Por: Guillermo García Domingo.
Este obituario, por fuerza, va a ser pendenciero, de lo contrario Robe no me lo perdonaría. Estoy muy enojado, de modo que, si estás buscando una valoración pormenorizada de su trayectoria, una relación de sus desencuentros con compañeros de banda o discográficas, la enumeración de sus adicciones, te animo a que te mudes a otros artículos más propicios, dejadme blasfemar, por favor, que se ha muerto Robe.
Los dioses, yo os maldigo, no se lo perdonaron, y han decidido fulminar a dos mortales que se atrevieron a robarles el fuego de la música a esos “pringados”. En apenas dos días han fallecido Jorge Martínez y Robe Iniesta, dos príncipes macarras que, no solamente portaron en sus antorchas el fuego sagrado, prendieron con él nuestras calles, las habitaciones en las que crecimos cuando éramos adolescentes, los locales de ensayo y las pistas de los conciertos. Y fueron todavía más lejos: ardieron ellos mismos en el fuego que arrebataron a los dioses. Fueron consecuentes, llevaron su apuesta temeraria hasta el final.
Ahora que no están, ¿quién va a ahuyentar de nuestra calles a los pijos, los santurrones de la tradiciones, los fachas, los de antes y los de nuevo cuño, los mediocres por doquier? Habrá que hacerse con un palo de hockey, una libreta para componer y una guitarra respectivamente para volver a recuperar nuestras calles.
Es natural que los dioses detestaran a “Prometeo” Iniesta, se la tenían jurada desde hace un año aproximadamente, pocos meses después de que publicara un disco que les dejaba en mal lugar, “Se nos lleva el aire” y mira tú por donde. El de Plasencia representaba todo lo que ellos no podrán ser, ni podrán hacer, un mortal que se la juega en cada “pico” que se mete en las venas, en cada canción que compone, tampoco podrán sentir el aire dulce de los valles de Extremadura que arrugó el rostro de Robe, ni vivir en el ojo de una tormenta, subirse a un escenario y rasguear una guitarra hasta que las yemas de los dedos sangren.
Su poesía visceral, que, sin embargo, se ajustaba a la música al igual que una bala encaja en el cañón de un revólver, era insoportable para los dioses. A ellos les gustaría ser de carne y hueso, sueñan con acariciar un cuerpo y masturbarse en una canción como hacía Robe cuando le parecía. El dios cristiano tampoco le perdonó que grabara “El día de la Bestia” ("Agila", 1996) ni “Jesucristo García” ("Extremaydura", 1994). Por si no tuvieran suficientes motivos de inquina contra él, últimamente, Robe solía buscar la compañía de unos indeseables, de filósofos como Nietzsche o Diógenes. Se dejaba ver con ellos, esos que les aguantan la mirada a los dioses y no apartan los ojos del sol aunque se les quemen. Una manada de perros callejeros no se separa de ellos, enseñando los dientes y sembrando el pánico entre la gente de orden. Los últimos discos del poeta extremeño rezumaban el veneno de la filosofía; en particular, “Lo que aletea en nuestras cabezas” y “Mayéutica”. Hay que escucharlos obligatoriamente al igual que “Pedrá”, “Extremaydura” y “¿Dónde están mis amigos?”, álbumes castúos, desinhibidos, antes de la etapa más exitosa y popular de Extremoduro.
Ni en toda la eternidad, podréis componer, dioses envidiosos, “El poder del arte” (el tema prometeico de su último disco), que para los recién llegados supuso el descubrimiento de lo que era capaz Iniesta. No se habían enterado de los “movimientos” de Ley Innata, ni de “Stand By”, ¿tampoco tenían noticias de “Buscando una luna”, “So payaso” o “Salir”? Y es que Robe deja huérfanos, bastardos, por supuesto, a muchos adolescentes como mi propia hija o mis alumnas, que alucinan con sus canciones. Si pudiera, Robe os diría, “agila”, “¡espabila!” en castúo. No tengáis miedo a vivir, “A este matadero no hemos venido a mirar”, tal y como dice el cantante en “Guerrero”.
Una última petición: por favor, no hagáis versiones de sus canciones, joder. No seáis payasos. Dejadle en paz, no estáis, no estaremos nunca más en la garganta doliente de Robe, dejadle que arda en el infierno rockero donde están los mejores, los que desafían a los dioses.




