Cuatro años echando de menos a Rafael Berrio...


Por: El Giradiscos. 

Han transcurrido cuatros años desde que Rafael Berrio con la discreción que le caracterizaba se mudara a vivir al mismo barrio bohemio y eterno que cuenta entre sus vecinos a Lou Reed y David Bowie. El mundo sin la presencia de Berrio es más anodino, no hay de momento quien resuma el desconcierto que deja el paso del tiempo ni quien saque brillo a la extrañeza de vivir como él solía hacer. El espíritu de la música ingobernable acude a su cita a la barra de siempre de una taberna donostiarra con el propósito de conversar con Rafael, pero este no comparece. Por desgracia se hará esperar. El "niño futuro" está huérfano.  

Sin embargo, lo que el músico honró, según dan fe las personas que lo conocieron de veras, a saber, la amistad verdadera, la "elegancia involuntaria", la vida errante del que lee sin pausa y sin culpa, la cortesía y el respeto brindados a los desconocidos, la reverencia por la belleza oculta en los rincones marginales, la copa sustanciosa de vino, la filosofía escéptica que deslumbra en sus canciones, siguen en pie, y si perseveramos en ellas es porque Rafael las hizo todavía más dignas de aprecio.  

El tiempo le ha dado la razón, el arte es más largo que la vida, que resulta demasiado breve. Berrio es de Baroja, y de Nietzsche, y de Boris Vian, de esa clase, de los que por más que mueran, nunca morirán. Aprovechad la ocasión para tomar una copa de vino con alguien a quien améis, si podéis permitiros una libación, hacedlo en honor al artista, en cualquier caso, escuchad mientras tanto cualquiera de sus canciones, unas son amargas, otras dulces, todas buenas, por ejemplo, "Cambios a mansalva y decadencia", entre cuyos versos lúcidos halló su compañera, Gema Amiama, el mejor epitafio para su columbario en Polloe: "Así que cambios a mansalva. Y eso es todo, eso es todo en esencia..." En esto también llevabas razón, Rafael.