Diego A. Manrique: “Nunca he dejado de ser un fan que por una serie de circunstancias se ha encontrado con gente como Bob Dylan y Lou Reed”


Por: Javier González. 
Fotografías: Domingo J. Casas.

Pocos nombres tan gloriosos hay en nuestro periodismo musical como Diego A. Manrique. Escasos deben ser los lugares donde no haya estado y menos aún los artistas del panorama internacional a los que no haya dedicado un reportaje, algo que queda perfectamente acreditado en el que hasta la fecha es su último libro, “El mejor oficio del mundo”, que nos llegó hace unas semanas gracias a la siempre acertada labor de los compañeros de la editorial Efe Eme

El mismo es una interesante colección de textos en los que narra aventuras, encuentros y desencuentros acaecidos a lo largo de un periplo profesional vibrante, donde muestra cómo la línea entre el aficionado musical y el crítico reputado quedó unida para siempre, permitiéndole conocer la cara más amable y carismática de un periodismo que vivió su particular “edad de oro” en unos tiempos ya lejanos, un ecosistema que pese a las prebendas propias de aquel periodo tampoco le ocultó su rostro más fiero y sórdido con vivencias que aquí suenan a risa, pero que bien podrían haber acabado de forma trágica, dando como resultado un relato notablemente entretenido y divertido en el que el bueno de Diego A. Manrique no se traga un juramento ni pretende edulcorar una sola línea. 

Semanas atrás descolgamos el teléfono para hablar con él por espacio de media hora, donde impartió una breve cátedra gratuita sobre lo que fue y ahora es un negocio que en su día fue llamado rock and roll. 

En primer lugar, darte las gracias por hablar con nosotros. Es un enorme privilegio hablar con una auténtica enciclopedia musical como tú. ¿Qué tal te trata la vida? 

Diego: Diría que muy bien. Entré en el mundo de la música por pura pasión, al poco descubrí que podía ser una forma de ganarse la vida, algo que mantengo, incluso ahora que el negocio musical está bastante chuchurrío.

Te llamamos por la reciente publicación de “El mejor oficio del mundo”, una recopilación de algunos de tus textos para la revista Efe Eme. En el mismo dices que jamás hubiera visto la luz sin el empeño personal de Juan Puchades. ¿A qué te refieres exactamente con dicha afirmación? 

Diego: Tiendo a ser vago, a pesar de mi fama de trabajador. Se me ocurren actividades mucho más placenteras que sentarme frente al ordenador para readaptar y reescribir textos ya publicados. Fue Puchades quien tuvo la visión de comprender que había lecciones dignas de ser aprovechadas, y sobre todo vivencias personales e interacción junto a estrellas nacionales e internacionales que merecían ver la luz en forma de libro. 

“Me siento afortunado de haber vivido una época de vacas gordas para la industria y el periodismo musical” 

Atendiendo a tu larga experiencia y la cantidad de lugares y anécdotas que has atesorado. ¿Cuál ha sido el criterio que has utilizado a la hora de elegir los textos que darían vida a este trabajo?

Diego: Creo que todos parten de la misma mirada. Nunca he dejado de ser un fan que por una serie de circunstancias se ha encontrado con gente como Bob Dylan y Lou Reed. De no haber estado en este oficio nunca hubiera disfrutado de viajar a Islandia, a Cuba en numerosas ocasiones, México y Argentina, entrando en esos países a fondo en el negocio musical. Me siento afortunado de haber vivido una época de vacas gordas para la industria y el periodismo musical. 

¿En algún momento inicial de tu trayectoria podías imaginar una vida entera dedica a este “oficio” con el nivel y reconocimiento del que has gozado? 

Diego: No, fue una concatenación de circunstancias. Primero escribí a la revista “Triunfo”, que era la principal revista de izquierdas en la España franquista, diciéndoles que lo sacaban sobre rock era malísimo. A lo que me respondieron que si era así mandara un artículo con mi visión del asunto. Mandé el artículo, lo publicaron y pagaron, entonces dije “caramba”. Más tarde comencé a hacer radio y televisión, de pronto me vi metido en el carrusel, pasaron años antes de que las discográficas me hicieran llegar copias promocionales. Ahí también pensé “¡qué bien!”. No necesariamente tenías que ir a buscar los discos a la tienda, te llegan a casa. Era lo más bonito del mundo.

“Hay artistas que son maestros en no decir nada como McCartney, casi prefería enfrentarme a Lou Reed”

Has tenido múltiples experiencias con grandes mitos de la música, en algunos casos teniendo que bregar con artistas con merecida fama de huraños como el enorme Lou Reed. ¿De qué manera se prepara una entrevista que en muchos casos depende más del humor del divo o diva en cuestión que de la pericia de llevar entre manos un buen cuestionario? 

Diego: Hay artistas que son maestros en no decir nada, por ejemplo, Paul McCartney. Es un simpático profesional que te hace los mismos chistes en distintas ocasiones. Casi prefieres enfrentarte a Lou Reed que podía ser extremadamente desagradable. Luego está el caso de David Bowie que buscaba seducirte. Recuerdo una entrevista en Madrid en la que teníamos 25 minutos de entrevista, en ese momento entraba la secretaria y te decía que había que terminar, entonces él decía “cinco minutos más que me lo estoy pasando muy bien”. Al marcharme vi que en el plan de promoción del día esos cinco minutos estaban ya programados. Otra vez le entrevisté en Nueva York, decía cosas ingenuas o que directamente eran mentira. En aquel tiempo no viajaba en avión, lo hacía en barco, y te preguntaba si le dejarían entrar en el Guggenheim el 1 de enero. Bueno, de haber querido le habrían dejado entrar a lomos de un caballo blanco. Bowie sabía el respeto y la fama que se le tenía algo que le facilitaba la vida, que preguntara aquellas cosas sonaba hasta tierno. 

¿Cuál era el truco para salir del atolladero cuando las cosas se ponen feas? 

Diego: Con McCartney no había problemas, era una oleada de simpatía. Con Lou Reed solo quedaba aguantar el tipo. En Atlanta se enfadaba con mi fotógrafo, no le gustaba que le hiciera fotos tumbado en el sofá. Decía que las fotos no le representaban. Según me contó luego, estaba dejando de fumar y estaba súper tenso. De hecho, le hicimos una foto con la chica con la que estaba y nos persiguió para que le diéramos el carrete, cosa que no hicimos. Cada situación es diferente. Luego están los estereotipos nacionales, los artistas británicos podía ser bordes, sin embargo, los estadounidenses entendían mejor la naturaleza del trato. Ellos te daban una hora de su tiempo y tú unas páginas del medio en que estás. Procuraban darte entrevistas correctas, sin grandes revelaciones, pero que cumplían con su parte del ritual. 

¿Cómo era el perfil del entrevistado medio en nuestro país? 

Diego: Es todo más moderado. Hay músicos que son más desconfiados, por ejemplo, Santiago Auserón. Un día fui a entrevistarle a su casa donde estaba su madre que se puso a contarme historias de la familia. Entró Santiago a la cocina y le dijo “mamá, no le digas esas cosas a Diego que luego las cuenta”. Normalmente los artistas nacionales… puedes encontrarte con un borde, como solía ser Loquillo en muchas ocasiones, pero suelen ser amables e incluso hospitalarios como Joaquín Sabina. 

¿Algún desencuentro sonado con mi querido Jorge Martínez? 

Diego: No, era muy amigo y recuerdo una vez que estuvo en mi casa. La gata estaba en celo y se empeñó en que había que meterle un bolígrafo, le dije “Jorge, no seas bestia”. Imagino que estaba jugando básicamente al estereotipo de rockero salvaje. 

Imaginamos que en algunas ocasiones habrás trabado amistad con músicos a los que en algún momento habrás tenido que criticar negativamente. ¿Cómo se juega en una línea tan estrecha y delicada?

Diego: Lo primero es que los músicos acepten que tú tienes el derecho a opinar cómo sea. Les fastidia mucho, pero que se acostumbren. En realidad, tengo la sospecha de que te la guardan, pero no protestan demasiado. El único caso de alguien que me protestó fue Luis Eduardo Aute, siendo muy correcto. Me preguntó porqué había dicho tal cosa, le di mis razones, él a mí las suyas y quedamos tan amigos.

Hoy día, quiero que pensar que por la falta de profesionalización del medio, da la sensación que las críticas negativas y las entrevistas a cara de perro se han tornado imposibles. Hay mucho amiguismo y una conexión constante en redes entre músicos y periodistas. Algo que unido a una falta de tiempo evidente hace que muchos periodistas se limiten a hablar solo de aquello que consideran positivo. ¿Tienes la misma sensación? ¿A qué crees que responde este hecho? 

Diego: Sí, es exactamente como dices. Si te pagan 30 euros por una crítica de un disco no te vas a dedicar a destruirlo, sobre todo si sabes que puedes encontrarte con el artista en un local esa misma noche. La cuestión es mantener tus criterios y que te respeten por lo que dices, aunque no les gusta lo que dices. 

“La obligación del crítico es con el público, ni con el artista ni con la discográfica” 

Personalmente creo que la gente que habla de música no vive de ello, existen como digo muchas “ciber amistades con los músicos” y una escasa importancia de la crítica para el público en general.

Diego: Sí, puede ser verdad, pero te aseguro que los artistas tienen memoria de elefante, aunque no te protesten dicen “ese hijo puta lo que digo de tal disco”. Dije lo que pensaba, sin más. Y en muchos casos a la larga te reconocen que aquel trabajo no se hizo ni con las mejores canciones ni en las mejores circunstancias. Mi regla principal es que no venimos a esto para hacernos amigos, si terminamos amigos, estupendo, pero la obligación del crítico y periodista no es con el artista ni la discográfica, sino con el público. Al público no le puedes mentir. 

En el libro no te guardas nada, describes a personajes de forma amable, efusiva y con cariño, como Carlos Tena, del mismo modo que criticas los usos y formas de moverse de otros profesionales, ya sean directivos de compañía o compañeros de trabajo. 

Diego: No uso los artículos para saldar deudas, por ejemplo, no hay artículos referentes a mis conflictos con Tomás Fernando Flores, director de Radio 3, quien tanto para este libro como para el anterior me ha vetado. Se niega a que vaya a cualquier programa de la emisora. Él dice de su emisora, pero no es su emisora, pertenece a Radio Nacional de España. Son detalles miserables que no tengo prisa por contar, se contarán en algún momento. En general intento ser cordial, incluso cuando son personajes que se hayan portado de forma abominable. Nosotros no estamos en su piel y no sabemos la presión que sienten.

“La vida del rock es muy atractiva y a la vez peligrosa” 

Tampoco te guardas las visitas a los bajos fondos, ni las noches blancas, donde el vicio aparecía en cada esquina. ¿Era una forma de aguantar la tralla, simple afición por pasarlo bien o una parte indispensable del juego? 

Diego: Creo que las tres cosas. La vida del rock, la vida nocturna, es muy atractiva y a la vez peligrosa. Cuento algún momento extremadamente desagradable. Que un policía de México de D.F. te apunte con su arma no tiene ninguna gracia. Luego sales del atolladero y lo recuerdas con risas, pero realmente no fue una situación nada agradable. 

“Willy DeVille era un personaje fantástico, fascinante, pero como cantante era formidable por lo que generaba una atracción” 

Dentro de los nombres que desfilan por las páginas que no son pocos y todos de gran categoría, me ha llamado mucho la atención la inclusión de dos nombres. El primero de ellos es mi adorado Willy DeVille, de quien haces una semblanza breve, pero muy acertada sobre su personaje, al que despides con un cariño sincero. ¿Por qué decidiste centrarte en la figura del “Rey Pachuco”? 

Diego: Tuve muchas ocasiones de tratarle, no solo en Madrid, también en Nueva Orleans o Málaga. La última vez fue en Málaga donde estaba muy agresivo y cabreado, no nos dimos cuenta de la realidad que era que estaba muy enfermo. Willy DeVille como personaje era fantástico y como cantante formidable por lo que generaba una atracción. La capacidad que tuvo para reinventarse con el tema del mariachi, se sumergió en la música de Nueva Orleans. Era un personaje fascinante. Aquella última vez no nos dimos cuenta que estaba de camino al cementerio.

“Cuando la prensa española tiene un muñeco de pim-pam-pum siempre tratan de vapulearle” 

Y ya en las últimas páginas pones en negro sobre blanco la figura de Teddy Bautista, un artista como la copa de un pino, cuya figura no ha sido reparada tras el escándalo de la SGAE. 

Diego: Aprovecho para denunciar los malos hábitos de la prensa española, cuando tiene un muñeco de pim-pam-pum todos intentan vapulearle, pero al terminar el calvario judicial y es declarado inocente todo el mundo se calla. Lo que me asombra de Teddy es que después de haber pasado por esa experiencia dolorosísima, de haber pasado de ser un personaje importante en el mundo musical a tener las cuentas bloqueadas y tener problemas para hacer la compra. Aún así, a nivel superficial, lo ha asumido y no se le nota especial amargura. En eso le respeto mucho, aunque nunca he sido parte de su club de fans por lo que hizo en la SGAE. Como músico es impresionante y hay que reconocerlo, igual que las malas decisiones en la SGAE son poca cosa para lo que hizo con los compositores de pequeñas canciones que vivieron años extraordinarios cuando él estaba en la sociedad. 

En varios capítulos haces referencia a las publicaciones y los programas, tanto radiofónicos como televisivos, en los que has participado. Podemos afirmar que los primeros se mantienen, quizás sin la preeminencia que tenían antaño, pero favorecidos por el formato podcast, sin embargo, asistimos a un panorama donde la música ha desaparecido de la tele, salvo casposas excepciones. ¿A qué crees que se debe dicha carencia? ¿Ausencia de cultura? ¿Desinterés? ¿U oscuros intereses ocultos? 

Diego: El problema es que la música en televisión tiene que competir con la biblioteca universal que es Youtube. Antes estrenabas vídeos, por lo menos en el ámbito español, te las arreglabas para conseguirlos a veces, porque hubo una época estando en FM2 donde TVE decidió que todos los vídeos tenían que ir al programa de Beatriz Pécker, por lo que teníamos que conseguirlos directamente desde Londres mediante trucos. Ahora es difícil crear la anticipación, los artistas difunden sus vídeos a través de redes sociales, quitándote el elemento principal del menú. Y luego hay otro problema básico, es muy complicado grabar música en televisión, sobre todo si estás en Prado de Rey, ya no te cuento hacerlo en locales. Cuando los artistas te ofrecen sus grabaciones te quitan la necesidad de grabarles en un estudio. 

“Vivimos una etapa de un enorme cantidad medios que cubren la música, pero que no tienen una valoración profesional correcta” 

En las páginas das cuenta de una paradoja que muestra muy a las claras la situación actual del periodismo musical, si es que dicha profesión existe actualmente. Hablas de unos comienzos no profesionales, donde casi se escribía por amor a la música, hasta una evolución en la que, al convertirse la música en un bien de consumo masivo, el crítico era tratado como una figura de primer nivel, algo paradigmático si lo comparamos con la situación actual, donde parece que hemos vuelto a una casilla de salida precaria, sin demasiados bisos de cambio. ¿Qué te parece la actual situación? ¿Por qué crees que hemos llegado a la misma? Y, sobre todo, ¿ves algún tipo de solución al tinglado? 

Diego: Sabes la respuesta. Primero, ahora puede haber precariedad profesional, pero abundancia de espacio donde periodistas-aficionados vuelcan sus pasiones y descubrimientos. Es algo que está bien, pero al fragmentarse tanto el universo periodístico-musical hemos disminuido en importancia. Hay medios que ya utilizan las barreras de pago, llegará un momento en que los se darán cuenta de que buena parte de su público, aquel que acude a sus páginas, buscará información musical a través de dicho sistema. Ahora el público es muy belicoso, antes podías decir cualquier barbaridad, en el sentido de salirte de la norma, pero lo más que ocurría es que te llegaban dos o tres cartas a la redacción; si pasa en este momento te crucifican en X o Facebook. Vivimos una etapa de enorme cantidad medios que cubren la música, pero que no tienen una valoración profesional correcta.

“Existe un síndrome del periodista que ha escuchado demasiada música”

¿Qué artistas novedosos no conviene que perdamos de vista? 

Diego: Hay un grupo de Texas que me tiene fascinado, se llaman Kheruxng bin, significa aviones en tailandés. Es una banda mayormente instrumental, un trío con una chica poderosa al bajo, un guitarrista y un baterista negro. Me encanta su sonido, aunque les faltan grandes canciones o melodías. Es uno de los problemas de haber escuchado mucha música, descubres un nuevo grupo que te gusta, pero al mismo tiempo detectas sus carencias, lo que refrena el entusiasmo. Hay un síndrome del periodista que ha escuchado demasiada música.

“Hay que ser “cool” con lo que descubres sin exagerar los superlativos” 

¿Qué le queda por hacer a Diego A. Manrique? ¿Cuál sería el consejo/enseñanza hacia las nuevas generaciones musicales?

Diego: Mantener la curiosidad, no caer en la trampa del “ya no se hace música como antes”. Se hacen todo tipo de música que se hacían antes y se mantienen vivas. Si eres un profesional del periodismo, mantener una cierta distancia para no convertirte en un periodista “hincha” de los que van detrás del artista y ser relativamente “cool” con lo que descubres sin exagerar los superlativos.

Muchas gracias por toda tu labor a lo largo de estos, espero no haberme puesto pesado preguntando por los tópicos de siempre. 

Diego: No, no. Al menos el planteamiento ha sido diferente. Gracias a ti por el interés.

Myron Elkins: “Nostalgia for Sale”


Por: Kepa Arbizu. 

Si como enuncia el dicho popular la cara es el espejo del alma, otorgando al rostro el papel de severo e incorruptible diagnóstico sobre el estado anímico, para un músico la identidad que desprende su voz supone también un factor altamente revelador respecto a la materia emocional del que está construido su idioma artístico. Por eso que en la garganta de este veinteañero de tez blanca llamado Myron Elkins anide, gracias a su textura gruesa y nasal, todo el acervo interpretativo de veteranos representantes de los ritmos afroamericanos, más allá de la majestuosidad que representa esa cualidad, es el reflejo de toda una vocación por presentarse como un narrador sonoro de aquellos espíritus afligidos que extienden su sombra sobre noctámbulos y desvencijados rótulos luminosos. Un paisaje de anémicas esperanzas y brillos oxidados transformado sin embargo, tras atravesar el lenguaje de los ritmos clásicos estadounidenses, en un tapiz melódico estremecedor.

Siendo conscientes de que toda realidad es la consecuencia irradiada por la percepción particular, cuando en 2023 este compositor, catalogación necesitada de ser puesta en valor para las posibles definiciones que pretendan elogiar en exclusividad su virtud cantora, deslumbró con un álbum debut, “Factories, Farms & Amphetamines”, que recogía con identificativa presencia la herencia musical sureña, no esperábamos que su continuación, "Nostalgia for Sale", diseccionara precisamente las fatalidades sobrevenidas de aquel trabajo. Lo que en un principio, si nos regimos exclusivamente por su demostrada calidad, apuntaba a la pronta gestación de una firma llamada a sacudir la escena, sin embargo se fraguó como un cúmulo de decepciones, principalmente encarnadas en cuatros años de peregrinaje a través de unos escenarios escasamente ilustres negados a reconocer a esa precoz revelación y a la consiguiente retirada afectiva de manos amigas en las que poder sostener su tembloroso paso. Un abismo emocional del que huye, partiendo hacia la cuna de su tradición artística, Memphis, y contando con uno de los pocos apoyos todavía perceptibles, el productor Dave Cobb, para plasmar precisamente ese desasosiego existencial en un repertorio que asume su inevitable corte biográfico para hermanarse con esa legión de solitarios sentenciados por los hados del destino.

Un muestrario humano que es fácil adivinar morando tras la puerta de ese aislado edificio que recoge la portada del disco. Una reproducción en penumbra, reflejo del espíritu que acoge tras sus paredes, que pese a su aparente sencillez se muestra explícito en su simbología emocional, un resultado fraguado por lo que podría ser una entente compuesta por Edward Hopper, de haber tenido su propia “etapa azul”, y la ilustración escogida por Arthur Getz para anunciar en el New Yorker a sus lectores el ocaso de la esperanza. Y si un género musical está capacitado para trasladar a sus armonías esa paleta pictórica hecha de crepuscular romanticismo es el soul, un estilo claramente integrado en el ecosistema de este autor norteamericano en su álbum inaugural pero que en esta continuación asume un total liderazgo. Una dictadura del verbo desgarrado y melódicamente afligido que asume su condición de idioma vehicular para conceder voz al suspiro existencial.

Allí donde las palabras se muestran vulnerables a la hora de encapsular los sentimientos, la guitarra con la que se inicia el disco, apertura encomendada a "Red Ball", invoca toda el palpitar de un género. Una inicial desnudez que a modo de increscendo, tendido sobre un ambiente casi eclesiástico que extiende el gozo fraternal, en este caso como antídoto a episodios lacrimógenos, incorpora una compañía instrumental que sirve para trazar una genealogía que va desde el ancestral Josh White hasta otro “rastro pálido” contemporáneo de imponente voz como Anderson East pasando sobre todo por Van Morrison. Una figura que repite presencia en esa celebración de la lluvia que es "God Bless The Rain", metáfora climatológica instaurada desde el vetusto “The Sky Is Crying”, de Elmore James, aquí escenificada como esa infantil respuesta del chapoteo sobre unos charcos que inevitablemente tendrán cabida en nuestra narración vital. Herencias clásicas que no permiten caminar en solitario a un repertorio que tiene como inspiraciones, en distintas frecuencias y cantidades, a lo más ilustre de la biografía del soul, porque la concepción de la melancolía de contagiosa y majestuosa melodía que desprende el tema titular solo puede ser entendida y asumida si William Bell, Solomon Burke, James Carr o Clarence Carter han significado un ingrediente esencial en la dieta musical y anímica del autor.

Casi como delineada bajo una proporcional exactitud, el disco en su segunda parte decide, sin abandonar su inequívoco concepto, dirigirse a los cruces de caminos donde el soul encontró cobijo junto a otros géneros y tonalidades, situados eso sí, en la zona musical más austral. Eso significa que el recitar roquero de "Testimony" alude a Bob Seger y que la intensidad a la que se entrega "Givin Up And Givin In" sigue las pautas de unos Allman Brothers de sosegado ensimismamiento eléctrico. Contundencia que se conjuga en "Livin And Learnin" con el rock and roll para un tenaz y dinámico cierre que manda su carta de amor a la Creedence Clearwater Revival. Ejemplos, y despliegue de virtudes, alineados con una querencia más potente que incluso cuando amansa su voltaje no extraña un nervio que aflora en el folk acústico de "Easy Target", entonado en los bancos traseros de alguna iglesia remota, o cuando el intérprete se rasga la camisa para, hermanado con otro corazón roto de imponente presencia como Chris Stapleton, afrontar en "Get Home" ese aprendizaje que significa la vida, incluso cuando ésta se anuncia sobre renglones torcidos.

La nostalgia, igual que la energía, no se destruye, simplemente se transforma; siempre permanece apostada, a veces maniatada por el espíritu luminoso, otras agazapada royendo con delicadeza nuestro alma y en ocasiones desplegando su manto incierto para entorpecer el paso al futuro. Myron Elkins entona, con un disco absolutamente sublime, dicha disputa convirtiendo su imponente voz en mascarón de popa de un repertorio que dialoga con postales existenciales en penumbra. El joven compositor transforma su congoja en un emocionante clamor musical, añadiendo a la más estremecedora y genial historia del llanto sonoro una nueva bitácora que se enfrenta a un paisaje entre tinieblas.

Weezer, el intenso poder de las melodías


Sala Razzmatazz, Barcelona. Miércoles, 9 de julio del 2025. 

Texto: Àlex Guimerà. 
Fotografías: Antoni Bertran.

Hace unos meses Weezer colgaban el cartel de "sold out" a las pocas horas de ponerse las entradas a la venta. Era la venta telemática de sus entradas para el concierto de su regreso a Barcelona, ciudad que no pisaban desde el año 2002, cuando hicieron de teloneros de los Cranberries y de nuestros Dover. Años antes, en 1996, habían pasado por el "Pop Festival" con un cartel indie en donde tocaron al lado de gente como The Posies, Sexy Sadie o los Planetas. ¡Qué tiempos! Ha tenido que pasar casi un cuarto de siglo para que la banda californiana volviera a la Ciudad Condal y de nuevo apuntó bien y lo hizo en la sala más emblemática de la ciudad para el indie: la sala Razz. Apretujados entre el público, su legión de fans venidos de los noventa se dispuso a tomar posiciones antes de la aparición del quinteto inglés Bad Nervue, que para quienes no los conozcan son una banda bastante punk que se presentaba con su cantante enfundado en una camiseta de los amigos de esta casa, Biznaga (bonito detalle), para ofrecer un corto set muy enérgico y sudoroso. 

Horas antes, mientras los fans se aglomeraban haciendo cola en la calle Almogávers para poder entrar en la que años a fuera Sala Zeleste, Rivers Cuomo salía con la acústica en la mano para tocar un trozo de la cara B “Susanne” de modo sorpresivo y como forma de reconocimiento a esos seguidores barceloneses a los que tanto habían hecho esperar. Y con esa actitud y motivación, de agradar, de convencer y de rematar, salió junto a sus compañeros a comerse el escenario poco antes de las nueve con una inicial “Anonymous”, la única que tocaron de ese disco infravalorado dentro de su excelente discografía llamado “Everything Will Be Alright in the End” de 2014. Tras aquella, el fervor definitivo llegó con la mítica “Hash Pipe”, del álbum verde con la que el público despegó para seguir a tope toda la velada.

La verdad es que fue un auténtico conciertazo de principio a fin, intenso y dinámico, con la banda sonando potente, harmonizada y compacta, con los miembros originales Rivers Cuomo, como cabeza visible a la voz principal y guitarra, Brian Bell a la guitarra y teclados, y Patrick Wilson a la batería, junto con el bajista Scott Shriner, éste último con ellos desde 2001. Detrás de ellos la pantalla proyectaba unos videoclips con imágnes 3D apocalípticas o de la banda actuando en otros conciertos. 

A pesar de sus 55 años, Rivers no ha perdido su esencia de "nerd", aunque tras ese aspecto enclenque, sus gafas de pasta, su camiseta rayada y sus converse “all star”, se esconde un auténtico rock star, capaz de cantar registros complicados, tocar solos potentes y dominar a la audiencia. Él es el alma de esta maravillosa banda única en su especie, cuyo principal argumento son esas canciones de poderosas guitarras con melodías dulces y aparentemente vitalistas pero con su aliño de melancolía. Y de esas escuchamos muchas, pues tocaron todo el "Blue Album" entero, junto con algunos de sus éxitos (tienen tantos…) en un directo que fue intenso como pocos se han visto por estos lares.

Del disco azul gozamos de las memorables “My Name Is Jonas”, “Undone”, “Surf Wax America”, “In The Garage” o “Holiday”, celebrando su 30 aniversario, pero también saltamos y disfrutamos de otras como “Why Bother” o esa “Island In The Sun” con la que se hicieron famosos en nuestro país por culpa de (o gracias a) un anuncio de televisión de una compañía telefónica. Con “Pink Triangle” Cuomo nos hizo el símbolo de Weezer y del triángulo con las manos, y con “Beverly Hills” introdujeron “Barcelona” en su letra, pero me quedo con el himno que es “The Good Life”, aunque no la tocaron completa. El final llegó con “Only in Dreams”, esa joya de ocho minutos con el bajo marcando el pulso y las guitarras navegando entre tormentas eléctricas, para volver con los bises de la mano de los dos éxitos de su debut, “Say It Ain’ t So” y “Buddy Holly”, esa maravilla power pop que homenajeaba en su letra al genio de Lubbock con un videoclip inolvidable inspirado en las sitcoms vetustas americanas. 

Un final con el que todo el mundo saltó, coreó y se divirtió, tras el que el cuarteto celebró situado en primera línea del escenario la comunión con sus fans del reencuentro. Sorprendido ante la respuesta del público barcelonés Rivers se atrevió a prometer regresar “Every Summer”. A ver si es verdad porqué seguro que no nos los perderemos. Merecen mucho la pena.

Lorde: “Virgin”


Por: Nuria Pastor Navarro. 

No todo el mundo puede fardar del hecho de haber escrito “Ribs” con dieciséis años, pero Lorde sí puede hacerlo. En aquel pequeño universo Tumblr de la recién iniciada década de 2010, entre las chaquetas de cuero de los Arctic Monkeys y la filosofía nihilista de Lana del Rey, se coló una joven neozelandesa con miedo a crecer. Y desde entonces, todo cambió.

Ella Marija Lani Yelich-O'Connor comenzó a escribir sus propias canciones con doce años, edad a la que también firmó por primera vez con una discográfica. Su primer EP, lanzado gratuitamente en 2012 a través de Soundcloud —eterno amigo de los artistas indie—, alcanzó una gran popularidad, destacando especialmente la canción “Royals”. Dos años después, Lorde estaría recogiendo dos Premios Grammy… Y eso que sólo había soplado diecisiete velas hasta entonces.

Su voz sombría y profunda junto a sus líricas letras —aquí se nota la vena de poeta heredada de su madre— pronto le hicieron un hueco en los corazones de los adolescentes del momento. Y es que no existe creación que refleje de mejor manera el limbo de la juventud que “Pure Heroine”, primer álbum de estudio de la artista. “Tennis Court”, “Buzzcut Season”, “Team” y, cómo no, “Ribs” marcaron un antes y un después en la historia del género indie.

No obstante, la joven estaba decidida a seguir marcando escuela. “Melodrama”, su segundo álbum de estudio, sigue dando voz a esa tristeza semioptimista tan característica de Lorde. En esta pintura sonora encontramos temas tan memorables como “Green Light”, “Sober” o “The Louvre”, si bien escucharse el álbum completo en orden es casi una experiencia extrasensorial.

Ya después de la pandemia, en una especie de arrebato experimental, Lorde lanzó “Solar Power”, un trabajo bastante distinto a los anteriores que generó un extrañamiento general en sus seguidores. Tiempo más tarde, reconocería que este disco no la representa en absoluto, y que no sabe exactamente qué la llevó a esa estética más playera y distendida.

Habría que esperar hasta 2024 para su gran regreso, o al menos el de la joven música que todo el mundo recordaba. El tema “Girl, so confusing featuring lorde” de Charli xcx no sólo marcó la reconciliación de las dos artistas —que al parecer habían tenido sus diferencias en el pasado— sino que fue signo de la buena salud de la gran era del pop femenino. Aún así, el “BRAT summer” de Lorde todavía se reservaría un año más.

“Virgin” quizá sea el trabajo más transparente, literalmente, de la artista neozelandesa. Con varias radiografías como portada, Lorde nos muestra de forma más que metafórica su interior. Según ha declarado a varios medios, este álbum representa una especie de renacimiento para ella, pues en los años anteriores pasó por una crisis creativa que la llevó a pensar que no había más música dentro de sí misma. Es también una declaración directa de su nueva autopercepción, pues ha explicado públicamente que su expresión de género es cambiante. “Soy una mujer excepto los días en los que soy un hombre”, le respondió sin rodeos a la artista Chappell Roan cuando le preguntó sobre su identidad de género.

Esta fluidez se ve reflejada en varios de los temas del disco, además de en el propio sonido general. Y es que “Virgin” también tiene cierto toque experimental: silencios, estribillos perdidos, letras casi recitadas en lugar de cantadas… Todo se fusiona con un aire nostálgico que recuerda mucho a aquel “Pure Heroine” de 2013. 

“What Was That” fue el primer sencillo con el que nos obsequió, y con el que pudimos confirmar que la Lorde clásica había regresado. Rupturas amorosas, la época en la que teníamos diecisiete, duda y confusión… El tema tenía todo lo necesario para aumentar la expectación por “Virgin”, que, sin embargo, abre con la canción “Hammer”.

Esta, como otras tantas del álbum, explora el deseo con un tono pegadizo que funciona como una perfecta bienvenida al disco, y las diez siguientes no bajan el ritmo. La sexualidad mezclada con nostalgia y dolor reflejada en “Current Affairs” o “Clearblue”, la complejidad de ciertas relaciones familiares en “Favourite Daughter” y el gran crecimiento personal —que no por ser deslumbrante deja de ser doloroso o difícil— que Lorde relata en “If She Could See Me Now” o “GRWM”.

Cada canción, cada verso está inyectado de un peso profundo y personal que la artista deja de llevar a su espalda para compartir, como siempre ha hecho, con su público. Y esa identidad cambiante ya mencionada no sólo se declara con un grito de libertad, sino que critica también los estándares de belleza a través de su propia historia en “Man Of The Year” y “Broken Glass”. Y el disco finaliza con “David”, una especie de recuerdo-despedida de una relación pasada, que, de nuevo, revuelve el dolor con el autocrecimiento.

Si fuera necesario describir “Virgin” con una palabra, esta sería “remolino”. Remolino de emoción, recuerdos y rupturas. Remolino de libertad y crecimiento personal. Remolino de adolescencia adulta y adultez adolescente. Remolino de todo aquello que fue, es y será Lorde. En definitiva, una carta de amor personal a sí misma que se suma al regreso reinventado de aquellos profetas de Tumblr. Con Marina y Lorde ya en el reproductor de música, solamente queda esperar a la inimitable Lana del Rey



Lee Konitz: "The Quintessence (New York - Los Angeles - Boston 1947-1961)”


Por: Txema Mañeru. 

La Colección “The Quintessence” es una gran manera de conocer las trayectorias de nombres básicos del jazz más clásico como Charlie Parker, Stan Getz, Jay Jay Johnson, Woody Herman, Roy Eldridge, Gerry Mulligan, Errol Garner u Oscar Peterson. Normalmente se trata de volúmenes dobles con más de dos horas de destacadas grabaciones y con completos e instructivos libretos de 20 páginas. Puedes conseguirlos, y muchas otras joyas jazz como “Histoire Du Jazz”, en www.fremeaux.com. Este reciente artefacto es una excelente forma de conocer a uno de los mejores y más originales saxofonistas de la historia, Lee Konitz. En este caso 2 horas y cuarto con un discurso propio cuando la mayoría de saxofonistas seguían inspirándose en el gran Charlie Parker citado anteriormente. Lee abrió nuevos caminos llenos de grandeza y modernidad y, al mismo tiempo, manteniendo una gran elegancia y redondas melodías. 

Aquí tenemos los mejores años de su trayectoria y en muchos momentos con compañías (o de acompañante en algunas de sus bandas y orquestas de lujo) de tan grande nivel, como Lennie Tristano, Miles Davis, Gerry Mulligan, Stan Kenton o Warne Marsh. En algunos temas, como ya hemos dicho, está muy bien acompañado por orquestas completas. Es el caso del arranque de ambos compactos junto a Claude Thornhill & His Orchestra (piano delicioso de Thornhill y brutales vientos para "Yardbird Suite") y Stan Kenton & His Orchestra, (swing palpitante en "In A Higher Vein"), respectivamente.

En otras joyas aparece sólo con acompañamiento de cuerdas como en "What’s New?". Pero hay muchos más momentos y músicos realmente espectaculares. Es el caso de "Moon Dreams", con Miles Davis & His Orchestra, o el emotivo romántico clásico "These Foolish Things", con el Lennie Tristano Quartet. También los más de 6 minutos de "Billie’s Bounce" con el Lee Konitz Quintet. Igualmente resulta una gozada el "The Nearness Of You" con el Quartet. 

El libreto de 20 páginas contiene espléndidos textos de Alain Gerber y Jean-Paul Ricard. Un swing espectacular, con el contrabajo de Arnold Fishkin y la exquisita guitarra de un Billy Bauer, está presente en muchos temas con un toque muy a lo Wes Montgomery. Por ejemplo en el "Wow" con el Lennie Tristano Sextet, uno de los mejores pianistas y de los presentes en mayor número de temas, por cierto. En el Gerry Mulligan Quartet destaca también Chet Baker con su trompeta. Podemos encontrar en este álbum muchas composiciones del propio Konitz pero también hay presencia de clásicos de Tristano, Charlie Parker (una joya su "Billie’s Bounce"), Jerome Kern, George & Ira Gershwin ("Lady Be Good"), Fats Waller, Carmichael o Gerry Mulligan

Destaca en todo ello la presencia de destacados arreglistas como Gil Evans y otros estupendos músicos como Bill Evans, Max Roach, Zoot Sims o Roy Haynes. Elvin Jones, por su parte, se sale con la batería en el cierre con el clásico "I Remember You". Un exquisito álbum que demuestra por qué Lee Konitz participó con sus saxos en en el esencial “Birth Of The Cool”, de Miles Davis.

Ilustres Principiantes: The Jade



Da igual el traje que se ponga Oli Stewart, más conocido por su álter ego como productor de Casbah 73: él lo que quiere es poner a bailar al personal. Con The Jade, el nuevo proyecto que capitanea y en el que se rodea de una corte de intérpretes absolutamente bestial, impone nuevos diálogos en torno a músicas que van desde el soul más luminoso a la música cubana, el brillo góspel, el funk brasileño, el dub alienígena o la música disco más contemporánea.

Así queda patente en "Love Harder", un ejercicio discográfico en el que establece diálogos sonoros junto a diversos intérpretes, con vocalistas que van desde Josh Hoyer a Nia Martin, Deborah Ayo, Angela Gooden o Ale Gutiérrez, pero también armando un monolito sonoro especialmente exuberante junto a Chavi Ontoria a las teclas, David Salvador al bajo, los metales de Josué García y Dani Herrera y la guitarra de Nico Ibarburu. Un dream team que consigue que el debut de The Jade suene realmente brillante.

El sonido de The Jade no está sujeto a la tiranía de las pistas de baile modernas. Es soul crudo, disco íntimo, libertad sin límites, jazz-dance afrolatino y funk ibérico, todo en uno, enraizado en la emoción y con una buena dosis de groovismo. Géneros que se mezclan y se integran siguiendo una idea sencilla: el valor de las canciones y el poder expresivo de la instrumentación en directo.

En "Love Harder", que ve la luz en formato digital y en vinilo a través de Lovemonk Discos Buenos, todo gira alrededor de las personas: músicos estableciendo un diálogo, dando forma a ritmos y melodías, interpretando canciones desde el corazón, ese pulso compartido basado en un vocabulario musical atemporal.

Cazorla Blues Festival 2025: Leyenda y nobleza


Blues Cazorla, Jaén. Viernes y sábado, 4 y 5 de julio del 2025. 

Texto: J.J. Caballero. 
Fotografía: Blues Cazorla Festival. 

Volver a lugares donde has sido feliz no es como regresar a la escena del crimen, algo que dicen no sucede jamás. Como se decía en un viejo tango o en alguna canción del maestro Sabina, no se debiera intentar repetir lo que una vez funcionó a las mil maravillas ante el riesgo de que ni los colores, ni las personas, ni la música (motor y centro de tantos momentos de felicidad) nos resulten igual de brillantes ni cercanas ni arraigadas en la memoria. Como equivocarse y rectificar es de sabios y la naturaleza humana, si de algo sabe, es de errores, hay ciertos entornos que hacen obligatoria la imperiosa necesidad de reencuentro. 

Independientemente del balance final, Cazorla es uno de esos nombres repetidos en la agenda de cada año al caer de julio, cuando la canícula empieza a hacer mella en el espíritu vacacional y los días se acortan imperceptiblemente hasta que los amaneceres se unen con mediodías llenos de pistolas de agua y fuentes reparadoras. Sí, cuando descubres que merece la pena pasar por alto el hecho de que en un festival dedicado a la música más negra entre las negras no se disfruta igual cuando la temperatura supera los cuarenta grados y en un auditorio al aire libre es imposible aclimatar cuerpo y mente, o cuando sabes que en una plaza abarrotada de gente cuyo propósito no es precisamente el de descubrir y disfrutar de las bandas que tocan enfrente de ellos, sino más bien el de pasar un largo fin de semana de piscina, sierra y líquidos amables. La costra suele tapar la verdadera herida, y en este caso había poco que curar. 

Al caer la noche, cuando las respectivas anatomías balancean su cansancio y los grandes nombres, alguno incluso legendario, salen a escena, se precisa el abono de una tierra tan fértil para germinar en músicas atávicas, que nada inventan y a todos abruman a poco que se pare el oído y se encoja el corazón. Ahí, en dos jornadas nocturnas repletas de hallazgos –a la primera no llegamos con tiempo ni ánimo de disfrutarla-, se dibuja el perfil de un evento menor respecto a gloriosas ediciones anteriores, pero dispuesto a ofrecer la mejor cosecha del tiempo que le ha tocado vivir. 

VIERNES 4 DE JULIO 

El pesar por no haber visto las evoluciones escénicas, y básicamente disfrutado del bagaje musical de la gran Nikki Hill, sin duda el plato fuerte del cartel de la noche anterior, no impidió que llegáramos justo a tiempo de asistir a la liturgia rítmica de Robbin Kapsalis, una de las reinas del blues de Chicago y volcán escénico capaz de darle al soul una mano de pintura vieja y hermanarlo con la corriente más suave del Mississippi. Acostumbrada al público hispano –el año pasado fue una de las triunfadoras del festival de blues de Béjar-, su maestría vocal viene de la inspiración en personalidades igual de abrasadoras como las de Sharon Jones o Koko Taylor o, lo que es lo mismo, domina la tradición y la evolución a su antojo. 

En esta ocasión compartía cartel con Giles Robson, otro artista que conjuga pasado y presente en cada fraseo de su legendaria armónica. Si revisamos créditos de algunos discos de Mumford & Sons, Simply Red o Skunk Anansie encontraremos sus arreglos al servicio, como se puede comprobar, de gente variopinta y adscrita circunstancialmente a su virtuosismo. Al amparo de semejante dueto casi nada podría salir mal, aunque el grueso de la expedición anduviera aún algo perdido a la espera de la presencia de la otra gran dama de la jornada: La enorme, en todos los sentidos, Diunna Greenleaf.

De Chicago a Houston, en un viaje por territorio norteamericano patrocinado por la organización del festival. Parece mentira que esta mujer, iniciada en el góspel y corista del inmenso Pinetop Perkins, empezara a grabar hace menos de veinte años, aunque tal vez su labor como presidenta de la Houston Blues Society la tuvo a otros menesteres durante un tiempo. Su imponente presencia, sentada o en pie presta a arengar en pro de los derechos humanos y sociales, se desgrana en una garganta potentísima y versiones propias y ajenas. “Never trust a man”, “If it wasn’t for the blues” y otros estándares pasan por sus cuerdas vocales y la banda se rinde a sus pies con cada inflexión. Guitarra, órgano, piano, saxo, bajo y batería y ella, sin necesidad de más adornos porque ya tienen bastante, y media plaza jaleando la personalidad de otro de los nombres que lidiaba en plaza conocida. Veteranía y raíz, las claves de cualquier éxito. 

Al siguiente invitado tampoco le vendrían mal ambos sustantivos, porque pese a sus escasos veintisiete años ya es una de las figuras del blues rock más ortodoxo. Cuando ves y escuchas una trompeta y un saxo sabes que algo bueno va a acontecer. Respaldado por la potencia de una banda impecable, D.K. Harrell conquista por su simpatía y su movimiento de cadera mientras lanza riffs siderales desde las canciones de su disco de debut, el brillante “The right man” y piezas deslumbrantes como “Grown now” o “I just want to make love to you”, en las que llama al jazz y el rhythm & blues para que sirvan de colchón a su base. El resumen perfecto de su comparecencia podría escucharse en boca de algunos de los asistentes cuando afirmaban que si nadie lo sacaba de allí podría estar tocando hasta casi el amanecer. Tanto es así que el tiempo se quedó corto para que su oronda presencia lo inundara a conciencia. Uniendo bises prácticamente con el torbellino que lo sucedió en escena, significó el gran descubrimiento del festival, como ya lo fue para quienes en su Louisiana natal tuvieron el placer de asistir a su nacimiento como figura emergente del blues.

Concluir por todo lo alto una jornada en plena madrugada, cuando las idas y venidas del personal en busca de un lecho o un remanso de paz tras el exceso y el calor de las horas más tempranas era toda una responsabilidad. La programación la puso en manos de Alba ‘La Perra’ Blanco, linense de nacimiento y valenciana de adopción, y a ella le sirvió para elevarse a la categoría de primera figura de la música de raíz americana, fuera y dentro de nuestro país. No en vano acaba de tocar en festivales por media Europa y parte de Sudamérica, y sus poderes se enmarcan en una producción discográfica aún escasa para el inmenso talento que exhibe. Lo suyo no es exactamente blues, porque bascula entre el género y el rockabilly, aunque sitúa a Muddy Waters entre sus ídolos más cercanos y es capaz de seguirle el pulso a su amigo D.K. Harrell, al que invitó en los bises de su set para divertirse y sorprender a partes iguales. 

Su punto fuerte, aparte de lo estrictamente musical, está en su locuacidad al introducir la mayoría de temas. Cuenta cómo un “amigo” la sometió al más estricto ostracismo después de un acercamiento prometedor en “What’s wrong with you”, se muestra vehemente en el rompedor inicio con “Treat me (like a man should do)” e impertérrita en “So blue and so sad” y baja al ruedo con su saxofonista para entregarse en cuerpo y alma a la pasión de sus canciones. Su banda la entiende a la perfección y sus conciertos empiezan a ser todo un espectáculo en los que el country y el rhythm & blues se abrazan sin rubor para celebrar el advenimiento de una nueva diva. Sin duda, el colofón perfecto para un viernes de expectativas no tan altas.

SÁBADO 5 DE JULIO 

No había consenso absoluto sobre quién o quiénes compartirían el dudoso título de cabeza de cartel en esta edición. El debate seguía abierto a pocas horas de la apertura de puertas y los favoritos en las apuestas se alternaban entre los nombres de Bobby Rush y North Mississippi Allstars. Claro que, visto el currículum de ambos, la duda casi ofendía. Hablamos de una leyenda viva y de una realidad palmaria con visos de trascendencia. Si a estas alturas eso de ganar un Grammy es símbolo de prestigio, este señor ha ganado tres, y ha tocado con bandas de funk, girado con otros mitos como The Blind Boys Of Alabama y cumplido 91 años en mitad de un escenario. El Blues Hall Of Fame exhibe la placa con su nombre en lugar destacado, y a sus innumerables discos acuden muchos que quieren saber dónde radica el secreto de la longevidad. 

Todavía se las apaña para dar un concierto acústico, únicamente acompañado por su voz y su guitarra, más ajada la primera y mejor afinada la segunda, que no llega a la hora de duración y que provoca más de una ceja arqueada entre el grueso de rezagados que no miran el horario desde la hora del almuerzo. Este superviviente de la pandemia y de las imposiciones artísticas y discográficas se aferra a las seis cuerdas y a la armónica que luego compartiría con los hermanos Dickinson para recordarnos quién es y por qué sigue aquí. “I’ll do anything for you” y “You’re gonna need a man like me” son rotundas declaraciones de principios, o de amor si se prefiere, que al final es lo mismo. Un icono que se divierte en escena y apadrina a todos los que vendrán después. 

Dura pugna, pues, aunque con pronóstico claro, teniendo en cuenta que los North Mississippi Allstars son al blues actual lo que Led Zeppelin fueron al heavy o los Beatles a la psicodelia, y que cada uno lo interprete como quiera. Cody y Luther forman la hermandad más diabólica de la escena actual. El primero a la batería y exhibiéndose con el washboard, una tabla de lavar que suena como un sintetizador moog capaz de hacerte reventar los oídos de gusto, y el segundo alternándose a la guitarra dando una clase magistral de matices y armonías ancestralmente modernas, si eso es posible. La presencia de Carwyn Ellis al bajo, una incorporación esencial por la profundidad de campo que aporta, redondea una formación ganadora en formato trío que en esta ocasión prescindió de teclados, percusiones y vientos para empezar como banda de apoyo de Bobby Rush y prolongar su actuación hasta el éxtasis provocado por sones añejos (“Shimmy, ship, up and Rolling”), revisiones inteligentes (“Preachin’ blues”), versiones amplificadas de clásicos (“Poor black Mattie”, original de R.L. Burnside) o canónicas aproximaciones al blues espacial (“Goin’ down south”) en un espectro de acordes y solos destinados a la más rendida admiración. Una banda asombrosa que pese a lo espeso de algún tramo de su set sigue dejando boquiabierto a todo aquel que se atreva a acercarse a su universo. 

Era el momento de derivar otra leyenda, esta más insertada en la historia del rock sureño que del blues propiamente dicho, en la voz y la guitarra de su descendiente más atrevido. Devon Allman Jr. se prodiga en la sabiduría historiográfica de su señor padre, el ilustrísimo Gregg Allman, es decir, controla los resortes básicos del instrumento y está avalado por una amplia trayectoria con su banda propia o como invitado en discos ajenos (Javier Vargas grabó un muy interesante disco en alianza con él), y en su encarnación actual se presenta vestido de blanco, como si de unos avezados pintores se tratase, alineado con un grupo de músicos agraciados con el don del virtuosismo y adolecidos de la falta de emoción. 


Más orientado al jazz y al ensanchamiento de arreglos y ritmos en más de un tramo de concierto, es en su afiliación latina en la onda de Santana donde parece encontrarse más cómodo. A ello ayuda la expresividad del percusionista David Gómez, que además toca el saxo como si le fuera la vida en ello, con lo que el lote se despoja del halo plomizo que amenaza con echarse sobre una audiencia ya en vísperas de retirada. “One way out”, “I’ll be around” o “Ramblin’ man”, el lógico homenaje al progenitor, remontan el rumbo de un concierto más plano de lo esperado. Menos mal que aún no estaba todo dicho.

Hendrik Röver ya sabía cómo se las gasta el público diurno. Estuvo tocando con sus míticos GTs en una plaza más pendiente de otros menesteres mientras él, a lo suyo, se lo tomaba con filosofía. Si con estos mira más al power pop más forzudo, con los Deltonos, ya es sabido, hace lo que lleva haciendo toda la vida: Canciones como panes. Con su masa, su fibra y su alto contenido proteínico. La harina de su costal se cocina en una de las mejores guitarras del rock español, y eso que tiene unas cuantas. 

Decir que se decantaron por el lado rocoso de su repertorio es no decir nada, porque sus riffs lucen como acantilados y las estrofas suenan como piedra pómez de la que rasca y sana. “Qué podríamos hacer” era la pregunta adecuada a esas horas; “Buenos tiempos” la apelación que hace que superen cualquier adversidad; “Correcto” la respuesta irónica a tanta ignorancia persistente; “Soy un hombre enfermo” el clásico que les hizo sobrevivir; “Gasolina” el combustible a punto de agotarse; y “Listo” la conclusión final después de ver cómo está el patio. Esto no es experiencia sino insistencia. Contra viento y marea, sobreponiéndose a todo y a todos, directos al hígado y pateando modismos y conformismos. El broche frente al brochazo para que la cosa se cerrara como dios manda y los cánones ordenan. Punto y aparte. Sí, tenían que ser ellos los que nos mandaran a casa sin que quisiéramos. Nobleza obliga. Y si el año que viene volvemos, cosa más que probable, buscaremos a otra banda como ellos para seguir resistiendo. O al menos, y pase lo que pase, lo intentaremos.