Neil Young cumple 80 años: El eterno rebelde del rock:


Por: Àlex Guimerà. 

El mítico músico canadiense Neil Young ha cumplido este 12 de noviembre 80 años. Una edad a la que muchos se retiran a descansar y a rememorar su pasado, pero en la que él sigue publicando uno o dos discos por año, saliendo de gira y luchando por un mundo más ecológico, sostenible y socialmente justo.

Nacido el 12 de noviembre de 1945 en Toronto (Ontario, Canadá), Neil Percival Kenneth Robert Ragland Young inició su carrera a mediados de los sesenta con los Buffalo Springfield, con quienes alcanzó el éxito gracias a tres álbumes imprescindibles: "Buffalo Springfield" (1966), "Buffalo Springfield Again" (1967) y "Last Time Around" (1968). Su mezcla de rock de guitarras, country, folk y psicodelia definió un sonido propio que los llevó a lo más alto, especialmente con el himno “For What It’s Worth”.

Tras esa etapa, Young decidió aventurarse en solitario arrancando con discos notables como "Neil Young" (1968) y sobre todo con los deslumbrantes "Everybody Knows This Is Nowhere" (1969) y "After the Gold Rush" (1970). En ellos lo acompañaron los músicos que formarían su legendaria banda de apoyo, los Crazy Horse. 

En ese mismo periodo, su compañero de Buffalo Springfield, Stephen Stills, le propuso unirse a la superbanda que ya integraban Graham Nash (de The Hollies) y David Crosby (de The Byrds). Así nacieron los inmortales Crosby, Stills, Nash & Young, con quienes grabó el disco seminal "Déjà Vu" (1970), del que destacan joyas como "Helpless" (compuesta por el propio Young), "Teach Your Children" o "Our House". Ese álbum marcó el final de la era del "flower power" con una armonía perfecta de voces y guitarras, antes el cuarteto había actuado en el mismísimo Festival de Woodstock. Aunque colaboraría puntualmente con el grupo en años posteriores, nunca volverían a alcanzar aquel nivel de inspiración y cohesión.

La década de los setenta fue, sin duda, la de mayor creatividad para Neil Young. Al igual que figuras como Bowie, Lou Reed, Alice Cooper o Iggy Pop, exploró las profundidades del rock desde una sensibilidad única, guiado por su guitarra y por una poesía que se reveló cada vez más introspectiva. Entre sus obras maestras destaca "Zuma" (1975), probablemente su mejor disco, donde con temas como “Cortez the Killer” —y sus interminables solos— lamenta con belleza los abusos de la conquista de América. También merece mención "Harvest" (1972), su álbum acústico más exitoso, que fusionó el country-folk con una melancolía exquisita y nos regaló el clásico inmortal “Heart of Gold”.

Sin embargo, los setenta también trajeron momentos oscuros: la adicción a las drogas (especialmente a la heroína) y la muerte de varios amigos, entre ellos su guitarrista Danny Whitten, cuya pérdida lo marcó profundamente. De ese dolor nació su llamada trilogía oscura: "Time Fades Away" (1973), "On the Beach" (1974) y "Tonight’s the Night" (1975).

Hacia el final de la década volvió a sorprender con la poderosa “Like a Hurricane”, incluida en álbum "American Stars & Bars" (1977). Neil también formó parte del elenco de la película de Martin Scorsese "The Last Waltz" (1976), el histórico concierto de despedida de The Band, donde compartió escenario con otros monstruos como Bob Dylan, Joni Mitchell, Eric Clapton o Ringo Starr. Su aparición causó polémica y fue filtrada por la censura a raíz de una toma donde se le veía con restos de cocaína en la nariz.

De este modo nos plantamos hacia los años ochenta, quizás su etapa más irregular. En su afán por experimentar, incorporó samplers y cajas de ritmos, desentonando con su estilo de rock de raíces. Fue un período de búsqueda y desencuentros artísticos que aún así arrojó alguna que otra canción interesante. La década de los noventa, en cambio, marcó su resurgir. La generación grunge —con referentes como Kurt Cobain y Eddie Vedder— lo reivindicó como su padre espiritual. Discos como "Freedom" (1989), con el himno “Rockin’ in the Free World”, y "Ragged Glory" (1990) lo devolvieron a la cima ya que congeniaron con el espíritu del nuevo movimiento musical. En esos años también obtuvo una nominación al Oscar a la mejor canción original por "Philadelphia" (1993), una conmovedora reflexión sobre el dolor y sobre la pérdida ante el avance del SIDA.

Desde entonces, Neil Young no ha dejado de crear. Ha recibido múltiples premios, incluidos varios Grammys, y ha publicado discos casi cada año —a menudo más de uno—, además de giras y directos legendarios. Uno de los más destacados es el documental-concierto "Year of the Horse" (1996), dirigido por Jim Jarmusch en el que la energía del directo se mezcla con su pasado. Con el rescate de álbumes y conciertos perdidos, y la publicación de nuevos álbumes, sus últimos años destacan también por la inteligente colaboración con la banda Promise Of The Real (la banda de Lukas Nelson hijo del gran Willie) o por discos como "Colorado" (2019) o "World Record" (2022).

En lo personal, su vida ha estado marcada por un activismo constante: la defensa de causas ecológicas, los derechos de los pueblos indígenas y el apoyo a políticas progresistas. Estuvo casado durante décadas con la también cantante Pegi Young, con quien tuvo dos hijos, uno de ellos —Ben— con parálisis cerebral, lo que lo llevó a implicarse en iniciativas solidarias a favor de las personas con discapacidad. Desde 2018 está casado con la actriz y activista Daryl Hannah, con quien comparte proyectos sociales y culturales, como este año publicando la banda sonora de la película dirigida por ella "Coastal".

A sus 80 años, Neil Young sigue siendo una fuerza de la naturaleza, un artista irrepetible que ha seguido siempre sus propios instintos. Un guitarrista excepcional, un poeta del rock, un rebelde coherente y apasionado que nunca ha cedido ante el establishment y ha permanecido fiel a sus ideales. Neil Young no solo ha escrito canciones, ha escrito una forma de entender la vida.

Geese: "Getting Killed"


Por: Juanjo Frontera. 

En sus más que recomendables Red Hand Files, concretamente en su número 321, correspondiente a abril de 2025, nuestro gran amigo Nick Cave comentaba lo siguiente: “Luego volví a caminar por la calle principal, y esta mañana de domingo cualquiera se tornó hermosa mientras escuchaba el sorprendente y alucinante álbum de Cameron Winter, "Heavy Metal" . Una voz gloriosa y emotiva con letras brillantes y abrasadoras, algo perturbador y maravilloso”. 

Evidentemente, quienes leímos aquello y no conocíamos al tal Cameron, corrimos a nuestras redes de streaming favoritas para ver quién era. Y efectivamente, el viejo zorro Nick había vuelto a dar en el clavo: aquél "Heavy Metal" era un disco hermoso, desquiciante, repleto de personalidad y sí, también perturbador. Uno se preguntaba enseguida de dónde salía aquello y, a poco que se indagara, salía a flote el nombre de Geese, la banda a la cual el señor Winter había estado prestando servicios vocales desde 2016, con un total de cuatro discos en su haber, de los cuales, este "Getting Killed" es el último, el mejor, y uno de los elepés de los que más se va a hablar este año.

Y no, la banda de New York no es que invente aquí el fuego. Pero sí que aviva la llama de algo conocido como rock and roll que andaba tiempo dormido y falto de estímulos. Ellos le insuflan imaginación y una desinhibición total a la hora de huir de los límites y encorsetamientos habitualmente asociados al género, un poco como el señor Cave hizo en los 1980s y que algunos, la verdad, echamos en falta en los días que corren. 

Es empezar el disco y ser evidente que hay peligro, hay algo inquietante en esa especie de groove funk ralentizado al que acompaña una voz que parece la de Thom Yorke pasado de fentanilo. “Trinidad” es una canción la cual se diría que se va desperezando a base de repentinos espasmos de ira, gritos desesperados que a la vez le desconciertan a uno y le atraen poderosamente. Es una puerta de entrada perfecta, además, porque no esperas lo que llega a continuación. 

“Cobra” es una pizpireta pieza de pop colorido que nada tiene que ver con lo anterior. De modo que uno se empieza a preguntar qué leches es esto. La voz del tal Cameron es más limpia, más amable, aunque sigue jugando con sus diferentes texturas para acentuar su emoción. Porque sí, es una canción pop, pero de alguna manera resulta igual de intensa que su predecesora. Y así sigue la cosa. “Husbands” recuerda al Tom Waits más meditabundo, cruzado con los Stones de la época "Main Street". “Getting killed” es una especie de maridaje imposible entre hard rock, africanismo y gospel, que hace pensar, de nuevo en alianzas imposibles, por ejemplo Captain Beefheart y Talking Heads

Y es precisamente eso, lo inverosímil de las referencias cruzadas que le vienen a uno a la cabeza, lo maravilloso de este álbum. Reconocer a la vez tanto clásico reunido, pero sin que en absoluto intervenga en ningún momento el mimetismo, parecía algo que ya no íbamos a escuchar en los tiempos que corren. De hecho, es como revivir la urgencia, la sensación de aventura, que tuvimos en su día cuando descubrimos a esos clásicos. Así de bárbaros suenan estos chavales.

El disco fue grabado en tan sólo diez días con la ayuda de Kenny Beats (productor de, entre muchos otros, IDLES o Vince Staples) y juntos lograron que lo que parece una destartalada sesión de músicos bastante ebrios obtenga una coherencia y consistencia apabullantes. Le dan a cada canción lo que requiere, con arreglos brillantes, cambios de ritmo inesperados y una pasión desatada que se imprime en cada segundo de cada canción. 

Y es que todas, pero todas, las composiciones incluidas en este paquete de 11, tienen algo: el impetuoso crescendo de “Islands of men”, la psicodélica macumba a lomos de esos “100 horses”, el folk imposible de “Half real”, la engañosa ternura de “Au pays du cocaine”, el histrionismo arrogante de “Bow down”, el sorprendente (y perfecto) single que supone “Taxes” o el final en plan tour de force punk que propina “Long Island City here I come”. Todas aseguran una cosa: que no estamos ante cualquier banda. No es una más. Así que atentos y atentas, porque esta banda es, probablemente, la elegida este 2025 para mantener vivo el fuego. Y perderse este disco es congelarse sin remedio.

Miss Caffeina: “Compartir y acompañar hace todo mucho más fácil”


Por: Javier Capapé.

¿Deberíamos preguntarnos qué hay detrás del deseo de buena suerte o simplemente es suficiente con anhelarlo? Miss Caffeina se atreven en su sexto larga duración a lanzar un mensaje sincero y a recorrer, desde la vivencia más pura, todas las caras que genera el vacío y la pérdida. “Buena Suerte” es un disco lanzado directo a la diana, sin medias tintas, donde la electrónica juega un papel esencial para ir a la base y deshacerse de elementos innecesarios que nos permitan recibir su mensaje a las claras. Nunca antes Alberto Jiménez nos había interpelado de forma tan directa. Nunca antes su voz había estado tan en primer plano ni la producción tan al servicio de la lírica, por lo que este disco se convierte en su objeto más personal y también, quizá, en el más arriesgado. Prescindiendo de guitarras y lanzándose a recorrer un camino marcado por los beats más secos y los efectos más crudos. Miss Caffeina se han alejado de los brillos de neón que desprendía su última producción y acarician aquí su lado más salvaje y a la vez el más honesto.

Nos reunimos con los tres miembros de la banda por videoconferencia el mismo día del lanzamiento de este “Buena Suerte” y aunque el agotamiento de los días de promo pesaba en sus rostros, los tres reflejaban esa mirada fresca de quien quiere presentar por fin al mundo este gran tesoro que venían cocinando en los últimos meses junto al productor Pablo Rouss. Sin dilación nos detuvimos en el proceso de gestación de estas diez explosivas canciones, así como en las labores de producción, en la intencionalidad de sus versos o en lo que están preparando para el que será su nuevo espectáculo en vivo.

Con su sinceridad característica, Miss Caffeina me confirmaron que no están en esto tras veinte años de carrera por puro azar, que lo suyo tiene una sólida base y que persisten en una línea muy clara con la que hacer de su pasión una inteligente forma de vida. De la necesidad de desnudarse y mostrar nuestros sentimientos más íntimos, de la gratitud hacia sus seguidores, que son en definitiva lo que les mantiene unidos, y de su evidente evolución, charlamos sin prisa, pero sin pausa. “Buena Suerte” va a dar mucho que hablar porque sus sentimientos son universales. Estoy seguro también que les dará muchas alegrías porque se siente cercano y sincero, pero de lo que no dudo es de que este trío que ha navegado por todas las aguas del pop podrá presumir de haber convertido estas canciones en un manual terapéutico donde tanto la rabia como la ironía están invitadas para sanar nuestra frágil existencia.

Lo primero de todo, quería preguntaros ¿cómo os encontráis ahora que acabáis de lanzar “Buena Suerte”? 

Sergio Sastre: Muy contentos y emocionados, la verdad. En este punto un poco cansados porque llevamos varios días a tope de promo, pero es que esta cosa que nos pasa cada cierto tiempo de sacar un disco lo sentimos como una pequeña fiesta de cumpleaños de la banda. Tenemos muchas ganas de que la gente lo escuche y nos empiece a dar su feedback cuando ya hayan procesado el disco. 

¿Cuándo empezó realmente esta nueva etapa para vosotros, el pasado mes de abril al publicar “Debería estar brillando” o viene de más lejos, de aquel “Cuando acabe el verano”? 

Sergio Sastre: Durante el 2024 hicimos Benidorm Fest y una gira de despedida con “Sayonara Baby”. Después hicimos un pequeño parón para trabajar, pero desde la tranquilidad de nuestras casas. En ese periodo tranquilo hicimos la canción de la Vuelta Ciclista y después aguantamos un poco entre el verano y el otoño buscando ideas para ponernos a trabajar enseguida, porque entramos a grabar en diciembre de 2024. En mayo estábamos con todo lo relativo a la Vuelta Ciclista y en diciembre grabando el disco, con lo cual ha sido más un parón hacia afuera que hacia adentro. 

Vamos a meternos de lleno con “Buena Suerte”. Estoy escuchándolo de forma intensa y quería que nos contarais acerca del espíritu del disco. ¿Son canciones conectadas entre sí? ¿Hay una esencia de álbum conceptual o algo similar que recoja unas sensaciones y emociones concretas? 

Alberto Jiménez: Nos da un poco de miedo decir lo de álbum conceptual porque “Buena Suerte” se aleja un poco de ese tipo de álbumes a los que llamamos conceptuales. Éste es más temático. Habla de un tema en concreto y eso es lo que puede hacer que parezca conceptual, pero es sencillamente un álbum que habla sobre el duelo, sobre todas sus fases, o las que nosotros conocemos, y las presenta de una forma totalmente desordenada, porque así es como son los duelos. Cada canción refleja un momento en concreto de ese duelo, venga de una ruptura, de una pérdida o de algo que suponga terminar con una versión de ti mismo, que suele estar acompañado de otra persona. Creo que por eso mismo el disco se siente tan cohesivo. También por la producción, que tiene esa homogeneidad que queríamos que transmitiese. 

¿Qué canción resumiría el espíritu del álbum? ¿Con cuál definiríais mejor un extracto del mismo que nos dé una imagen de “Buena Suerte”? 

 Alberto Jiménez: Eso es muy difícil. 

Sergio Sastre: A nivel temático, el último single que hemos sacado, “Hoy va a ser el día”, es un tránsito por todas estas fases en una misma canción, y creo que a nivel musical resume también muy bien dónde está el disco, así que si hubiera que escoger una píldora para presentarlo “Hoy va a ser el día” sería muy acertada. Antonio Poza: Y también “Argumento de mierda” que fue la que puso la pica. 

“Nuestra buena suerte son nuestros seguidores” 

Conectando con este espíritu está su estética. Primero vi en ella una extraña fiesta de zombis al acercarme a la portada, pero al escuchar el disco quizá refleja mejor las heridas que deja la ruptura o el desgaste. ¿De dónde viene este atrevimiento estético tan potente? 

Sergio Sastre: Está completamente en línea con lo que queríamos transmitir con la temática del disco. Hemos contado con Davo y con Alberto Mármol para echarnos una mano con la dirección artística y la grabación de los videoclips. Lo que les pedimos es que pusieran la imagen al servicio de esta idea y creo que lo han capturado perfectamente. Principalmente con “Debería estar brillando” y “Argumento de mierda” han logrado transmitir ese espíritu de guerra, de lucha y de conflicto, al igual que con “Hoy va a ser el día”, que también tiene esa cuestión de dos entidades relacionándose en un diálogo conflictivo. Creo que eso está muy bien resuelto. Además para nosotros la parte visual siempre ha sido súper importante y creo que con este disco lo que se ha hecho es pulir la manera en la que se ha integrado la parte visual con la parte de la producción y de la temática de las canciones. Eso es lo que da esa sensación de unidad en todo el proyecto, tanto sónica como visual. 

Dejáis atrás lo oriental y bizarro que venía de “El año del Tigre” y os lanzáis a la electrónica sin ningún tipo de pudor esta vez. 

Alberto Jiménez: Esa era la idea. 

Sergio Sastre: Veníamos de una era con mucho neón asiático, de ese contraste de la oscuridad con las luces de neón, y ahora hemos entrado en otra era distinta. Está repleta de minimalismo, por un lado, porque creo que hay muchos menos elementos. Y por otro lado hay más presencia de la parte narrada, con la voz en primer plano y la electrónica convirtiéndose en el paisaje donde se cuentan todas estas historias. 

Has dicho varias cosas muy interesantes que quería destacar. Primero lo de la voz en primer plano. Las voces están muy realzadas, incluso usáis el octavador en varios momentos para variar la afinación e ir a los graves, pero como bien has dicho, están más en primer plano que nunca. Las guitarras quedan apartadas y se realza el punch de los beats electrónicos sin filtros, a bocajarro. ¿Era esto algo planeado o fue saliendo con la producción de Pablo Rouss mientras ibais grabando? 

Alberto Jiménez: De hecho creo que elegimos a Pablo por eso, porque habíamos escuchado muchas cosas suyas que tenían este tipo de electrónica un poco más oscura, pero muy emocionante, en la que el beat es muy protagonista porque da una sensación concreta de angustia o de urgencia. Era algo que venía muy bien a la idea que teníamos de este tipo de canciones. La verdad es que lo de que no hubiese ninguna guitarra no fue algo premeditado sino que con la idea que teníamos no las necesitábamos. En cuanto a la electrónica creo que es un buen conductor de ese feeling si se utiliza de una manera concreta. La electrónica no solo sirve para bailar, de hecho, justo estábamos rescatando ahora a Massive Attack, que es electrónica muy soft que te lleva a paisajes muy diferentes al baile, y nos parece muy interesante que lo sintético acompañe a canciones tan emocionales. 

“Con Pablo Rouss ha sido todo minimalismo, historia, voces y un beat súper potente” 

Siempre ha estado presente la electrónica en vuestra música, lo que pasa es que ahora se recrudece y se pone en primer plano, por eso os quería preguntar también por cómo habéis notado ese cambio en la producción de Max Dingel a Pablo Rouss, sobretodo por ese realce tan claro de lo electrónico. ¿Es una forma de hacer más universales estas emociones, quitando elementos y yendo a la base? 

Sergio Sastre: Sí, es un recurso conocido en el pop y que nos suena de discos que nos gustan. Pienso en Robyn, por ejemplo, y en elementos bastante minimalistas de electrónica. Es un tipo de paisaje donde este contraste funciona muy bien con las voces y las historias que tienen un peso emocional fuerte. De hecho, a las voces con timbres como las de Alberto creo que les favorece mucho. Con Max hemos pintado otros paisajes con su producción y con Pablo ha sido todo minimalismo, historia, voces y un beat súper potente. 

Pablo Rouss viene también de lo urbano y a la vez de lo mainstream. Sus producciones tienen una mezcla de ambas cosas. En “Extra” se nota mucho su toque. Una canción que es la que más se sale del contexto global del álbum. Contarnos un poco sobre esta canción en concreto y a la vez de lo que Pablo ha aportado que haga destacar al resto de temas. 

Alberto Jiménez: Esto me hace mucha gracia porque cuando le enseñamos a Pablo el tema de “Extra” no sabíamos muy bien qué hacer con él porque no teníamos claro si era un rap o una cosa más urbana, así que la dejamos para el final. Fue la última que se produjo. Pablo viene de lo urbano, pero también del punk-rock. Es muy versátil y además entiende muy bien el rollo de los artistas con los que trabaja. “Extra” era un tema muy directo que ni siquiera concebíamos como una canción. Era más bien como un interludio o una especie de speech lanzado a bocajarro y fue muy interesante trabajarlo para el álbum. Con el resto del disco, creo que hemos hecho un mix entre el entendimiento que él ha tenido de nuestra música y trayectoria y lo que él mismo aportaba a las canciones, y así ha salido un acuerdo muy bueno, porque lo guay de Pablo es que trabaja al servicio de las canciones. No intenta dejar su impronta porque sí, sino que tiene todo un sentido y trabaja a favor de lo que quiere el artista y lo que él entiende que le pide.

El papel del productor por supuesto que es clave, pero también son claves las referencias que vosotros habéis manejado en este tiempo de cambio durante el último año. ¿Cuáles han sido estas referencias para moveros de ese aspecto oriental y de neón a este otro escenario?

Alberto Jiménez: Creo que ha sido una mezcla de nuevas y antiguas referencias, porque hay mucho de la electrónica de los noventa. En “Hoy va a ser el día” pusimos como ejemplo a Sonique o a Everything but the Girl, que son cosas muy del house y el techno de los noventa, pero también estábamos escuchando mucho últimamente la música pop electrónica que se hace en este país. Cosas como las que ha hecho Carlos Ares con Paula Cendejas o Belén Aguilera y demás. Es un mix de ambas cosas. Sergio Sastre: Todo esto en el año en el que Charli XCX revuelca la electrónica mundial con “Brat”. Eso está ahí y es imposible escapar de lo que está pasando.

Ahora que hablábamos de referencias y de la mezcla de pop y electrónica, en España estamos viendo como artistas que venís de algo más claramente pop os lanzáis a la electrónica. Habéis dado nombres, pero a mí también me viene la comparativa de vuestro giro con el que antes dio Zahara. Ese giro a la electrónica puede parecer un cambio drástico, pero es natural, de alguna manera.

Alberto Jiménez: Sí, puede ser. Son referencias que tienes ahí y que aparecen.

Sergio Sastre: Yo lo siento como una tendencia general y, además, creo que es algo que nos empuja más por las nuevas generaciones, que nos enseñan muchas de las cosas que se pueden hacer con la electrónica con nuevas ideas. Me siento “pelado” por la gente que viene de nuevas generaciones haciendo cosas que son súper interesantes. 

“Sana desear buena suerte de manera real, pero también de manera irónica” 

Si os parece volvemos con la temática del disco. Cuando presentasteis las primeras ideas del mismo dijisteis que era un recorrido por las diferentes formas del duelo, de la tristeza y de la ruptura. ¿Duele menos el dolor compartido? ¿Ese deseo de buena suerte para el otro es algo sanador para el que se queda? 

Alberto Jiménez: Creo que sana desear buena suerte de manera real, pero también sana un poco desearlo de manera irónica. Creo que todas las fases y todos los feelings de un duelo tienen que suceder para sanar de verdad una situación así. Por eso hay canciones como “Que seas feliz” que tiran más de la ironía o de la rabia, y otras como “Buena Suerte” que hablan más de desearlo de verdad o de ver la decepción y el duelo como algo que ha pasado y que hay que aceptar. También creo que la tristeza acompañado siempre es sanadora, aunque puede ser acompañado de tu terapeuta también. Compartir y acompañar hace todo mucho más fácil, por eso la música tiene ese poder tan increíble que es acompañar a la gente y ponerle palabras a sentimientos que son muy comunes y muy compartidos. 

Esta pregunta va para Alberto directamente, porque tus letras son muy personales. Esta vez quizá sean las más personales que recuerdo y están muy en primera persona. ¿No te da pudor exponerte con tanta naturalidad a todos nosotros?

Alberto Jiménez: En algún momento sí, pero también soy un poco kamikaze con eso porque en otras ocasiones, cuando me ha dado miedo exponerme, con el tiempo esas canciones me han dado las mayores alegrías, como pasó con “Reina”, por ejemplo. Cuando estás componiendo canciones son solo para ti y no piensas que las va a escuchar alguien, aunque sabes que pueden entrar en un disco futuro, eso siempre está presente. Cuando las estás grabando lo único que piensas es en hacerlo lo mejor posible. Y una vez está todo grabado y escuchas el disco entero, igual sí que puedes pensar que estás hablando demasiado sobre ti, pero en realidad me da más pudor que la persona que pueda sentirse referenciada lo escuche y lo identifique, más que lo escuche el resto de la gente.

¿De qué letra te sientes más orgulloso de esta colección, o más bien, cuál sería la más catártica para ti?

Alberto Jiménez: Más catártica creo que sería “Argumento de mierda”, porque describe el dolor sin ningún tipo de artificio o de distracción como pueda ser la rabia. Es como representar la tristeza sin más, sin buscar una explicación, simplemente canalizándola y ya está. Y la letra de la que estoy más orgulloso todavía no lo sé. Necesito un tiempo para ver cómo crecen las canciones.

Hay una cosa que también me ha gustado del disco, si lo dividimos en partes, y es que comenzáis con “Buena Suerte” y arrancáis la segunda parte con “Mala Suerte”. Esa dualidad me encanta. ¿Existe en verdad esa buena o mala suerte en nuestros actos, en nuestro día a día, en cada uno de nuestros tropiezos?

Alberto Jiménez: Pensar en la mala suerte no creo que nos lleve a ella. Puede suceder, pero es como una cuestión de fe. Te agarras a ello cuando no tienes una explicación sobre algo o no quieres responsabilizarte de algo. Entonces acudes a la mala suerte para no buscar una explicación más, porque también a veces terminas agotado de analizar absolutamente todo. Ese achacarlo a la mala suerte puede funcionar como un bálsamo para no rallarte demasiado y poder sobrevivir, porque recurrir a la mala suerte para justificar algo también puede tranquilizarte o liberarte de movidas

Lo que sí que habéis conseguido es condensar una terapia, necesaria para cualquier persona que pasa por este tipo de situaciones, en veinticinco minutos. La terapia del psicólogo en tiempo récord, porque el disco vacía por completo todas esas fases y sensaciones y además se muestran de una forma muy clara, entrando a la primera.

Alberto Jiménez: Exacto.

“Imaginarnos una situación o una escena en cada canción nos resulta más fácil para llevar a cabo lo que queremos” 

¿Cómo planteáis cada canción? Habéis dicho que son como la escena de una película. No sé si cada canción como una película independiente o todas forman parte de una gran escena. Hay una clara personalidad y cierta diferencia entre ellas, pero también mucha homogeneidad por el concepto que hemos comentado. 

Alberto Jiménez: Son más bien como escenas de películas diferentes. Esta explicación viene más de tener como referencia lo visual a la hora de hacer una canción, de explicar una cosa o de producir un tema, que el hecho en sí de pertenecer a una historia con sus capítulos concretos. El ejemplo más claro ocurre con “Hoy va a ser el día”. Con Pablo visualizábamos que era como una fiesta en la que la gente se lo está pasando muy bien, pero tú ya estás de vuelta y te sientes súper solo. De repente todo empieza a agobiarte y te genera angustia porque ya estás en otra cosa. Entonces vimos una escena de la serie “La Mesías” en la que pasaba algo parecido a esto y simplemente el revisitar esa escena e imaginárnosla nos facilitó por dónde iba a ir la producción del tema, así como qué era lo que necesitaba cada parte de la canción según la letra. Por eso, para nosotros, imaginarnos una situación o una escena en cada canción nos resulta más fácil para llevar a cabo lo que queremos.

Además, las canciones del disco también son visuales en el sentido de poder imaginarnos muy bien la situación de la que se parte cuando las escuchamos. Eso me pasa con “Intemperie” en la que se siente ese vacío como de quedarse ahí al descubierto, solo y a la deriva. Incluso los títulos de las canciones son muy gráficos. 

Alberto Jiménez: Totalmente. Así es. 

Has dicho que con el tiempo sabrías de qué canción te sientes más orgulloso, pero te quería preguntar si se podría decir que has encontrado cierta paz al vaciarte con estas canciones.

Alberto Jiménez: Está muy bien tener la música para este tipo de cosas porque canalizarlo por ahí, poder escribirlo, poder hacerlo sonar y contárselo a nuestro pequeño mundo es muy sanador. Cualquier cosa que saques de dentro puede sanar. Es como una conversación muy larga con un amigo en la que se te hacen las tantas, has hablado de todo y te quedas en paz por sentirte escuchado. Para mí hacer música es eso.

“Vamos a lo que vamos, al turrón, a contar lo que queremos y de la forma más concisa y clara posible” 

Ya he dicho que el disco sorprende por su concreción de timing. ¿Os habéis puesto algún tipo de límite a la hora de producir para que todas las canciones entrasen en lo que antes era la cara de un álbum?

Sergio Sastre: No, creo que no había un límite formal, pero sí una filosofía turronera de “vamos a lo que vamos, al turrón, a contar lo que queremos y de la forma más concisa y clara posible”.

Habéis estado de gira este verano tocando los dos o tres singles previos del disco, pero imagino que ahora va a cambiar por completo este concepto de gira. ¿Qué plan tenéis de cara al año que viene? ¿Cuánto os queda por contar?

Antonio Poza: Tenemos la gira de “Buena  Suerte”, que son diez únicos conciertos, evidentemente dando más importancia al disco. Luego seguiremos con una gira de festivales en verano con un repertorio algo distinto y para final del año que viene no lo tenemos claro, pero seguro que alguna sorpresa haremos.

Sergio Sastre: Sí que es importante recalcar que en la gira no va a pasar esto de sacar diez fechas y luego aumentar dos más. No. Son solo diez fechas. El que quiera vernos entre enero y junio con este repertorio y este show tiene diez oportunidades y ninguna más.

Imagino que cambiaréis la estética, pero también la forma en la que afrontaréis las canciones por la electrónica, incluso la forma de desenvolveros con los instrumentos.

Alberto Jiménez: Sí, estamos teniendo ya las reuniones para la gira. Queremos hacerlo de una forma más teatral y vamos a llevar a los bailarines que nos acompañaron en el Benidorm Fest. Queremos orientarlo más a lo visual, a la danza, a la expresión corporal y a todo lo que supone un show teatral con partes en el que transmitir mucho mejor el feeling de cada canción y las partes que queremos destacar de nuestro repertorio. Por supuesto que habrá una parte en la que tocaremos nuestras canciones más rock con guitarras, pero en un contexto concreto. Lo que verdaderamente nos apetece es que sea lo más visual posible y que lo que te contábamos de que las canciones funcionen como escenas de una película puedan convertirse más bien en escenas de una obra teatral o de un musical. Tenemos muchas ideas sobre ello y nos apetece muchísimo hacerlo así. Contamos con un muy buen director artístico para hacerlo y vamos a empezar a currar ya para que todo funcione. Sin descanso.

Si os parece, para terminar y haciendo referencia al título de vuestro disco, ¿qué es para vosotros la “Buena Suerte”?

Sergio Sastre: Estar aquí veinte años después pudiendo hablar contigo de que tenemos un disco que tiene una cuota de atención por parte de nuestro público y que lo están recibiendo con cariño, lo que nos va a permitir seguir tocando y seguir encima de un escenario. En realidad nuestra buena suerte son nuestros seguidores.

Muchísimas gracias a los tres. Gracias de verdad por atendernos. Desde el Giradiscos os deseamos que funcione muy bien este disco. Creo que hay mucho detrás de él, se aprecia de lejos y es un gustazo disfrutarlo.

Alberto Jiménez: Muchas gracias a vosotros.

Antonio Hernando: “Empiria y Laurel”


Por: Kepa Arbizu. 

Como habitantes de un presente obsesionado con sobredimensionar el alcance de cada uno de sus episodios, la pretensión por transformar toda actividad en una “experiencia” hace que ésta, desposeída de cualquier tipo de aprendizaje y posterior ensanchamiento del conocimiento, renuncie a su condición “quijotesca” de madre de la ciencia para situarse mucho más cerca de ser hija legítima de una vacua superficialidad. Frente a esa inconsistente naturaleza, la empiria a la que alude el nombre del nuevo disco de Antonio Hernando, señala hacia la observación del entorno propio como combustible esencial para activar la maquinaria creativa, haciendo de la vivencia el único lenguaje digno con el que hacer hablar a sus canciones. Composiciones que, completando el título de su actual álbum, encuentran su correa de transmisión sonora en ese “laurel” que no es sino la explicita alusión a la escena Laurel Canyon, bautizo de un enclave mitificado gracias a la presencia en su génesis de nombres tan ilustres como Joni Mitchell, Gram Parsons o The Byrds, ineludibles muescas en la historia del rock y, además, piezas esenciales en los cimientos del particular imaginario construido por el autor jiennense.

Casi un lustro después de su debut, “La liturgia eléctrica”, dicha ceremonia, otra vez oficiada desde los estudios asturianos ACME y bajo la supervisión técnica de un Miguel Herrero reseñable también en su tarea de multinstrumentista, adopta un segundo episodio que no esquiva su condición colaborativa, hermanamiento ligado a una reiterada y eficaz presencia de coros, convirtiendo su lista de créditos en el reflejo de otra no menos honrosa generación de músicos que, como nuestro protagonista, han hecho de las raíces brotadas en suelo americano su ruta sonora. Presencias, entra las que es imposible no mencionar a un estelar integrante que responde al nombre de Hendrik Röver, completadas por un casi infinito catálogo de citas y menciones liberadas entre los textos del disco. Alusiones que delatan a la música no como una agradable acompañante, sino como la simiente principal del camino vital del autor, uno en el que ahora ha brotado un pequeño ser, Simón, llamado a alterar con llantos y sonrisas sus prioridades, haciendo que su futuro todavía inédito sea el verbo que escriba este trabajo.

A modo de proceso de gestación natural, que el repertorio se inicie con “Estás en el menú” supone poner nombre, a ritmo de rock and roll flamígero, a esa apátrida lasciva, residente igual en Asturias que en San Francisco, necesaria para engendrar a un nuevo ser; y quizás no nos estemos refiriendo en exclusividad al nonato, sino igualmente a un orgulloso padre que no duda en mostrar que esa misma mano que sirve para acunar y dar paz al recién llegado también tiembla y se estremece ante un paisaje propio y global demasiado acostumbrado a conjugarse desde la incertidumbre. Tras ese vigor inicial, la sección de metales, digna decoración del mejor Van Morrison, ejercen de ángeles custodios de esa pequeña criatura, que da nombre al tema (“Simón”), capaz ya desde su alumbramiento de convertirse en la rima perfecta de cualquier gran canción, incluida ésta. Una presencia iluminadora que toma forma a través de “Todo nuevo bajo el sol”, un delicado y romántico folk-rock, con el que compartir horas de escuchas entre Quique González y Ron Sexsmith, con el que alabar esa vulnerable figura como antídoto infalible contra las tinieblas. Tal es su poder que logrará invertir el trágico cuadro de Goya, siendo el niño quien devore a Saturno, y lo hará con una banda sonora donde el violín en manos de Scarlet Rivera, la misma que lo portó en el “Desire” de Dylan, no será la única relación con el miembro honorífico de Duluth, porque su propio fraseo remite a un genio para glosar otro, aquel que está llamado a convertir el paso del tiempo en una celebración digna de ser respetada a cada instante.

Aunque “Empiria y Laurel” es, evidentemente, un recorrido por el hecho de la paternidad, su radio de acción contiene un alcance de mayor magnitud, incluso asumiendo el reto de atravesar parajes sombríos. Pero lo que sobre todo desvela este disco es la capacidad de ciertas situaciones excepcionales para devenir en una alteración de los, hasta ese momento, principios rectores de una vida. Y si Antonio Hernando asume en “Debe ser así” su encarnación en Guy Montag , aquel pirómano arrepentido de “Fahrenheit 451”, también empatiza, gracias a “La última carta de Jim Croce”, con el autor de "Bad, Bad Leroy Brown ", otorgándole una nueva vida -con la luminosidad melódica de Randy Newman como guía- que no se termine en aquel fatídico avión que le impidió cumplir el deseo de abandonar su carrera para acompañar a su familia. Pero no es necesario buscar reflejos en ídolos lejanos, porque aquel morador noctámbulo entre humo y decibelios ahora se presenta en “Caballero andante” igualmente trasnochador, insomnio inducido a base de un áspero blues-funk de ingrediente psicodélico que deviene en majestuoso paso, por los llantos de quien demanda arrullo. Incertidumbre cotidiana que abandona las fronteras del hogar hasta el punto de alcanzar, por intermediación instrumental de Víctor Cabello y Tino Di Geraldo, latitudes orientales en “Lisérgico Síndrome Disidente” (un acróstico fácil de resolver) para enfrentarse con idioma hipnótico al cinismo desmotivador, un sentimiento que el soplido de la sección de metales orientará “Material sensible” hacia la resiliencia. Incluso “El desastre”, interpretada junto a Gatoperro, bajo una forma de nana convertida en su particular “My Bonnie lies over the ocean”, se asoma al abismo para optar por dar un paso atrás a la hora de encarar el desfiladero, invocando el “don de existir” como clausula de objeción contra la derrota. 

Si el título de este álbum era desde el inicio una invitación a rastrear simbologías, una a la que se puede aludir tras disfrutar de su contenido es al justa merecimiento que supone vestir con una corona de laureles, al igual que eran galardonadoras en la antigua Grecia los más diestros personajes, a su autor en recompensa por el nivel alcanzado. Su sonido, un diálogo constante con la tradición americana, en esta segunda referencia se expresa con absoluta soltura pese a su naturaleza conceptual. Antonio Hernando ha construido un primoroso álbum -también fotográfico- que acompañe los primeros pasos de su hijo, pero no se trata solo de un bello homenaje, es sobre todo la aceptación de que esa “empiria”, a partir de ahora, será desarrollada también a través de los ojos de Simón. Porque los grandes milagros, para ser dignos de tal nombre, deben alterar nuestros principios y transformarnos en otra persona, recordándonos que no hay nada más humano que sentir en nuestra propia piel el estremecimiento ajeno.

Chico Jorge: “Escribo desde el refugio pero mirando por la ventana”


Por: Gemma Ruiz Ansó. 
Fotografía: María Pol.

Muchos lo conocen ya por los acordes de su guitarra en el panorama más destacado del indie nacional, en bandas como Sidonie o Alizzz, pero hoy vamos a descubrirle por su voz. Charlamos con Jordi Bastida, ya conocido como Chico Jorge, sobre el lanzamiento de "Uno de esos días", su primer disco largo. Un disco en el que habla del amor en todas sus facetas y que pretende ser un “abrazo para la humanidad”. Así lo ha definido su propio autor y esto es lo que nos cuenta sobre todo el proceso que ha vivido hasta que ha visto la luz. 

Este es tu primer largo en solitario… ¿Cómo te enfrentaste al vértigo de empezar de cero? 

Chico Jorge: En realidad, es como toda una cadena consecuente, porque yo venía yo tengo un EP publicado y, por el medio, dos singles. Entonces, esto me motivó a hacer un disco.

Sabía que si quería seguir adelante con el proyecto, tenía que preparar un disco. Claro que da vértigo pero me lo he currado tanto… He estado tres años haciéndolo. Y bueno, he pasado por muchos sitios; al principio coqueteé un poquito con la psicodelia blur tame impala pero me di cuenta de que no era el camino. Justo hice una que dije, “esta es la onda” y a partir de ahí, fue como una explosión, vino una detrás de otra. 

He tardado mucho porque me lo he grabado todo en casa. Tengo un pequeño estudio y esto me ha permitido investigar y experimentar mogollón. Es un arma de doble filo, ¿no? porque, de repente, siendo compositor, músico y productor a la vez es súper complicado porque es muy difícil tomar decisiones, Y, en este caso, pues me he liado con el tiempo y me lo he tomado con calma haciéndolo hasta que he tenido resultados. 

¿Qué te empujó a dar el paso y firmar este disco como Chico Jorge? ¿Por qué Chico Jorge?, de dónde surge… 

Chico Jorge: Bueno, tuve un intento de banda, lo que pasa es que salió fatal, así que pensé, igual lo hago yo solo y yo me lo guiso y yo me lo como. Yo soy un devorador de canciones, además de músico. Soy guitarrista de Sidonie y llevo muchos años girando con gente, con otros proyectos, etc. Gracias a ello puedo tocar con otra gente de la cual aprendo y que me han animado a armar mi proyecto y a hacer mis canciones. 

El nombre de Chico Jorge surge de un fanzine que tenía de un festival de aquí de Barcelona y era precioso. Me gustaba mucho la fotografía, el texto y, sobre todo, el título; era dulce pero sonaba demasiado a brasileño. A la par, barajaba llamarme San Jorge y bueno, hice un “match” de los dos nombres y al final acabó siendo Chico Jorge. 

¿Qué diferencias sientes entre crear dentro de un grupo y hacerlo desde un proyecto completamente tuyo? 

Chico Jorge: Cuando trabajas dentro de un grupo ya hay una cosa hecha. Yo ahí también puedo ser creativo, pero se trabaja ya desde un punto, siempre hay alguien que te capitanea el barco y que te lo dirige. Cuando lo haces tú solo hay que aliarse con el tiempo y escuchar, grabar, escuchar, grabar y claro, el proceso es mucho más lento. 

Hubo un momento exacto en el que sentiste que este disco tenía que salir, que ya no podías guardártelo más? 

Chico Jorge: Sí, hubo un momento en el que de tanto experimentar ya como que lo abandonas, como que piensas que ya no le puedes sacar más jugo a esto. Y entonces, cuando ves que el conjunto de canciones tiene una verticalidad, que para mí es súper importante esto, llega ese punto de llevarlas a mezclar y a matizar a ver cómo se lanza. 

Me has comentado que este disco fue mucho a base de prueba-error en casa, que has hecho de músico, compositor, producción, etc. ¿De quién te has rodeado, con quién más has trabajado? 

Chico Jorge: Las baterías las grabó Hoss Benítez y también hice entrar en acción a un par de colegas que tocaban el bajo. Así que quise que entraran en acción a Marc Sospedra y, en otra canción, a Pedro Campos. La mezcla la hizo José Catttaneo y la masterización Jan Valls, que son gente de mi entorno muy potente. 

Y ¿qué tal el trabajo con tanta gente? 

Chico Jorge: Pues una vez más me reafirmé en que mola mucho cuando se comparte el trabajo con otra gente, cuando tienes otra cabeza al lado dándote ideas. 

Has tenido más cabezas al lado dándote ideas y aunque haya sido un trabajo contigo mismo, cuando alguien lo escucha desde fuera, como dices, pueden darte otra opinión, ¿ha habido muchos cambios? 

Chico Jorge: Es que cuando entra un músico en la ecuación cambia todo; me han abierto las canciones a lo loco. Había varias que tenía ahí encalladas y han cogido una dimensión brutal. Yo, por otro lado, hago una cosa que es compartir mucho, pero mucho, mucho (ríe). Tengo a mis “víctimas” y los comentarios que cada uno tiene siempre aportan. A mí me reafirmaba en mis ideas; lo que no les gustaba a ellos, a mí me encantaba y al revés. 

Hay un sonido ruidoso... ¿Era una búsqueda consciente? ¿Qué buscas precisamente con este toque? 

Chico Jorge: Sí, sí, tengo varios referentes como los Yo la tengo y los Sonic Youth que mezclan muy bien canciones como muy delicadas con todo el universo sonoro-ruidoso. Me enamora mucho porque siento que toda la parte del ruido es súper poético y creo que con mis canciones casa muy bien, sobre todo por las letras. Mis canciones son, aparentemente, amables pero están envenenadas en realidad, así que el ruido lo utilizo como para que sean punzantes. 

Cuando comienzas este proyecto, entiendo que lo haces desde una parte más emocional por lo que has ido contando. Tus letras hablan del amor en todas sus formas; del deseo y la distancia, del duelo y la paciencia, de perderse y volver a encontrarse… ¿Qué querías contar con este álbum?  

Chico Jorge: Sí, se habla de amor en toda su faceta pero mucho desde la tristeza aunque al fin y al cabo, creo que ha quedado un disco bastante alegre, es como que una luz tenue se escribe desde el refugio pero mirando por la ventana. 

Es un disco tranquilo aunque hay mucha tristeza, la verdad. Sobre todo, porque cuando escribo canciones, lo hago cuando estoy jodido realmente ¿sabes? y ahí arranco, ahí es donde arranco la canción. Hay una carta de amor, hay una canción sobre el amor a mi gatita difunta que es una canción sobre la muerte, hay otra canción que es de reconciliación con uno mismo, otra que es una carta de amor a mi mejor amigo, otras que son de echar de menos… Es todo como la cara poliédrica del amor, con sus pros y sus contras.


¿Te resulta difícil ser honesto cuando escribes? 

Chico Jorge: No, no, para nada, de hecho me lo tomo todo como un ejercicio de honestidad brutal, no sé escribir desde otro sitio, la verdad. 

Me comentas a quién van dedicadas tus canciones, pero ¿hay alguna canción del disco que sientas especialmente tuya, que hable especialmente de ti? 

Chico Jorge: Sí, justo la canción que le da título al disco, la de Uno de esos días. Es una canción de pedir ayuda, que ya nos cuesta muchas veces. La escribí en un momento en el que realmente sí que estaba jodido pero me sirvió precisamente para aprender eso, que se puede pedir ayuda y dejarte que la gente te quiera y te abrace. 

Para ti como artista, ¿qué significa este disco para tu evolución? 

Chico Jorge: Guau! qué buena pregunta. Sé que he hecho un paso adelante porque venía dando palos de ciego, intuyendo hacia dónde quería ir pero sin hacerlo en realidad. Yo creo que conseguí una idea y llegué a ella. 

Me has comentado antes que estás recibiendo ya ese feedback de la gente que lo está escuchando, todavía queda mucha gente por descubrirlo, ¿qué es lo que te gustaría que la gente sintiera al escuchar tu disco por primera vez?

Chico Jorge: Bueno, al final es como un abrazo, un abrazo para la humanidad. No sé, es que hablo de mí, pero en términos muy universales, creo. O, al menos, lo he intentado hacer desde ahí. Es cierto que es personal, pero es de todos también. Así que sí, quiero que lo sientan como un abrazo. No estamos solos y mola mucho más así, en comité. 

¿Sientes que el público te va a redescubrir? 

Chico Jorge: Seguramente sí porque llevo mucho tiempo sin publicar música, he estado desaparecido del mapa completamente. Hay diferencia entre lo anterior y esto, así que yo creo que sí, que me van a redescubrir y ojalá lo disfruten mucho. 

Ahora que el disco está fuera, ¿sientes alivio, vértigo o ambas cosas? 

Chico Jorge: Siento vértigo porque lo vamos a presentar ahora en Barcelona y eso ya es otro nivel, otra pantalla. Hemos arrancado ya los ensayos y está saliendo todo muy bien pero, claro, todavía no tenemos todas las entradas vendidas aunque creo que lo conseguiremos porque es una sala pequeñita. Pero siempre queda esa duda de si va a molar, si vamos a tocar bien, si le va a gustar a la gente… ¡es fuerte!. 

No queda ya nada para ese debut, ¿cómo te imaginas el salir ya y tocarlo en directo? 

Chico Jorge: Yo creo que lo vamos a disfrutar muchísimo. Ahora estamos muy obcecados en cada parte de la canción, pero una vez allí ya en el escenario vamos a salir a comernos la sala. Va a estar muy guay. Es una propuesta como muy directa y a la gente le va a sorprender. 

Mirando atrás, ¿qué le dirías al Jorge que empezaba hace años? 

Chico Jorge: Que se ponga las pilas y no se haga el dormido. Es que además de dudas, hay miedos. Nos planteamos muchas veces ¿esto mola o no mola?. Me he planteado esto demasiadas veces. Así que le diría que arranque, que tenga un poquito más de nervio y de seguridad. 

¿Y qué le dirías al Jorge que viene, el que todavía no ha escrito su siguiente disco? 

Chico Jorge: (Ríe). ¡Al que viene que no se flipe! Que igual hacemos el siguiente disco en un año en vez de en tres. Estaría bien, sí… En realidad, ya tengo canciones, no he parado de componer, tengo unas cuantas maquetadas pero hay que mirar y ver el camino. 

Si te has quedado con ganas de escucharlo, no olvides que puedes hacerlo en directo el próximo jueves 13 de noviembre en la sala Heliogàbal de Barcelona.

The Divine Comedy: "Rainy Sunday Afternoon"


Por: J.J. Caballero. 

El prestigio ganado a pulso de algunos artistas es, más allá de una carta de presentación esencial, un colchón en el que apoyarse incluso en momentos en que vengan mal dadas. La marca The Divine Comedy ha sido convenientemente avalada por su alma mater, un compositor mayúsculo y superdotado para la melodía elegante y sofisticada llamado Neil Hannon, que ha ido aumentando la grandeza de su renombre durante treinta y cinco años de lozanía sonora. 

 Ahora, después de un par de entregas más entregadas a la introspección y el conceptualismo (“Office politics” introducía sonidos hasta entonces inéditos), sigue teniendo restos y arrestos para volver al aroma añejo de los arreglos y a una intimidad complaciente y permanentemente inspirada. “Rainy Sunday afternoon” es ya desde el título una colección de temas aptos para escuchar junto a una acogedora hoguera otoñal, a los que parece invadir la falsa amenaza de la monotonía. La prolongación de una estancia gustosísima en los estudios Abbey Road durante la cual pergeñó la deliciosa banda sonora de “Wonka” y empezó a bocetar las nuevas canciones lejos de encargos y compromisos.

La inspiración vuelve a provenir del amor, a veces acentuado con el tiempo (“I want you”) o a punto de desgastarse sin remedio (“Rainy Sunday afternoon”), implicando sentimientos eternos (“All the pretty lights”) para explicar a su manera lo profundo y verdadero del amor paternal, o envolviendo el suyo propio en oscuridad y melancolía (“Invisible thread”). Todo un catálogo, otro más, de inmersión romántica no exenta de descreimiento, porque también se atreve a imaginar al ínclito Donald Trump saliendo de prisión en “Mar-a-Lago by the sea”, probablemente el tema más latino que haya escrito nunca, o reescribir pensamientos subliminales con aire surrealista en ”Down the rabbit hole”, acercándose a las partituras propias de un musical en lo que podría ser un nuevo clásico de una discografía plagada de ellos. En ese capítulo podrían acompañarla la catedralicia “The heart is a lonely hunter”. 

Tampoco renuncia, porque en la sinceridad está la belleza, a abrirse en canal contando travesías del desierto, como en “The last time I saw the old man” cuando narra de forma nada subrepticia la devastación provocada por el Alzheimer en la mente de su padre, ni a travestirse de narrador de cuentos infantiles en “The man who turned into a chair”, con unos coros deliciosos que aumentan el brillo general de unas canciones globalmente más comedidas en cuanto a orquestación y arreglos, mucho más precisos y ajustados a una nueva y consecuente expresividad. El culmen, sin embargo, está en esa absoluta joya titulada “Achilles”, la adaptación de un viejo poema de hace más de un siglo del que Hannon se confiesa devoto y que es desde ya uno de los temas que marcarán presente y futuro de su carrera. 

 Con estos mimbres, que son los de siempre y a la vez los de jamás, The Divine Comedy confirman que poco les queda por demostrar mientras la inspiración y las referencias sigan brillando sin fecha de caducidad. En una bonita tarde lluviosa de domingo hay muchas cosas interesantes que hacer, aparte de mirar por la ventana cómo el otoño avanza sin más amenazas que las ya sabidas. Una de ellas, y quizá la más importante, es sentarse a escuchar cómo alguien es capaz de conmover el alma con sólo un puñado de canciones. Saber apreciarlo es un auténtico regalo.

“Springsteen: Deliver Me From Nowhere”, de Scott Cooper: Lo auténtico entre tanto ruido


Por: Guillermo García Domingo. 

Esta película de Scott Cooper sigue la brillante estela dejada por “A Complete Unknown” (2024), la película dedicada a narrar la transformación de Bob Dylan y el abandono del folk en el cruce de “Highway 61 Revisited”(1965). En lugar de abarcar el arco vital completo de un músico, ambas películas deciden dirigir el foco hacia alguna encrucijada relevante y decisiva, sin la cual es imposible entender la trayectoria total del protagonista. Como si se tratara de una metonimia fílmica en lugar de literaria. De hecho la película adapta la historia que cuenta Warren Zanes, en el libro con el mismo título que en estas páginas reseñó brillantemente Txema Mañeru

Esta película acierta al recordarnos que el barro que arrastran los pies de nuestros ídolos musicales es precisamente lo que les hace tan imprescindibles. En este caso concreto, también nos recuerda que Bruce es fundamentalmente un cantautor. Con ocasión de este disco la E Street Band se tuvo que echar a un lado, aunque les dio tiempo a grabar en el estudio “Born in The Usa” (primera escena inolvidable), “I´m On Fire” o “Cover Me” entre otras canciones, que serían incluidas posteriormente en el siguiente disco que publicaría después de “Nebraska” (1982). Nos quedamos con ganas de comprobar qué clase de personajes cinematográficos habrían sido Van Zandt, Weinsberg, Bittan y compañía. 

Menos mal que Jon Landau permaneció al lado de Springsteen: Jeremy Strong encarna un papel extraordinario a la altura de la importancia que Landau desempeñó en esta etapa crucial del “Jefe” a la hora de convencer a CBS para publicar la “cinta” de cassette de Nebraska, que representaba “lo auténtico entre tanto ruido” en palabras de Bruce. En este despacho “creemos en Bruce Springsteen” (segunda escena inolvidable) les dice.

Son gloriosas las diversas alusiones a la grabación casera de este poco convencional disco en la habitación de la casa alquilada en Colts Neck con la ayuda de una grabadora de cuatro pistas y un echoplex, cuyo efecto puede admirarse en “Atlantic City”, una de las mejores canciones del extenso cancionero del norteamericano. Mike (Batlin), el técnico, es un personaje importante, el único testigo directo de ese viaje interior realizado por el músico. También son relevantes las sesiones de estudio en las que ingenieros y técnicos no encuentran una salida a la hora de trasladar la naturalidad de lo acústico a un formato de estudio. La opción que encontraron sorprenderá a los espectadores. La película permite vislumbrar el secreto de la composición de algunas canciones como “Nebraska” o “Mansion On The Hill”. 

La encrucijada musical coincide con otra de carácter existencial en la vida de Bruce. Esta humanización corre a cargo de Jeremy Allen White, el cocinero asediado también por los demonios interiores en la premiada serie “The Bear”, cuya credibilidad es asombrosa: ¡Cómo cruza los brazos para introducir las manos en los bolsillos de la “chupa”! La infancia del cantante de New Yersey no hace más que inmiscuirse en su camino, bloqueando el paso siguiente que quiere dar y no puede, después de la exitosa gira posterior a “The River”. La película consigue captar el contraste entre la celebridad, que ya había alcanzado Springsteen y la intimidad del joven treintañero cuyo nombre de pila es Bruce. Todos los problemas parecen confluir en la relación infantil con su padre, alcoholizado y violento, interpretado de forma excelsa por Stephen Graham, que también hizo de padre desconcertado en la memorable serie “Adolescencia”. Estos flashback se plasman en un blanco y negro que evoca al de la película “Belfast” de Kenneth Branagh, en la que la música, en este caso de Van Morrison, también tiene un valor primordial. 

Los “jefes” también pueden sufrir la visita de “esa visible oscuridad”, como llamó William Styron a la depresión. “Nebraska” levanta acta de este proceso doloroso y agónico, que conduce a esa escena, ya es la tercera inolvidable, en la que los dos amigos, Jon y Bruce, escuchan el gospel de los Soul Stirrers y Sam Cooke, “Last Mile of the Way”, en la habitación de Colts Neck donde sucedió todo. En la última gira en la que tuvimos la oportunidad de ver al Boss dejó claro a través del repertorio de sus conciertos cuáles son sus raíces musicales: el rock de Little Richard, Springsteen/Allen White participa una versión de “Lucille” en The Stone Pony de Asbury Park, el blues o el soul de Sam Cooke

El alma desesperada de Bruce se aferra a la esperanza de que “there are joys that await me/ When I’ve gone the last mile of the way”. El músico tiene que recorrer ese camino que la filosofía oriental sabe que conduce a uno mismo. Sin embargo, Landau, el crítico, productor y amigo, le guía con un fragmento de un texto de Flannery O´Connor que reproduzco a continuación: "El lugar de donde vienes ya no existe, el lugar al que pensabas ir nunca estuvo ahí, y el lugar en el que estás no sirve de nada a menos que puedas escapar de él... Ningún lugar... Nada fuera de ti puede darte un lugar... En ti mismo, ahora mismo, está todo el lugar que tienes". Al final, Bruce Springsteen encontró ese lugar y se encontró, y nosotros le encontramos a él para siempre.