Kanye West: “Yeezus”

Celebrity, ególatra, casado con celebrity, abonado a las primeras filas en pasarelas de moda, diseñador eventual para Louis Vuitton y carne de Cuore. Con este retrato robot, cuesta imaginar que Kanye West sea uno de los músicos pop más respetados, autoexigentes y trabajadores del siglo XXI. Escurridizo e imprevisible, encaja a la perfección en el modelo de artista clarividente de nuestro tiempo, cuando en el pop parecen quedar ya zonas sin explorar: West no ha descubierto la pólvora, pero se desenvuelve con extremo talento en la música híbrida, cruzando géneros en discos-frankenstein que parecen no tener fondo.

A la altura de “My Beautiful Dark Twisted Fantasy” (2010), su quinto álbum, una gigantesca producción hip-hop de laboratorio en la que se transfería cualquier hallazgo sonoro situado entre la música clásica el R&B, West parecía haber pulverizado todos los límites. Y hasta cierto punto, “Yeezus” suena como una radical ruptura de baraja. Violento, sucio y sin asideros, sus cuarenta minutos se desarrollan entre contorsiones imposibles y beats industriales, explorando esta vez la evolución de la música electrónica procedente de Chicago, desde el house hasta el grill contemporáneo.
 
West renuncia así a sus antecedentes como estrella mainstream, en un corte de mangas millonario y lanzado a conciencia. Sin hits, derrochando auto-tune y samples ignotos (a excepción del “Strange Fruit” de Nina Simone que irrumpe en “New Slaves”), el músico de Atlanta convoca a un equipo de hasta ¡53! colaboradores y featurings estelares (Bon Iver, Frank Ocean, Daft Punk) para lograr lo inevitable: un estruendoso batacazo comercial que tal vez lleve implícita una extravagante regeneración creativa. A la hora de escribir estas líneas, la prensa musical arde. Muchos de sus seguidores están recolectando los clavos para su crucifixión inminente, mientras Kanye encuentra adhesiones en los sitios más insospechados: Lou Reed o David Lynch ya han abrazado “Yeezus” como nuevo disco de cabecera. 

Por: Carlos Bouza.