Still River: “Flow Me”


Por: Kepa Arbizu 

Cuando el cineasta francés Jean-Luc Godard expresó que en el acto creativo más importante que la procedencia de los elementos utilizados era la manera de disponerlos, no hacía sino priorizar, más allá de conocer y manejar con habilidad las referencias con que se trabaja, la capacidad para ser ejecutadas en aras de alcanzar una expresividad particular. Una enseñanza que la banda vizcaína Still River, con su tercer trabajo, materializa en toda su extensión. Porque si bien sus dos antecedentes previos, “DEMO” y “Wood & Wire”, sobre todo este segundo lanzamiento, habían sido todo un despliegue de enseñanzas adquiridas por los diferentes acentos que conviven en el rock sureño, su actual grabación, “Flow Me”, se vale de ese exquisito empleo de ingredientes con el fin de empastarlos hasta quedar admirablemente integrados en un resultado final que, si bien evidencia cuáles son sus orígenes inspiracionales, logra exportar al oyente una imponente identidad propia.

Haciendo caso al título del disco, y tomando alguno de los posibles significados que se pueden extraer de él, ese fluir al que hace referencia perfectamente podría tratarse del común denominador impuesto a lo largo del repertorio entorno a la traslación de un "groove" y una cadencia que impregna todos sus surcos de un dinámico y característico ambiente señalado por el nervio rítmico. No importa la dirección hacia la que señale la brújula estilística encomendada a cada pieza, porque sea cual sea ese punto cardinal termina por desembocar en un escenario de intensas emociones. Consecución que solo puede ser tildada como un rotundo éxito en el que mucho tiene que ver una grabación llevada a cabo casi en directo por una banda por fin constituida de forma estable como quinteto. Convirtiendo su local de ensayo en un estudio donde recoger esa complicidad colectiva, todos los implicados demuestran su condición de protagonistas al mismo tiempo que asimilan con exactitud la función a desplegar dentro de un cuerpo unitario. Prescindiendo esta vez de colaboraciones externas, otrora habituales y considerables en su aportaciones, “Flow Me” se revela como la instantánea de una banda tocada por la suma de talentos individuales pero principalmente por esa especial inspiración que solo anida en la confluencia de caracteres en busca de un bien común.

Por si fueran pocos los alicientes presentados en lo que respecta a su formulación musical, el disco respira bajo un derroche lírico que se transforma en un revulsivo a la hora de articular con versatilidad las contradicciones anímicas que jalonan la existencia. Como en aquella alegoría esgrimida por Platón del carro alado, donde un carruaje era tirado por las dos fuerzas contrapuestas, manifestados en sendos corceles, que suponen el bien y el mal, este disco tiene su motor en esa misma dicotomía, convirtiéndose las escenas de penumbra y aquellas más esperanzadoras en, pese a su antitética naturaleza, el inevitable empuje que marca su recorrido. La vida convertida en un laberinto llamado a ser irremediablemente completado -aunque sepamos dónde desemboca su salida- y que en cada puerta abierta o esquina trazada nos aguarda un imprevisible horizonte al que enfrentarse.

El arranque de “On A Velvet Cloud”, y por extensión del álbum, consiste en un mullido tono de intimista melancolía que sin embargo pronto se tornará, al igual que esos días que comienzan soleados para cerrar su jornada con tormenta, en una de esas sinfonías inspiradas por Quicksilver Messenger Service de tinte sureño y psicodélico con la que avivar todavía más ese perturbador imaginario poético que nos pone en aviso de la gran incógnita existencial. Nobleza obliga cuando un tema lleva por título "Brothers & Sisters (Tension & Time)" a sacar a relucir el nombre de The Allman Brothers, quienes tutelan la serpenteante guitarra que hace de guía para un intenso envite convertido en retrato pandémico con una carga desesperanzada que enorgullecería a Lovecraft. Premonición de los malos augurios que serán entonados bajo el poder de esos pantanos que calaron en el imaginario musical de figuras como Tony Joe White o la Creedence en “In Your Bones”.

Pero lo que podría parecer hasta el momento todo un rosario de calamidades, contiene, siempre desde un realismo nada edulcorado, un ánimo por horadar esos siniestros túneles en busca de una luz a la que encomendarse. Subterfugios para esquivar la tragedia que serán invocados desde su aspecto más onírico, el que visibiliza una “Go If You Want” que sin embargo despega bajo una lluvia de fuegos artificiales que demuestra la cohesión y el compacto sonido de una banda que con la misma naturaleza cambia al instante a un entorno más evocador, como desde el presumido paso funk con que despliega su plumaje “Heave-Ho”, convertido en la imprescindible resistencia para aceptar la condición de eternos púgiles instados a levantarse por cada golpe encajado. Pero si existen amuletos incunables para enderezar el espíritu, uno de ellos es sin duda el amor, representado de maneara explicita en una luminosa “My Love”, digna del más granado repertorio de los Travellin' Brothers. Sonidos de ascendencia negra que se impondrán, con el gusto de unos Traffic o Blood, Sweat & Tears, en “Take A Little Sip”, haciendo del brindis y las bebidas espirituosas, que también exhalan sus vapores en la cabaretera “Mulberry Wine”, otro antídoto infalible, aunque sea temporalmente, para enfrentarse al rugido de las bestias. Como declaración de principios, y de intenciones, el final del álbum se corona, exhibiendo la cálida emotividad que siempre son capaces de descargar The Band o Little Feat, con una sobrecogedora “The Emperor’s Clothes”, donde se recoge esa dualidad que supura todo el álbum aquí comprimida en la asunción de que el veneno y su antídoto tienen origen común, complicado pero inevitable juego de equilibrio para superar el camino de espinas.

“Flow Me” representa ese trascendental momento, que no todos los grupos llegarán a conquistar, en que las aptitudes para desenvolverse con mayor o menor talento (en el caso de Still River siempre se manifestó en altas dosis) dentro de un género se subliman hasta llegar a ese estado de gracia que posibilita a una banda escribir su propia historia. Este segundo disco, en formato largo, contiene una identidad perfectamente delineada, y más allá de eso lo hace con una exuberancia instrumental y conceptual que transforman estas composiciones en su particular decálogo. Un sobresaliente manejo de los ritmos ligados al proceloso árbol genealógico del rock sureño que invocan a las luces y sombras humanas, un impoluto y emocionante lenguaje adscrito a su propiedad con el que sorber los tragos dulces y amargos a los que nos invita la vida.