alt-J: De la carretera a la gloria

WiZink Center, Madrid. Martes, 9 de enero del 2018

Por: Oky Aguirre 

Hay que empezar el año con atrevimiento. Tanto en actitud como en propuestas. Las matemáticas nunca habían estado tan cerca de ser reconfortantes, y menos en un concierto, pero somos conocedores de la querencia hacia los códigos binarios de esta banda, ya establecida después de haber chupado carretera y recibido palos a la vez que excelentes críticas. 

También se agradece el esfuerzo en hacer canciones, te lleguen o no. Todo eso supone un esfuerzo considerable, que al final se traduce en emociones, justo las que buscábamos los que estuvimos en el Wizink Center de Madrid para ver a los alt-J; ese grupo que hace pocos años nos llegó no se sabe muy bien de dónde, pero que cada uno recordamos como un regalo. 

Pudimos verlos en el pasado Mad Cool, donde más nos acordamos de malabaristas –Pedro Aunión perdía la vida antes de la actuación de Green Day- que de música, pero su presentación en España, para un grupo que con su tercer disco, "Relaxer", ya copa puestos importantes con críticas dispares, tenía pinta de acontecimiento. Al final lo fue. Si nos trasladamos al impacto que un grupo pueda tener en sus propuestas, jugándosela por llevar a cabo sus principios y convicciones musicales, con estos chicos de Leeds hay que darse un momento. 

Se la jugaron desde el principio de su carrera, con aquel "An Awesome Wave" que se llevó el Mercury Prize y que acogió los mismos detractores que futuros creyentes, en un sonido que ya se ha convertido en concepto, mezclando acordes y voces con armonías planetarias; géneros con silencios y "dub" con chasquidos de dedos o electrónica fulminante con el más íntimo detalle acústico. 

Empezaron con "Deadcrush", ese tema clave de su último disco, que da continuidad a su sonido y atmósferas únicos, ya sea con el teclado de Gus Unger-Hamilton o el falsete "punjabi" de Joe Newman, con mención aparte del batería Thom Green, auténtico ángel de la guarda de esta banda británica, que saca oro de sus baquetas. 

Una primera parte, donde encadenaron "Nara", "Fitzpleasure" ,"Something Good", "The Gospel of John Hurt" e "In cold blood" bastaron para definir este concierto que dejará huella, sobre todo visual. La conjunción de luces con la presencia estática de sus tres componentes convirtió el concierto en espectáculo para los sentidos; unas veces por los ojos y otras por los oídos. "Fitzpleasure" fluyó por igual, tanto por los amplificadores como por las columnas luminosas, dispuestas de tal manera que realmente se integraban en las canciones, que iban cayendo una tras otra de forma impecable, aunque habrá que perdonar a Newman un par de tropiezos entre tantas subidas y bajadas de tono, lo que hace más grande su propuesta, entre grandilocuente , conmovedora y cercana. 

Por fin pudimos sentir esa maravilla vocal, "Ripe & Ruin", evocando melodías doo woop y de años pasados, para después asistir al "coitus interruptus" que tuvieron con "Matilda", himno que perdurará en el tiempo, al igual que el "Pleader", esa maravilla irlandesa que integran en "Pleader", donde sonaron violines, en donde no los había, con teclados del siglo XXI. "Tessellate", "Every other freckle", "Taro" y "Dissolve Me" –preciosa la frase "She makes the sound the sound sea makes, to calm me down"- pasaron como balas en poco más de una hora, dejando veinte minutos para "3WW" y un "Breezeblocks" que con el tiempo será equiparable al "Light my Fire" de los Doors, que por cierto, no tenían bajista, como los alt-J. Pero estos muchachos algún día alcanzarán la "gloria". 2018 no ha hecho más que empezar: Madrid fue testigo del despegue de alt-J hacia un futuro que les pertenece.