Talco + Boikot: Ímpetu, sudor y agitación en una velada febril


Sala La Riviera, Madrid. Sábado, 15 de marzo del 2025. 

Por: Fran Llorente. 

Festivo aquelarre anti-fascista y bailongo en La Riviera, con dos bandas muy versadas en la materia. Los italianos Talco y los madrileños Boikot protagonizaron un festín de bailoteo por todo lo alto, colgando el cartel de aforo completo, en una Sala que registró bastantes grados de temperatura (gracias al ejercicio físico y al calor humano) aliviando en parte la fría noche que hacía en el exterior, y donde muchos se ahorraron la enojosa sesión en el gimnasio…

Con el talento y profesionalidad que les caracteriza arrancaron Boikot su divertido show con marcada puntualidad. Empezaron con un tema coral, “Inés”, en defensa del pacifismo y la libertad, más la incisiva “De espaldas al mundo”, sumando nuevas dosis de mordiente con la irónica y emblemática “Korsakov”. Juankar al bajo y voz, Alberto Pla y Kosta Vázquez a las guitarras, más Juan Carlos Zapata ‘Grass’ a la batería, siempre bien acompañados por Xabi Arakama a la trikitixa y Juan Antonio Rivas a la trompeta, componen una de las formaciones más interesantes y sugestivas del panorama rockero estatal. Con catorce álbumes a sus espaldas se han convertido en un verdadero clásico de la música crossover, con alma punk y amplias hechuras festivaleras.

La función prosiguió al ritmo de “Sin tiempo para respirar” y “Alma guerrera”, invitando a Raquel del grupo ‘Yo no las conozco’ a compartir con ellos el escenario, al que se sumó el habitual coro de féminas que se suben a las tablas en “Bajo el suelo”, una composición en homenaje a todas las supervivientes de la violencia machista. Combinando ska y músicas balcánicas abordaron “Skalasnikov” y “Naita Na” en medio de un gran jolgorio y pogos por doquier. Un tremendo alborozo que terminó al ritmo de “Kualquier día” y “Hablarán las calles”, dos rolas superlativas con las que pusieron el broche de oro a una actuación corta pero sobresaliente, cuarenta y cinco minutos de puro jolgorio, donde disfrutamos como niños con unas tonadas que no dejan indiferente a la concurrencia y que hacen bailar (y agitar el esqueleto) hasta al más pintado.

La banda veneciana celebra su 20 Aniversario por todo lo alto. El sexteto italiano con diez álbumes en su haber, publica ahora un doble álbum en directo con motivo de sus dos décadas de existencia. Un combo de ‘alegres bandoleros’ formado por Tomasso de Mattia ‘Dema’ como cantante y guitarra, más Emanuele Jesús Randon a la otra guitarra, Marco Salvatici ‘Ketto’ al bajo, Nicola Marangon ‘Nick’ a la batería, bien arropados por Enrico Marchioro al saxo tenor y Andrea Barin a la trompeta, que persigue la estela de sus maestros, la Banda Bassotti.

A lo largo de hora y cuarenta minutos de fogosa actuación, regalaron al respetable 32 composiciones muy marchosas, donde el público no paró de festejar y bailar, si bien rítmicamente los temas eran muy parecidos los unos a los otros, como alumbrados bajo el mismo techo y un mismo patrón. Se podría afirmar que como una gallina pone huevos, los Talco lanzan canciones de temática diversa y progresista. Comenzaron al ritmo de “Il tempo”, “L’odore della norte”, “La parábola dei battaggi” o “Tarantella dell’ ultimo bandito” mientras el personal se agitaba bañado en litros de cerveza. “Paradise crew”. La mano de dios”, “La carovana” y “malandia” dieron paso al clásico popular “Bella ciao”, un canto partisano en pos de la igualdad y la fraternidad. De esta guisa continuó una función muy ardiente, con el respetable totalmente entregado a la causa y a composiciones bullangueras como “A la patchanka”, “Testamento di un buffone” o “Garage Jukebox”.

En el horizonte siempre sus grandes referentes sonoros como Mano Negro, Ska-P o The Clash, si bien nos dio la sensación que estos transalpinos son un poco más light que sus hermanos mayores de la Banda Bassotti, y que sus composiciones no llegan a la enjundia y poso combativo de los autores de “Luna Rossa”, cuya sola resonancia eriza la piel. De este modo, entre tarantelas muy animadas y ska a flor de piel, completaron una velada de baile desaforado. “La roda de la fortuna” y “San Maritan” fueron las últimas tonadas antes de la amplia traca final, donde hubo espacio para una docena de golosinas más, entre las que destacaron, perlas como “Onda Inmobile”, “Combat Circus” y “Muro di plástica”, más “La Torre” y “Un’idea” con la que cerraron un trasiego de ímpetu, sudor y agitación muy febril. Con la camiseta empapada salimos al frío invernal de una noche delirante y nublada (a la postre muy animosa) que esperemos no nos pase factura en forma de constipado… 

Loquillo: “Europa”


Por: Javier González. 

Hace ya demasiado tiempo que para Loquillo la poesía se convirtió en un refugio, tanto en el apartado vital como en lo puramente musical. Es allí donde se ha resguardado durante las épocas más crudas, como en una suerte de cuarteles de invierno, hasta ir puliendo al personaje definitivo capaz de trascender su faceta más rockera, marcando una distancia entre sus distintos “yo”, no siempre bien entendida por el gran público todo sea dicho, sabedor de que en las carreras de fondo los matices son imprescindibles para seguir en la brecha sin dejar de resultar interesante. 

Y en ese particular camino vuelve ahora para entregarnos “Europa”, donde pone música y voz a los versos de la obra homónima del poeta Julio Martínez Mesanza, a cuyos textos llegó gracias a la amistad que le une con Luis Alberto de Cuenca, quien le puso tras la pista de este autor y traductor madrileño que fue galardonado con el Premio Nacional de Poesía en el año 2017 por su compilación “Gloria”. 

Para esta labor ha contado con la colaboración magistral de otro crack como Gabriel Sopeña, sospechoso habitual en estas lides junto al Loco, y la acertada producción de Josu García, quien ha logrado pulir las canciones con brillantez tanto en los arreglos más sencillos como en los más elaborados hasta el punto de resultar probablemente el más ambicioso y redondo de cuantos ha grabado el cantante barcelonés, al menos en lo que a esta vertiente de su carrera se refiere, algo a lo que también colaboran la maravillosa ilustración de portada a cargo de Fernando Pereira y el libreto interior que cuenta con las ilustraciones de Miguel Quesada

Tienen estos poemas un innegable toque épico y medieval que se nota son del agrado de Loquillo, a la cabeza se vienen cortes ya publicados con anterioridad como “El Creyente”, composición incluida en “Balmoral” y que también dio nombre a su directo del año 2016 grabado en Granada, elemento que no nos debe hacer perder de vista la capacidad evocadora y lírica de las imágenes que proyecta cada verso para las que en compañía del ya mencionado Sopeña han preparado unos trajes que transitan del rock and roll épico a veleidades jazzísticas con guiños incluidos al maestro Hergé en su versión animada, todo ello planteado desde una relativa calma que no ha supuesto renunciar ni a la intensidad ni a la pegada. 

Arrancan con tino en la “Ceremonia”, donde invitan al caballero a la batalla sosegadamente, sin afectación y sin perder las formas, en una corte que crece y crece gracias a una apasionante desarrollado plagado de matices, las ya conocidas “De Amicitia”, una celebración de la amistad verdadera, alejada de concesiones por encima de la moralidad biempensante, y “Es Poder una Torre sobre Rocas”, un bombazo en toda regla que versa sobre el poder y su implacable apariencia, las cuales estaban recogidas ya en el recopilatorio “Transgresiones: Antología Poética 1994-2024”. Más tarde atacan con “Asedio” que contiene unas líneas que bien podría ser aplicables a los políticos mediocres cuyos usos rozan la tiranía, pese a lo cual encuentran hueco para meter una broma que los iniciados sabrán entender, básicamente porque el teclado juguetea constantemente acercándose al arranque de la serie televisiva “Las Aventuras de Tintín”, en un claro homenaje al protagonista de la fantástica tira de Hergé, algo que hará esbozar una sonrisa a su cicerone cultural Luis Alberto de Cuenca

Continuando con la suave elegancia de “Arco” y los aires nocturnos y crepusculares con que revisten las poderosas imágenes de “También mueren caballos en Combate”, antes de atacar la triada final con la mezcla de acústica y vientos que se propone en “La Huella”, una de las más bellas de toda la colección, los sorprendentes aires orientales con que arranca la vibrante “Después de Hattin”, mención a la batalla acaecida en la tercera cruzada donde los musulmanes recuperaron Jerusalén, y cerrando esta obra con los aires crepusculares de “San Luis”, donde se aboga por la nobleza y el peso de los ideales en los momentos de zozobra. 

Loquillo, tan dado a campear temporales y buscar valientes cambios de tercio, volverá a pillar con el pie cambiado a sus enemigos con “Europa” -un título más que adecuado ahora que nuestros representantes políticos deben decidir si nuestro continente aspira tan solo a sobrevivir o por el contrario pretende recuperar el viejo esplendor perdido-. Y lo hará apelando a legendarias andanzas y sacrosantas hermandades ante las que conviene leer entre líneas, puesto que el mensaje se antoja mucho más profundo y alto en sus ideales, algo que a poco que uno rasque se muestra como evidente.

En tiempos donde la mediocridad y lo efímero sobresalen ante el silencio cómplice de la mayoría, campando a sus anchas y adquiriendo rango de ley, “Europa” busca apelar a la conciencia de unos pocos románticos que viven acorde a principios eternos, respondiendo con nobleza a viejos ideales que hoy más que nunca parecen revolucionarios como la nobleza y la belleza formal, la fidelidad y el valor, la fraternidad y el poder de la palabra. Conceptos de otro tiempo propios de un mundo extinto y en ruinas, como nuestra vieja y quebradiza “Europa”.

David Gray. "Dear Life"


Por: Javier Capapé. 

No es necesario esperar siempre la novedad. A veces tan solo queremos encontrar paz en los sonidos más familiares. Volver a lo que sentimos como hogar. Y esa es la sensación que nos produce reencontrarnos con David Gray y su último disco "Dear Life". El número trece de su trayectoria, que suma ya más de treinta años, aunque los últimos veinticinco tras la sombra del que fuera su cenit, el sobresaliente "White Ladder". Pero David Gray está mucho más allá de aquel hito. Ha entregado numerosas obras de altura tras aquella lanzada a finales del pasado siglo, pero muchos siguen juzgando su obra en relación a esa sin mirar más allá. Tremendo error, pues la música de David Gray va mucho más lejos de "Babylon" o "This year's love", y precisamente este "Dear Life" es buena muestra de ello.

Será difícil encontrar demasiadas sorpresas, pero sin duda éste puede ser uno de sus discos a destacar con el paso del tiempo, de los que serán capaces de perdurar. Lejos de la programación y el atrevimiento de "Gold in a Brass Age" y más cerca de la emoción contenida de "Skellig", aunque quizá sin llegar al efecto que nos producía aquel, sin duda uno de sus álbumes más logrados. Pero "Dear Life" no se queda lejos de esas cotas. Resiste muy bien las escuchas, mucho más allá de los habituales adelantos que mandan los tiempos. Ben de Vries, viejo conocido del propio Gray, produce estas trece canciones, extensas en duración, algo que se desmarca claramente de modas, y contenidas en las formas. Con una producción minimalista que resalta las guitarras acústicas junto a los sutiles ritmos programados que aportan color sin llegar a desbordar ni conducir las canciones, salvo en contadas ocasiones, como ocurre con "Plus & Minus" (uno de sus acertados singles previos mecido por los beats electrónicos que la llevan directa al pop de vanguardia), "Acceptance (It's Alright)" o "The Only Ones", donde los ritmos mandan saliéndose del tono ponderante del álbum.

"Skellig" se centraba en la meditación para encontrarse con uno mismo, y esa sensación también recorre muchas de las líneas de "Dear Life". Aquí apenas hay coros como los de aquel, que se convirtieron en su marca principal, pero sí hay sutiles arreglos de viento, que hacen las delicias de canciones como "Leave Taking" o "Future Bride" (la primera tomándose su tiempo con la voz susurrante de Gray y la segunda mucho más ligera gracias a la presencia de unas guitarras muy danzarinas). Aunque lo que verdaderamente manda en estos surcos es la delicadeza y vulnerabilidad, perfectamente reconocible entre la emotiva interpretación vocal del inglés. Podemos vislumbrar en el estilo dominante cierto clasicismo, como ocurre en "Eyes made rain" o "I saw love", también recorrida por ritmos minimalistas, pero también hay espacio para experimentos de aires jazzy, como ocurre con "Fighting Talk" (con colaboración de su hija incluida), y otros de tintes mucho más contemporáneos como en la ya nombrada "Acceptance (It's Alright)", aderezada, más allá de su ritmo libre, con una de las mejores líneas melódicas del álbum.

El pop, que en el fondo es lo que siempre ha buscado este trovador para acercarse a las masas, queda muy bien representado por los singles "Singing the Pharaoh" y "Plus & Minus", en una línea estrechamente emparentada con el siempre presente "White Ladder", contando ésta última, además, con la joven Talia Rae para darle la réplica a Gray. Pero sin lugar a dudas, donde nuestro protagonista destaca y consigue conmover de veras es cuando nos deleita con sus formas más desnudas o con los arreglos más sutiles que dejan aflorar por encima de todo el verso y la palabra. En esta línea, y como verdaderas insignias del espíritu del británico, estarían la apertura con "After the harvest", donde las cuerdas mecen ese estribillo conmovedor al que también acompaña un arreglo de trompeta, y el cierre con "The First Stone", con su ritmo arrastrado y sostenido por una eléctrica arpegiada que nos atrapa hasta desvanecerse. Junto a estas dos canciones que sirven de inicio y final de esta "vida querida" encontraremos, justo en la parte central del disco, "Sunlight on water", una balada al piano con las cuerdas reforzando su intensidad, donde predomina la sensación de vulnerabilidad, y "That day must surely come", apoyada en la guitarra acústica y evocando a autores como Bob Dylan o Cat Stevens.

No estamos, por lo tanto, ante un disco menor. El problema es que David Gray ya no es una joven promesa que vaya a sorprendernos con un posible futuro disco que cambie los tiempos. Eso ya lo hizo hace mucho. Y quizá por ello, queden minusvalorados discos como éste, pero no nos olvidemos del poder emocional de sus canciones, del carácter de su autor y de las buenas sensaciones que nos transmite su música cuando se trata de buscar la esencia de la canción de autor más cercana al pop. "Dear Life" necesita su tiempo, su reposo, pero inspira y nos reconcilia con la senda de los grandes trovadores clásicos anglosajones, porque David Gray, pese a quien le pese, siempre será uno de ellos.

ilustres Principiantes: Bendita Calamidad


Por: Guillermo García Domingo.

Fátima Fuster, la joven compositora e intérprete que se expresa a través de Bendita Calamidad, tenía una libreta que contenía historias que “querían ser canciones”. Afortunadamente la artista afincada en Madrid por fin ha concedido ese deseo a las incipientes canciones que había reunido durante la reclusión forzosa a la que nos obligó la pandemia mundial y que, desde el mes de noviembre, podemos escuchar y disfrutar en su estimulante debut en forma de EP, que incluye 6 magníficas creaciones (le ha faltado muy poco para convertirse en un disco de larga duración). 

Hace 14 años Fátima, procedente de Alicante, impulsada por su vocación humanista, se trasladó a Madrid con el fin de estudiar Ciencias y Lenguas de la Antigüedad en la Universidad Autónoma, donde también realizó el Máster de Arqueología y Gestión del Patrimonio, especializándose en la música de la Antigüedad Clásica. El EP tiene, en efecto, acento madrileño debido a las evocaciones que hace de las aventuras humanas e iniciáticas que ha experimentado en sus calles y esquinas, sobre todo, en Chamberí, o en el popular barrio del Pilar donde también ha residido, que cualquiera puede reconocer en sus hermosos temas escoradas francamente y sin complejos hacia el pop roquero, hacia el que Fátima tiene una predisposición excelente por motivos familiares también. Parece que lleva toda la vida ejecutando el fraseo que el rock requiere y que es tan difícil de impostar. Quién lo diría, atendiendo a su sólida formación en interpretación clásica e histórica, puesto que ella continúa siendo violinista barroca, y forma parte de un grupo de música de cámara, La Stampa, con el que recrea el asombroso repertorio de los siglos XVII y XVIII. A su juicio, la música barroca y el rock no son tan distintos como cabría pensar. De modo que “El país de al lado” y “No hace falta” son ejercicios brillantes de rock (barroco) auspiciados por una voz femenina. Vaticino que será todavía mejor escucharlos en vivo, en la sala Siroco, el 19 de marzo, interpretados junto a la banda reclutada para la ocasión. 

El influjo benéfico de Asturias, y en concreto Gijón, ha tenido mucho que ver en la generación de este proyecto. Fue allí donde Fátima Fuster se alió con Jano Díaz (guitarrista y vocalista de Drugos, un conjunto muy recomendable, por cierto, y con un directo potentísimo) y Sergio Firu para erigir las canciones de Bendita Calamidad y arroparlas de una instrumentación más que correcta. Además de poseer una voz cálida y equilibrada, a Fátima no hay instrumento que se le resista. La financiación del estudio fue posible gracias a la ayuda para Iniciativas Culturales concedida por la ONCE. La cantante y multinstrumentista padece una dolencia degenerativa que afecta a su visión, de la que fue consciente poco antes de que el mundo se encerrara en casa, así que no le quedó otra opción que aceptar el doble derrumbe de su mundo “mientras fuera crecía el musgo”. Se trata del “choque lento” al que alude la “La colisión”, que es una canción sobrecogedora capaz de concitar ese oxímoron imposible, la “bendita calamidad” que le ocurrió a ella. De ese choque brutal entre montañas (leía por entonces un libro de Irene Solá) surgió de forma imprevista una esplendorosa cordillera. Los dibujos que en aquel período creó le han servido para “ilustrar” las canciones del EP. Las demás canciones no aluden explícitamente a la pérdida de su visión, por deseo expreso de Fátima, quien nos confesó que no es eso lo que la define, “sino que es una entre otras características” que su personalidad tiene. 

Nadie que escuche este primer trabajo de Bendita Calamidad podrá llevarle la contraria. Hay muchas razones, seis nos parecen muy pocas, para considerar a Fátima Fuster Antón como una auténtica “bendición” para los que amamos la música en todas sus expresiones.

T-Bone Walker: El lamento eléctrico


Por: Kepa Arbizu.

La música popular, un concepto que perfectamente abarca desde los primitivos trovadores al iracundo fraseo del hip-hop, se ha distinguido por trazar un indisoluble matrimonio entre el soporte sonoro y la palabra, ya sea hablada o cantada. Un lazo infranqueable incluso hoy en día por los maquiavélicos algoritmos que pretenden patrimonializar nuestro destino, siendo incapaces sin embargo de evitar que las personas recurran a un instrumento con el que acompañar, o viceversa, a su pulsión por relatar los sentimientos que acuden a su vida. Una tarea que tuvo en un género como el blues uno de sus máximos exponentes, haciendo de sus diferentes intérpretes y compositores paradigmáticos ejemplos, algunos más arrinconados en el relato histórico que otros, de la insaciable necesidad del ser humano por ahogar sus cuitas, o exhibir sus gozos, a través de un pentagrama.

Cuando Aaron Thibeaux Walker, quien años más tarde sería conocido como T-Bone consecuencia de la degradación lingüística de su apellido, nació el 28 de mayo de 1910, en Linden, Texas. nadie podía sospechar que aquel niño engendrado entre raíces afroamericanas y cheroquis, pese a crecer en un entorno musical, iba a ser uno de los portadores del cetro de dicho género. Su pronta vocación, que le convertía a los quince años ya en una figura habitual del circuito local, fue espoleada por las enseñanzas de su padrastro, integrante de la Dallas String Band y donde su joven vástago se encargaba de pasar el sombrero recaudando donativos, en todo tipo de instrumentos de cuerda pero sobre todo por la relación prendida con un amigo de la familia, el legendario Blind Lemon Jefferson. Como si de una fábula costumbrista se tratase, mientras ejercía como guía del invidente autor por los clubes donde iba a tocar, él obsequiaba con sus conocimientos a su joven lazarillo, quien absorbía todas ellas bajo una voraz actitud.

Una pronta toma de contacto con los escenarios que progresivamente le acercaría a convertirse en actor principal sobre ellos, una conquista que antes de acudir a las seis cuerdas reposó en su talento para el baile, y ocasionalmente encargándose del banjo, participando en diversos espectáculos de vodevil y llegando a acompañar a Ma Rainey o enrolándose en la revista itinerante de Ida Cox, por la que siempre había demostrado una absoluta admiración. Un entrenamiento que le procuraría a la larga una absoluta destreza para convertir sus shows en espectáculos plenos de agitada diversión aplaudida y vitoreada por el público. Aunque no en cantidad, ya que sus asientes todavía se contaban sin demasiados ceros, sin embargo por actitud se significó como uno de los primeros azuzadores de masas; antes de que las guitarras ardiesen sobre las tablas o unas caderas de sensual disloque cubriera de suspiros el planeta, este joven texano ya sabía lo que era soliviantar a la audiencia. 

Esa capacidad como “entertainment” se desplegó especialmente con la orquesta de Cab Calloway, a la que llegaría tras ganar un premio de jóvenes talentos, el mismo año, 1929, en que entraba por primera vez a unos estudios de grabación para, bajo el apelativo todavía de Oak Cliff T-Bone, un sobrenombre en referencia al gueto negro donde creció, registrar varios temas que como todo rito de iniciación todavía estaban exentos de las virtudes suficientes como para destacar de manera notable entre otros tantos intérpretes de country-blues. Aunque durante esa época asumiría las enseñanzas del guitarrista Chuck Richardson, puerta de entrada a un entendimiento del instrumento alejado de la tradición rural, su educación se promovió bajo un paso autodidacta, tanto en su esplendorosa voz, animada por la corpulenta emotividad de Bessie Smith y el tránsito realizado por Leroy Carr hacia registros urbanos, como en una didáctica de la seis cuerdas que adquirió el punzante lamento que Lonnie Johnson había conseguido al trasladar la idiosincrasia del violín y el intenso agudo de Scrapper Blackwell. Valías instrumentales todavía acalladas incluso en su exitosa contratación por parte de la banda de Les Hite, con la que se trasladó hacia la Coste Oeste, donde prevalecían sus dotes de cantante, que telegrafiaban la dicción de los instrumentos de metal, y su torrencial carisma, despezándose por todo el escenario guitarra en ristre, ya con esa particular forma de asirla formando un ángulo casi perpendicular, y maniobrando con ella por detrás de su cabeza o pegando dentelladas a su cuerdas mientras conseguía desplomarse sobre sus piernas extendidas, cabriola digna de un flexivo bailarín tras el que se agazapaba un auténtico pionero.

Más allá de filigranas, su talento quedaría plasmado en el primer tema donde asume el protagonismo de manera grandiosa, se trataba de "I Got a Break, Baby" , fechada en 1942 y editada por Capitol Records. Su gruesa pero delicada tesitura  vocal y una “parlante” guitarra, bien acompañada por el pianista Freddie Slack, ya se manifestaba instalada en medio de un camino que oscilaba entre la herencia armónica del jazz y el futurible descaro que definiría lo que iba a ser el rock and roll. Mientras la década de los cuarenta avanzaba con su presencia recorriendo Estados Unidos, desde Chicago a Los Angeles, enrolado en diferentes orquestas, al abrigo del mítico sello Black & White, y respaldado por el conjunto de Jack MacVea, se convertía en un majestuoso expendedor de grandes éxitos, un listado que en poco menos de dos años fue capaz de agrupar a temas como “No worry blues", en la que su rasgado de cuerdas se erige como antesala de venideros paisajes, el doliente romanticismo de "I'm in an awful mood" o la dinámica "T-Bone jumps again". Un repertorio en el que sobresalía por encima de todas la icónica "Call it stormy monday (But Tuesday Is Just As Bad)", que tras su simbolismo lírico se ocultaba el aciago destino de la población afroamericana. Había comenzado la era eléctrica de la guitarra y tenía un único dios: T-Bone Walker.

Tanto es así que la entrada en los años cincuenta la hizo bajo el reconocimiento unánime de ser el músico de blues más importante e influyente del momento, siendo el sustento inspiracional para nombres que conquistarían el estrellato posteriormente como BB King o Chuck Berry. Una prolija edición de temas, esta vez bajo el sello Imperial, de los que se puede disfrutar en toda su extensión en el disco recopilatorio "The Complete Imperial Recordings 1950-1954", hogar para composiciones de la talla de “Glamour Girl", que ofrce un intenso diálogo con una orquesta que se desboca en "The Hustle Is On", la elegancia de "Cold, Cold Feeling" o el melancólico llanto de "High Society". Un asombroso resultado al que colaboró decisivamente la reunión de portentos pertenecientes a la escena jazzística como Eddie "Lockjaw" Davis, Herb Hardesty, o Dave Bartholomew. Un quinquenio de éxitos, durante el que nunca dejó de girar, al que su sumaría una siguiente mitad de década, al amparo de Atlantic Records, en la que firmaría el que posiblemente sea su mejor álbum global, un "T-Bone Blues" que significaba la más excelsa interpretación de sus temas conocidos. Una espectacular grabación que plasmaba las diferentes sesiones que realizó junto a músicos de aptitudes variadas, ya fuera procedentes del blues de Chicago (Jimmy Rogers, Junior Wells) o pertenecientes al ámbito del jazz, como Barney Kessel. Una cima desde la que se podía observar y escuchar cómo se construía la historia musical del siglo XX.

Al igual que sucedió con otros músicos consagrados, aquel joven texano que había redirigido el rumbo del blues, se vio devorado paradójicamente por unos nuevos sonidos, especialmente el rock and roll, que en parte habían surgido gracias a su enseñanza. Un desvanecimiento de su figura durante los años sesenta que, sin embargo, fue rescatada, en paralelo a muchos coetáneos, por el interés demostrado desde una vetusta y bohemia Europa que estaba dispuesta a citarse con las raíces que habían amamantado a sus actuales ídolos. Junto a Memphis Slim y Willie Dixon, recorrería diversas ciudades gracias al American Folk Blues Festival, conquistando incluso míticos escenarios como el del festival de Montreaux. Un incesante ritmo de actuaciones que sin embargo no encontraban reflejo, al menos bajo el habitual sobresaliente resultado, en grabaciones que eso sí, como en el caso de "Good Feelin'", le granjeó obtener un premio Grammy en 1970. Un crepúsculo, no exento de un último estertor de calidad visible en la brillante producción, en manos de Lieber y Stoller, que acompañó a “Very Rare”, un disco que involuntariamente, gracias a la plétora de nombres que aunaba, servía como tributo a su leyenda, que también se cernía sobre su vida privada, donde las huellas del alcoholismo y un accidente de coche le situó en un continuo paso por hospitales que sería definitivo un 16 de marzo de 1975 a causa de una neumonía bronquial.

Que T-Bone Walker fuera el pionero a la hora de popular un formato eléctrico en el blues o que su color de piel lograra colarse en orquestas de dictatorial tez blanca, son logros dignos de elogio y especialmente productivos para ilustrar un jugoso relato de acontecimientos. Pero su figura, por encima de consideraciones que remiten a elementos históricos, incluso al que le sitúa con todo merecimiento como correa de transmisión entre el jazz y el rock and roll, previo paso del rhythm and blues, adquiere especial trascendencia cuando apela al mundo de los sentimientos, ese que conquistó con una manera de cantar de fornida delicadeza pero sobre todo concediendo a su guitarra un lenguaje -heredado por generaciones posteriores- de alto clima emocional. Como si de una divinidad se tratase, decidió otorgar el don del habla a una guitarra que desde entonces no ha dejado de emitir un gemido que sigue atravesando el alma humana.

La Estrella Azul: el pago al que regresar


Auditorio de Zaragoza. Viernes, 14 de marzo de 2025.

Por: Javier Capapé. 

Gratitud. Entrega. Rasmia. Un derroche de energía y emoción inundaron de nuevo nuestros corazones. Es la magia de "La Estrella Azul". Cada vez que volvemos a los pasos de esta cinta, nos desbordan multitud de sentimientos puros, como lo hace la fantástica película en sí misma, que la noche del viernes estaba de plena celebración en la Sala Luis Galve del Auditorio zaragozano. Era la quinta cita de una mini gira que han realizado Pepe Lorente y Javier Macipe por las tres capitales aragonesas. Mano a mano con el espíritu de Mauricio Aznar por bandera. Presente en cada concierto. Recordándonos que su legado sigue latente y que su Estrella Azul habita cada vez en un mayor número de afortunados rendidos a esta búsqueda paciente y reveladora.

Más que un concierto, la noche en que llegó "La Estrella Azul" al Auditorio fue una experiencia completa. Y aunque Pepe Lorente nos espetó que "lo que pasa en el Auditorio se queda en el Auditorio" me ha resultado imposible contener las palabras. Javier y Pepe presentaron chacareras, milongas y rock remozado con aromas del Cono Sur. Generosos en palabras, nos regalaron todo tipo de comentarios sobre sus motivaciones al escoger estas canciones en el repertorio. Reímos con ellos, marcamos el ritmo de la chacarera a ochocientas manos (algunos incluso salieron a bailarlas al escenario), se nos erizó el vello y nos sentimos en plena comunión con unos artistas pletóricos (haciendo siempre honor al nombre de Mauricio Aznar), que durante casi dos horas y media fueron también nuestros hermanos.

"Vuelvo a amarte mi pueblo" fue el punto de partida. Guitarras españolas rasgadas con gusto mientras Javier y Pepe se repartían las estrofas. Camaradas desde hace más de cinco años, cuando la producción de esta película comenzó y rápidamente se vio truncada por la pandemia. ¡Quién nos iba a decir que el confinamiento global, junto a la personal peregrinación de Macipe en pleno parón obligado hasta la capilla de San Expedito, nos iba a regalar semejante obra atemporal! 

Entre ambos nos desmenuzaron pormenores acerca del significado o la composición de obras cumbre del folclore latinoamericano como "Zamba para un bohemio guitarrero", de Coquito Cáceres, "El orejano", de Jorge Cafrune o "Quiero ser luz, de Daniel Reguera. Junto a ellas, la eterna "Moliendo café", de los Más Birras, sonó aderezada con el saxo de Johnny Sierra, que acompañó al dúo cuando así era requerido.

Lo divino ("Vida y camino" o "Gracias a la vida", que cantaron junto al profesor de música de Macipe) y lo mundano ("Gatito del dulce amor" o la milonga recitada "Un perro muerto") se unieron para dar forma al breve, pero insondable capítulo de la generosidad hecha canción, como esa que reside en el Quincho, la casa de Cuti Carabajal, escenario real de las vivencias de Mauricio y de la película misma, que nuestros protagonistas hicieron presente con "Entre a mi pago sin golpear" o con la "Chacarera de las piedras", del gran Atahualpa Yupanqui, cuyo pago (su hogar, como bien nos aclaró el propio Pepe Lorente) en Cerro Colorado, también se pudo acariciar con los dedos de las manos de todos los asistentes.

El actor (y excelente cantante, todo hay que decirlo) Jorge Usón también estuvo presente para acompañar a nuestra pareja protagonista e interpretar "Aunque me duela el alma", al igual que Foncho Casasnovas, casi una leyenda del folk zaragozano y actual técnico de sonido de la banda de la Estrella Azul, que interpretó "Pensando en voz alta" y "Silbando mi delirio", una canción original surgida de toda la experiencia que ha acompañado a esta trupé en los últimos años.

El público respondió con vítores y aplausos sinceros a todas y cada una de sus experiencias abiertamente compartidas, al igual que coreó con ímpetu el clásico "No soy de aquí ni soy de allá" o la tonada dedicada a "la Telesita", santa de los perdidos que vive en la chacarera, y que nos sigue estremeciendo por su conexión con esas imágenes de la película que se han grabado de forma imborrable en nuestra memoria. Es el poder del arte hecho con valentía y honestidad, el que conmueve y perdura. Y no hay mejor ejemplo de esto que "La Estrella Azul". Sencillamente no es comparable con ninguna otra película musical, biopic o similares, así que gracias una vez más a Javier Macipe por todo lo que ha conseguido con esta maravillosa cinta, que es vida en sí misma.

Quedaban pocas sorpresas antes de terminar, pero quizá las más esperadas. Una "Apuesta por el Rock and Roll", que como sus intérpretes admitieron, fue el origen de todo. La chispa que prendió la mecha en Javier Macipe de adolescente para caer rendido ante la personalidad y obra de Mauricio Aznar. Nos contaron su periplo para conseguir el apoyo del propio Bunbury (decisivo en un momento en el que el proyecto podría haber hecho aguas) y nos la ofrecieron transformada como pedía la velada, en forma de chacarera. Por su parte, y transcurrido ese momento clave, Pepe Lorente se transformó, con sus gafas y su deje característico, con su "pitera", en el mismísimo Mauricio para presentar a su amigo del alma, a su mano derecha. Gabriel Sopeña salió a escena y nos cautivó con las palabras que desde "la noche" le había transmitido su amigo, y con él mismo interpretó "Cass".

Todo el grupo ya unido, Jorge Usón, Gabriel Sopeña, Johnny Sierra, Pepe Lorente y Javier Macipe afrontaron la canción que da título a este proyecto con la autenticidad como apuesta y la rasmia por montera. Con la solemnidad requerida, pero con un punto de desparpajo espontáneo propio del mismo Mauricio. Seguros de que se sentiría orgulloso de hacer realidad su pequeño gran sueño de unir las dos orillas del Atlántico con la música, que es el vehículo que nos hermana. Y de nuevo, con esos versos reveladores que nutren "De los pagos el olvido", versos con los que, sin pretenderlo, se despidió Mauricio y que ahora Macipe los ha convertido en canción, resonó ese "camino a la noche larga, pero camino al amor", que es filosofía de vida y espíritu que guía. Como la propia "Estrella Azul", que se ha convertido para todos, pero muy especialmente para los dos protagonistas que nos deleitaron con su directo (y sendos Goyas en sus manos), en nuestro faro y testigo, en esa apuesta generosa por nuestro particular e insustituible rock and roll.

Inhaler: “Open Wide”


Por: Àlex Guimerà. 

Os contaré una historia del todo verídica. En el año 2019 Inhaler colgó en las plataformas el single "It Won' t Always Be Like This" y al escucharlo me engancharon por su sonido fresco y potente. Ello me motivó a ir a comprar el disco de igual título a ciegas, y sin haber leído nada de ellos. Algo tan casual como inaudito en la actual era de la sobreinformación. El disco no defraudó mis expectativas gracias a sus texturas guitarreras y un post-punk luminoso. Pero algo más me llamó la atención, y fueron las similitudes vocales de su cantante con las de U2. Entonces fue cuando me acerqué al Wikipedia y descubrí cómo Elijah Hewson, su cantante y líder, es en realidad hijo de Paul David Hewson, al que todos conocemos como Bono. Mi entrada a la banda fue la que seguramente desearía el propio Elijah, quien no quiere hablar de ello en las entrevistas (obvio) y cuya banda ha arrastrado la etiqueta de "banda del hijo de", que tanto te puede traer a seguidores como ser un estigma de rechazo para otros tantos.

Pero olvidémonos de todo lo anterior y vayamos hacia los orígenes del grupo en sí. Inhaler son un cuarteto formado por el propio Elijah, junto a Josh Jenkinson (guitarra), Robert Keating (bajo) y Ryan McMahon (batería), quienes en el lejano año 2012 con apenas 12 y 13 años decidieron montarse una banda de rock en el College St. Andrews de Dublín en el que estudiaban. Sin embargo el debut discográfico no llegó hasta 2021 con el mencionado "It Won' t Always Be Like This", un disco que venía cargado de hits y que logró alcanzar el número 1 en las listas del Reino Unido. Quedaba claro desde sus inicios que sus influencias eran el pop británico de los ochenta (New Order, Stone Roses, Echo & The Bunymen,...y obviamente U2). A aquel álbum le siguió en 2023 "Cuts & Bruises", con en el que se reafirmaron como el nuevo hype británico jugando en la liga de bandas milenials como los Kooks, Vaccines, Razorlight o Fratellis. Indie británico de guitarras y estribillos facilones, lo cual para nada debe de ser tomado como algo negativo.

Ahora los irlandeses ya han alcanzado los 25 años y siguen empeñados en tirar para adelante su carrera musical y lo hacen a través de su tercer álbum "Open Wide", en el que se marcan un giro hacia el pop más convencional abandonando la omnipresencia guitarrera de sus anteriores referencias. ¿Eso les sienta bien? Sí y no. Sí porque las nuevas piezas resultan efectivas e inmediatas ; y no porque uno piensa que quizás la banda podría haber dado más de si explorando nuevos territorios rock.

Precisamente cuando las cuerdas eléctricas ganan protagonismo es cuando las canciones mejor funcionan. Es el caso de "Eddie In The Darkness" con ese estribillo arrollador que la convierte en perfecto single que nunca ha sido, o "X-Ray" metida aún en la cueva del post-punk. Son las que mejor representan el pasado de la banda. No en cambio, la pegadiza aunque relajada "Your House", marcada por sus coros góspel y por el ritmo onírico de la batería donde escuchamos unos buenos sintes y que esnefica ese cambio del cuarteto hacia el pop desenfadado de pista de bailable, en el que los sintetizadores y los teclados toman mucho protagonismo.Si bien a veces pecan de exceso con piezas como "Billy (Yeah Yeah Yeah)", en otras como "Concrete" salen airosos. Ese tono synth-pop y de sobre producción lo mantienen con "All I Got Is You" y "Even Though", con inminente recuerdo a lo que hicieron hace gente como A-Ha, Ultravox o Talk-Talk. Luego encontramos las baladas, que afrontan de modo convencional, "Again" o con su nueva mirada pop en "The Charms". 

Éste es a grandes rasgos el recorrido por "Open Wide", un disco que gustará más o menos pero al que en cualquier caso hay que irse acostumbrando poco a poco tomando como punto de partida que Inhaler ha aparcado parcialmente el tono de sus discos anteriores en busca de nuevos horizontes artísticos que les alejen del autoplagio. Y eso, se mire como se mire, se llama evolución.

Los Sirex: 65 Años de carrera


Sala But, Madrid. Viernes, 7 de marzo del 2025. 

Por: Begoña Serralvo. 

Resumir sesenta y cinco años de carrera en hora y media de concierto no es fácil. Tampoco es necesario. Es viernes, marzo de 2025, y Los Sírex llegaron, llenaron y triunfaron. Hoy como ayer. Lo vivido en la sala But no fue solo un evento musical; era un testimonio del paso del tiempo, una celebración, la de uno de los grupos más icónicos del rock español. Teloneros de Los Beatles en su época dorada, el legado de Los Sirex no solo está en sus canciones, sino en la profunda huella en la historia del rock patrio.

La atmósfera era palpable: energía pura. No era el público de antaño en su mayoría, el de los años 60, pero sí el reflejo de quienes han vivido, seguido, y gozado con estos pioneros del rock. Los Sirex salieron al escenario con una fuerza que desmentía el paso de los años. Si bien algunos podrían haber esperado una nostalgia profunda, lo que encontraron fue una banda joven, una química indiscutible entre los miembros, y una energía que traspasaba los límites de las décadas.

Fue la noche de los himnos: "Si yo tuviera una escoba", o "Muchacha bonita", "El tren de la costa" o, "Que se mueran los feos", con la maravillosa e implicada Loles León, e incluso el "Resistiré " de El Dúo Dinámico con la fabulosa Nat Simons, entre otros temas. "Me encontré con Ramón (Arcusa) en un concierto nuestro en Galileo hace años y pidió que no dijera que estaba allí, fue lo primero que hice nada más salir al escenario", dice Leslie, frontman y ochenta años de chulería curtida en la Barceloneta

Al Dual y Fernando Pardo de Sex Museum completaron la noche perfecta en la que el tiempo se hizo muy corto. Una reunión de amigos, la de ellos con el público , y la del público con ellos. Y el legado de esa noche aún perdura. Tanto como el de Los Sírex perdurará . Per molts anys.