¿De qué forma se puede empezar a escribir un amago de reseña cuando se siente absolutamente vencido tras la escucha de un magnífico disco? ¿Es necesario tratar de aportar el más mínimo matiz acerca de un conjunto de canciones que hablan por sí mismas de una manera tan elocuente?
Y es que el segundo larga duración de Depresión Sonora, el alter ego tras el que se esconde Marcos Crespo, derrocha una extraña belleza repleta de espinas en su contenido que en pocos segundos se convierten en un torbellino incontenible que arrastra desde la primera nota, golpeando con su certera mezcla de crudeza y una crepuscular armonía solo apta para todos aquellos que nos sentimos como perros abandonados ante la insensibilidad de la gran ciudad.
Es cierto que las expectativas sobre la música que factura el vallecano siempre son altas, algo a lo que ayuda el hecho de que hasta ahora no se le conozca una entrega fallida, pues ya sea en larga duración o Ep siempre atina con el disparo para hacer blanco en el centro de la diana; el tema es que en esta su segunda referencia en formato LP ha conseguido facturar un trabajo redondo, sin renunciar al sello personal que caracteriza su música, donde el post-punk marca el eje en un cancionero que va más allá, creciendo a nivel instrumental y regalando una vez más un puñado de fraseos memorables en los que deja claro su cansancio, desesperanza y nihilismo, atacando con ojo clínico a la realidad hiperconectada de nuestros días, mientras va poniendo sobre el tapete los males comunes que nos afectan con todo el alma, tripas y corazón posibles volcados en cada verso como si la vida le fuese en ello.
“La balada de los perros” te sumerge en un mar de dudas donde las certezas son quimeras acomodadas entre sintetizadores amables y un regusto a pop de alta escuela que hubieran firmado Family; el post-punk saltarín de “Sin volverme loco” invita a desaprender sin perder la cabeza, temazo en toda regla con un bajo matador y querencias que hubieran hecho suyas las mejores las bandas ochenteras de Mánchester; en una línea similar se mueve “La ley del pobre”, entre lo explícito y el romanticismo más exacerbado. Puro Morrissey, vamos. “Guárdame este secreto” conmueve en su totalidad, tanto en lo relativo a la musicalidad, un pop de tintes dark acertadamente arreglado, como por esa letra que se convierte en mil cristales pequeños haciendo clavados en el corazón, perfecto contraste con la inicialmente discotequera “Domingo químico”, que se va abriendo hasta romper en absoluto bombazo; cerrando la primera parte con “No te hables mal”, otro post-punk notable con estribillo intenso y pleno de oscuridad, donde Marcos nos susurra miserias al oído en una onda que le emparenta con The Cure en “A Forest”.
“Éxodo 32: 15-28” es una sorprendente adaptación del versículo donde Moisés baja del monte con las tablas de la Ley, aquí parece dejar atrás las normas y establecidas, fantaseando con una nueva realidad, a la que sigue “Cómo será vivir en el campo”, un trallazo donde fantasea con dejar atrás las cadenas y por fin comenzar a vivir dejando de ser una “rata”; “Desordenarlo todo” es una historia en las que mira atrás sin miramientos, con dolor y la extrañeza de ver la realidad actual. Y así llegamos al momento más crudo, sincero y brillante del disco con la genial “Me va la vida en esto”, poesía existencial ante la que es imposible no romperse por dentro, aquí la pluma de Marcos se explaya con suma brillantez, demostrando que es un enorme escritor de canciones, algo que por supuesto ya sabíamos, pero es que en este caso es sobresaliente su desempeño y conviene recalcarlo.
Nos acercamos al final con la electrónica casi techno de la brillante “Vacaciones para siempre”, donde nos quedamos con su “revuelta de extrarradio”, cerrando capítulo con la tonada lo-fi “Que pena que nos vayamos a olvidar”, en la que ya, convertidos oficialmente en perros callejeros abandonados, nos damos cuenta de la grosera derrota de la que hemos sido participes en forma de vida miserable, mientras ciertas canciones como estas nos sirven de consuelo.
Al rematar la escucha no queda más remedio que pulsar de nuevo el “play” para volver a enfrentar a estas melodías y letras, embriagados por una maravillosa y agridulce sensación, cayendo con gusto en un doloroso bucle que nos acaricia con púas electrificadas en mitad de una calle vacía y oscura, pero que sin embargo nos calma y reconforta. Doce canciones fenomenales que vuelven a dejar claro lo que ya sabíamos: detrás de este proyecto hay un genio con un lenguaje propio que conecta a ras de calle con las nuevas generaciones, sin trucos publicitarios ni efectos millonarios. La esperanza contra la desesperanza habita en los barrios, donde el talento no lo marca ni el presupuesto ni las campañas de marketing. Bravo, Marcos.
