Paul Weller: "On sunset"

Por: Jesús Elorriaga 

“La música es mi obsesión, mi educación, mi entretenimiento. Es la forma que tengo de comunicarme, lo es todo para mí. Cada canción refleja esa obsesión”. Estas líneas que acompañan la promoción del último disco de Paul Weller muestran muy bien el resultado final de “On Sunset”, el 15º disco de su carrera en solitario: la ilusión de quien desea conocer y experimentar lo novedoso para reinterpretarlo como una seña de identidad propia. Fiel a su estilo, tenemos un trabajo ecléctico que despistará a los nostálgicos pero que motivará a quienes siguen la carrera del "Modfather".

Esta ilusión también se ha visto reflejada en la excelente acogida que está teniendo el álbum. El pasado 10 de julio se convirtió en el tercer artista en alcanzar el número uno en el Reino Unido en cinco décadas consecutivas, junto a Paul McCartney y John Lennon. Que Weller es casi una institución en tierras británicas es más que un hecho reconocido, pero si uno revisa su afán estajanovista y prolífico durante los últimos 12 años encuentra a un músico que vive feliz en un constante impulso creativo que no le deja descansar. “On Sunset” es su cuarto trabajo en 5 años y, aún así, vuelve a sorprender su entusiasmo por jugar, siempre jugar, con nuevas formas de reinventarse.

Después del momento de relax de su anterior disco, el reposado “True meanings”, Weller recupera los sonidos cálidos y relucientes de sus teclados y las guitarras coloristas, más cercanos a “22 dreams” que a “A kind revolution”, incluso nos iríamos hacia ese ramalazo soul de The Style Council, presente en casi todo el disco, pero más evidente en temas como Baptiste, (“But when I hear that sound, It goes to my heart. Straight to my soul”, canta). El disco empieza apuntando hacia lo más alto con "Mirror ball", una obertura en plan viaje místico de casi 8 minutos con diferentes cambios de tempo en donde huye de convencionalismos para diluirse en una extensa interpretación que rebosa libertad. En cambio, "Old Father Tyme" empieza con aires a Hot Chocolate y su "Brother Louie" y se convierte en uno de los temas que aportan más luz al elepé, con una sección de vientos muy bien integrada. Al hilo de esta reivindicación de positividad se adhieren "Village", el single que mejor sitúa al artista inglés en su momento vital, y "On Sunset", con un videoclip en el que Weller se lanza a la carretera en un descapotable, con el viento de cara y el sol iluminando su camino.

El de Woking sabe recuperar en este disco las referencias que mejor potencian su creatividad, en especial las propias. "More" parece al comienzo un guiño a la época del “Wild Wood”, donde las cuerdas siguen teniendo la misma importancia que en su anterior trabajo, pero en el que al final realiza un cruce interesante con ritmos de afrobeat, casi como un homenaje inesperado a Tony Allen y Fela Kuti. "Equanimity" y "Walkin’" (esta última, con la colaboración de sus compadres, el ex Style Council Mick Talbot y el ex Jam Steve Brookes, donde también aportaron su granito en la mencionada "Baptiste") son esos temas que sin ser extensos te producen una buena sensación en el cuerpo al alcanzar la cumbre del repertorio. El teclado de "Earth beat" dirige las maniobras que coquetean con una tímida psicodelia hasta evaporarse en espumosos delays hacia el infinito. Por último, "Rockets", podría haber formado parte del "Ziggy Stardust" de Bowie y donde la orquestación, una vez más, cobra una enorme importancia a partir de la segunda mitad de la canción. En la edición Deluxe se incluyen cinco temas más: un remix del tema homónimo del disco, la versión instrumental de "Baptiste" y tres descartes ("4th Dimension", más electrónico y experimental que los anteriores, con su hija Leah Weller haciendo coros, "Ploughman", muy 60s, y la balada casi acústica "I'll Think Of Something").

“Si pudiera, escogería ser la eterna pasión de quien nunca se cansa” dejó escrito Raquel Barrasa en “Verano”. Paul Weller, a sus 62 años, vive incansable en esa permanente ola de pasión creativa, ajeno al paso crepuscular del tiempo y a las aguas pantanosas de la mediocridad.