Ilegales. Regreso al rock químicamente puro


Kafe Antzokia, Bilbao. Sábado 14 de mayo del 2016

Por: Kepa Arbizu
Fotografías: Lore Mentxakatorre

Si tomáramos una imagen fija de la actuación de Ilegales el pasado sábado en el Kafe Antzokia de Bilbao habría en ella dos aspectos que llamarían la atención: por un lado, y como consecuencia de un hecho luctuoso, la sustitución, a raíz de su inesperado fallecimiento, del habitual bajista en todos estos últimos años, Alejandro Espina (del que se acordarían más adelante de forma emotiva), por un mítico integrante del pasado como es Willy Vijande; la otra, esta por suerte estrictamente musical, la incorporación para esta gira de su nuevo disco “La vida es fuego”, de la guitarra y los teclados del joven Mike Vergara. Una presencia, por novedosa, a la que había ganas de evaluar la manera en la que se integraba en el sonido de los asturianos, cosa que visto el resultado se saldó con una nota sobradamente satisfactoria, significando un apoyo para el carácter huracanado y vibrante que desarrollaría el grupo a lo largo de la noche. 

Es ya de sobra conocido que Ilegales tras dar por finiquitada su andadura conjunta sorprendieron con la publicación de  un nuevo disco en el 2015. Cuando se dan estas situaciones, en la que una banda cuenta con una extensa carrera jalonada con una buena nómina de fieles, sus conciertos suelen consistir por encima de todo en alimentar a sus seguidores a base de una serie de temas míticos de su discografía. Y es cierto que Jorge Martínez y compañía dedicaron su show básicamente a recuperar composiciones pretéritas, pero su forma de hacerlo, repleta de energía y visceralidad, logró que sonaran alejadas de ejercicios de complaciente nostalgia y por el contrario alcanzaran un ímpetu renovado. 

“Trajeados” para la ocasión, arremetieron sin concesiones desde el primer momento, sin apenas respiro, por lo menos en una primera parte, encadenando un tema tras otro. Utilizando como símil  imágenes presentes en una de sus canciones míticas , aceleraron desde el primer instante y no bajaron el ritmo en ningún momento sin importarles llevarse por delante a un público que disfrutó emocionado del envite. Los golpes de batería introductorios ya nos indujeron a comprobar que el concierto se iniciaba con una de sus afiladas y rebeldes proclamas marca de la casa, “Los chicos desconfían”. Será en este sector de la actuación cuando intercalarán alguno de los nuevos temas, así entre clásicos como la eufórica “Agotados de esperar el fin”, “Suena en los clubs un blues secreto”, interpretada con una rabia inusitada, o la siempre emocionante y bien recibida por el público “Yo soy quien espía los juegos de los niños”, tuvieron su espacio el rock urbano de “Regresa a Irlanda”, "Voy al bar" o el primer descenso respecto a las altas revoluciones que supuso ”El teléfono y el mal”. 

Pero la noche seguía avocada a encadenar atronadores himnos, que igual se mostraban como el espejo de la otra cara de los años ochenta en “Tiempos nuevos, tiempos salvajes” o materializando la faceta más irreverente de la banda en “Hacer mucho ruido” “Eres una puta” o “Soy un macarra”. Su lado más salvaje y atropellado llegaba con las aceleradas "Bestia, bestia" o "Regreso al punk". En el paseo realizado por su amplísima discografía también hubo espacio para su historia más contemporánea de la mano de "Saber vivir" o "Si la muerte me mira de frente me pongo de lao", enfocada bajo una forma más surfera, estilo que tomaría su aspecto más abisal en "El número de la bestia". 

Pero una de las bazas con las que cuenta la banda asturiana y que precisamente les hace ser tan especiales es que son capaces de alternar sus acometidas más incisivas con ambientaciones mucho más emotivas, y sus directos no son ninguna excepción a la hora de desarrollar ese juego de tonalidades. Esa representación más calmada estuvo presente a través de, por ejemplo, la preciosa y evocadora "Europa ha muerto", la envolvente "Enamorados de Varsovia," la dramática nostalgia de "Regreso al sexo químicamente puro" o la melancolía de "La chica del club de golf". Precisamente una canción como "Destruye" aúna en su interior ambos perfiles, desde el más intimista hasta un in crescendo que induce al pogo. Un tema habitualmente elegido para cerrar los conciertos pero que en esta ocasión fue truncado por la mala idea (sic) de salir a despedirse definitivamente con "Problema sexual".

Jorge Martínez, indiscutible cabeza motora del grupodemuestra en la praxis que es cierto cuando canta aquello de que se niega a envejecer. El espíritu ofrecido en su actuación  certifica no solo que el tiempo parece haberse detenido para él, mostrando una forma envidiable, si no que se encuentra(n) en un viaje hacia la más visceral juventud. Va a haber que barajar la idea de que cuando ya no quedemos ninguno, su verbo y su música todavía seguirá sonando para emocionar y agitar a unos como para ofender a bienpensantes y pusilánimes varios. Que así sea.