Taylor Swift. "The Tortured Poets Department"


Por: Javier Capapé.

Nos ocupamos hoy de una mega estrella. ¿Quién no ha oído hablar de Taylor Swift y de su omnipresencia en el mundo del "bussiness"? La artista norteamericana es, sin lugar a dudas en este momento, la más influyente del planeta. Trasciende el mainstream para estar en todos los rincones. Pero hay que reconocer que está sabiendo llevar con sus propias reglas un ascenso meteórico y bien estudiado en una carrera que cada vez es más interesante. Y no, no vamos a hablar ahora de su "Eras Tour" a punto de llegar a nuestro país. Es momento de hablar de "The Tortured Poets Departament", el disco con el que Taylor Swift se ha desmarcado una vez más de las normas impuestas lanzándolo sin apenas antelación y justo antes de emprender el nuevo round de su presente gira.

Una vez más, Taylor Swift desnuda sus sentimientos y nos transmite sus filias y fobias, sus miedos, torturas y pasiones, sus episodios más dolorosos para descargar su peso y afrontar un nuevo amanecer. Aprender de sus tropiezos, del dolor y de todas sus experiencias, por difíciles que sean, para entenderse y renacer. Nunca le ha importado compartirlo con todos. Sus discos funcionan como una suerte de terapia para ella y como espejo en el que mirarse sus oyentes, y en ese ejercicio consigue grandes resultados en forma de canción, aunque a algunos quizá puedan parecernos reiterativas sus vivencias tan sumamente personales y concretas en sus letras (aunque en ocasiones también nos sintamos plenamente interpelados). 

Con este "The Tortured Poets Departament" se ha centrado en su última ruptura sentimental, o al menos en la que más dolor le ha provocado. De esta misma experiencia también hubo apuntes en "Midnights", pero ahora se desahoga y vuelca un torrente de traumas a modo de catarsis. Estos poetas torturados, como ella misma se identifica, sanan su dolor desde esta terapia a modo de vaciado personal. A nivel sonoro vuelve el tándem con el que brilló en sus discos pandémicos. Jack Antonoff y Aaron Dessner se cogen de las manos para alumbrar otra extensa colección de canciones (dieciséis en su versión sencilla y hasta treinta y una en la edición "antológica" solo en streaming). ¿Demasiado? Quizá. Pero parece que los grandes lanzamientos no asustan a la natural de Pensilvania, aunque puedan desbordarnos a nosotros. Esa saturación pesa esta vez en su contra, no porque no haya nivel en sus canciones, sino porque nos las presenta todas de vez, no así como bien supo hacer con "Folklore" y "Evermore" donde esos meses transcurridos entre sus lanzamientos convirtieron a ambos en imprescindibles. Pero esta vez el nivel podemos tildarlo de medio más que de alto debido al hándicap del exceso. La electrónica en los arreglos es predominante en la primera parte, algo que ya vimos en "Midnights", pero consiguiendo aquí un híbrido entre este mencionado y sus discos más acústicos y pop (véase "Lover" y más concretamente "Folklore" en su tramo final).

Esta poesía torturada vuelve a contar con colaboraciones sonadas. El disco se abre con la de Post Malone, que convierte a "Fortnight" en una de las canciones más recomendables del lote, recogiendo además el espíritu sonoro por el que se va a mover el mismo. Y la otra viene de la mano de Florence Welch, dejándonos una desgarrada y conmovedora "Florida!!!" donde la evocadora voz del alma de Florence and the Machine nos atrapa sin remisión. Pero el disco no se sostiene sólo por sus colaboraciones, como podemos imaginar. Taylor Swift tiene muy claro que su fuerza es sobrenatural y la sabe transmitir en cada tema, y así se nos desborda en "Down Bad", con claras referencias a la salud mental, además de ser uno de los más logrados, o "So Long, London", donde el protagonismo lo toma su traslado a Londres motivado por su fallida relación sentimental y en el que brillan sus toques electrónicos bien entendidos. También es tremendamente personal, aunque algo alejada de sus problemas sentimentales, la electrónica "I can do it with a broken heart" donde nos habla de sobreponerse a los problemas cada vez que sube al escenario, volviendo a brillar y a entregarse aunque tenga el "corazón roto".

Hay mucho espacio para el pop más ligero como en "My boy only breaks his favorite toys" o en "Who's afraid of little old me?", junto con un derroche de intimismo que desprenden canciones como "Ioml" o "The Alchemy". "But Daddy I love him" y "The smallest man who ever lived" parecen sacadas de las sesiones de "Evermore" y eso les hace ganar en el conjunto, al igual que ocurre con los poderosos puentes de la canción que da título al disco o de "Guilty as sin?", que hacen crecer a unas canciones que si no quedarían más planas. "Fresh out the slammer" tiene un toque misterioso (su inicio remite a "Twin Peaks"), algo que también mueve a la fantástica a la vez que dolorosa "I can fix him (No really I can)", que no olvida tampoco sus leves matices country. 

La sedosa "Clara Bow" despide el grueso de la colección principal haciendo un símil entre Taylor y la actriz de cine mudo de los años veinte que da nombre a la canción. Pero hay mucho más, nada menos que quince canciones extra en una edición extendida de estos poetas torturados. La sobre saturación no aporta nada nuevo, más allá de algún destello puntual como las delicadas "The Black Dog" o "The Prophecy". También parece que entre estos aparentes descartes haya tenido más mano el músico de The National, pues canciones como "The Albatross", "I hate it here" o "I look in people's windows" son mucho más acústicas y cercanas al espíritu con el que recorrimos la pandemia junto a esta artista. El pop no llega a imponerse tanto en esta segunda parte, aunque tiene claros ejemplos en "imgonnagetyouback" (muy en la línea de The 1975), "Thank you aIMee" (¿en alusión a Aimee Man?) o "So High School" (dedicada a su actual pareja), sin aportar mucho más de lo que ya nos había dado en sus cortes previos. Son los pianos los que brillan en "How did it end?", "Cassandra", "Peter" o en el rotundo final de "The manuscript", aunque tenemos la sensación de escuchar varias veces la misma canción, no llegando a sorprendernos ninguna por encima de otra (únicamente "Robin" destaca entre algunas de estas canciones con nombre propio con uno de sus puentes épicos tan característicos).

Podemos afirmar que éste no es el disco definitivo se Taylor Swift. Ni siquiera uno de sus más valientes y certeros, pero convence y se maneja en unos términos de la industria que pocos entienden y controlan tan bien como ella. No busquéis verdaderos singles incontestables, pues quizá muchas de estas canciones se pierdan entre su gran maraña de éxitos sin llegar a trascender, pero este "The tortured poets departament" consigue que tengamos buena ración de Swift para rato y un buen puñado de canciones a las que dar más de una vuelta y descubrir la cara amable de la tortura.