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Lucinda Williams + Reckless Kelly: La eternidad a ritmo de rock


Sala Apolo, Barcelona. Jueves, 19 de junio del 2025. 

Por: Àlex Guimerà. 

En ocasiones los conciertos trascienden a la música. Es el caso de lo que vimos en el primero de los conciertos que Lucinda Williams ofreció por nuestras tierras la semana pasada, hablamos del que tuvo lugar en la Sala Apolo de Barcelona. Un recital que fue toda una lección de emotividad, de resiliencia y de honestidad de esta artista que si no existiera habría que inventarla. A sus 72 años, está aún muy marcada físicamente por el ictus que en 2020 afectó el lado izquierdo de su cuerpo. Frágil en apariencia, inmensa en personalidad y actitud. Y ahí es donde nos ganó: por su capacidad de tocarnos el alma a través de cada verso de las canciones que cantó, de cada parlamento que hizo, y de cada una de sus gesticulaciones.

Pero antes vayamos a hablar de sus compañeros de cartel (que no teloneros), la banda tejana Reckless Kelly, bandaza de esas que uno desearía encontrarse en un garito en pleno road trip por la Ruta 66. Un quinteto veterano que, a pesar de llevar en el ruedo desde finales de los noventa, nunca antes había pisado nuestros escenarios y que esperemos volver a ver en el futuro. De sonido cristalino y voces empastadas, la mandolina de 8 cuerdas y el violín le otorga un toque extra a un repertorio que compite en la liga de Steve Earle, John Hiatt, Drive By Tuckers o Jayhawks, por decir algunos así a botepronto.

Los de Austin (Texas) nos dejaron flipados con sus temazos rock-country como "Ragged As The Road", "Nobody' s Girl" o la gloriosa "Crazy Eddie's Last Hurrah"; su mirada hacia la música irlandesa en "Seven Nights In Eire"; la balada arenosa "Wicked Twisted Road" o el bluegrass "Wild Western Windblown Band". Por si fuera poco, se atrevieron a versionar al gran Alejandro Escovedo en la parte final con una "Castanets" que se escuchó poderosa y rockera.

Tras un breve y necesario parón, a las nueve en punto entraba la cantautora de Louisiana asistida por su roadie y su linterna, justo antes de abrir un directo que transitó buena parte de su carrera. Desde el arranque con "Can't Let Go", el cover de Randy Weeks incluido en su disco mas reconocido, "Car Wheels On a Gravel Road", del que también sonaron la que titula el disco -que quizás apareció demasiado pronto- la balada "Drunken Angel" y una "Joy" que incorporó un guiño a los Led Zeppelin metiendo el riff de "Heartbreaker".Otros clásicos que también desfilaron fueron "Out Of Touch", "Fruits of My Labor", "Pineola" o "Honey Bee", todas ellas con esa mezcla de melancolía y belleza dolorosa que sólo Williams sabe manejar. No hubo espacio para otros clásicos esperados de Lu, es lo que tiene tener un cancionero tan excelso.

A pesar de que ha renunciado a tocar su habitual Gibson acústica —prefiere concentrarse ahora exclusivamente en su interpretación vocal— Lucinda conserva notablemente su característica voz rasgada, dulce y quebrada en ese punto justo. Para recordar las letras se apoyó en un teleprompter, sorbíió agua con frecuencia y puntualmente roció su garganta con un spray para combatir la sequedad. Pero, eso si, nunca perdió el control emocional de su cancionero. Detrás de ella, una auténtica banda de lujo sostuvo con maestría cada uno de los temas: el elegante Douglas Pettibone (guitarra) y el ex Black Crowes Marc Ford deslumbraron a las seis cuerdas; el bajista David Sutton, con su inseparable gorro, aportó solidez y groove, y el veterano pero de apariencia juvenil Brady Blade (batería) marcó el pulso con energía y solvencia. Un grupo perfectamente conjuntado que arropa y potencia a la actual Lucinda para que se centre en interpretar esos temas tan maravillosos de su cancionero y esas versiones tan bien seleccionadas.

No faltaron los momentos de conversación íntima con el público. Lu quiso mantener un recuerdo emotivo para su novio fallecido, el poeta Frank Stanford, o a sus amigos Bruce Springsteen y su esposa Patti Scialfa que participaron en dos canciones de su notable "Stories from a rock’n’roll Heart" (2023), un disco que tiene especial protagonismo en la presente gira. También nos dejó claro que en Barcelona "hay demasiados turistas" y como norteamericana nos pidió disculpas por las políticas actuales de su país. Tranquila y pausada, sus gestos y sus comentarios humildes, cercanos y agradecidos, encandilaron al público.

La sorpresas de la noche llegaron con una intensa versión de "While My Guitar Gently Weeps" de los Beatles, donde la banda desplegó un vuelo instrumental soberbio. Y en el bis, su homenaje a Bob Marley con "So Much Trouble in the World" (¿tendrá el rastafari su Lu's Jukebox en el futuro?) y el clímax final con el incendiario "Rockin' in the Free World" de Neil Young con el que buscó la comunión con el público. Una canción que dice mucho sobre la situación política internacional actual.

Lucinda Williams no necesitó exhibirse ni lucirse para conmover. Nos ganó por donde más duele: la emoción. Y en la Sala Apolo, su vulnerabilidad fue su mayor fortaleza, para demostrarnos que a pesar del ictus, del tornado, de sus problemas con el alcohol, sus desamores y pérdidas, ella sigue en pie cantándonos desde el fondo de su corazón.