Wilco: "Ode to Joy"


Por: Kepa Arbizu

No es una tarea exenta de riesgo decidirse a señalar aquellas bandas contemporáneas que por sus capacidades, o por el papel ejercido, están llamadas a ser reconocidas como relevantes en su época y por lo tanto a permanecer imborrable su nombre ante el despiadado transcurrir del tiempo. Con Wilco, sin embargo, el porcentaje de ese peligro a la hora de adjudicarles dichos galones disminuye significativamente. Al margen de consideraciones más particulares, su carrera, en activo desde finales del siglo pasado, ha dejado un rastro de episodios brillantes y, quizás lo más importante, lo ha hecho en territorios de diverso calado, transformando su entendimiento entre tradición y vanguardia en un acicate para públicos de diferentes identidades y características.

En su nuevo, y ya undécimo disco, esa determinación -a veces peligrosa a la hora de saciar la complacencia de sus seguidores- por no supeditar su impulso creativo a un rumbo lógico o esperable vuelve a hacer acto de aparición. Porque este “Ode to Joy” puede ser muchas cosas ya vistas en las manos de la banda de Chicago, pero también posee unas señas identificables exclusivas muy evidentes, lo que, sin desdeñar otros logros, es su principal y más valioso hallazgo. Ya sea refiriéndonos a su ambiente musical como al contenido de sus textos, las composiciones aquí reunidas dan claras muestras de una línea conceptual fielmente delimitada. 

Quien espere por lo bucólico del titulo encontrar en esta grabación una oda que derive en un sonido vivaz y luminoso mejor que aleje dichas expectativas, ya que lo que esconde este álbum es casi la forma de una letanía, de la revelación íntima de un secreto en el que el amor, no tanto como expresión romántica individual y sedante sino como una “política”, y no es una palabra usada al azar, de actuación en nuestras vidas, resulta necesario. Jeff Tweedy y los suyos han construido una serie de canciones, sabedores de estar incrustadas en un contexto actual donde el rugir de los enfrentamientos encarnizados es su banda sonora, a las que han encomendado la misión de actuar como antídoto, o cuanto menos de paréntesis, respecto a esa dinámica violenta en la que estamos inmersos. 

La primera toma de contacto con el disco se producirá de la mano del repetitivo y seco golpe de batería, a modo de palpitante metrónomo, que comanda la delicada “Bright Leaves” y que se convertirá en un elemento reiterado y determinante en la configuración del sonido global. Junto a él, quedarán ya instaladas otras constantes como, sobre todo, el ambiente vaporoso y susurrante, convertido en guía para una parte significativa de los temas. Sobre esa base ya extendida irán soltando su simiente particular “Citizens”, con una contenida, pero latente, intensidad de pegadizo estribillo; el paso marcial que dirige  “Quiet Amplifer” hacia una expansiva musicalidad o el brillante colofón que supone la, en apariencia, desganada pero rotundamente elegante “An Empty Corner”.

Como si de cierta liberación momentánea se tratase, algunas de las canciones se despojarán tímidamente de esa cáscara brumosa para dejar asomar relativos despuntes melódicos. En “Before Us”, por ejemplo, se dibujará, de forma soterrada, un enfoque elegíaco proporcionado por unos coros casi espirituales, mientras que los falsetes de “Everyone Hides” serán el salvoconducto para dar como resultado una composición de mayor ligereza. Mención especial merece “We Were Lucky”, instalada en un terreno más áspero y orgánico que resultará el entorno propicio para que Nels Cline dé un paso al frente y se sitúe en primer plano a través de su fuerza eléctrica. Una pieza que precederá a la gema pop “Love Is Everywhere (Beware”) y a la "beatleiana" luminosidad de “Hold Me Anyway”.

Wilco ha decidido escribir su historia a base de renglones torcidos, entendido esto como la adopción de un camino marcado por la experimentación y la falta de autocomplacencia, determinación que probablemente no les asegure la aprobación rutinaria del público pero sí catapultarles, pese a tropiezos concretos, hacia la instauración de un espacio realmente propio. “Ode to Joy” con probabilidad no aguante el nivel de sus obras más perfectas y tienda a quedar opacada por ellas, pero eso no debería de ser entendido como un paso atrás ni irrelevante en su carrera, sino como una muy notable prueba del todavía encomiable poder creativo de una banda -consideración aplicable también a la trayectoria de su líder- que sigue con la avidez necesaria para completar su propio relato musical, uno con la amplitud y el talento suficiente como para ser degustado y alabado incluso por esas generaciones que todavía están por llegar.