
De bichos raros iba la cosa. Uno ya instaurado en el aplauso colectivo, aunque aún casi inaudible dada la enorme dificultad de que la inmensa mayoría capte las ondas que lleva emitiendo desde hace más de dos décadas. Será que tampoco se lo ha puesto fácil, pero nadie dijo que el nuevo siglo traería nuevas facilidades, más bien al contrario. Pero el talento morirá en el intento, si se nos permite la rima fácil, y había mucho condensado en los dos platos con los que el menú de la sala Long Rock nos obsequiaba en la previa de una intensa Semana Santa. La pasión la poníamos nosotros.

Si alguien presentía que el entrante sería solo la guarnición para el filete que presidiría el plato (permítasenos el juego de palabras con el título de uno de sus más brillantes álbumes: Presidente), los cubiertos ya estaban servidos. Escueto en cualquier tipo de introducción, renqueando en los iniciales rasgueos de guitarra pero seguro de una banda de alto octanaje que ha recuperado en la actual gira, Antonio Luque alias Sr. Chinarro, porque las canciones, letras, músicas y disquisiciones llevan su sello personal e intransferible desde el primer hasta el último acorde, decide en los recientes bolos ignorar por completo sus dos recientes trabajos. Ni rastro del irregular Menos samba!, del que rescataba algún que otro tema en sus presentaciones acústicas, y menos aún de Enhorabuena a los cuatro, el supuesto motivo de que el sevillano haya salido de nuevo a la carretera. Las ganas se le suponen, aunque jamás fue un músico expresivo, y su presunto afán de huir de lo establecido o de escorar los caminos de la “normalidad” le llevan a dejar a su público con las ganas –al menos por el momento- de escuchar la traslación al directo de unos temas que dosifica con demasiada asiduidad. A la sexta canción, en vista de lo escuchado, ya sospechábamos que lo atípico de su personalidad artística no estriba solo en su aspecto de intelectual desaliñado, sino en su continua anarquía creativa, prolífica hasta casi el exceso en los últimos tiempos (no olvidemos que también se está convirtiendo en un dignísimo novelista) y en su afición por el despiste. Sentadas las bases, solo podíamos buscar la mejor ubicación auditiva para disfrutar de un nuevo repaso al póker de ases que le hizo ascender a la primera división del pop independiente nacional, a saber: El fuego amigo, El mundo según, Ronroneando y el ya citado Presidente.

Convence el señor Luque a los ya conversos y a los más escépticos, aquellos que se acercan a su música con profundo respeto pero con sumo desconocimiento de causa, y entre comentarios alusivos al calor, la gastronomía local y su propio desapego a etapas primigenias de su carrera, se marca un sentido ‘Babieca’ que vuelve a recordarnos su enorme categoría como letrista. Claro que de no ser por unos músicos del calibre de Pablo Cabra en la batería y Javi Vega en el bajo (la base de Maga, para entendernos) todo sonaría menos intenso. Y no es que el jefe no imponga su santa voluntad, que lo hace sin necesidad de que se le note, pero lograr un sonido tan compacto y permitirse el lujo de tocar lo que quiera y como quiera denota una seguridad en sus posibilidades que por otra parte ya ha sido sobradamente demostrada.
Los graves profundos de Los ángeles anunciaban el bis (“Cuando noté que no estabas llegó el terror”) y la repentina despedida llegaba con El rayo verde (“Tú nunca has visto ese maldito rayo verde, yo tuve la oportunidad”), dejándonos con la sensación de que este viaje en primera clase a un sonido único podría haberse prolongado durante algún tiempo más, pero también con la certeza de que debemos sentirnos afortunados de tener a un músico de su perfil, consciente de sus puntos fuertes a la vez que de sus limitaciones, y de esperar una próxima ocasión de demostrarle nuestra devoción. Siempre con peros, ya explicados unos párrafos más arriba, pero –valga la redundancia- ¿qué sería de un concierto de Sr. Chinarro sin ellos?
Por: J.J. Caballero.
Fotos: Raisa McCartney.