“Springsteen: Deliver Me From Nowhere”, de Scott Cooper: Lo auténtico entre tanto ruido


Por: Guillermo García Domingo. 

Esta película de Scott Cooper sigue la brillante estela dejada por “A Complete Unknown” (2024), la película dedicada a narrar la transformación de Bob Dylan y el abandono del folk en el cruce de “Highway 61 Revisited”(1965). En lugar de abarcar el arco vital completo de un músico, ambas películas deciden dirigir el foco hacia alguna encrucijada relevante y decisiva, sin la cual es imposible entender la trayectoria total del protagonista. Como si se tratara de una metonimia fílmica en lugar de literaria. De hecho la película adapta la historia que cuenta Warren Zanes, en el libro con el mismo título que en estas páginas reseñó brillantemente Txema Mañeru

Esta película acierta al recordarnos que el barro que arrastran los pies de nuestros ídolos musicales es precisamente lo que les hace tan imprescindibles. En este caso concreto, también nos recuerda que Bruce es fundamentalmente un cantautor. Con ocasión de este disco la E Street Band se tuvo que echar a un lado, aunque les dio tiempo a grabar en el estudio “Born in The Usa” (primera escena inolvidable), “I´m On Fire” o “Cover Me” entre otras canciones, que serían incluidas posteriormente en el siguiente disco que publicaría después de “Nebraska” (1982). Nos quedamos con ganas de comprobar qué clase de personajes cinematográficos habrían sido Van Zandt, Weinsberg, Bittan y compañía. 

Menos mal que Jon Landau permaneció al lado de Springsteen: Jeremy Strong encarna un papel extraordinario a la altura de la importancia que Landau desempeñó en esta etapa crucial del “Jefe” a la hora de convencer a CBS para publicar la “cinta” de cassette de Nebraska, que representaba “lo auténtico entre tanto ruido” en palabras de Bruce. En este despacho “creemos en Bruce Springsteen” (segunda escena inolvidable) les dice.

Son gloriosas las diversas alusiones a la grabación casera de este poco convencional disco en la habitación de la casa alquilada en Colts Neck con la ayuda de una grabadora de cuatro pistas y un echoplex, cuyo efecto puede admirarse en “Atlantic City”, una de las mejores canciones del extenso cancionero del norteamericano. Mike (Batlin), el técnico, es un personaje importante, el único testigo directo de ese viaje interior realizado por el músico. También son relevantes las sesiones de estudio en las que ingenieros y técnicos no encuentran una salida a la hora de trasladar la naturalidad de lo acústico a un formato de estudio. La opción que encontraron sorprenderá a los espectadores. La película permite vislumbrar el secreto de la composición de algunas canciones como “Nebraska” o “Mansion On The Hill”. 

La encrucijada musical coincide con otra de carácter existencial en la vida de Bruce. Esta humanización corre a cargo de Jeremy Allen White, el cocinero asediado también por los demonios interiores en la premiada serie “The Bear”, cuya credibilidad es asombrosa: ¡Cómo cruza los brazos para introducir las manos en los bolsillos de la “chupa”! La infancia del cantante de New Yersey no hace más que inmiscuirse en su camino, bloqueando el paso siguiente que quiere dar y no puede, después de la exitosa gira posterior a “The River”. La película consigue captar el contraste entre la celebridad, que ya había alcanzado Springsteen y la intimidad del joven treintañero cuyo nombre de pila es Bruce. Todos los problemas parecen confluir en la relación infantil con su padre, alcoholizado y violento, interpretado de forma excelsa por Stephen Graham, que también hizo de padre desconcertado en la memorable serie “Adolescencia”. Estos flashback se plasman en un blanco y negro que evoca al de la película “Belfast” de Kenneth Branagh, en la que la música, en este caso de Van Morrison, también tiene un valor primordial. 

Los “jefes” también pueden sufrir la visita de “esa visible oscuridad”, como llamó William Styron a la depresión. “Nebraska” levanta acta de este proceso doloroso y agónico, que conduce a esa escena, ya es la tercera inolvidable, en la que los dos amigos, Jon y Bruce, escuchan el gospel de los Soul Stirrers y Sam Cooke, “Last Mile of the Way”, en la habitación de Colts Neck donde sucedió todo. En la última gira en la que tuvimos la oportunidad de ver al Boss dejó claro a través del repertorio de sus conciertos cuáles son sus raíces musicales: el rock de Little Richard, Springsteen/Allen White participa una versión de “Lucille” en The Stone Pony de Asbury Park, el blues o el soul de Sam Cooke

El alma desesperada de Bruce se aferra a la esperanza de que “there are joys that await me/ When I’ve gone the last mile of the way”. El músico tiene que recorrer ese camino que la filosofía oriental sabe que conduce a uno mismo. Sin embargo, Landau, el crítico, productor y amigo, le guía con un fragmento de un texto de Flannery O´Connor que reproduzco a continuación: "El lugar de donde vienes ya no existe, el lugar al que pensabas ir nunca estuvo ahí, y el lugar en el que estás no sirve de nada a menos que puedas escapar de él... Ningún lugar... Nada fuera de ti puede darte un lugar... En ti mismo, ahora mismo, está todo el lugar que tienes". Al final, Bruce Springsteen encontró ese lugar y se encontró, y nosotros le encontramos a él para siempre.

Kingfishr, llamando al futuro


Sala Wolf, Barcelona. Viernes, 7 de noviembre del 2025. 

Texto: Àlex Guimerà. 
Fotografías: Mark Basterfield.

En julio ya los habíamos tenido por aquí, en un paso por el Mad Cool en el que dejaron grandes sensaciones entre los presentes. Aunque su debut en nuestras salas y como único nombre en el cartel quedó reservado para este noviembre con sus paradas en Madrid (Sala Villanos) el día 8 de noviembre, y un día antes en Barcelona, en la Sala Wolf. Un debut con el que queríamos confirmar las buenas sensaciones que desprenden con su música y poder ser testigos, quizás, del nacimiento de una banda importante para el futuro. 

Kingfishr son Eddie Keogh (voz principal), Eoghan “McGoo” McGrath (banjo) y Eoin “Fitz” Fitzgibbon (guitarra). Keogh es el frontman de la banda: carismático y enérgico, cercano en sus intervenciones, humilde y poseedor de una voz grave de barítono que lo convierte en el líder ideal para poder afrontar escenarios mayores (ya lo han hecho en muchas ocasiones) y encarar el éxito con naturalidad. Más discretos sobre las tablas vimos a McGrath y Fitzgibbon, quienes aportan solidez musical y complicidad, intercambiándose el banjo en algunos temas. Es precisamente dicho instrumento el elemento distintivo del sonido de Kingfishr, actuando como seña de identidad de la formación y erigiéndose como puente entre las raíces folk y la modernidad de su sonido.

Para sus directos el trío viene arropado por tres músicos adicionales —bajo, batería y teclados (que en ocasiones también empuñó la guitarra)—, ayudando a sonar muy compactos y equilibrados, a la vez que logran que los tres protagonistas brillen en primera línea. Todo esto lo pudimos ver desde la potente apertura con “I Cried I Wept”, con la que la banda desplegó toda su energía, con Eddie cantando sin guitarra, saltando, gesticulando y contagiando su entusiasmo a un público que a pesar del limitado aforo de la sala estuvo siempre entregado a la causa. Entre la audiencia destacó una notable presencia de irlandeses e ingleses, pero también abundaban los seguidores locales, en un ambiente tan diverso como cálido: jóvenes, familias y veteranos del rock compartiendo espacio y emoción. Y es que esta banda es capaz de conectar con distintas sensibilidades, pues su propuesta se mueve entre el folk-rock irlandés, el indie pop y, por momentos, por un pop más accesible y comercial.

Fue en ese ambiente en el que presentaron las canciones de su fantástico álbum de debut “Halcyon”, junto con otras que han ido grabando desde que comenzaron a sacar canciones hace tres años, hasta que editaron su EP “Shadows” el año pasado, preámbulo del larga duración. Precisamente “Shadows” sonó en los primeros compases, dejando esa sensación de pop británico comercial tan a la onda de Snow Patrol o Doves. De aquel EP también sonaría la sentida “Leave” en la recta final. Mucho mas tempranas fueron “Heart In The Water” o la íntima “My Friend Mac”, singles no incluidos en el álbum que presentaban y por eso bastante desconocidos por los asistentes. No fue el caso de “Gloria” y “21” con las que llegó el fervor en la sala, rubricada esta última con un juego de voces fabuloso. Acto seguido, el trío bajó en medio del público para interpretar a modo acústico y con la armónica “Shot In The Dark”, una canción con la que quieren devolver el cariño de su público a la vez que recuerdan sus comienzos. Fue un momento simplemente sensacional. 

Eddie nos contó que eran tres estudiantes de ingeniería, que acabaron sus estudios para poder trabajar, aunque el trabajo acabó siendo distinto al esperado. Se nota que disfrutan con lo que están haciendo, por eso no paran de agradecer el poder vivir de la música, girar y disfrutar del contacto con el público, en esa comunión entre las personas compartiendo la música tan irlandesa. El pelotazo llegó con la genial “Man On The Moon”, con todos saltando y coreando el pegadizo estribillo, pero también con sus otras joyas “Next To Me” o “Diamons & Roses”, y con la canción con la que alcanzaron el número uno en su país aún siendo una cara B: “Killeagh”. Una canción con aromas tradicionales folk contagiosa como pocas con sus “lalalás”. Para la recta final nos dejaron los cañones de “Eyes Don’ t Lie” y la formidable “Caroline” con sus mágicos “uuuh- aaaahs” finales, quizás su mejor canción hasta la fecha. Estaremos aguardando a cuando vengan muchas más y esperando ser testigos de que alcancen las mas altas cotas posibles. 

Ilustres Principiantes: MINIÑO



La banda castellano-leonesa MINIÑO acaba de publicar en Balaunka su primer álbum, "La mitad", un disco que habla de todo aquello que nos atraviesa cuando intentamos ser honestos con nosotros mismos. Alegrías y penas, amistades y pérdidas, aciertos y errores que pesan pero también impulsan. 

 "La mitad" es, en realidad, un disco de tránsito: entre la juventud y la madurez, entre el duelo y la aceptación, entre la euforia y el vacío. MINIÑO no pretenden ofrecer respuestas, sino compartir preguntas, emociones y cicatrices. Y hacerlo con la misma honestidad con la que decidieron grabar en una bodega y autoproducir su primer álbum: sin filtros, sin artificios y sin concesiones.

Lejos de cualquier pose, la banda levanta con este debut un mapa emocional donde conviven el pop melódico, los claroscuros del post-rock y la inmediatez del punk y el indie de principios de los 2000. Una propuesta que se mueve entre la fragilidad y la contundencia, entre la confesión íntima y la catarsis colectiva. 

Galardonados en 2023 con el Premio Rock Villa de Madrid de Radio 3, teloneros de Deep Purple en el Alma Festival Occident de Madrid y revelación en citas como el Tsunami Xixón, MINIÑO se han convertido en una de las voces más prometedoras de la nueva escena independiente.

La M.O.D.A: “San Felices”


Por: Javier González. 

Qué agradable sensación la de entrar a casa para sentir el calor del hogar. Un espacio conocido, capaz de brindar seguridad y que ofrece un confort totalmente necesario, sobre todo cuando fuera el mundo arde y ruge la tempestad. Esa es la sensación que te inunda cuando te enfrentas a “San Felices”, el nuevo trabajo de los burgaleses La M.O.D.A., tras cuatro años de la publicación del celebrado “Nuevo Cancionero Burgalés”. 

Desde fuera diríamos, jugando a hacer un ejercicio de arriesgada suposición, que no ha debido ser fácil enfrentarse a la composición de estas nuevas canciones y es que es muy probable que por el camino se plantearan demasiadas preguntas que convenía responder con acierto, en esa eterna disyuntiva a la que enfrentan los proyectos musicales de relativo recorrido.

Sí, sabemos que La M.O.D.A. ha llegado donde está con la honestidad de quien hace las cosas a su manera, tirando de autogestión y sin el abrigo de una gran capital capaz de servir de colchón, demostrando que el rock de provincias también puede/debe jugar en nuestra primera división musical. El problema está en que cuanto más alto se vuela, más grande es la expectativa y, seamos francos, más carroñeros andan esperando a la vuelta de la esquina deseosos de un tropiezo que alimente el cainismo de una sociedad que lo ha convertido en deporte nacional. 

Afortunadamente estos últimos tendrán que esperar en sus madrigueras porque la banda ha hecho lo que mejor sabe hacer. Facturar un conjunto de historias que resultando familiares, remueven por dentro para volver a sonar tan reconocibles como certeros, algo que no es poca cosa atendiendo a lo jugoso de su ya dilatada discografía. 

Es cierto que no han arriesgado demasiado en su propuesta, el hecho de confiar para la producción en Carlos Raya ya daba una pista de por dónde podían andar los tiros. Es más, ésta circunstancia podría invitar a pensar en un sonido de calidad, pero quizás excesivamente limpio y edulcorado -un buen ejemplo es el tratamiento de los vientos que observamos en “San Felices”-, pero, afortunadamente, su presencia es solo un matiz que juega a favor de obra, puesto que la verdadera naturaleza de La M.O.D.A. permanece intacta, en gran medida gracias a esa forma de mostrar el orgullo por las “cosas pequeñas”, su particular y habitual reivindicación de la vuelta al terruño, y la invitación que nos hacen para afrontar la vida como una sucesión de días alegres y tristes a los que tenemos que mirar con el estoicismo de quien ha leído y entendido el poema “If” de Kipling; elevando el espíritu en las fenomenales “Letra Helvética” y “Alsa pa Madrid”, donde las pérdidas personales y amorosas se afrontan con dignidad, como heridas que dolieron, pero que hoy forman parte de nuestra piel transformadas en bagaje y no en carga. 

Sorprenden con las veleidades “arty-funk”, acercándose a Franz Ferdinand o Roxy Music, que se marcan con “Si bailas bailo”, dotada de un estribillo que a buen seguro será un bombazo en su directo, y el pop descarado que se facturan en “No te necesito para ser feliz”, arropado por otras jefazas como las chicas de Repion que aportan un toque de lo más sutil a la última parte del tema. 

“La vida en rosa” es otra buena muestra de su gran hacer, sostenido por unos vientos que van y vienen para regalarnos un temazo con hechuras de himno, la épica “Píntalo todo de negro” también consigue funcionar, aunque no esconderemos que nos gusta más “Desde Marte”, con esas querencias tan habituales en la banda que siguen reconfortando; más estándar y fría nos sigue resultando “Los tiempos que vivimos”, quizás demasiado plana en su letra y con una pretensión nada oculta de ser un tema radiable, sobre todo si la comparamos con la introspección y crudeza de “Días difíciles”, donde se ponen frente al espejo sin ocultar una reflexión durísima, o si lo hacemos con “Subiendo como el Chava Jiménez”, donde ya desde el título nos ponen el nudo en la garganta mencionando al héroe de El Barraco, el mítico ciclista abulense que forma parte del imaginario colectivo de una generación que empatizó con su espíritu rebelde como profesional de las dos ruedas, acompañados por Leiva nos erizan el vello en una canción que destila belleza y emoción por los cuatro costados. 

Nos aproximamos al final con otras tonadas marca de la casa, “Todos sonríen menos yo”, donde reflexionan sobre la religiosidad y la vida nómada del músico, y “Los que estuvieron”, reivindicando a los que no están ya, pero también a aquellos que siguen al pie del cañón, una composición realmente emotiva que es un auténtico regalo y que sirve para agradecer su apoyo y trabajo a todas aquellas personas que en la sombra siguen haciendo que La M.O.D.A. sea posible. 

Sigue siendo solo una hipótesis, pero puede que ante la duda los chicos de La M.O.D.A. hayan escogido  la mejor de las soluciones posibles. Con “San Felices” han mirado bien dentro, quizás a lo más profundo de su alma y corazón, y han llegado a la sabia conclusión de que lo que más nos gusta de su música es la sinceridad y sencillez de su mensaje, por lo que han decidido con buen tino ser ellos sin más. Sí, hay un productor de renombre cuyos trabajos son coreados por un público masivo y sí, también hay alguna que otra canción que juega a querer evolucionar por otros derroteros, pero sobre todo hay un sonido reconocible y una banda facturando por enésima vez un puñado de composiciones que en su mayoría resuenan notables, emocionales y adictivas bajo el sello de calidad “made in Burgos”, poco más se me ocurre pedir cuando lo que nos brindan vuelve a superar el notable con holgura.

Los Estanques y El Canijo de Jerez: "Lágrimas de plomo fundido"


Por: Txema Mañeru. 

Estupenda alianza Norte (Cantabria, aunque Iñigo Bregel colabora mucho con grupos vascos) y Sur (Andalucía) en una magnífica aventura que combina rock psicodélico y flamenco con muchas ganas de diversión y de vivir y hasta con algunos destellos progresivos. ¡Tiene pinta de que en directo puede ser una locura estupenda y muy pronto lo podremos comprobar en nuestros escenarios! Los Estanques es un excelente grupo de pop-rock psicodélico con cuatro discos a sus espaldas. El Canijo de Jerez estuvo más de una década al frente de Los Delinqüentes y sacó media docena de álbumes. Desde comienzos de la pasada década rula en solitario con su rock flamenco entre Camarón y Triana y con cinco trabajos bajo su nombre, siendo el último el todavía reciente y en llamas, “Ceniza y Barro”.

No sabemos cómo ha surgido esta unión algo "contra-natura", pero estamos contentos por los buenos resultados y creemos que tendrá más capítulos en el futuro porque están en una gira que parece está teniendo bastante buena aceptación. Ahora, de momento, te animamos a que consigas tu edición en vinilo del celebrado “Lágrimas de plomo fundido” que, como siempre, viene cuidada a tope como acostumbran en El Volcán Música

El arranque es puro Triana con esa gran combinación entre la psicodelia con aires progresivos y el rock andaluz. Una breve "Lágrimas de plomo" que es una auténtica delicia. "El murmullo de los perros" tiene más teclados "trianeros", pero la voz de El Canijo le da un aire mucho más flamenco. Cuando entran las desbocadas guitarras eléctricas peleando con el órgano es muy fácil acordarse de sus amigos de Derby Motoreta's Burrito Kachimba que es una excelente referencias para lo que hacen, aunque haya arrebatos similares a los de un proyecto como el (¿ahora separado?) de Grupo de Expertos Solynieve. Tiene un guapo videoclip al igual que la siguiente y más alocada "Fumata grupal" con un ritmo trepidante y el bajo potentísimo de Dani Pozo en primer plano. Los coros son una delicia al estilo de los de Los Delinqüentes de El Canijo, pero también de su aventura con los G-5 o incluso con toques sesenteros como los de los granadinos Los Ángeles.

Por cierto, los G-5 pasaron hace poco por estas páginas de El Giradiscos, un combo en el que El Canijo aparece acompañado por Kiko Veneno, Tomasito, Diego Ratón y Muchachito. Pero es que, además, está en La Pandilla Voladora junto a Albert Pla, Muchachito, Tomasito y Lichis. La guinda fue Estricnina, en formato dúo junto a Juanito Makandé. ¡Culo inquieto es poco! Por cierto, tendremos a nuestros queridos vecinos, Los Estanques, junto a El Canijo, el próximo 8 de noviembre en el Kafe Antzokia en una cita que se antoja más que excitante.

Esos coros, anteriormente citados, son una delicia en un tema mucho más reposado, sensual y romántico como "La llave secreta del bazar". Las acústicas son una maravilla y hasta las palmas invitan a la alegría y a la templanza. Son otro golpe cojonudo los arrebatos de heavy salvaje de "Estamos listos para golpear’ con voces locas, más desbarres con las eléctricas y hasta algún destello prog-metal. Más aires andaluces y Delinqüentes (también Pata Negra, claro) en la melódica y palmera "Mi despedida". El estribillo más progresivo es una gozada que también podrían haber firmado bandas de ayer y de hoy como Triana, Tabletom o los DMBK

Pero si hablamos de voces y coros deliciosos tienes que escuchar su "Criaturas de la noche", con algunos teclados de Iñigo Bregel que son una auténtica maravilla. No es extraño que Iñigo colabore con gran tino con bandas como Sotomonte o Hippie Johnny, con reciente y recomendable disco en el que Iñigo se ha implicado a tope y los resultados de “Where Is The Grey?” no son nada grises. También ha estado, entre otras muchas aventuras, con Nat Simons o Anni B. Sweet. La locura psicodélica para mover el culo y gritar domina "Mueve tu culo" mientras que el sonido Caño Roto de Las Grecas o de “Las Leyes de la Frontera” resulta una gozada en el canto coral (lleno de palmas otra vez) de otro single como "Luna, tú me llevas’, con más teclados destacados. El único tema que supera los 5 minutos (casi llega a los 6) es la maravilla psicodélica, alucinada y llena de vitalidad y ganas de vivir que es su "Ciclo vital". Muy guapa la alternancia de voces y el estribillo conjunto que te puede llevar hasta los tiempos de Alameda. El solo de guitarra española o flamenca con esa voz totalmente “Jonda” es puro flamenco desbocado que podría firmar hasta Enrique Morente

Luego será el momento del “descanso” con "Fatigas dobles", su espléndida melodía vocal, el abrasador órgano de Iñigo y ese poderoso estribillo, una vez más. El bajo en primer plano en las partes más íntimas es una chulada total. Acaban en italiano a lo Renato Carotone en la narración con sitar de "Lacrima di piombo fuso". Realmente te dejan fundido cuerpo y mente y supongo que en directo la experiencia irá mucho más allá, como sucede con los DMBK, varias veces nombrados con motivos.

Jeff Tweddy: “Twilight Override”


Por: Àlex Guimerà. 

Jeff Tweddy es único en su especie, sólo hace falta leer sus libros “Vámonos (para volver)”, “Un mundo en cada canción” y “Cómo componer una canción” para comprender su mentalidad artística, sus influencias musicales y su afán creativo inagotable. Es lo que le lleva a seguir adelante con su banda a pesar de que, como mucho afirman, sus mejores días puede que hayan pasado; y es lo que le ha llevado a tirar adelante con una carrera en solitario que ya va cogiendo bastante envergadura. 

 Uno que es fan de Wilco desde el enamoramiento de “AM” en los noventa, comenzó con ese “Together at Last” (2017) por curiosidad, tras ver que en él Jeff abordaba en acústico algunos de los éxitos de su formación, grabados en su sacrosanto The Loft de Chicago. De hecho, ese disco era su segundo álbum tras su debut “Sukierae” en el que contaba con la batería de su hijo Spencer. Pero los toques de alerta respecto a que estábamos ante una carrera en solitario muy interesante llegaron con dos grandes álbumes como son “Warm” (2018) y “Love Is The King” (2020), en los que apreciamos algo más que versiones acústicas y descubrimos una cara nueva, distinta a la del líder de la banda de Alt-Country por antonomasia.

Precisamente junto a ellos le tuvimos por nuestros escenarios el año pasado y repasando la fornida trayectoria de la formación, pero también apostando por temas de sus últimas entregas: el doble “Cruel Country” (2022), "Cousin" (2023) y el EP “Hot Sun Cool Shroud” (2024). Y sin apenas descanso va y nos cae la bomba este año con su proyecto individual más ambicioso y arriesgado: un triple disco de 30 canciones. 

¿Era necesario? ¿Aporta algo nuevo? Pues me decanto por responder un sí rotundo a ambas preguntas y lo hago tras dar varias vueltas a las seis caras del disco. En primer lugar porque a estas bestias de la composición como Jeff Tweedy hay que dejarlas fluir, está en su ADN escribir y grabar canciones y lo van a seguir haciendo siempre. Mirad a Ryan Adams el año pasado que nos sorprendió el día 1 de enero publicando cinco álbumes muy aprovechables; o leyendas como Paul Weller, Van Morrison o Neil Young que van prácticamente a disco (o más) por año. Así es Tweedy y así necesita expresarse, creando y tocando. 

En segundo lugar me decanto por el sí porque tenemos que evitar la inmediatez que reina en nuestros días y poder degustar las composiciones poco a poco. Y es bajo esas premisas como el disco fluye y ofrece mucho, en lo musical donde transita por distintos ambientes de su universo sonoro, pero también en lo personal, pues el disco nos regala maduras reflexiones de la sociedad y del mundo en el que vivimos, del paso del tiempo o simplemente nos relata esas historias de esos personajes tan particulares a los que nos tiene acostumbrados.

Grabado, cómo no, en The Loft (Chicago) junto a sus hijos Spencer (batería y voces) y Sammy (sintetizadores y voces), más los músicos Liam Kazar, Sima Cunningham, Macie Stewart y James Elkington., el plantel se completa con la producción del propio Tweedy y Tom Schick, quienes realizan una gran labor puliendo los instrumentos, que se erigen en grandes protagonistas de este macro-álbum.

Arranca el álbum con la ensoñadora "On Tiny Flower" de tintes ecologistas y más de seis minutos de duración, es la entrada de un disco mayoritariamente acústico. De esta primera parte destacaría la melodía dulce de "Caught In The Past", el temazo "Forever Never Ends", digno de los mejores momentos de Wilco, la barroca "Love Is For Love", "Secret Door" con sus aromas Nick Drake, la rítmica "Betrayed" y la taciturna "Trowaway Lines".

Justo al cambiar de disco escuchamos "KC Rain (No Wonder)", de magníficos coros, aunque no tan inquietantes como los que se escuchan de fondo en "No One's Moving On", una canción que incluye solo de guitarra acústica, por cierto. El segundo disco es quizás el menos brillante de los tres, aunque en realidad a todos ellos los deberíamos analizar como una unidad. Sin embargo encontramos la pegadiza "Out In The Dark", los arpegios de guitarra de "Better Song" que no es tal, "Western Clear Skies", en la que Sammy dobla fantásticamente la voz, la etérea "Blank Baby" o la final y directa balada acústica "Feel Free", en donde se confirma que en lo sencillo está lo bueno. 

 No se me ocurre mejor homenaje a un músico que "Lou Reed Was My Babysitter", con ese plagio con el que el bueno de Jeff nos hipnotiza aporreando esa guitarra rítmica y sacando su lado salvaje al gritar en medio del estribillo. Es el arranque del tercer disco que incluye una de las joyas de este "Twilight Override", se trata de "Stray Cats In Spain", con esos violines maravillosos y esa melancolía preciosa. También tenemos experimentos raros como "Wedding Cake" con las cuerdas de las guitarras acústicas distorsionadas, la solemnidad celestial de "Too Real", las perezosas "Ain' t A Shame" y "Cry Baby Cry", la balada Country "Saddest Eyes" y la final y animada "Enough", con la que nos viene a decir que ya tiene suficiente de escribir canciones. 

 Con esa proeza Jeff Tweedy no sólo sale airoso si no que recoge el testigo de los más osados rockeros. Hablo del George Harrison de "All Thing Must Pass" (1979), de Yes y su "Yessongs" (1973), de los Clash del "Sandinista!" (1980), de Prince con "Emancipation" (1996), del "69 Songs" de los Magnetic Fields o incluso podríamos incluir el "Triplicate" (2017) de Dylan. A diferencia de ellos, el de Chicago ha arrojado los tres vinilos sin hacer apenas ruido, sin pretensiones, sin querer complacer a nadie más que a sí mismo y a su familia -su proyecto en solitario es su vehículo para poder hacer música con sus hijos- , pero que acaba complaciendo a los seguidores del cantautor.

El próximo febrero lo tendremos por Madrid (11 febrero, sala teatro Eslava) y por Barcelona (12 febrero Sala Paral·lel) para podernos deleitar de su visión más íntima después de gozar de la potencia de su banda. Son las dos versiones de un artista que no cesa en crear nueva música, para acabar saliendo siempre vencedor con los dos puños en alto. 

Rubén Pozo. "50town"


Por: Javier Capapé. 

Nuestro vampiro juega en casa. No lo vamos a negar. Es nuestro brother y le queremos. Porque Rubén Pozo sabe darnos siempre lo que necesitamos, la dosis justa del rock de siempre y esos versos canallitas tan cotidianos. Si nos pregunta "hola, qué ase?" nos tiene en el bolsillo. Si arranca con ese estilo tan personal su acústica o su stratocaster ya sabemos que se suavizarán las curvas. Y encima, esta vez, viene a cantarnos a toda una generación que hemos crecido al abrigo de los últimos Stones, de los cantecillos de Kiko Veneno o del verbo castizo de Los Rodríguez. Los que estamos más en los cincuenta que en otro lado y que reivindicamos éste como un momento de gloria, no de pesar. La experiencia es un grado y "50town" un estadio de felicidad. Así, con la seguridad del que afronta una segunda vuelta con confianza y todo el mundo en la mochila, se lanza el madrileño con sus mejores armas.

La canción titular, con la que abre el lote, es puro clasicismo rock de buena factura. Con un hammond que le da cuerpo y una guitarra eléctrica que dibuja con gusto los arreglos justos, así como un solo final contenido y casi perfecto. "50town" es además el leit motiv de un disco en el que la experiencia gana por goleada y donde la sensación de sentirse seguro y en paz con lo realizado nos sostiene en esa especie de refugio en la ciudad madura, pero en la que no se renuncia a seguir exprimiendo la vida. Ricky Falkner, un auténtico maestro en la producción, ha dirigido el cotarro en el estudio Casa Murada con los músicos grabando en directo y Jordi Mora a los controles. El multiinstrumentista y productor ha impreso una factura más contundente a los temas, sin perder la frescura que siempre ha caracterizado a Rubén, pero buscando más cuerpo, conseguido esta vez por el mentado hammond y las teclas de Valdehita, así como por una línea rítmica serena pero contundente. Loza y Falkner se encargan de ella, mientras que Rubén se desenvuelve nuevamente como pez en el agua con todas las guitarras, da igual si son eléctricas stonianas, acústicas que nos llevan de la mano o españolas con las que serpentear y dar color. Guitarras, que son lo que de verdad le tiene enamorado, compañeras que le siguen hipnotizando, como él mismo asegura.

Tras ese arranque que conecta con el Rubén pirata de toda la vida, refugiado en esa ciudad que destila energía y ganas de vivir, encontramos "Efímero", una canción que roza el rock duro, casi el heavy, con un recitado que nos arrastra y nos lleva al precipicio de un estribillo tan sencillo como efectivo. Viene a decirnos eso, que somos efímeros, siguiendo con esa temática del disco en la que el camino nos lleva hasta la paz de "50town", pero con rabia y actitud. "Cantar" vuelve al mejor Rubén, con ese rollo macarra que le sale tan natural para defender aquí la necesidad de buscar en las canciones el sentido para seguir. Mientras podamos cantar la vida sigue y el retiro ni se plantea. ¡Ese es Rubén Pozo! Luchando contra viento y marea, atravesando desiertos y obstáculos, pero seguro y firme con lo que le sostiene, con la cabeza bien alta, porque él sabe mejor que nadie que nada detiene a la música ni a la necesidad de cantar lo vivido.

"Fuera de quicio" me recuerda a Los Rodríguez, con ese riff inicial contagioso y su toque castizo, mientras que "Garabato" me lleva hasta Kiko Veneno, con esa guitarra española arreglando las estrofas. Ya lo comentaba al principio de esta reseña, pero que estas canciones me traigan estos dos nombres a la cabeza no es casualidad. Es fruto de la experiencia y el reflejo de aquellos que hemos crecido con los clásicos, tomando prestado lo mejor de ellos para incorporarlo en nuestras quebradizas sendas. En el caso de nuestro protagonista, no sólo nos recuerda a esos músicos y a esa época, sino que él mismo ha formado parte y es ya uno de ellos. Su sonido pertenece también al de esos clásicos. Es una referencia. Algo que ocurre con "Dispárame", uno de sus representativos e imperecederos temas con todos los tics a los que nos tiene acostumbrados, o "Los que ya no están", que desde su emotividad da sentido a toda la colección. Antes de éstas, ha sido una descarada e irónica "El puto amo" la que ha subido las revoluciones, y justo después de las mismas "Estamos como queremos" nos ha llevado de vuelta al redil, a esos sonidos marca de la casa. Una maravilla que reivindica nuestra suerte. Esa frase que nos lleva a reconocer que nuestra "vida es un ensueño" y que ese ensueño es "un estado mental" que nos demuestra que todo es posible, que estamos de suerte, vivitos y coleando, porque "toda la lluvia no es un caladón". Pura poesía de barrio. Se entiende que fuera su primer adelanto, porque condensa todo el espíritu de un disco positivo desde el primer acorde, feliz de conocerse. Un perfecto manual de la buena vibra y de la gratitud por formar parte de este regalo que es la vida. No hay sitio para el lamento solo para el agradecimiento por estar como queremos.

Este disco, que es casi una manera de encarar la vida, se despide con "La última canción" que, a pesar de su título, no parece una despedida. Un cierre contenido y emocionante en el que la electricidad se diluye y el piano le otorga solemnidad a un mensaje que invita a dejarse llevar. "La vida nos lleva por caminos raros", como decía Diego Vasallo, pues en este caso, Rubén Pozo nos dice simplemente que "la vida es así", que no podemos detener su deriva, así que nos invita a "dejarlo rodar" y seguir adelante. Sin prisa pero sin pausa, siendo conscientes de nuestro sitio.

Esto es "50town", quizá el disco más pegado a la superficie de Rubén Pozo, el más cercano a nuestra realidad. No hay juegos efímeros, ni episodios fugaces. Estas diez canciones están cargadas de realidad y una actitud honesta y más que acertada ante lo que se nos va viniendo encima, que no son solo años, que son experiencias con las que construir nuestra particular ciudad, con cuarenta, cincuenta o los años necesarios. No hay límite para entrar y cobijarse bajo las sombras de los edificios que construimos en nuestro largo caminar. Edificios que son equipaje, canciones y momentos, que encierran acción y emoción. En los que ponemos todo el corazón y que nos mantienen a flote entre idas y venidas. Rubén Pozo sabe mucho de esto y por eso mismo ha hecho de estas diez canciones un auténtico manual de resiliencia y vida compartida entre acordes de guitarra y contundentes riffs de rock.