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Coldplay: 25 años de "Parachutes"


Por: Javier Capapé. 

Camino por Candem Town y llego hasta The Dublin Castle, un pequeño local de música en vivo que hace más de veinticinco años vio nacer a una banda londinense con una maleta cargada de grandes aspiraciones y sueños. El cuarteto del que hablo es de sobras conocido, pero entonces eran estrellas por pulir y en sus canciones se respiraba la pureza de las primeras composiciones. Coldplay pisaron este escenario antes de publicar su debut, presentando sus primeros EP's cargados de melancolía adolescente. Un escenario y un pub en sí mismo que respira camaradería regada entre pintas y amenas conversaciones. Aquí sonaron también esas tremendas canciones que hoy cumplen veinticinco primaveras y que conformaron su imprescindible debut. Un disco que gana con el tiempo y que, sin duda, tenía impresas las coordenadas básicas de este grupo nacido en los estertores del Britpop. Con un pie en las melodías quejumbrosas de Travis y otro en la emocionante actitud de Jeff Buckley, a quien el grupo tenía como claro referente.

Sigo subiendo peldaños y termino en Primrose Hill, un parque al norte de Londres en el que Chris Martin conserva su casa y en el que en ocasiones se le sigue viendo practicar running. Estas son sus coordenadas, las que los vieron nacer y siguen latiendo en su interior, aún cuando tantos años después siguen haciendo que me pierda tras sus pasos camino de Wembley, en mi segunda cita con el cuarteto en su casa.

Todos sabemos que, con el tiempo, esta banda ha mutado hacia una especie de abanderados del pop colorista y accesible, aunque en el fondo no han perdido ese brillo melancólico que siempre les mantuvo a flote (representado en canciones como "The Scientist" siempre presente en sus conciertos) y que guió cada uno de sus giros, esa desazón que ya estaba desde el principio en "Parachutes" y que ellos, como ningún otro, han sabido transformar en explosividad épica bien entendida.

El disco con el que empezó todo, el que todavía nos mostraba a Jonny, Will, Guy y Chris como adolescentes con grandes propósitos, es el que para muchos condensa su propuesta más atrayente y genuina (quizá solo superado por su sucesor "A Rush of Blood to the Head"). Sereno, más cerca de lo acústico, casi tímido. Un disco que nunca decepciona y que, tras cumplir sus bodas de plata, enaltece todos sus logros y los convierte en imperecederos. Porque, ¿quién es capaz de no caer rendido ante la clarividencia con la que abrían estas diez canciones? Esa "Don't Panic" que en su brevedad y sencillez nos lo da todo y nos sumerge en un viaje que nos lleva desde la sensible ingravidez de "Sparks" a la contención enérgica de "Shiver", uno de los emblemas del disco, tan cercana a la tragedia reconfortante de Buckley, con esas afiladas guitarras que dibujan unos fantásticos riffs y el falsete en primer plano. También contiene "Trouble", cuya pureza consiguió engancharme a su sonido para siempre tras su adictivo fraseo de piano, aunque en estas canciones estaban muy por delante las seis cuerdas. En unos momentos hipnóticas y etéreas, en otros ásperas y cortantes.

En las melodías de "Parachutes" ya estaban todas sus más reconocibles formas, su propuesta inicial perfectamente condensada en unas canciones soberbias que nunca han dejado de crecer y que siempre han mostrado la versión más refinada de los ingleses. Si el tema titular era más bien un boceto y "We never change" una plegaria reposada casi con forma de demo (con esas sugerentes escobillas que acarician la batería), "Spies" derrochaba melancolía gracias a su cadencia sedosa y "High Speed" se aceleraba dentro de su contención, pero dándonos pistas de todo lo que el grupo podía explorar. Sin embargo, las imperecederas, esas canciones que no dejaban a nadie indiferente (y que aún con el paso del tiempo siguen sin hacerlo), eran una explosiva "Everything's not lost", con su enigmático crescendo, y la siempre necesaria "Yellow". Su canción eterna, la que nunca puede faltar, porque es perfecta. Ligeramente poderosa. Eternamente viva, sentida y explosiva. Con ella todo puede cobrar sentido y quizá por ella misma todo el resto de la historia del cuarteto quede justificado. Chris llegó a decir al poco de componerla que no sabía si sería su obra maestra, pero que estaba seguro de que no se cansarían de tocarla, al menos por un tiempo. ¡Qué razón tenía! Porque parece que definitivamente ni se cansan ellos de interpretarla ni todos nosotros de escucharla. "Yellow" vale mucho más que todo el disco que la contiene. Es el sentido de su carrera misma, aún ahora que siguen estirando este "Music For The Spheres World Tour" hasta la extenuación.

"Parachutes" es un magnífico debut. El debut de la banda más grande del momento, aunque sólo sea en cifras, y sus veinticinco años nos hacen caer en la cuenta de lo importante que fue vivir ese instante. El renacer de la música británica tras el hartazgo de la guerra del Britpop. Cuando la esperanza y el deseo de volver a estar en comunión entre artista y público se hizo realidad gracias a unas canciones sinceras. Coldplay lo lograron. Hicieron que ese sueño fuera real y que diera vueltas alrededor de ese globo terráqueo que nos representa a todos en su portada. Como si esa portada y la última canción de su disco más reciente, "One World", cerraran el círculo e hicieran conectar a esas millones de "cabezas llenas de sueños" unidas por las grandes canciones de este cuarteto.

Cuando en uno de los conciertos de Wembley al que pude asistir el pasado mes de agosto, Gustavo Dudamel, conductor de la orquesta Simón Bolívar de Venezuela que abría el show, expresó su gratitud hacia Chris Martin y su banda, los definió como artistas que con su música son capaces de entretener, pero sobre todo de curar. Y ese es precisamente el misterio de esta banda y de su aclamado disco de debut. Un disco capaz de sanar, pero sin olvidar su capacidad para convencer con su solvencia, y eso que en el momento de su publicación los cuatro músicos acababan de pasar la barrera de los veinte años. De ahí que uno de los caramelos que guardaban escondidos a modo de "hidden track" entre estas canciones tuviera un mensaje tan claro y positivo como ocurría en "Life is for Living". Para eso está la vida, para vivirla y exprimirla, agradecidos de todo lo que nos da y que no dejará de sorprendernos si estamos dispuestos a ello. Cobijados bajo el paracaídas de Coldplay y seguros de que nuestro aterrizaje nos devolverá la paz que desde los primeros rasgueos de "Don't Panic" persiguieron sus protagonistas y algunos acogimos con los oídos bien abiertos, entendiendo mutaciones, avances y retrocesos, hasta llegar a tocar con los dedos la mismísima luna mientras continúa sonando su sanadora y reconfortante "música de las esferas".