Colman Gota: "And the Losers Choir Sings"

Por: J.J. Caballero 

Pop de guitarras. Así de simple y así de complicado a la vez. Fácil de escuchar, disfrutable al cien por cien, pero no tan sencillo de conseguir con los medios y los instrumentos justos. A principios de los noventa ya lo consiguieron entre otros, aunque en diferente medida, los miembros de una banda llamada Insanity Wave, a la que pertenecía el bajista y cantante Colman Gota, y desde entonces él no ha dejado de intentarlo publicando cuatro discos –este "And the losers choir sings" es el último hasta la fecha- que han obtenido mucha más repercusión fuera de nuestras fronteras que aquí mismo, pues en el circuito del pop independiente hispano su nombre sigue siendo prácticamente desconocido para la mayoría. Una pena, y sobre todo una injusticia, teniendo en cuenta la calidad de sus canciones y las excelentes críticas que ha recibido hasta el momento. Algunos hasta lo han llegado a calificar como un Matthew Sweet español, piropo nada desafortunado por cierto y ciertamente próximo a las influencias y resultado de sus composiciones.

El músico vuelve a grabar en Kernersville, Carolina del Norte, ubicación donde ya dio forma a su anterior producción, y se deja asesorar por la pericia de John Pfiffner y Scott Solter, destacados creadores de atmósferas rock de corte medio psicodélico para grandes nombres de la escena como Superchunk o Two Gallants. Juntos perfilan los excelentes estribillos que les proporciona Colman Gota, como el de la tremenda "Catholic school", en la que le da la vuelta al concepto católico de culpa, o el irresistible de la nostálgica "Practice room", una oda a la época en la que las ciudades se inundaban de locales de ensayo, hoy ya prácticamente relegados a polígonos o regulados por alquileres prohibitivos. 

Sin duda algo que el músico y sus coetáneos conocen a la perfección por las muchas horas empleadas en terminar unas canciones que a día de hoy pueden mirar a la cara sin demasiado rubor a otras de unos Teenage Fanclub, sin ir más lejos, o incluso abrumar a los Weezer más recientes y apocados, definidas por la melodía radiante de "Victim of society", el esquema de rock clásico de "Lonely tonight" o los deliciosos arreglos de piano de la preciosa "No after no", con la que cierra un disco no solo disfrutable al cien por cien sino culpable de que una vez más nos planteemos el eterno interrogante: "¿Por qué otros con menos talento y bagaje sí y gente tan bien amueblada musicalmente como este señor no?" La respuesta tal vez la tengan, o eso creerán, los seguidores del próximo espectáculo televisivo en el que gente que no ha escuchado música en su vida jalea, y algunos incluso los juzgan, a maniquíes de voces clónicas sin la menor personalidad artística. Un disco este que al menos te reconcilia con las canciones durante un rato.