“Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una canción tuya bastará para sanarme…” A propósito de la presentación el pasado 15 de marzo en la Librería Jarcha de “El tiempo, lo soñado y lo real. Homenaje a José Ignacio Lapido”.


Por: Guillermo García Domingo.

La librería Jarcha era un sitio idóneo para citarnos con José Ignacio Lapido. Aunque su figura digna y vestida de negro no estuviera previsto que viniera. Incluso antes de fundar 091, Lapido ya había hecho un nido de papel acogedor con las páginas de Baudelaire, Edgar Allan Poe, Emilio Salgari o Kafka. Esta librería que está abierta desde 1974 (el mismo día de la presentación recibió el Premio a una trayectoria librera, concedido por CEGAL durante el Congreso de librerías celebrado en Pamplona) ha tenido siempre interés en divulgar y prescribir lecturas musicales. De hecho, está situada en un barrio rockero por excelencia, el distrito de Vicálvaro, meca a finales de los setenta y buena parte de los ochenta del rock suburbial.  

Una vez cumplida la cortesía del agradecimiento a nuestros anfitriones por la oportunidad de presentar el libro colectivo “El tiempo, lo soñado y lo real. Homenaje a José Ignacio Lapido” (Ed. Comares) y después de haber ponderado su importancia en este barrio popular de Madrid, antes de presentar a los protagonistas del acto, el que esto escribe, que hizo las veces de presentador, quiso que apreciáramos que Lapido, tanto en su etapa de "Cero" como en solitario desde 1999, siempre ha sabido estar “donde las palabras le encuentren”, tal y como sostiene Lucinda Williams en una de las mejores canciones de su último trabajo. 

El guitarrista y compositor de Granada, aunque él afirme que supone una “dulce agonía” el oficio de “picar piedra” con el fin de erigir canciones, dispone de un imán infalible para atraerlas. Obras de orfebrería al decir de Olga Elwes, que si hubieran estado escritas en inglés tal vez habrían tenido el reconocimiento que por alguna razón incomprensible no le brinda mayoritariamente el público de nuestro país. ¿Quién podría haber llegado a ser Lapido si hubiera nacido en Memphis? Aunque también es verdad que es de recibo interrogarse, aunque invalide la anterior pregunta, ¿qué habría sido de Lapido de no haber nacido en Granada? Javier González, el otro protagonista de la noche, junto a Olga Elwes, apuntó que él añadiría otra pregunta todavía más pertinente, ¿qué sería de la música popular en Granada si no fuera por la influencia benefactora del propio José Ignacio Lapido?

Olga Elwes y Javier González se sientan efectivamente a la diestra y a la izquierda del Dios "lapidiano". La literatura, la lírica de las canciones, y la música, a un lado y a otro, así tiene que ser. El segundo, fundador de El Giradiscos y redactor imprescindible de nuestra revista, fue el primero en intervenir para describir con suma elocuencia el devenir de la carrera musical de Lapido. A continuación, contó para regocijo de los asistentes que habían ocupado el aforo completo de sillas de la librería la anécdota de cómo los miembros de 091 conocieron a Joe Strummer, mientras éste seguía los pasos de Lorca por la ciudad del sur de España, y antes de concluir nos emocionó con una elegía, una saeta profana, por qué no decirlo, dedicada a Lapido, por quien Javier profesa una fe incondicional desde que lo entrevistó por primera vez en un camerino de la sala El Sol, justo cuando daba comienzo la andadura de nuestra revista que este año cumple 15 años. Juzguen ustedes mismos:  

"El mito se hizo carne, nos dedicó su tiempo y toda su corrección, esa que tanto impresiona en las distancias cortas, creo que solventamos el trámite. No sé si hubo pena, estoy seguro que no rascamos ni un atisbo de gloria. Al menos nos siguió concediendo entrevistas con cada publicación, pero antes de eso, la misma noche de autos, desgranó gran parte de las canciones de “Cartografía”, mientras nosotros estupefactos recibimos parte del magisterio del que hace gala con su Gibson SG roja y negra en primera fila. Jamás podremos olvidarlo… De vez en cuando le suelto un “Señor no soy digno que entres en mi casa…pero una palabra tuya bastará para sanarme”, lo hago sin atisbo de broma, ni con intención de ofender a personas creyentes, es pura convicción sobre lo que Lapido significa para mí. Por su parte, él suele responderme con una frase también extraída de las sagradas…Lapido comenzó ensayando en los locales situados en las cuevas del Sacromonte, últimamente fantaseo con que una noche de jueves santo, sus fieles sacaremos una talla en su honor desde la Abadía del Sacromonte, recorriendo con él a hombros a los pies de La Alhambra el Paseo de los Tristes, un nombre de lo más poético para nosotros, sus acólitos, mientras alguien le canta una saeta rockerizada al estilo de las de Silvio que diga: “La sangre que sale de su mano tras cada actuación, son jirones de piel propia con los que riega la siembra de cada letra antes de hacerla germinar”.

La siguiente en intervenir fue Olga Elwes, que es la autora de un texto canónico sobre el “poeta eléctrico”, el artículo titulado “José Ignacio Lapido: orfebre de la palabra en tiempos de confusión y resurrección” (2017). El otro texto académico sobre el músico, “En cada lamento que se hace canción”, está firmado por Jordi Vadell, un profesor catalán, que ha sido decisivo en la edición de este libro. La Academia tan renuente a admitir la calidad literaria de las obras rockeras hizo estas dos excepciones. Ya lo dijo Machado a través de Juan de Mairena, “se creen que saben porque no beben el vino de las tabernas”, ni escuchan las canciones memorables de Lapido y de otros.  No obstante, el texto de Olga Elwes apareció en un libro dirigido por Luis García Montero, cuya complicidad la filóloga y profesora de la UCLM reconoció durante el acto.  

La filóloga y profesora de la UCLM repasó los méritos de todos los miembros del equipo que ha hecho posible este homenaje en forma de libro. A los ya citados, habría que añadir a Javier Gilabert, Fernando Jaén y Arancha Moreno. Desde diferentes lugares de la geografía española se han coordinado para sacar adelante este proyecto más que justificado y sobrado no solo de buenas intenciones sino de aportaciones de incuestionable calidad. Sería demasiado prolijo incluir aquí todos los ejemplos de lo que acabo de afirmar, pero es justo destacar, y me hago responsable de ello, el texto que tira del hilo de las canciones cuya autora es la propia Olga Elwes, el breve encomio del “cazador de eclipses” de Raúl Bernal, tan decisivo en la etapa solitaria de Lapido, la intervención de Bunbury, el análisis asombroso de “En el ángulo muerto” de Miguel Ríos, y el de Héctor Tuya por la misma razón, el héroe de película del Oeste que es, según Antonio Álvarez, el propio Lapido, la sinceridad de Fernando Navarro, la analogía que encuentra Ordovás entre Dylan y el de Granada, aunque a Javier González le recuerda más al “hombre de negro”, a Johnny Cash. Y el juego divertidísimo que propone Juan Soto Ivars. Seguro que se me han pasado por alto algunos más, porque ninguno ha estado por estar.

    

Todos los editores, sin ninguna contrapartida económica a cambio, y con la ayuda inestimable de María del Mar, “compañera de vida” del músico, y a espaldas de él, para que no se enterara, han dedicado muchos meses a reunir los textos enviados por cerca de 70 artistas, periodistas, poetas, y admiradores de Lapido que estaban dispuestos a devolver al maestro lo que él les ha ofrecido a lo largo de más de 40 años. La propia Olga Elwes nos confirmó que todos aquellos que en nuestro país seguían incondicionalmente a la banda 091 y quedaron huérfanos después de su disolución (menos mal que “resucitaron” en 2016) han formado una “secta” de bien e improvisada en torno a la personalidad de Lapido y se volcaron de una forma abrumadora ante la convocatoria hecha por ellos. Los textos de diversa índole fueron llegando ante la sorpresa de todos, y fueron catalogados en los tres apartados del libro: El tiempo, lo soñado (los textos de ficción), y lo real. No contentos con esto, algunos de los participantes grabaron para la ocasión temas inspirados en el mundo particular de Lapido, que se pueden escuchar con la ayuda del correspondiente QR incluido en el libro. Alfonso PerroRaro, que otras veces se ha ocupado de las portadas de los trabajos de Lapido, ha embellecido el libro con una brillante portada y ha coordinado a otros ilustradores cuyas obras se pueden encontrar en las páginas interiores. Una de las personas que han colaborado acudió al acto en la librería, y a su debido tiempo fue invitado a participar. El crítico musical Chema Domínguez suscribió con elegancia y convicción las razones por las que Lapido merece un homenaje así.  No solo porque es un artista único sino porque a tenor de lo que dice José Antonio García además es “un hombre bueno”.

Después de oír todo lo anterior, a ninguno de los presentes nos sorprendió lo que con tanta emoción nos describió Olga: el apoyo multitudinario que recibió la fiesta final del homenaje al maestro, que se celebró el pasado 7 de marzo en Granada, por supuesto, y la generosidad con la que se prodigaron sus compañeros de profesión delante de Lapido, que estuvo presente junto a su familia para ser honrado en la ciudad que, como antes había precisado Javier, tanto le debe. Nuestro homenaje, que acaeció a continuación, fue más modesto, pero no menos sentido y corrió a cargo de Enrique Tapia, librero, locutor, y vocalista de varias bandas de blues, y de Ricardo Virtanen, nuevo colaborador de El Giradiscos, historia viva del rockabilly en España junto a Lobos Negros, al mando sobre todo de la batería, pero también a la guitarra como en esta ocasión. Ambos interpretaron dos canciones del mismo álbum, “El alma dormida” (2017). Nada menos que “¡Cuidado!”, y en segundo lugar “Lo que llega y se nos va” para deleite de los que disfrutamos de esta inolvidable presentación porque “las canciones de Lapido son verdad”, tal y como podemos leer en el texto aportado por Eduardo Ranedo, en este libro que cualquier aficionado debería adquirir en cuanto pueda en Jarcha o, en su defecto, en cualquier librería independiente.