Quique González: Respeto por la ceremonia


Sala Impala, Córdoba. Viernes, 9 de febrero del 2024.

Texto: J.J. Caballero.

Fotografías: Manuel Torres.

Para ser una estrella del rock parecería que debieran cumplirse ciertos patrones, o una serie de clichés que a fuerza de repetirse muestren al artista en cuestión como el epítome de la autenticidad por excelencia, con todos los manierismos y prototipos estéticos y sonoros que ello implica. Pero a los músicos genuinos, a aquellos que saben dónde y cómo deben mostrarse para ser percibidos como deben, no les hace ninguna falta sino que más bien le sobran dichos argumentos banales. Afortunadamente, un cuarto de siglo es tiempo más que suficiente para algunos cuando se trata de avalarse y revelarse como lo que en verdad fueron desde el principio. En ese punto de inflexión de una carrera impecable, ejemplo de coherencia y total independencia, se encuentra el gran Quique González, una voz que clama aún en un desierto repleto de oasis en los que detenerse a hidratar el oído y lubricar el corazón. Máxime si para esta gira conmemorativa de esos veinticinco lustrosos años en las trincheras decide implicar a un disco, uno, íntegro y tocado de cabo a rabo en su individualidad y significado, para darle relevancia a un cancionero que quizás en su momento no fue del todo explotado, o al menos no en algún sentido deseado por el autor. A su paso por la sala Impala, un recinto donde la intermitencia de la música en directo es inversamente proporcional a la calidad de su sonido, “Me mata si me necesitas”, probablemente una de sus cumbres, fue el álbum protagonista de la primera parte de una puesta en escena en la que la sobriedad y el respeto fueron los conceptos clave para entender todo lo que este autor nos ha dado y nos dará.

La sobriedad en el calado de medios tiempos ya asentados en la memoria, desde unos “Detectives” que bautizaron a sus lugartenientes a la agitación melódica y sentimental de “No es lo que habíamos hablado”; o desde la inmensa “Sangre en el marcador” atravesada de vida por el sonido del hammond del enorme Raúl Bernal hasta la claudicación de “La casa de mis padres”, posiblemente la canción más emocionante de su carrera. Era de recibo darles el tratamiento que merecían a “Cerdeña”, “Se estrechan en el corazón”, “Ahora piensas rápido”, “Relámpago”, “Orquídeas” (el tramo central de un trabajo dedicado a ampliar y encoger a placer los límites de la música americana en la que se cimentó la formación del madrileño) y volver a escuchar en directo el hipotético hit del disco, una “Charo” desprovista de la voz original de Nina, líder y vocalista de Morgan, sustituida por la de Toni Brunet, sorprendente y matizada, mano derecha de Quique y portavoz oficial de su equipo de producción escénica, un músico completísimo sin el que el sonido del grupo no sería el mismo.

Otra de las virtudes de esta gira de tintes tan especiales es lo maleable que se presenta el repertorio. Aparte de traer a escena el monográfico correspondiente cada noche, la retahíla de joyas posteriores recupera momentos casi perdidos de discos imprescindibles. Sin ir más lejos, aparte de aquel delicado y cautivador “Salitre”, incluido en uno de nuestros discos de cabecera, “Todo lo demás” vuelve a sonar y revuelve el alma como la primera vez que lo escuchamos. “Avería y redención”, “Pequeño rock and roll” y “Kamikazes enamorados” –pocos han sido capaces de integrar así la autodestrucción en  una historia de amor- podrían figurar como la trilogía perfecta de presentación para alguien que sólo haya dedicado a su autor algunas escuchas superficiales, especialmente por la pericia de la base rítmica asentada por Jacob Reguilón (otro hombre de confianza desde que empezara a acompañarlo en sus primeros y esporádicos conciertos por salas de la capital) y Edu Olmedo, un batería con el recorrido y la precisión necesarios para que su presencia sea fija desde hace años en la alineación titular. “Trucos fáciles para días duros”, “Crece la hierba” y “La luna debajo del brazo” son tan brillantes que cuesta imaginarlas en otras manos y voces, pero en cambio en las suyas suenan como propias la aproximación al repertorio de Dylan, maestro y mentor en tantos momentos en “Amor en vano”, o la revisión de “A la media luna”, un rock mestizo semiolvidado en los inicios de la carrera en solitario de Santiago Auserón bajo el paraguas de Juan Perro

Obviando una última entrega dedicada precisamente a eso, a versionar temas de variado pelaje y coherencia evidente con su currículo, obliga a sus músicos a lucirse en las preciosidades armónicas de “Nadie podrá con nosotros” y “Miss camiseta mojada” o el alma melódica de los sublimes “Conserjes de noche”. Al final, son siempre las “Vidas cruzadas” que nos unen y separan a placer las que marcan el destino de todos y todas las que saben zambullirse en ellas. Con los coros del público, las consabidas pausas para la reflexión y la humildad y complicidad de un escritor de canciones como la copa de un pino, da la impresión de que estos veinticinco años han pasado como un suspiro delante de nuestros oídos sin que nos hayamos dado demasiada cuenta de su importancia. Ahora es el momento de echar la vista atrás sin dejar de mirar hacia adelante, y es preciso que existan personas con quien compartir presente y futuro con la misma sensación de libertad. Gracias, Quique, por estar siempre ahí para guiarnos.