte físico -y de Joaquín Sabina-. A riesgo del cliché, Manrique es la enciclopedia andante del pop-rock. Eso sí, confiesa que tiene "días tontos" en los que escucha pop turco y no entiende nada. "¡La vida es demasiado corta como para estudiar el pop turco!", bromea.

Hablemos sobre la democratización de la música, un tema que te preocupa. En términos de calidad de sonido, ¿qué deficiencias encuentras? ¿Qué echas de menos (respecto a la época dorada de las ‘disqueras’)?

Diego A. Manrique: La democratización de la música va paralela a la degradación de la misma. Nos hemos acostumbrado al todo gratis, y eso conlleva la pérdida de referencias, de información. Estuve en una conferencia en La Coruña sobre el Sgt. Pepper’s, y alguien me preguntó ¡cuántos eran los Beatles!!! Pensé que era el típico provocador, pero no, (risas), realmente ni siquiera había visto una foto de la banda… Esa pérdida de referencias provoca que la historia de la música que nos llega sea muy estrecha. Falta información, pero sobre todo, falta CONTEXTO. En el momento en que todo se ha degradado a bits, y nadie te cuenta nada, cualquiera se convierte en un ‘experto’. Incluso en medios establecidos, de repente ves que escribe gente… ¡Pero si éste no sabe nada! Se ha comido una versión de la historia de la música en píldoras. Evidentemente, nadie tiene por qué saber de todo, pero en este momento, todo el mundo opina, todos hacen sus playlists. Se ha devaluado el valor del conocimiento musical. Es nuestra función explicar las cosas, hasta donde sabemos y sin ningún tipo de pedantería, pero con nitidez. Se trata de evitar, ante todo, la simpleza. Hay determinados latiguillos que sólo oírlos me pongo de los nervios...

¿Por ejemplo? 

Diego A. Manrique:  Cuando se habla de un artista negro de los años 60: “Estaba muy implicado en los derechos civiles”. ¡Claro! ¿Qué te imaginabas? ¿Que se apuntó al Ku Kux Klan? ¿Cuál era la otra opción? (risas) Ese tipo de mentalidad me pone muy nervioso. La democratización está muy bien, en teoría. La realidad es que si sacas 100.000 discos, pero nadie se preocupa de cuidarlos y de explicarlos... Hay grupos que sacan discos y no aparece ni el nombre de la banda en el mismo. Algo tan elemental...

Está un poco de moda eso de jugar ‘al misterio’ y no titular los discos, que no aparezca siquiera el nombre de la banda… 

Diego A. Manrique:  Eso te lo puedes permitir si eres Björk. Creo que no se dan cuenta de los inconvenientes. Hay algo de pensamiento mágico, ¿eh? El artista en su casa, con un listado de mil personas y les manda a todas sus canciones. Y ya está, lo siguiente es ser famoso. No. Eso no significa nada. De esas mil personas, solo una o dos van a escuchar lo que les mandes. Reciben centenares de mensajes como ese. Nos creemos muy sofisticados, pero estamos funcionando un poquitín como el brujo de la tribu. Creo que hay que combatir todos esos tópicos, como cuando hubo aquella polémica tremenda acerca de la gratuidad de la música. De repente, corrió la teoría de que los músicos podían vivir de actividades auxiliares, es decir, de tocar en directo y vender camisetas. Como excusa está muy bien, pero la realidad es que hay músicas que no son necesariamente para el directo. El disco es un objeto, una creación aparte. Si eliminas la economía de los discos, hay un problema muy grande. Es el mismo caso de Bowie, que durante largas temporadas no actuaba. Si no hubiera tenido el incentivo de crear y de que se le iba a recompensar, pues muchos de sus discos quizá no existirían. La última vez que entrevisté a Elvis Costello me dijo que no iba a hacer más discos, porque no tenía sentido económico (ha vuelto a hacer un disco en 2018). Pero lo tenía clarísimo. Además, siempre ha sido un músico muy productivo, con uno o dos discos al año. Las cosas están muy crudas por ese lado.

Juan Puchades considera que ahora “no hay una escena musical, sino una multitud de escenas que funcionan como guetos”. ¿Qué opinas? 

Diego A. Manrique:  Muy posiblemente sea así. Hace unos años, por lo menos estaba la escena indie, que creaba mucha expectación, tenía muchos festivales y tal… Ahora todo eso se ha fragmentado. Los gustos del público van por otros lados. Del mismo modo, antes había una jerarquía de medios: unos más poderosos, otros menos, otros underground... Ahora hay millones de medios, todo es muy confuso. Nos estamos acercando a una situación casi de parque jurásico: todas las músicas existen en el mismo espacio-tiempo. Se tocan todos los estilos, pero es muy difícil rentabilizarlo. Quizá tengamos que habituarnos a la idea del músico a tiempo parcial. Esto es, el músico-funcionario: trabaja por las mañanas y se dedica a la música por las tardes. Siempre han existido, pero ahora quizás sea la fórmula más inevitable. Eso, o lo que ha ocurrido con el jazz. Ahora se estudia en las universidades y casi es una especie protegida. Por desgracia, no se protege la música en directo, no se la considera como algo digno de respaldo, sino como una molestia que te quita votos de los vecinos.

Al hilo de que todos los estilos musicales están coexistiendo en el mismo espacio-tiempo, ¿qué opinas del trap? ¿Es una moda pasajera? 

Diego A. Manrique:  Es lo mismo de siempre: había cien mil grupos indies, y luego estaban Los Planetas. Todos los demás se comían un colín. En el trap, igual: están C Tangana, Yung Beef, … Obedecen a una realidad. Por un lado, mantienen la idea de que están libres de presiones; y por otro, están súper atentos a cómo pueden vender su música en colaboración con marcas. Es muy curioso, pero es lo mismo que ha ocurrido con el rap. Como decía Public Enemy, “el rap es la CNN de los negros”… No es la CNN, ¡es el canal shopping! (risas) Te están vendiendo ropa, coches, alcohol, etc. Son productos de su tiempo y son chicos listos, que se inventan sus fantasías y que siempre van a conectar con un determinado sector que aprecia ese tipo de fantasías.

No podemos obviar el ‘fenómeno Rosalía’. ¿Qué opinión te merecen los colectivos que la han acusado de “apropiación cultural”?. 

Diego A. Manrique:  ¡Eso es una chorrada como un piano! Es grotesco hablar de apropiación cultural en un mundo totalmente interpenetrado, donde todos estamos consumiendo lo de todos. Me hace mucha gracia, por ejemplo, que en Spotify haya miles de listas que se llaman “rap urbano”, “trap urbano”, “ritmos urbanos”, “noche urbana”; y nadie sabe, o no se acuerda, que “urbano” es un eufemismo que se usaba en la mercadotecnia estadounidense para referirse a “negro”. ¿En Estados Unidos quién vive en la ciudades? Los pobres. Los demás viven en los suburbios. Estamos pendientes de ese tipo de etiquetas que nos vienen de fuera y que nada tienen que ver con nuestra realidad.

Ese ‘abrazar’ todo lo que viene de fuera podría explicar en parte por qué hemos denostado -o dejado de lado-, nuestra propia música, algo que tú has reivindicado siempre. 

Diego A. Manrique:  Forma parte de ese complejo de inferioridad cultural que asumimos como parte nuestra y que se debería combatir. Imitar lo que se hace, específicamente en la cultura estadounidense, es una cosa ‘guay’, y no te das cuenta de que, en realidad, si quieres hacer algo creativo, tienes que hacer algo personal. El ejemplo de Rosalía es perfecto, porque utiliza técnicas modernas de producción para una música que tiene muchos elementos tradicionales. Te guste o no te guste, me parece obviamente interesante. Otra cosa es que sea rentable...

En cuanto al tratamiento de la música -nacional o internacional- en la televisión española, en Jot Down afirmaste que en la época de Franco había más programas de música que ahora... 

Diego A. Manrique: ¡Era cierto! Había un programa de jazz, otro de flamenco -bueno, el de flamenco (‘Rito y geografía del cante’) no era semanal, eran ciclos de trece programas-, también se hacían ciclos sobre cantautores; en la primera cadena había un programa juvenil para todos los públicos, había otros dos o tres en la segunda… Obviamente, al menos había un programa de música clásica, y ocasionalmente, programas de folclore… Esto también tiene que ver con la democratización/devaluación de la música: nos hemos acostumbrado a consumir música por Youtube, entonces, ¿qué sentido tiene hacer un programa musical en televisión? Cuando Youtube te lo vende en píldoras de cuatro minutos, súper bien realizadas, con un argumento, a veces con actores profesionales… Es muy difícil competir con eso. Aquí se ha perdido el hábito de hacer programas musicales y eso es bastante grave. Recuerdo una vez que estuve viendo cómo se hacía el show de Jools Holland en la BBC…

Un gran despliegue de medios, vaya. 

Diego A. Manrique: No tanto, ¿eh? Pero estaba todo muy bien pensado: un estudio circular, con lo cual las cámaras estaban en el centro y se iban desplazando. Primero grababan una versión larga del programa, y media hora después, salían en directo. Los músicos mismos estaban encantados de estar allí. Aunque no estuvieran saliendo en pantalla, aplaudían a los otros grupos… Y yo pensaba: “¡Madre de Dios! En España, seguro que se estarían insultando los unos a los otros” (risas). Evidentemente, hacer programas musicales es caro, a no ser que haya un elemento de pasión y de orgullo en el trabajo. No sé si eso existe en las televisiones privadas, en la pública me temo que se está perdiendo.

¿Qué opinión te merecen programas como “Cachitos” o “La Hora Musa”? 


Diego A. Manrique: No podemos meterles en la misma categoría. “Cachitos” me parece una vergüenza. Es hacer chistes a posteriori sobre cómo se vestían… Ví un programa especial de Nochevieja...

‘Trending topic’ en Twitter… 

Diego A. Manrique: Sí, sí, lo mueven perfectamente. Me parece una falta de respeto por la música. En ese mismo programa, que era muy largo, también me dí cuenta de que presumían de saber de música y había errores garrafales. Por ejemplo, salía un saxofonista con Gabinete Caligari y decían: “Este es Ulises Montero, a quien dedicaron la canción “Tócala Uli””. Y yo: ¿Pero por qué se ponen chulos? ¡El tío que están señalando se llama Francis García y está todavía vivo! Entonces ese tipo de cosas de querer y no poder… Fruto a su vez de la cultura de internet; crees que todos los saxofonistas que tocaron con Gabinete Caligari fueron Ulises Montero, y no… Es un programa que desperdicia una gran oportunidad de contar el fabuloso archivo de Televisión Española para hacer unos chistes. No comparto esos chistes.

¿Y qué hay de “La Hora Musa”? 

Diego A. Manrique: Es otra historia. Tiene un problema: los programas están grabados hace meses, entonces, me da la sensación de que tenían una ventana de tiempo muy limitada y grabaron todo lo que se les puso por delante, incluso cosas que no tenían que haber grabado. Cosas que sólo tendrían justificación si, como se dice en el mundo de la tele, “tienes la visión pegada al culo”. Tienes que llenar, y metes lo que sea. Pero es un intento, y está muy bien que se vuelva a hacer programas musicales, con sonido en directo.

La radio está viviendo una ‘segunda juventud’ en Youtube. En lo musical, destacan los conciertos de la emisora KEPX (Seattle), Tiny Desk Concerts (NPR Music, Washington), ... 


Diego A. Manrique: Hay otro muy bueno, de California, “Morning Becomes Eclectic” (KCRW). De hecho, han sacado bastantes discos de grabaciones en directo. Lo que pasa en la radio española es que está básicamente muerta. Apenas hay programas de conceptos originales. La mayor parte de radios funcionan con listas programadas por consultorías suecas: juntan en un salón de un hotel a 50 personas y les ponen un pequeño fragmento de una canción. Tienen dos botones para decir “sí” o “no”. A partir de ahí, sacan unas listas que alimentan a todas las radiocadenas, incluso las que supuestamente ponen música de actualidad. Todo está predeterminado. Es decir, han eliminado la creatividad radiofónica.

Todo suena igual. 

Diego A. Manrique: Todo suena igual porque, entre otras cosas, todo está comprimido, normalmente en MP3. Hay una cosa que me impresionó cuando fui a la SER. ¡Ninguna de sus emisoras musicales tenía reproductor de CDs! No digo ya plato para vinilos, ¡pero ni siquiera un reproductor de CDs!! Y los locutores leían lo que les decía una pantalla. Está preprogramada la música, e incluso lo que van a decir. Me pareció horrible. Evidentemente, es una cuestión casi laboral. El director de una emisora puede decir: “Ah, no, yo me limité a seguir las directrices de la consultoría sueca”. Entonces nunca hubiera habido radio creativa; montones de programas que obedecen a la chispa, a la inspiración, a la genialidad de alguien. Es un poco terrorífico. Por un lado, la baja calidad del audio, porque hay técnicas… No sé si has oído hablar de los ‘embocados’.

 No.

Diego A. Manrique: ‘Embocados’ son los discos de radiofórmula a los que les han quitado la introducción, para que comiencen directamente con la voz. En muchos casos, se ha perdido el arte que antes tenían los técnicos de radio, que es encajar la música. Ahora está todo en el ordenador, y si encima recortas las canciones, pues ganas espacio para meter otros dos temas más…

O publicidad. 

Diego A. Manrique: Claro. Han eliminado el arte de fundir, de subir y bajar una canción en el momento oportuno. Aún así, el problema principal es que nadie se arriesga en las grandes cadenas. La radio musical actual me produce vergüenza ajena, y no me refiero a la selección musical, sino a los chistes, el mal gusto, la simpleza general, el tono campechano...

De barra de bar. 

Diego A. Manrique: Sí. Tengo problemas para despertarme por las mañanas, entonces detesto que alguien me esté pegando gritos a las ocho de la mañana, o que me diga que mi obligación es contribuir a la economía nacional. No. Sed un poco más comprensivos, jugad con la realidad. La radio me preocupa mucho, porque debería potenciar la inclinación, la narración, implicar a los oyentes, establecer cierta complicidad… ¿En qué se diferencia una radio fórmula de una playlist de Spotify? (risas) ¡Seguramente hasta lo escuches mejor en la playlist! Aparte, con nuestro terrible nivel de idiomas, normalmente te cuesta entender qué está sonando, cómo se llama la canción… Cuando hacía radio de novedades, decía el nombre del artista, el título de la canción -o la traducía-, daba pistas. En las radio fórmulas (de hoy) no me entero de nada; además, van a tal ritmo que… Me produce tristeza que no haya creatividad en la radio. Los programas-despertador parecen todos hechos por la misma persona. Y los programas nocturnos, lo mismo, pero con un nivel de burricie o grosería un poco mayor.

 Vaya… Entre los suecos y los algoritmos, estamos apañados. ¿Qué somos entonces? ¿Simples consumidores sin criterio ni imaginación? 

Diego A. Manrique: Tampoco podemos caer en eso. Es una pelea que tengo desde hace muchos años con varios amigos de una determinada edad. “Ya no se hace música como la de antes”. Mi respuesta: “¡Estás totalmente equivocado!”. Se hace más música como la de antes (risas). El problema es que el flujo de la música ahora es mucho mayor. Antes era un río, ahora es un mar enorme. Incluso esa música “de antes”; si entonces la hacían mil grupos, ¡ahora la hacen quince mil! El problema es que lo tienes que buscar, y eso es lo que se ha perdido: la urgencia por la búsqueda.

Aunque tal vez no alcances el “margen de actuación y libertad” que tenías en ‘El Ambigú’, por suerte tienes (tenemos) ‘El Planeador’ (M21)… 

Diego A. Manrique: Son planteamientos diferentes. Después de 20 años en Radio 3, evidentemente tenía un público. Si estás en una emisora que acaba de salir, tienes que hacer programas que se puedan vender luego como podcast. De hecho, esa es la idea, hacer programas intemporales. Cada emisora tiene sus propias circunstancias. Nada tiene que ver Radio 3, que tiene su público fiel, con una emisora municipal como es M21, que acaba de empezar, y que tiene sus carencias técnicas y de alcance. En cualquier caso, yo soy muy de radio. En mi casa tengo una radio en cada habitación. Lo bonito es que crea un universo que puedes escuchar con atención o dejarlo de fondo. Me parece un invento absolutamente mágico, y mucho menos imperialista que la televisión o Youtube, que te obligan a estar ahí, mirando. Le tengo mucho cariño a la radio. ¡Somos los últimos de los mohicanos! Y van a llegar los casacas rojas y van a acabar con nosotros (risas).

¡Resistiréis! 

Diego A. Manrique: La radio es mi medio favorito, pero que alguien se haya tomado la molestia de buscarte en internet y esté escuchando tu programa en su ordenador, significa que es muy comprometido, y eso es muy de agradecer. Pero tenemos que relativizar. Vivimos en una realidad consensuada que pretendemos es la verdad, pero no es así. Ni la gente escucha tanta música, ni lee tanto… Bueno, lo de leer es ya grotesco. Cuando sacas cualquier artículo y empiezan a salir docenas de comentarios, compruebas que la mayor parte de la gente sólo ha leído el titular. Y a partir de ahí se creen con derecho a comentarlo, aplaudirlo, repudiarlo (risas). Asumes que todo esto es un poco broma. No es Matrix, ¡es mucho más patético! ¡Mucho más! (risas). Es una fantasía que te hace creer que estás consumiendo cultura, cuando simplemente estás pasando un escáner por todas las ofertas que hay, pero no te esfuerzas en ello. Vuelvo al pensamiento mágico: creemos vivir en un mundo ultramoderno, y en realidad es un mundo de superstición y autoengaño. Nos descojonamos de lo que creían nuestros antepasados en la Edad Media, y sin embargo, nos creemos cada cosa…

“No todo está en internet”. Esa es otra de tus reivindicaciones (en defensa del soporte físico). 

Diego A. Manrique: Sí. Me indigna mucho esa teoría de que todo está disponible online. Por ejemplo, cuando murió Moncho, el gitano del bolero. Antes de que encontrara el filón del bolero, hacía rumba catalana. Hizo muy pocos discos, ¡pero muy buenos! Cuando salió la noticia de su muerte me puse a buscar en Youtube una canción cubana, “La negra Tomasa”, que la primera vez que la escuché fue a través de él. No he tenido mucho tiempo para buscarla, pero allí no está. A nivel histórico, no es cierto que esté todo, y todos estos discos independientes o autoediciones, tampoco. Tenemos la idea de que conocemos todo. Yo soy muy fan de Prince, y sé que hay media docena, o quizás diez LPs de Prince que no he visto en mi vida. Porque le dio el frikerío de romper con las grandes discográficas y eran discos que solo se vendían por su club o tenían tiradas mínimas.

¿Nunca has descubierto algún grupo por el azar algorítmico maravilloso de Youtube? 

Diego A. Manrique: Spotify te manda estas listas los lunes… “Pensado especialmente para ti”. A veces las consulto, he encontrado curiosidades, pero no grandes descubrimientos. En Youtube, más que encontrarme cosas, las busco. Muy rara vez me ha interesado algo de la columna de sugerencias de la derecha. Básicamente hago como todo el mundo: somos náufragos en un océano (risas), intentando encontrar, no digo la isla perdida, sino un flotador que te permita aguantar unas horas más. Tampoco sé hasta qué grado sigue la gente las recomendaciones de esos algoritmos. Supongo que si no tienes mucha curiosidad, pues vale, aceptas lo que sea, pero si tienes un poco de curiosidad, tú mismo diriges tus búsquedas.

Da un poco de rabia -y miedo- que sea un algoritmo quien te ‘descubra’ lo que te gusta... 

Diego A. Manrique: Es increíble. Yo, en días tontos, me he puesto a escuchar, por ejemplo, pop turco -que tiene una industria musical potentísima-, y me pregunto, “¿qué cojones haces, si no entiendes ni siquiera el título?” (risas) Es muy frustrante en ese sentido. ¿Qué es lo que falta, entonces? Una vez más: contexto. Alguien que te explique quiénes son, qué dicen, de dónde vienen. Por ejemplo, ¿esta canción es una provocación O SON ASÍ DE HORTERAS? ¡La vida es muy corta como para ponerte a estudiar el pop turco! (risas) “Ars longa vita brevis” (el arte es muy grande, la vida, muy breve). Nunca falta música.

Retomemos el soporte físico… Vuelve el casete. 

Diego A. Manrique: El grado de estupidez… En Estados Unidos han vuelto a sacar lo de las ocho pistas, aquellos cartuchos de los coches. Un formato horrible, una aberración. Es como una cinta que acaba en medio de una canción y salta a la siguiente… ¡Pero qué gracioso queda en las películas de Tarantino! Entiendo perfectamente el fenómeno del vinilo, porque tiene prestancia, no suena mejor que un CD -lo discuto en cualquier momento-, pero hay una conspiración en la que se han unido coleccionistas y discográficas para decir: “Esto es lo que mola”. ¿Por qué? Porque no se puede piratear, asumimos que hemos perdido el mercado de las copias en CD pero, por lo menos, el objeto físico precioso lo vamos a seguir fabricando. Y encima os vais a joder, porque os lo vamos a cobrar a 30 euros. Entiendo perfectamente el boom del LP, pero no estoy seguro de compartirlo. Es una cuestión personal… Me he tirado muchísimos años viajando con maletas cargadas de LPs -¡40 kilos en LPs!-, para ir a pinchar a locales. Seguro que por eso tengo la espalda así de mal… Son preciosos, no hay lugar a dudas. Cumplen perfectamente la función de proteger la música, de llevar -teóricamente- la información; pero aún así, me sigue sonando a estupidez de la industria musical.

¿Estupidez o estrategia? 

Diego A. Manrique: No lo admitirán, pero lo que quieren es que el porcentaje mínimo de gente que consume formato físico se pase al LP. Están dejando de fabricar los CDs, cuando en determinados países como Japón es el formato favorito, el más vendido. Es la típica codicia de la industria musical, capaz de dispararse constantemente en el pie. Hace muchos años, el director de una multinacional me dijo: “No, no, yo no tengo ningún problema con el peer-to-peer, yo lo que quiero es que desaparezcan los discos: así no necesito ni almacenes, ni fábricas, ni viajantes”. La industria musical siempre va buscando la mayor comodidad y los mayores ingresos.

¿Qué opinas de esos (macro)festivales que parecen parques temáticos? 

Diego A. Manrique: El concepto de festival está muy bien pensado. Por unos 100 euros, pongamos, vas a ver a muchos artistas. Compensa. Psicología de marketing. Esa es una parte del atractivo, pero en realidad, lo que vende un festival es una promesa de libertad (que cada vez se ha ido encogiendo más). Si eres fan de un artista, no sé cómo vas a aguantar un festival donde sólo va a actuar durante 50 minutos escasos, cuando sabes que suele tocar dos horas, por ejemplo. Todo está basado sobre un cálculo económico y esa promesa de libertad a la que, si haces caso, no te vas a enterar de lo que estás viendo (risas). Hay demasiadas tentaciones. La música es LA EXCUSA principal de un festival, pero no es la razón principal para que 50.000 personas se reúnan en un prado. Seamos sinceros: ¿cuánta gente disfruta realmente de los festivales? Los pocos miles que se pegan al escenario, y que se esfuerzan por estar allí, ¡y que sufren! El resto de la gente… Los festivales son verbenas modernas. Pocos prestan atención a la música. ¡No quiero imaginar lo que pudo ser Leonard Cohen en Benicassim! ¿Cuánta gente le estaba realmente escuchando? ¿O estarían hablando, a lo suyo? Cuando me hablan de música… Yo no soy de ‘música’, soy de discos.

Eso sí que es defender el soporte físico... 

Diego A. Manrique: Me gusta el concepto de una obra fijada en el tiempo, realizada con todos los medios técnicos. Además, tenemos la opción que no tuvo Mozart en su tiempo: la posibilidad de escuchar esa música cuando queramos, al volumen que queramos (si no tienes vecinos). Todo el fenómeno del directo y los festivales para mí son otra cosa, que tiene mucho que ver con necesidades sociales (ligar, beber…). Si llega un momento en que ya no bebes ni ligas, el interés por los conciertos seguramente disminuya. Sé que llevo la contraria a mis amigos músicos, pero en eso soy cada vez más radical. Los músicos te dirán que es mucho mejor un concierto que un disco, lo cual es verdad en un 0,5%. Cualquiera que haya visto dos conciertos de un determinado artista se dará cuenta de que son iguales, a no ser que ocurra un incidente. El segundo es tan aburrido o emocionante como el primero. Se mitifica el directo, pero yo no lo comparto. (Pausa) Por eso me fastidian estas entrevistas… ¡Porque acabo quejándome! ¡No quiero quejarme! (risas) Vivimos en un mundo fantástico, ¿que somos minoría los que vemos la música así? Bueno… Somos una minoría amplia y podemos manejarlo. Empecé en los años 60 y 70, muchos de mis compañeros estaban politizados y pensaban que esto de la música era una cosa no estúpida sino al contrario, ¡tóxica! Porque te alejaba de la revolución. Ahora está más tolerada socialmente, todo es comercio y tal, pero aún así, está mucho mejor que cuando empecé…

Cuando comprabas los discos por correo. 

Diego A. Manrique: Me eduqué comprando discos fuera, sí. Viajando y luego pidiéndolos por correo. De vez en cuando, me los paraban en la aduana de Irún, y tenía que cogerme un tren hasta allí y discutir con el vista de aduanas -un señor que mandaba mucho-, y convencerle de que me dejara pasar los discos, pagando lo que se debiera, pero que no me obligara a hacer el papeleo de una importación, como si yo fuera una tienda. Estoy muy contento de no tener que salir a las tres de la mañana para ir allí… En aquella época, todo lo que viniera de fuera tenía que aplicársele el arancel que correspondiera por el tipo de producto, y en el caso de los discos, además de eso, el impuesto de lujo. Si te pillaban, podía ser un 60-70% sobre un precio que ellos estimaban. Por eso hacía pedidos pequeñitos, de 3 o 4 discos, y los iba espaciando. Pero si por las peculiaridades del correo llegaban 4 o 5 paquetes juntos, te lo paraban. Cada vez que veo a Fermín Muguruza le digo: “No te lo voy a contar, ¡pero odio tu ciudad!” (risas). Luego dejé de comprar discos porque me los robaban en Correos. Era una empresa de una honradez y de una eficacia total, pero a partir del 77 se llena de una cantidad de sinvergüenzas que te robaban las revistas, los libros, los discos. ¡La democracia es peligrosa! (risas)