Celebrar cuarenta años haciendo música en un país tan desagradecido con la cultura como España es una efeméride de tintes épicos, qué duda cabe. Si dicha cifra se cumple sacando adelante una carrera coherente, capaz de unir tradición y vanguardia, dejando tras de sí una estela de absoluta independencia, convirtiendo al sufrido artista en orgulloso “rara avis” y en el arquetipo de crooner underground hispano por excelencia, no queda otra opción que festejar la cifra llevando a cabo un trabajo de lo más especial.
Un artefacto con el que dejar claro que mientras la mayoría tratan de sacar adelante sus carreras siguiendo las huellas del rebaño musical, existen unos pocos románticos que han decidido volar alto y libres. Y entre selecto grupo de francotiradores sobresale por su carácter indómito el bueno de Javier Corcobado. Un ave fénix musical que lleva esquivando la desidia años y años, ajeno a las trampas del sistema, aquellas que acaban imponiendo componer con el piloto automático activado, haciendo de los márgenes, allá donde por otra parte florecen normalmente las carreras más interesantes, su paraíso creativo donde solo tiene cabida la libertad radical.
Días atrás acaba de editar “Solitud y Soledad”, otro maravilloso compendio de grandes canciones, un total de veinte, empaquetadas en formato doble álbum, con dos partes bien diferenciadas que a continuación desgranaremos, claro está, pero que parecen encerrar un hilo conductor que une presente y pasado. Nosotros las llevamos disfrutando sin medida ni control un par de semanas, porque tratándose de las composiciones de éste alemán de nacimiento y vallecano por crianza, no entendemos otra forma de atacar su prosa y ruidismo existencial que con la “excesividad” con la que un día con total acierto le definió su buen amigo, Edi Clavo, el siempre mítico batería de Gabinete Caligari, quien conoce a Javier desde la cercanía que dan las distancias cortas y las madrugadas que se tornan amaneceres regados en licor de los que brotan la sana camaradería.
Como decimos, el primer disco lleva por nombre “Solitud”, contiene diez canciones redondas donde la prosa tensa de Corcobado alterna viejas sonoridades con crudeza y vanguardia en el marco de una producción muy lograda, hasta el punto que mucho nos tememos que podemos hablar de uno de los mejores álbumes que ha firmado en este ámbito a lo largo de toda su trayectoria. Arranca con la titular “Solitud y Soledad”, un crepuscular medio tiempo, repleto de belleza, que crece a cada segundo, para continuar con la crudeza de “Que maravilla sería”, insinuando un bolero fronterizo, oscuro y sensual donde se viste con las pieles del enorme crooner que es; lanzando un directo al mentón en el muy autobiográfico pasodoble punk “No tengo remedio”, donde uno siente brotar la sangre caliente de España en cada fraseo y un innegable homenaje al sonido Caño Roto, cambiando a un registro urbano en “Ansiedad del tiempo”, en la que su poesía se lanza a pie de calle para moldear una composición cuasi funk, repleta de ritmo vacilón.
El punk-rock industrial y abrasivo de “En la sombra de una copa” nos invita casi a un akelarre alcohólico, mientras nos retrotrae a viejos himnos como “La navaja automática de tu voz” y se despide de los “Caballitos de anís”, “Devorar la vida” es una invitación a vivir el momento con un arranque totalmente techno, continuando con la mántrica “Ying Yang Jung Venus”, arropado por los coros que le brinda con total acierto Aintzane con G de Gloria, antes de sorprendernos cantando en euskera por primera vez en su carrera en la rockera “Errigoitin”, un claro homenaje al terruño que después de tantas tormentas le ha brindando la calma que el bueno de Corco tanto necesitaba. Cerrando esta primera parte con “Inundaciones de Amor”, otra composición marca de la casa que será recibida con jubilo por su público que también parece escrita en primerísima persona, y cerrando en falso con el minimalismo a piano y voz de “Escúpeme”, idónea para cerrar sus próximos conciertos antes de acometer los bises.
La sorpresa llega cuando nos enfrentamos al segundo vinilo, “Soledad”, donde para regocijo de fieles y neófitos asistimos a la regrabación de viejas grandes canciones de su discografía, por supuesto que no están todas las que son, pero sí una pequeña y acertada representación, arrancando con la fenomenal “Desde tu herida”, grabada originalmente para “Agrio beso”, que ahora ve mejorado ostensiblemente su sonido con nuevos arreglos y una producción más contemporánea, pero no será la única joya oculta del álbum. Avanzando en el cancionero disfrutaremos de un conjunto de acertados duetos que arrancan con la presencia de Jorge Martí, vocalista de La Habitación Roja, quien le acompaña en “La cárcel”, en una nueva toma que te arrastra, emociona y transporta a otro polo de existencia con sus veleidades a cantautor electrificado.
En “cruz de respiración” cuenta con la colaboración de Marc de Dorian, tirando de Nacho Vegas para recuperar “Cine de verano”, otro bombazo que sienta al asturiano como anillo al dedo, rescatando de “Corcobator”, aquel trabajo en el que afloró el yo femenino de Javier; en otro trallazo como “Dame un beso de Cianuro” está acompañado por Alaska, en una versión down tempo y repleta de languidez que vuelve a sonar una vez más oscura, decadente y peligrosa, con ese particular cierre que invita a la locura; dejando a su buen amigo Andrés Calamaro “Susurro”, original del álbum “Editor de sueños”, a la que esta nueva mano de pintura en fenomenal compañía sienta a las mil maravillas, cerrando, ahora sí de forma definitiva, el capítulo de colaboraciones con su cercana Aintzane con G de Gloria en “El mar es mi corazón”. Pero cuidado que hay más, porque intercaladas entre las ya mencionadas en este segundo disco incluye revisiones en solitario de hitazos como “Carta al cielo”, poco que añadir a una de las letras más bonitas y crudas de nuestro rock, “Secuestraré al amor” y “A nadie”, contando con que todavía podría haber sacado lustre a su discografía que incluye otros temones como “Caballitos de Anis”, “Coches de choque” o la ya mencionada “La navaja automática de tu voz”, entre otras muchas glorias ocultas, este disco habla muy a las claras de quién es Javier Corcobado en nuestra cultura alternativa y dentro de nuestro panorama de autores libres de ataduras.
Corcobado vuelve a destapar el tarro de las esencias con “Solitud y Soledad”. Su música, siempre distinta, sinuosa y atrayente, como casi todo lo prohibido, sigue manteniendo el embrujo de lo que es auténtico, visceral y vital, aquello que desprende tanta energía como una tormenta basada en la crudeza de una existencia sin tregua, un abismo que él conoce como pocos en nuestro rock. Cada uno de los pasos de su carrera llevan la etiqueta de “no aptos para todos los públicos”, sus andanzas, excesivas y dramáticas, hablan de todo aquello que importa y lo hacen con la crudeza y sinceridad de aquel que tiene un compromiso con el arte. Si en este país hubiera un mínimo interés por la cultura y una dosis justa de coherencia, Corcobado sería un artista de masas, como no las hay, se trata de un artista de culto con una discografía a sus espaldas que haría caerse de bruces a más de uno moderno de tercera, carente de riesgo y que solo saben de trucos publicitarios para oídos fáciles. “Solitud y Soledad” simplemente refrenda lo que ya sabíamos, puesto que la grandeza de Javier Corcobado es infinita, como la estupidez de aquellos que a estas alturas de la película todavía no le escuchan. Más claro, el agua.



