McEnroe: Tú nunca rugirás

Sala Hangar, Córdoba. Viernes, 4 de marzo del 2016

Por: J.J. Caballero

 En algunos conciertos los decibelios los pone el público y el saber estar, la elegancia y la exquisitez corren por cuenta de la banda que suda la inútil inversión del primero en un tiempo y un contenido que más que aportarles a ellos, les sustrae credibilidad a la par que resta emoción y paciencia a quienes sí se sienten cómplices de las canciones que escuchan en directo. Lo que viene a ser lo mismo, y en otras palabras, hay mucha gente a la que le importa un pimiento el grupo que vayan a ver siempre y cuando vayan a verlo. Es decir, y en los mismos términos, lo que importa es el ruido y lo que sobra son las nueces. Con unos músicos tan efectivos y emocionantes como los que componen McEnroe eso no debería valerles, pero nadie es omnipotente, por mucho vello erizado que repartan por allá donde sus acordes penetren. Bonita forma de describirlo, ¿verdad? 

Más bonitos son sus discos. Los vascos, desde que se hicieran grandes con un segundo y maravilloso disco al que llamaron oportunamente "Tú nunca morirás", se han ido metiendo en nuestros hogares por la vía más rápida: la auditiva. Sin ser especialmente expeditivos ni dejar la sensación de que la hierba no volverá a crecer sobre el terreno que pisan, el directo del quinteto es sobrio, resplandeciente en arreglos y detalles y por encima de todo tremendamente sentimental. Las historias mínimas que desmenuza el gran Ricardo Lezón, el hombre de los mil y un proyectos, con esa voz herida e hiriente y ese aspecto de leñador sin ánimo de prosperar, se agigantan con los prosaicos punteos de temas delicados, desde el inicio extendido de "La palma" hasta el plácido paseo por "El puente", sin olvidar las obligadas paradas de recreo en un fantástico bulevar situado en "Coney Island" y la inevitable zambullida en "Las mareas" que mece un desamor justificado y convincente. En esa atalaya en la que se acomodan los poderosos que no saben que lo son intentan regir el mundo de las emociones musicales y sacan a pasear las mejores galas de su reciente y espléndido trabajo "Rugen las flores", con "Cae la noche", "De madrugada" y "Caballos y palmeras" haciendo que estemos deseando a mitad de concierto llegar a casa para poner otra vez el disco de marras y flotar entre su sonido algodonoso y sus colores pálidos, llenos de contraluces y manchas solares, como una primavera a punto de burlar al verano y estallar en el próximo otoño, que es la estación en la que la lluvia sabe mejor. 

Quien piense que tanta preciosidad no puede ser aplicable a un grupo de rock como mandan los cánones, que escuche el culebreo instrumental del tramo final de "Jazz" y alucine con el entrelazado de las cuerdas y percusiones, y que después intente renegar del indie y sus dichosos apóstoles. O que intente cruzar a "La cara noroeste", crea que "La electricidad" solo la puede crear un amplificador distorsionado y piense que "Mundaka" es solo un pintoresco municipio perdido en la geografía euskera. Que busque la intensidad en otras cosas y otras músicas si es que de verdad eso es posible, y que no escuche el furioso soplido de un "Vendaval" apaciguado en la garganta y tenso en la melodía, el complemento perfecto de unas "Tormentas" nada imaginarias, tan reales y palpables como las propias tempestades cotidianas con las que hemos de lidiar, solo que a estas nadie les pone música. Menos mal que nos quedan McEnroe para esos momentos de soledad compartida, cuando queremos decir algo que no somos capaces de contar y al final descubrimos que las palabras más sencillas son las que más duelen. Y entonces Lezón canta eso de que viviría por ti como viven "Los valientes" y repite transformado de nuevo en "El alce" lo que ya muchos sospechan: “El amor no existe, tú me lo destruiste” y todo vuelve a cobrar un sentido que en realidad nunca perdió. En efecto, este hombre es todo un "Arquitecto" del pop, tan cuidadoso como afanado en demostrar la valía de unas canciones precisas y preciosas. 

McEnroe son a día de hoy una banda necesaria, de esas a las que puedes recurrir en cualquier momento de euforia o descenso a los infiernos sabiendo que nunca van a fallarte en la búsqueda de la frase exacta para cambiarlo todo, casi siempre a mejor. Con semejante materia prima no es complicado salir a un escenario únicamente a ser reconocidos como lo que son: Nada más y nada menos que un monumento de sinceridad creativa, diseñado incluso para todos esos que pisotean física y culturalmente cualquier intento de hacer de una ciudad como Córdoba un sitio (aún) mejor para vivir. Gracias a ellos y a la sala Hangar, estamos un poco más cerca de conseguirlo.