Sala Ambigú Axerquía, Córdoba. Sábado, 6 de diciembre del 2025.
Por: J.J. Caballero.
Fotografías MFC Chicken: Antonio E. Molina.
Un desencuentro suele incluir connotaciones negativas, por definición. Si al término le acompaña el adjetivo “enemigo”, que también podría ser sustantivo y sustancia en el caso que nos ocupa, se transforma en sinónimo de comunión, sinergia y/o felicidad transitoria. Desencuentro reencarnado en reencuentro, enemistad vestida de conexión. Cuando se juntan ambas palabras hemos de ceñirnos a su significado más que al concepto. Y a la definición, que podría revertir a la original en su hipotética entrada en cualquier diccionario de nuevo cuño: “1. Encuentro fructífero y edificante”; “2. Concordia”. Y todo ello habría nacido por obra y gracia de los padres, primos y padrinos del evento, con Antonio Corduba al frente (horas y horas de mails, llamadas, mensajes y quebraderos de cabeza lo han hecho “alcalde” por derecho propio), Migue Pérez y todos los que rodeamos de alguna manera a la entente bicéfala llamada El Colectivo, y las salas y bares que acogen toda esta bendita locura que después de década y media regresaba a uno de sus territorios de referencia.
Los números y los corazones no mienten, aunque estos últimos no entiendan de cuadraturas ni matemáticas: Casi doscientas cincuenta personas dejándose la piel delante y detrás del escenario de la canónica sala Ambigú Axerquía, que el sábado se convertía en su epicentro geográfico y cronológico. Todavía faltaba la culminación y la entrega del felpudo –sí, así de originales son estos sujetos-, que finalmente viajará a Villarreal, junto a la costa del Azahar, donde dentro de un año esperamos estar para vivirlo y contarlo con la misma emoción. Pero vayamos al grano, porque aquí hay poca paja que descartar.
No es habitual, sobre todo para quienes se desencontraban por primera vez, encontrarte nada más entrar con unos señores de cierta edad vestidos como si acabaran de terminar una actuación con Frank Sinatra en alguna de aquellas noches mágicas del Rat Pack, o directamente salidos de un fotograma en color de una vieja y mediocre película protagonizada por Elvis Presley, en las que lo único que importaba era la música. Los Hot Jivers son una anomalía en una escena variopinta donde lo moderno y lo antiguo conviven sin dificultad y con riesgo de contaminación. Un talludito Jesús Jurado, bragado en mil y una batallas, empecinado en perpetuar el legado de sus ídolos a base de duro entrenamiento (es probablemente el frontman más espectacular del género en la actualidad), presenta a su banda con la misma pasión con la que luce traje y cimbrea cintura y micrófono en el trajín de un rock’n’boogie ejecutado con sabiduría y experiencia. Versionan a Celentano, Bobby Darin, el “Tequila” original de The Champs, la década de los sesenta ya les queda lejos y rebotan su sonido chisporroteante en cada rincón de la sala y entre todos y cada uno de los enemigos íntimos que los rodean, a la espera de un plato tal vez mejor condimentado pero dudosamente más sabroso. La pimienta la pusieron ellos; el curry venía desde unos cuantos miles de kilómetros para que al menú no le faltara ni un perejil.
Si seguimos los dictados del motor de búsqueda de Google o a la dictadura de la IA, MFC Chicken podría ser el leit motiv de un capítulo de South Park en el que la ley de marihuana medicinal de un estado norteamericano es llevada a la sátira, o bien el nombre de una cadena de comida rápida célebre en la Norteamérica de los sesenta. No se sabe si por una u otra razón la banda de la que hablamos decidió bautizarse con la misma denominación de origen. Nunca mejor dicho, porque fue en Londres, en una freiduría de pollos de uno de los barrios donde reina la comida basura por excelencia, donde germinaron las primeras ideas de un cuarteto que ya es referencia de un sonido y básicamente de una actitud con escaso parangón varios años después. Spencer Evoy, el hombre del saxo y los ademanes de orate escénico, vino de Canadá, y Ravi Low-Beer, el baterista más encantador del mundo, es fruto de la inmigración hindú que aún hoy sigue bastardeando las calles de la capital europea. Zig Criscuolo, el bajista (pluriempleado como miembro de los no menos graníticos The Fuzillis) tampoco es dueño de un apellido británico pero su acento demuestra lo contrario, al igual que el de su hijo Dan, la última incorporación a la empresa de las aves de corral y guitarrista prodigioso en camino. Juntos y revueltos, adueñándose del suelo propio y los aires ajenos, consiguieron que la noche del sábado 6 de diciembre quedase grabada a fuego en el recuerdo de todos y cada uno de los asistentes, y a la vez en la historia ya veinteañera del Desencuentro Enemigo.
Nunca, y cuando decimos nunca es nunca hasta ahora, habíamos visto y escuchado a esta sala incendiada por el sudor, dispuesta a derrumbar paredes si hacía falta, hermanada por las voces de canciones que casi no conocían, alucinados con lo que estaba ocurriendo ante sus ojos. Los hombres de la pollería, un tropo recurrente en sus temas, se habían apoderado del espacio y nos habían empoderado a todos con un par de soplos y tres o cuatro rasgueos.
Cuatro discos como cuatro soles. Arrebatos de be-bop, trazas de soul ignífugo, rockabilly al punto, garage rock vestido de domingo, dosis de boogie contemporáneo… Todo lo que podamos imaginar, imaginémoslo. O mejor, hagámoslo realidad recordando pildorazos de poco más de dos minutos como “(Ain’t nobody) meaner than my baby”, “KFC called the cops on me”, “Voodoo chicken”, “Spy wail”, “Love (is gonna fuck you up)” o “Lake bears”, donde hacen mofa del amor, se abonan al caos y apelan al baile como única salvación posible. Destrozan a la vez que abrazan las convenciones de los géneros a los que se arriman, y basándose en sus últimas ocurrencias –en el tramo central incorporan “Milk chicken”, “Jackpot”, “Bargain bucket”, “Ain’t no fun”, “Heebie Jeebies”, “Sit down mess around”, “Chicken shack” y “Bad news from the clinic”- nos ponen patas arriba y además nos dejamos tocar lo que haga falta, con perdón. Estos tipos se suben a tocar a la barra, se confunden entre la multitud, no le temen a las escaleras ni para improvisar “La cucaracha” mientras cambian de ampli y vuelven a empaparnos en el aceite caliente de su sonido para darnos la respuesta a ninguna pregunta en “Chicken is the answer”, instarnos a volver a la playa con “Beach party” e invitarnos a su última locura, “Goin’ chicken crazy”, haciendo la enésima conga antes de rendirnos para siempre al poder del dios pollo, y no va con segundas. Dos horas después, aún estábamos mirando vídeos y fotos al azar como recuerdo de algo que apenas acababa de ocurrir. Con muy poco margen de error afirmamos, porque así lo sentimos, que lo de estos señores superó las expectativas, cualesquiera que fueran, de devotos, admiradores y advenedizos. Algo que, tal y como están las cosas, no está al alcance de muchos.
Así, sin más y sin menos, quedamos emplazados a un epílogo que no fue sino la culminación de unos excelentes augurios. Desencontrémonos más a menudo, queridos enemigos, porque la unión probablemente ya no hace la fuerza, pero sí la puede convocar. Y cuando procede de tantos puntos, acaba derribando todo tipo de obstáculos para conseguir sus propósitos. Los nuestros, y de esto tampoco cabe la menor duda, quedaron ampliamente satisfechos. Ya lo dijo el Loco: El futuro es una ilusión cuando el rock and roll conquista tu corazón.
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