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Carlos Ares: “La boca del lobo”


Por: Javier Capapé. 

Hace tiempo que me hablaron de Carlos Ares y necesitaba tiempo para prestarle la atención que merecía. No quería escribir de su más reciente disco como quien escribe por encargo. Quería sentir lo que nos intenta transmitir con sus canciones. Impregnarme de su esencia. Y ahora puedo decir que “La Boca del Lobo” me ha atrapado y me ha hecho conocer de verdad a un artista en el que vale la pena detenerse. De los que dejan poso.

Me encanta, porque sé que todavía tiene mucho que decirnos y que ésta es sólo la punta de su particular iceberg. Si antes ya había destacado con las sugerentes canciones de “Peregrino”, esta vez da un paso más para dejarnos boquiabiertos y exhaustos con una propuesta tan transgresora como valiente, pero con un punto de pureza que tienen los proyectos con escaso recorrido todavía. No contaminados por las tendencias. Éste es el Carlos Ares genuino, el auténtico, porque después, con el paso del tiempo y el reconocimiento, estas sensaciones pueden cambiar, aunque esperemos que su autenticidad no se pierda nunca por el camino.

“La Boca del Lobo” es explosivo. Atrayente, inquietante y genuino. Nos permite gozar durante todos y cada uno de los treinta y dos minutos en los que se extienden sus diez canciones. Gozamos con su atrevimiento sonoro, entre la tradición folclórica y la vanguardia, y ante todo con su personalidad vocal. Todo desde un prisma que suena creíble y donde parece imponerse lo natural y espontáneo, además de no perder el contacto con la raíz. Porque parece que Ares se esté convirtiendo en este momento en adalid de las canciones con marcado espíritu tradicional y de raigambre autóctona. Ya lo dice en su canción, sin renegar de su origen pero atendiendo a ese papel que parece que muchos quieran darle como de representación de lo “Autóctono”. En esta canción (y en el álbum completo por extensión) no reniega de su Galicia natal. Al contrario, la pone al frente y reivindica con todos sus errores y aciertos. Nos demuestra así que desde Madrid también se puede reivindicar lo provinciano. “Peregrino” ya tenía esto mismo, incluso desde su título, pero ahora se incentiva con gusto. Al origen es “dónde uno siempre vuelve, dónde cogí el acento”, como nos canta Carlos.

En la canción que le da título a esta colección se imponen los instrumentos acústicos. La mandolina da forma a un riff campestre, mientras en “Días de Perros” es el violín el que marca el estribillo. “Lenguas calvas” es más rítmica y descarada, pero se distingue de la norma general por un estribillo atrevido que en lugar de subir, baja en intensidad. El folk sigue dominando en “Un beso de sol”. Una canción que parece no obedecer ninguna norma clara y en la que se va construyendo un intenso híbrido hasta que Begut (nombre tras el que se esconde la aragonesa Beatriz Gutiérrez) toma la voz cantante y el tema se relaja. “Con un solo dedo” se une a esta última aunque se desata acercándose al rock de factura clásica que nos lleva a los setenta. Más rock, pero acústico y con cierta contención, define a “Páramo”, que nos va metiendo poco a poco mientras Carlos va subiendo en intensidad para estallar al final con cierto descaro.

El neo folk de “Autóctono”, ya comentado, precede a “Ultimátum” más cruda y con furia contenida, aunque sigue manteniendo los pies más en lo acústico que en lo eléctrico. Y así llegamos a la piedra angular de la colección. La canción que más nos interroga y marca. “Importante” tiene unos toques de electrónica, que aportan matices a la sencilla acústica que sostiene toda la canción mientras la voz, sin apenas cortar la respiración, va creciendo mostrando a las claras su mensaje universal sobre el paso del tiempo y nuestra relevancia. Es despiadada en fondo y forma y nos lleva hasta nuestro yo más profundo. Una canción a reivindicar una y mil veces. Necesaria y vital, que por sí misma ya justifica nuestra reverencia hacia el músico gallego. Ya sólo nos queda tomar algo de aire con la coda instrumental que es “Mineral” y volver a darle al play para empezar de nuevo, como si este disco fuera más bien una suerte de terapia de autodescubrimiento y de comunión con la tierra y la raíz desde la que empezar a conocernos de veras. Partiendo de la base, del origen, para transformarlo con los dotes del presente. Sonando clásico a la par que moderno. Perviviendo la esencia, pero dando paso a la trascendencia. Siendo ejemplo de contemporaneidad sin olvidar el pasado. Así podemos definir esta “Boca del Lobo”. Lo apreciamos hasta en esa portada tan rural, que nos lleva hasta nuestros miedos más profundos, pero que a la vez es una oportunidad hacia la huida entendida como liberación.

Podremos encontrarnos en “La Boca del Lobo”, pero con Carlos Ares tenemos mayor seguridad para afirmar que de toda esa tragedia implícita, de esa dureza del camino y del lastre arrastrado, se consigue salir renovado y en paz, la que transmite por los cuatro costados este disco imperecedero e imperturbable.