Por: Juanjo Ordás.
La despedida de Black Sabbath y Ozzy Osbourne se acerca. Bajo el nombre de Back to the beginning, el evento se celebrará el sábado 5 de julio en el estadio Villa Park de Birmingham y, además de reunir a las leyendas, contará con el mismo Ozzy en su faceta solista y la actuación de bandas del calibre de Metallica, Slayer, Pantera o Alice In Chains, además de invitados de lujo como Steven Tyler, Billy Corgan, Sammy Hagar o KK Downing. Por lo tanto, hora de repasar todos los discos de estudio (¡sí, todos!) tanto de Sabbath junto a Ozzy como de este en solitario. ¿Vamos a ello?
La banda que junto a Led Zeppelin y Deep Purple abre la brecha a una nueva década debuta con clásico grabado en doce horas. Su transformación alquímica del blues en bestia sulfúrica es original y aterradora. Tony Iommi más que un guitarrista es una fábrica de riffs pétreos y Geezer Butler un bajista tan duro como vivo, perfecto para jugar con un batería tan valiente como Bill Ward, que no disimula sus influencias jazzeras. Sobre ellos, Ozzy es el encargado de cantar sin técnica alguna empleando paradójicamente tonos altos complicados e inyectando carisma oscura a piezas como la tenebrosa titular, “N.I.B” y “The wizard”.
Paranoid (1970)
Mejora en la producción y aumento de la destreza con la que se ejecutan canciones que requieren cierto toque sutil como “Planet caravan” y “Hand of doom”, a diferencia de otras como la monstruosa “Iron man”, simplemente aplastante.
Los casi ocho minutos de crítica bélica de “War pigs” dan para riffs épicos, canto salvaje y ambientes infectos, mientras que la breve “Paranoid” indica que Black Sabbath también saben comprimirse para elaborar un hit, siendo su canción más famosa.
Master of reality (1971)
Black Sabbath encuentran el balance entre la sofisticación y los megatones. La crudeza sintoniza con ideas musicales arriesgadas, templos arcanos construidos en planetas lejanos. Ahí están la apocalíptica “Into the void” y la mordaz “After forever”, aunque los dos grandes himnos del disco son “Sweet leaf” -que junto a “Lord of this world” explora hasta qué altura pueden continuar edificando- y “Children of the grave”, que es heavy metal antes de que el género siquiera exista, igual que la depresiva “Solitude” es goth antes del goth.
Siguen expandiendo sus fronteras y no temen la exquisitez sonora. No solo tenemos la balada a piano “Changes”, sino que “Wheels of confusion” arranca Vol.4 a medio tiempo con cambios progresivos y un Ozzy místico que parece levitar. Y a esta le sigue “Tomorrow's dream”, que casi tiene un punto bailable, igual que la machacona “Supernaut”. Por supuesto, la tradición se mantiene de la mano de “Cornucopia” y muy especialmente “Snowblind”, clásico por antonomasia del álbum.
Sabbath bloody sabbath (1973)
A Black Sabbath el mundo se les queda corto y saltan a otra dimensión. Las guitarras eléctricas siguen crepitando pero las acústicas ayudan a crear pasajes nuevos para “Sabbath bloody sabbath”, se buscan nuevos planos en la cruda “Killing yourself to live” y los teclados toman protagonismo para ensanchar mentes en la enigmática “Who are you?” y la romántica (aunque no lo parezca) “Sabbra cadabra”. Increíblemente, las flautas no quedan fuera de lugar en “Looking for today” pero aún sorprenden más con la estructura creciente de “A national acrobat” y la expansividad de “Spiral architect”.
El último sin mácula de Black Sabbath con Ozzy al frente y en el que encontramos gran variedad, con barbaridades proto metaleras de la talla de “Hole In the sky” y “Symptom of the universe” -pura locura cósmica- conviviendo con la más comercial “Am I going insane (Radio)”. Pero rompamos una lanza por dos grandes olvidadas como “Megalomania” -con sus múltiples partes y cambios de ritmo, que lo mismo estás alzando brazos en marejada que moviendo el culo-, la pretenciosa “Supertzar” -experimento con coros operísticos- y “The writ”.
Technical ecstasy (1976)
El peor disco de la formación original. Intenciones sinfónicas, arreglos teatrales y una sonrojante pérdida de identidad definen un disco para el olvido del cuál apenas hay nada salvable.
Se puede aceptar el cambio con las iniciales “Back street kids” y “You won't change me”, buenas canciones más allá de características, pero del resto solo se salvan “Dirty women” -lo más próximo a lo que entendemos por Sabbath clásicos- y “It's alright”, una balada pop cantada por Bill Ward, aunque de gancho innegable. Muy olvidable.
Never say die! (1978)
La cosa mejora un poco pero no mucho. Las prometedoras “Never say die” y “Johnny Blade” vislumbran un camino urbano lejos de su estilo monolítico, pero no hay más.
Aceptamos que la locura de mezclar riffs típicos de Iommi con intervenciones jazzeras de saxo en “Breakout” es un puntazo, pero también muestra la desorientación de una banda que al poco prescindiría de Ozzy para iniciar una nueva fase con Ronnie James Dio como vocalista.
Tras su salida de Black Sabbath, nadie daba un duro por Ozzy pero su primer disco en solitario cerró bocas y provocó vítores. Blizzard of Ozz es perfecto de principio a fin. Si sus cuatro canciones menos conocidas son magnéticas, ¿qué decir de las otras cinco? “I don't know”, “Crazy train”, “Goodbye to romance”, “Suicide solution” y “Mr. Crowley” serán perennes en el repertorio del cantante, presentando un ágil sonido entre el hard rock y el metal muy alejado de Black Sabbath.
Tras caer a la cuneta, Ozzy vuelve a tenerlo todo, incluida una banda que sabe escribir magníficamente y en la que destaca el joven y revolucionario guitarrista Randy Rhoads.
Diary of a Madman (1981)
No está tan bien cocinado como Blizzard of Ozz y tampoco cuenta con tantos clásicos, pero Diary of a Madman es más atrevido gracias a la extravagante “Believer”, la imprevisible “You can't kill rock & roll” y el barroco tema titular. Se lanzan como singles la tremebunda “Over the mountain”, la más asequible “Flying high again” y la balada “Tonight” en lo que parece una estrategia comercial pensada, con un poco para todos.
Diary of a Madman es notable y la banda aún podría haber ido a más si no se hubiera prescindido de ella para la gira presentación, manteniéndose solo Rhoads en ella.
Randy Rhoads muere en un accidente avioneta, el mundo pierde a un innovador y Ozzy a una irremplazable mano derecha. El pirotécnico guitarrista Jake E. Lee entra como nuevo guitarra y Don Airey como teclista, siendo Bark at the moon el trabajo más melódico y spooky de la discografía de Ozzy. La balada “So tired” quedaba forzada pero la vacilona “Now you see it (Now you don't)”, así como las oscuras “Waiting for darkness” y “Rock 'n' roll rebel” son impagables.
Mención aparte merece la clásica “Bark at the moon”, un mordisco feroz y la única que se mantendrá para siempre en los shows.
The ultimate sin (1986)
Uno de los discos de mayor éxito de Ozzy y también uno de los menos mágicos. The ultimate sin emana tristeza, preocupación por el devenir mundial y muy poca diversión.
Las canciones están bien construidas, con buenos riffs, puentes y estribillos (“The ultimate sin”, “Secret loser” y “Killer of giants”), pero este no es un disco para disfrutar, sino para prepararse para el fin del mundo o para sobrevivir en uno post apocalíptico. Al igual que el anterior álbum, este también dejará un clásico, la oscura “Shot in the dark”.
La llegada del joven guitarrista Zakk Wylde prepara el sonido para afrontar una nueva década. Ozzy vuelve a estar en su salsa, con ironía en “Miracle man”, tirando de provocación para “Bloodbath in Paradise” y “Devil's daughter” o dejándose ir en la inesperada épica de “Fire in the sky”.
Estamos ante un disco de hard rock, con menos aristas que los anteriores, mucho más clásico en sonido e intención pero muy efectivo precisamente gracias a ello. Ahí está el single “Crazy babies”, simple aunque práctico y económico.
No more tears (1991)
Ozzy se acerca a la magia de Blizzard of Ozz y Diary of madman. Zakk Wylde se consolida como pareja fundamental del jefe a la hora de tocar y escribir unas canciones que nunca bajan del notable. No obstante, los cuatro jinetes del apocalipsis son el trallazo rockero “I don't want to change the world”, la semi country “Mama, I'm coming home”, la progresiva “No more tears” y la balada clásica “Road to nowhere”.
En una época en la que las estrellas de antaño tiene que hacer frente al grunge, Ozzy alcanza nueva plenitud.
Ozzmosis (1995)
Cuando se le suponía retirado, el cantante regresa con su obra de madurez. El productor Michael Beinhorn dota a las canciones de un sonido contemporáneo que embalsama principalmente reflexiones sobre la mortalidad de la sensibilidad de “See you on the other side”, “I just want you” y “Old L.A tonight”, las tres mejores baladas de Ozzy. También está el trallazo “Perry Mason” y las ultra contundentes “Thunder underground” y “Tomorrow”.
Resulta increíble que Ozzy dejara de tocar las canciones de Ozzmosis una vez concluida su gira.
Down to earth (2001)
Ozzy se deja influir por el nu-metal. Down to earth no es su mejor trabajo y solo destacan “Gets me through” y “Facing hell”, suponiendo un importante declive respecto a No more tears y Ozzmosis.
La mayoría de las canciones simplemente cubren el expediente, lo cual sorprende porque entre los colaboradores se encuentran song writers expertos como Mick Jones, Andy Sturmer y Marti Frederiksen.
Disco de versiones absolutamente prescindible. La mayoría de las canciones ya habían formado parte de la endeble caja recopilatoria Prince of darkness y aunque está bien que Ozzy rememore sus canciones favoritas -desde los Beatles y Lennon hasta Arthur Brown y los Stones pasando por Mountain-, la acometida acaba siendo tediosa.
Black rain (2007)
Volvemos a subir con un disco notable en el que Ozzy vuelve a apoyarse en Zakk Wylde como socio compositor, sumándose el productor Kevin Churko. El aplastante inicio con “Not going away” deja las cosas claras y en “I don't wanna stop” hay un single con atractivo para jóvenes y viejos.
También sorprendía “The almighty dollar”, en la que Ozzy se lleva a los infiernos el r’n’b de las estrellas comerciales, aunque quizá la más oscura de todas fuera la sangrienta “Black rain” que titula el álbum.
Ozzy sustituye a Zakk por el griego heavy metalero Gus G. y contra todo pronóstico Scream es otra obra notable en la que el nuevo guitarrista hace un trabajo excelente sin regurgitar tópicos. Ahí están “Let it die”, “Diggin' me down”, “Fearless” y el súper single “Let me hear you scream”, todas ellas arrebatos metaleros, pero también “Life won't wait”, muy original, demostrando que aún se podía extraer petróleo de una leyenda que ya había dicho de todo.
13 (2013)
Con un productor como Rick Rubin, un nuevo disco de los Black Sabbath clásicos tenía bastantes papeletas para ser especial. La ausencia de Bill Ward a la batería se suplió contando con Brad Wilk (Rage Against The Machine, Audisolave) pero el talón de Aquiles de 13 fue que sus momentos clave eran autohomenajes. “End of the beginning” se asemejaba a “Black Sabbath”, “Loner” a “N.I.B” y “Zeitgeist” a “Planet caravan”.
Poca imaginación, aunque hubiera otras muy potentes como “Age of reason”, “Live forever” y “Methademic -un bonus que lo tenía todo para gustar a los fans-.
Ordinary man (2020)
Ozzy regresó con Andrew Watt como comandante productor, miembros de Guns n’ Roses y Red Hot Chili Peppers de base rítmica y Elton John como invitado estrella.
Todo en un ambiente renovado y moderno sin abandonar su personalidad. Destacan la melancólica “Today is the end”, la asesina “Straight to hell” y la mega épica “Under the graveyard”, que suena a nuevo clásico.
Patient number 9 (2022)
Misma fórmula que en el álbum anterior con Watt a los mandos y más invitados que nunca, destacando tres leyendas del calibre de Jeff Beck, Tony Iommi y Eric Clapton. Sin embargo, Patient number 9 resulta insípido en la mayoría de sus canciones, toque quien toque.
Eso sí, las que se salvan son enormes. “Patient number 9”, “Immortal”, “Parasite” y “Dead and gone” (la de contexto más original para tratarse de Ozzy) son clásicas.