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“Autosuficiencia”, el cómic sobre la vida de Eduardo Benavente


Por: Javier González. 

En el plano físico, Eduardo Benavente nos abandonó aquel maldito 14 de mayo de 1983 de infausto recuerdo; sin embargo, ese espíritu rebelde revestido en un halo de grandeza poco común dejó tal huella en amigos, coetáneos y desconocidos que su nombre ronda nuestras mentes con inusitada frecuencia. En ocasiones por motivos tan dulces como la publicación semanas atrás de la novela gráfica “Autosuficiencia”, donde el buen hacer de Juanra Fernández y Julepe, aportando afinados textos y certeros dibujos, logra plasmar con perfección quirúrgica la singladura personal y musical del mítico artista madrileño. 

Desde la misma portada Eduardo nos incita con sus ojos y mirada clara, su rostro blanquecino ejerce de imán, enmarcado como una fotografía que detuvo el tiempo. Nos evalúa, invitándonos a pasar la página para descubrirle en la oscuridad de la noche vestido rigurosamente de negro, ahí nos espera, tranquilo, sentado en el pavimento mientras un fino manto de lluvia le cala suavemente. Está pensativo y reflexivo, quizás, quién sabe, esperándonos al otro lado de la realidad para mostrarnos que de nuevo volvió a llegar al destino antes que los demás. Una vez más agazapado tras la cortina como acostumbraba a hacer en los juegos de su niñez. 

El saludo inicial lo brinda Julio Ruiz, en unas sentidas líneas donde expresa su cercanía personal y cariño hacia el artista, más tarde toman la palabra Juanra y Julepe, poco antes de encontrarnos con el acertado subtitulo que reza “Obra y milagros de Eduardo Benavente”, letras blancas sobre fondo negro y una Gibson Les Paul del mismo color. De eso va esta historia, de un breve legado musical, aunque mayúsculo, y del milagro de ser un adelantado en un país que todavía olía a naftalina y represión. 

A partir de ahí el desarrollo de una trama en tres actos, donde la muerte y la vida se funden para alumbrar al mito. Porque pocos exprimieron tan a fondo su existencia hasta convertirla en fiel reflejo de una sociedad que pasaba del blanco y negro al multicolor. De Plástico a Los Pegamoides. De Rock-ola a El Sol. De Madrid a Camden. De Sid Vicious y Ramones a Siouxsie y las Mo-Dettes. Ana Curra, siempre Ana. Y una idea en la cabeza, su proyecto, Parálisis Permanente. Un disco, “El Acto”. Del creciente estrellato hasta chocar con el maldito asfalto y volver a fundir todo a negro momentáneamente, porque Eduardo, su estrella, su brillo, ese halo de luz permanente, fiel reflejo de un alma única que también supo captar Edi Clavo en el prólogo de su biografía, “El genio detrás de la cortina”, sigue caminando entre nosotros, tal y como nos recuerda en el cierre Anibal J. Clar

Dejamos a Eduardo y su manifiesta “Autosuficiencia” en la estantería con una profunda emoción, allí permanece junto a otros fantasmas que nos visitan con asiduidad. Instintivamente pulsamos el play, donde su voz y guitarra no se han apagado nunca. Justo allí, el lugar desde el que eligió seguir acompañándonos prudentemente. En apenas poco más de un mes volveremos a “El Sol” a celebrar su legado otro 29 de octubre, el día anterior al que hubiera sido su 63 cumpleaños, una costumbre instaurada años atrás por un loco y soñador que ejerció como aglutinador de todos aquellos que sabemos que un alma inmortal nunca muere y que tampoco lo hacen aquellos que no son olvidados. Eduardo, te miramos en el espejo y nos sigues haciendo sonreír.