Joana Serrat, música para “Una Historia Verdadera”


Teatro Circo Price, Inverfest, martes 30 de enero del 2024. 

Por: Javier González.
Fotos: Estefanía Romero.

Dónde comenzar el relato cuando todo lo que alumbra la noche es pura magia. Un recinto precioso, una película dirigida por un director de renombre, que sigue conservando su halo de culto y donde cada frase encierra una enseñanza de vida; y como guinda al pastel una artista en estado de gracia, capaz de asumir el riesgo de aportar en vivo su particular adaptación de banda sonora al film para complemento a un metraje colosal. 

El Price brillaba con luz propia, más si cabe ante un aforo reducido -quizás el único pero de la noche- que permitía comprobar en las butacas de la zona de pista la belleza y esplendor del coqueto recinto, a la espera de que Joana Serrat apareciera por un lado del escenario sin hacer apenas ruido, tomara asiento y dispusiera junto a sus acompañantes todo lo necesario para comenzar a tocar, sabedora de su vital pero quizás secundario papel en la velada, mientras la pantalla oscurecía antes de que la secuencia estrellada inicial de “Una Historia Verdadera”, bajo el acertado mando de David Lynch, cobrara protagonismo mientras de fondo sonaba una evocadora secuencia de acordes en lo que fue una espectacular forma de dar comienzo a dos horas de calmada emoción que en pura contradicción no dieron ni un solo momento de respiro al personal que observaba en silencio el desarrollo de la noche.

Ninguna palabra de la que podamos aportar acerca de la película, sobre la que tanto se ha dicho, ni en lo tocante a la intervención de Joana y su banda harán la más mínima justicia a lo vivido anoche en el céntrico coliseo capitalino. Un guion inmaculado, solo digno de la vida real. Secuencias míticas, reflexiones para enmarcar en boca de un anciano, conversaciones minimalistas llenas de experiencia y dolor. Silencios que dejan al borde de las lágrimas al espectador. La redención y la vida en dos horas de metraje. Y un acompañamiento musical mimado, arenoso, onírico y preciso que hubiera encantado a Angelo Badalamenti, elevó el resultado final a cotas míticas, insospechadas. 

Anoche disfrutamos de una experiencia de las que perdura por mucho tiempo en el paladar y en la retina. Un regalo cultural hecho por un amigo desconocido -ajeno a la crudeza de los números económicos- en forma de película mítica aderezada por la música de una artista en pleno estado de frenesí creativo -quien haya escuchado el disco de Riders of the Canyon o su carrera solista sabrá a qué nos referimos-. Porque señores y señoras, hoy día, Joana Serrat es una de las más interesantes joyas del panorama estatal, mal harían de no seguir su pista. Avisados quedan.