Place des Palais, Bruselas (Bélgica). Lunes, 30 de junio del 2025.
Texto y fotografías: Álex Fraile.
Decenas de personas se arremolinaban a las cuatro de la tarde en las inmediaciones del Palacio de Real de Bruselas, desafiando una calor y humedad impropias de estos lares. Caprichos del cambio climático, pero la canícula hace demasiado que dejó de ser patrimonio del sur de Europa. Los turistas decidieron esfumarse, pero ahí estaban ellos, jugando con fuego con tal de honrar a su monarca.
De repente se escucharon unos sentidos vítores de pleitesía y admiración: “¡Neil! ¡Neil! ¡Neil!”. Su realeza iba a lo suyo, ávido de poner pies en polvorosa para descansar antes del baño de masas que a buen seguro recibiría una vez entrada la noche. “¡Neil, we love you!”, exclamó un peregrino venido del más allá. El profeta sonrió con cierta desidia para acto seguido dirigirse a la parte central del escenario donde le esperaba su sequito. Fueron suficientes un par de indicaciones – Check! Check! – para dar por finalizada la prueba de sonido. Todo parecía listo para el sexto concierto de la gira "Love Earth" que desde mediados de junio trae de vuelta por la carretera a Neil Young y a sus nuevos compinches de aventura: The Chrome Hearts. Una gira que llevará a leyenda canadiense por media Europa – ni que decir tiene que España nunca perteneció a dicho continente – antes de dar el salto a Estados Unidos, ya entrado agosto.
La expectación en las primeras filas no cesaba de crecer a medida que se acercaba el momento de la verdad. Francesas, italianos, españoles, norteamericanas, belgas, holandeses… nadie se quería perder la parada real en Bruselas. Una fecha marcada en rojo en el calendario de los más fieles dada la proximidad al resto de ciudades de la gira. De tanto en tanto, el personal de seguridad se esforzaba para hidratar al público. Algunas almas andaban al borde del desmayo fruto de la emoción o siendo rigurosos del calor inmisericorde que reinaba sobre la capital belga a esas horas.
Sin apenas tiempo para frotarse los ojos, ahí estaba él. Dominando la escena con sus andares desgarbados y esa inquebrantable sensación de seguridad, sabedor de su capacidad de embrujo. Ataviado con gorra de camionero, camisa de franela abierta y una camiseta negra descolorida con el símbolo de una hoja de arce canadiense en el pecho, dista mucho de parecerse a una glamourosa estrella del firmamento musical. Ni falta que hace. Neil trasciende cualquier convencionalismo. Privilegios de las leyendas. Solo necesita una armónica y una vetusta guitarra acústica para obrar el milagro. Basta con que sus rugosos dedos rasquen las cuerdas para que los primeros acordes de ‘Sugar Mountain’ y su suave voz perforen el corazón. Una voz firme e inalterable que cautiva y provoca una eterna sensación de felicidad, de profunda relajación.
Acto seguido aparecieron sus compañeros de viaje: The Chrome Hearts. Una banda que mantiene la esencia de Promise of the Real con la incorporación para la ocasión de Spooner Oldham, legendario organista de Muscle Shoals.Neil Young lleva años inmerso en su propia cruzada contra el mundo. Denunciando a las grandes corporaciones, promoviendo el comercio sostenible, ayudando a los granjeros y en definitiva haciendo lo que le da la gana, aunque bajo una misma premisa. Amar a la tierra. Justamente, esas dos palabras, escritas bien grande en inglés – Love Earth – presiden el fondo del escenario junto a un dibujo del globo terráqueo y un pequeño corazón que irradia rayos de luz. No necesita más artificios para captar la atención. Prosiguió, exhortando a salvar el planeta con ese alegato eléctrico que es "Be the Rain". El primer corte de la noche de la olvidada ópera rock - ecologista que fue en su día "Greendale".
La banda sonaba compacta, rebosante de energía y guiada en todo momento por un Neil Young chamánico. En ocasiones oscuro, en otro rabioso. Parece desencantado visto la situación actual. ¿Quién no lo está? La música es su liberación y, pertrechado con su guitarra eléctrica, desplegó crudas dosis de rock and roll. Sin rodeos, sin tregua. Así avanzó la noche con trallazos eléctricos como "Fuckin’Up", "When You Dance I Can Really Love" o una hipnótica "Hey Hey, My My (Into The Black)".
El directo representa su hábitat natural. Ahí reluce su doble personalidad, igual de indisoluble como fascinante. Ya sea en modo Doctor Jekyll o Míster Hyde. Dulce o agresivo. Intimista o distante. Apaciguador o destructivo. Neil Young es un ser bipolar de manual.
Tras la tempestad llegó la calma. Interpretó en solitario esa oda a las amistades pérdidas y a los efectos de las drogas llamada "The Needle And The Damage Done". La melancolía se apoderó de Bruselas cuando la banda al completo interpretó ‘Harvest Moon’. Aprovechando que el público tenía la guardia baja, llegó el momento de caer rendido del todo con "Looking Forward". Una canción rescatada del repertorio de Crosby, Stills, Nash & Young que emociona hasta el dolor e incluso provocó alguna que otra lágrima.
Se cumplió el pronóstico meteorológico y volvió a desatarse la tormenta eléctrica. "Sun Green" sonó un tanto psicodélica con Young rindiendo tributo al activismo ecológico. La banda parecía desatada, perfectamente engrasada, adentrándose en el territorio de la improvisación con Corey McCormick saltando al bajo, Anthony LoGerfo manejando los tempos a la batería y con Micah Nelson dejando a un lado la guitarra en "Like a Hurricane" para tocar un sintetizador que desciende misteriosamente del cielo.
Entre tanto, el verdadero protagonista seguía a lo suyo. Desatado, entregando su cuerpo y alma bajo un calor tropical. Derrochando maestría y disparando como los viejos tiempos con su fiel Old Black.
Otra de las sorpresas de estos primeros conciertos de la gira no es otra que "Name of Love". Un tema menor de CSNY que luce en directo con Neil al órgano cantando con cierta amargura eso de “Can you do it in the name of Love”. La proclama antibélica deja paso al joven que se mostraba honrado por tener un rancho pero que, como todo el mundo, necesitaba un poco de amor. Un tipo normal, a fin de cuentas. El tiempo pasa inexorablemente y ahora ‘Old Man’ cobra para cada uno significados distintos pero lo que permanece casi inalterable es la voz de Young. Una voz majestuosa que con los años torna sedosa e hipnótica.
Llegaba la hora de las despedidas, del hasta luego. No obstante, las primeras filas estaban pobladas de fieles adeptos dispuestos a recorrer Europa para loar a Young. Fuese como fuese abandonó el escenario como cabía de esperar. Desatado y haciendo lo que más le gusta: rockanrolear por un mundo libre. Tal como comentaba un fiel seguidor: “De muy buena mala vibra”.
Mientras el público abandonaba la explanada real resultaba inevitable pellizcarse y agradecer que Young siga en la brecha. En plena forma. Velando por nuestras almas y por el planeta. Todo bajo la atenta mirada de la luna menguante, testigo privilegiado de un sueño de una noche de verano.
La gira continua. Nos vemos en la carretera.