En Órbita: pasado, presente y futuro en un solo día

Feria de Muestras de Armilla, Granada. Sábado, 11 de mayo del 2019 

Texto y fotografías: J.J. Caballero 
Fotografías 091 y LOL: Javier Rosa (En Órbita)

La temporada veraniega de festivales queda inaugurada en España. Sí, veraniega, porque las temperaturas alcanzadas durante la jornada única en que se celebraba en la Feria de Muestras de Armilla, apenas a las afueras de Granada, igualaban o superaban las propias de cualquier verano infernal. El evento tenía lugar en el mismo recinto en el que antaño tenía lugar su hermano mayor, el hoy llamado Granada Sound, y combinó escenarios desiguales –en tamaño y trascendencia de las bandas allí convocadas- con un ambiente general de satisfacción con la organización y la ausencia de retrasos notables en el comienzo de los conciertos, algo de lo que deberían aprender otros eventos similares. Si se quieren hacer las cosas bien, demostrado queda que no es en absoluto una tarea complicada.

Precisamente debido al calor acuciante y algún que otro desajuste logístico, nuestro periplo festivalero comenzó a media tarde con la presencia de los locales Vita Insomne en el escenario pequeño. Muchísima ilusión y un material incipiente que presagia buenos discos futuros, como ya lo son canciones de títulos estimulantes: "Juegos artificiales" o "Señor nadie", que combinan la fuerza del pop afilado con la intención de ir más allá en el intento de darle otra vuelta a las canciones. En los apenas cuatro años que llevan tocando juntos, puede que esta fuera una de sus mejores oportunidades de demostrar que tienen bastantes cosas interesantes que decir. Desde luego, están en el buen camino para ello.

Poco después de las siete de la tarde y bajo la injusticia del típico sol de justicia aparecían Miss Caffeina en el escenario principal. Lo de los madrileños ya no sabemos si tomarlo como una pequeña gran broma que empieza a tener su gracia o como la consolidación definitiva de un proyecto que empezó por un camino ciertamente distinto al tomado en los últimos discos. Con su anterior gira "Detroit" ya empezaron a incorporar un buen número de teclados y ritmos de baile que a algunos sorprendió para bien y a otros nos dejó aún más fríos y desconcertados respecto a su música. Es evidente que se han convertido en una banda más que exitosa y que la etiqueta "carne de festival" les viene ahora más pintada que nunca. El álbum más reciente de los madrileños se titula "Oh Long Johnson" y en directo se explayan con estas y otras canciones de corte similar, tirando de apuestas seguras como "Ácido", "Calambre" y "Prende" en las que las letras y la voz de Alberto Jiménez (a cualquier otro vocalista le sentaría el doble de mal que a él el mono pseudoespacial con el que saltó a escena) se erigen en claros protagonistas. Sin ser para tanto como parecen, los chicos van llenando salas y congregando distinto público en su nuevo tour y su nombre cada vez es más solicitado. Aquí también fueron la previa a la actuación de una banda mítica y completamente antagónica. El retorno, y esta vez parece que va en serio, de 091 en sus dominios y en la primera actuación del año era sin duda la clave de un cartel que a partir de esa hora empezaba a engrandecerse.

Antes, otra visita al escenario pequeño para descubrir a otra banda granadina, Harakiri Beach, a los que se podría describir con una mezcla de adjetivos entre los que entrarían descarados, frescos, desprejuiciados, enérgicos, y sobre todo eficaces. Su música está hecha un poco de todo, y ya desde el nombre sorprenden para bien con una especie de punk indietrónico (la carencia de guitarras crea un clima muy diferente) con letras escupidas sin pudor y un aparente desaliño instrumental que los hace aún más atractivos. "Soldados imperiales" o "La fruta tropical" y el empuje que muestran en cada concierto pueden ser la clave para que a partir de ahora los veamos prodigarse mucho más. Les tocó lidiar con un horario dudoso, puesto que el grueso de los asistentes ya estaba cogiendo posiciones para ver de cerca el concierto estrella, pero hicieron saltar a algunos de los que como nosotros jamás habrían imaginado encontrarse con unos locos maravillosos de estas características. No se necesita mucho para excitar al personal con tu música, y ellos parecen saberlo perfectamente.

El concierto de 091 empezó mal. Apenas terminada la primera canción, "Zapatos de piel de caimán", un incomprensible fallo en los monitores del que la banda solo fue consciente cuando los técnicos se lo comunicaron hizo que nos quedáramos sin escucharlos durante unos minutos. Una vez subsanado el problema, la mayor factoría de canciones en la historia de la ciudad y probablemente la mejor banda salida de sus calles empezó sin apenas dar la bienvenida el bombardeo de pequeños clásicos, canciones de cuna y de rabia que abruman por la extraordinaria capacidad lírica de José Ignacio Lapido, la eficiencia del resto de la banda –la misma formación que la finiquitó en su momento y la resucitó hace un par de años- y la voz, aún apenas aminorada en sus facultades, de un José Antonio "Pitos" García que se ha mantenido activo al frente de varios proyectos durante todos estos años y al que hace poco veíamos en directo junto a El Hombre Garabato defendiendo un proyecto en solitario sencillamente fantástico. A partir del difícil momento inicial cayeron "Tormentas imaginarias", "Huellas", "La calle del viento", "Qué fue del siglo XX", "Otros como yo", "Todo lo que vendrá después", "En el laberinto", "El baile de la desesperación","La noche que la luna salió tarde", "La torre de la vela", "Escenas de guerra"… ¿Alguien necesita más? Los bises, con "La canción del espantapájaros" y la explosión final de "La vida qué mala es", con la total ausencia de temas nuevos, esos que están terminando de grabar y que no verán la luz antes del próximo otoño, pusieron la guinda a un espectáculo de rock de raíz setentera y reivindicación de un legado tremebundo que está poniendo a la banda más de veinte años después de su primera ruptura al lugar que merecieron en su día. Un sonido que mejoró ostensiblemente a medida que el grupo se asentaba en el escenario y una sensación de euforia ante lo que se avecina. No nos cabe la menor duda de que el nuevo material estará a la altura de este, y con eso ya será más que suficiente para caer, otra vez, rendidos ante su leyenda.

Tal vez Love of Lesbian nacieron para tocar en festivales, o puede que cuando empezaron en esto, haciendo muchos mejores discos que los más recientes, ni siquiera imaginaban que firmarían cachés de altura e inundarían de circo visual y sonoro cualquier escenario que pisaran. Tienen pinta los catalanes de acercarse, si no lo son ya, a la etiqueta de clásicos del pop español, y a la enésima vez que escuchamos en directo "Allí donde solíamos gritar", "1999", "Incendios de nieve", "Algunas plantas" o el himno que ha vendido más camisetas en el indie patrio, la impecable "Club de fans de John Boy" ya hemos perdido la capacidad de sorpresa, y es obvio que ellos también. Sus seguidores saben perfectamente lo que van a escuchar y cómo, y ayuda mucho a ello la monocorde voz de Santi Balmes, en esta ocasión enchaquetado y de blanco, para que la cosa sea al menos distinta en el aspecto estético. Suenan bien, por momentos muy bien, y son una apuesta segura para cualquier programador con ambiciones económicas, pero a algunos lo suyo nos empieza a aburrir. Será por repetición o por inconformismo, el caso es que el día que leamos los nombres convocados a los principales festivales y no veamos el suyo tendremos sensaciones encontradas: preocupación –algo debe estar pasando para que no los hayan llamado- y alivio –algo debe estar pasando para que por fin dejen de llamarlos-. Dicho todo esto con el respeto que merece toda banda de cierto éxito, que conste.

Y al final llegaron Fangoria. Esta frase se puede copiar y pegar para muchos de los eventos veraniegos que han de venir, puesto que la banda de Nacho Canut y Alaska suele ser la encargada de cerrar este tipo de citas cada vez que su presencia es requerida. Es obvio el motivo: su música aboga por el hedonismo no exento de sentimiento, coreografían con bailarines adicionales las historias que cuentan y aportan notas roqueras con guitarras y programaciones afiladas. La vocalista forma parte importante de la historia del pop de este país y ha sobrevivido a varias generaciones y a sus propios altibajos creativos antes de convertirse en la estrella mediática que es ahora, más por otras razones que las meramente musicales. El último trabajo de Fangoria agrupa versiones sui generis de temas variados del pasado reciente de nuestra música, desde la horterada de "Historias de amor" de los casi olvidados OBK a una más que decente relectura electro de "Santos que yo te pinte" de Los Planetas. En el caso de una banda como esta nunca se debe confundir el puro petardeo con la profesionalidad. Ellos saben lo que hacen, con un impasible Canut en los teclados y una Olvido Gara en una forma envidiable vistiendo de nuevos colores temazos como "No sé qué me das", "A quién le importa", "Ni tú ni nadie" (¡qué grandes discos grabaron con Dinarama!) e incorporando himnos recientes como "Geometría polisentimental" y otros más lejanos en el tiempo pero igual de excitantes, entre los que destacan "Dramas y comedias" y "Espectacular", con los que convencieron a un amplio porcentaje de dudosos. Se piense lo que se piense y se tengan los prejuicios que sea, unos artistas de sus características son necesarios en cualquier momento.

Un festival este, a modo de conclusión, que ha demostrado un evidente crecimiento en público y ambiciones año tras año y que vuelve a combinar nombres emergentes de la escena con otros sobradamente consagrados en una propuesta envidiable que sin duda tendrá continuidad en los próximos años. Ojalá en la siguiente podamos seguir dando cuenta de su buen estado de salud.