Rafael Berrio, epílogo en verso y vals

Por: Kepa Arbizu 

Cuando todavía no habíamos asimilado el descalabro anímico que nos produjo la pérdida de Rafael Berrio, y que por otra parte se intuye largo, casi eterno, nos hemos encontrado con dos novedades que “resucitan” su figura. Sendas publicaciones abarcan y señalan hacia las dos pulsiones principales que han conformado el mundo creativo del donostiarra: la poesía (en este caso se quedaría muy escaso llamarles simplemente letras) y su música. Se trata por un lado de “Absolución”, libro que reúne, llegando hasta todos los rincones de sus diferentes etapas y proyectos, un buen número de los textos que han alimentado sus composiciones, y el lanzamiento de un EP, sin título determinado, que contiene el tesoro póstumo de tres temas nuevos.

Fue el cineasta Jonás Trueba, con quien trabajara en su película “La Reconquista” (2016) aportando “Arcadia en flor”, quien en conversaciones y colaboración directa con el propio autor se dedicara a seleccionar, sin ningún afán cronológico, un considerable número de todos aquellos versos que han convertido la propuesta del vasco en una proeza pocas veces vista, o ninguna, entre nuestras fronteras. Un recorrido que pretende focalizar la atención en el arte de su escritura y desterrar, si la hubiera, alguna duda sobre la enorme entidad que ésta tiene por sí misma. Tanto es así que el resultado nos ofrece un ejemplar que sin ningún rubor se puede incorporar a cualquier lustrosa colección poética en donde hacer compañía a Claudio Rodríguez, Vicente Aleixandre, Arthur Rimbaud o, por supuesto, su querido Jaime Gil de Biedma. No es casualidad, y resulta de lo más significativo, el hecho de que su publicación haya recaído en una colección como La Veleta, conducida por Andrés Trapiello, perteneciente a la editorial Comares.

Evidentemente en “Absolución” vamos a poder deleitarnos de todos esos textos -desposeídos aquí de su cápsula instrumental- paradigmáticos de Berrio, si es que alguno no lo es, pero que su inicio, del que no podemos obviar un prólogo pastoralmente irónico, lo marque uno de sus escritos inéditos (“Puzzle”) y el cierre corresponda a una de sus nuevas, y extraordinarias, canciones (“Tan insulsa”), es un buen baremo para medir que no nos encontramos ante una mera recopilación sino ante un ejercicio por abarcar todos los rincones de su creación. Un paisaje que nos ofrecerá un fiel reflejo de ese personal y elevado universo que ha ido configurando a lo largo de sus trabajos, y donde reluce ese socarrón existencialismo regado de jugosa lírica. Constantes que también serán aplicables a esas aportaciones hasta el momento desconocidas y que se encomendarán a la vida retirada (“Casa aislada”), al amor (“Margot”), el arte (“Pepita Jiménez”) e, inevitablemente, la muerte (Una rosa”). Ingredientes que de una forma u otra han salpicado desde el principio esa decadente belleza con la que ha decorado su mirada hacia el pasar de los días. 

No faltan en el libro por supuesto las letras de lo que hasta el momento son las últimas canciones de las que tenemos constancia y que aparecen recogidas en un EP, carente de título pero adornado con el excelente retrato de Mikel Casal, en el que destaca, al margen de la presencia de aliados como Fernando Neira o Karlos Aranzegi, el piano de Paul San Martín, que adquiere un papel protagonista. Una triada de composiciones que comparten un flagrante ambiente común, desenvolviéndose en un terreno que podríamos denominar música de cámara. Denominación que se traduce en una orquestación clásica, elegante, de serena pomposidad y que nos remite a grandes salones por los que efectuar nuestro último baile. En ese contexto destaca, y encaja a la perfección, el paso de vals que marca la esplendorosa "Insulsa”, donde su romántica dejadez, con esos fraseos tan típicos en los que sin embargo no se puede evitar observar el rastro del paso de las circunstancias vitales, dibuja la sarcástica mirada a una existencia que ya expira (Qué vida tan al ras/que ni conspiré jamás/ni fui hombre de acción”), o la romántica “Violetas”, con la que uno puede trasladarse a las más bellas estancias versallescas. Con el deje latino, a bossa nova, de “Al viento”, y depositando un punto de pícara sensualidad, se cierra un, minúsculo en extensión pero despampanante en contenido, trabajo.

En Rafael Berrio siempre ha coexistido el mundo literario y el musical, tanto es así que uno nunca sabe si es más certero definirlo como poeta o compositor, siendo lo más acertado sin duda considerarle un ente propio, capaz de buscar caminos de expresión que van desde el rock a la chanson y barnizarlos con una escritura de altas cotas. Su todavía no superada ausencia toma un insuficiente (todos lo serían) paréntesis con dos obras que precisamente solo hacen reafirmar ese dualismo, proporcionándonos la suerte de tener en negro sobre blanco toda el poso que guardan sus canciones y al mismo tiempo disfrutar de tres emocionantes ejemplares. Ambos son un regalo que incita a no olvidar todo lo que supone su figura, realzando, pese a que nos empuje a derramar alguna lágrima, un legado, brevemente ampliado, que por mucho que se empeñen los caprichos del destino sigue presente e imborrable. No se trata de jugar a la inmortalidad, muchos de sus temas nos han enseñado lo frugal y a la vez inabarcable que son nuestros designios, pero sí de apreciar el gigantesco don que posee un repertorio que ha conquistado la eternidad precisamente asumiendo la ironía que contiene este juego perdido de antemano al que llaman vida.