Quique González: “Las Palabras Vividas”

Por: Javier Capapé

Han pasado tres años. Se dice pronto, pero ha sido una espera larga. Aunque en este tiempo Quique González no se ha ido del todo. Los ecos de su excelso “Me mata si me necesitas” siguen resonando en todos nosotros. Todavía no nos ha abandonado. Cuando pensábamos que su retirada temporal podía alargarse nos sorprendió este verano anunciando un disco al alimón con el poeta granadino Luis García Montero. He de decir que en el momento que supe de esta noticia no me mostré muy entusiasta, a pesar de que “Aunque tú no lo sepas” (canción inspirada en el poema homónimo aparecido en el libro “Habitaciones Separadas” de García Montero) fuera una de mis canciones de referencia del madrileño. Tenía mis dudas de si un disco compuesto íntegramente por poemas musicados de la mano de González pudiese funcionar. Dudaba de que las letras de alguien ajeno al universo del músico fueran creíbles cantadas por él mismo. Con ese toque de desconfianza llegó a mis oídos “La hora de los locos” y caí rendido ante su fuerza y credibilidad. Parecía compuesta íntegramente por González. No echaba de menos su manera de contar sus historias. De hecho, lo reconocía en esa letra, dejando ese poso de cotidianeidad y credibilidad en cada verso. Sin duda, las letras de García Montero le iban a sentar como anillo al dedo ya que, al parecer, el granadino las compuso pensando en hacer canciones directamente para el madrileño, como si fueran compuestas por ambos en conjunto, no que el uno musicase poemas ya escritos por el otro. Esto le otorga al proyecto una solidez mucho mayor, pues es un trabajo a cuatro manos de principio a fin, donde las canciones en boca de González no pueden entenderse sin las letras de García Montero, pero a la vez se sienten personalísimas y absolutamente creíbles por el que las interpreta.

Al introducirme de lleno ya en el universo de estas diez canciones tras su publicación en forma de disco mi corazón vuelve a latir con fuerza. Emocionado, como cada vez que escucho un nuevo disco de Quique González, y degustando con calma cada acorde, cada verso, cada fraseo, que me hacen sentir en casa a pesar de tratarse de terrenos nuevos. “Las palabras vividas” es un disco que requiere atención y mucha calma, donde sus letras tienen la mayor importancia, por encima esta vez de etiquetas cercanas al rock, que quedan totalmente al margen. Tras un par de discos más crudos, Quique se nos muestra de nuevo en esa línea fronteriza y acústica de aquel lejano pero imprescindible “Kamikazes enamorados”. Son, en sonoridad, discos hermanos, y es un acierto teniendo en cuenta que aquí quieren resaltarse por encima de todo los textos, ya que la música no nos despista ni aleja de lo que verdaderamente importa en estas diez perlas. La producción minimalista, aunque no por ello exenta de cuidados detalles, está dirigida, de forma equilibrada, por César Pop, Toni Brunet y Diego Galaz. Tres grandes músicos que han sabido sumar en lugar de hacer compartimentos estancos y diferenciados de cada uno. Algo que aporta frescura y a la vez permite no encorsetar a estas canciones, pues en ellas se respiran las ganas de crecer con cada una de las aportaciones de sus productores en lugar de entorpecerse al tratarse de un trabajo muy repartido. En un primer momento Quique quiso contar con Carlos Raya a los mandos para dar al disco ese toque fronterizo, pero el hecho de no contar con él y recurrir a tres músicos de renombre más o menos cercanos al entorno del madrileño, no solo hizo crecer a la propuesta sino que se convirtió en uno de sus mayores aciertos, pues llevan a estas canciones por otros terrenos que quizá con Raya hubiesen sido más previsibles.

La clave está en abrirles las puertas y permitir que estas canciones nos habiten. Son un regalo en sí mismas. De formas directas y con una gran concreción. A pesar de nacer como poemas consiguen centrar fácilmente su foco de atención para no perdernos entre sus versos. Estas canciones están desprovistas de todo lo accesorio para podernos entregar de lleno a ellas, permitiéndonos una conexión más pura. Quique nos canta en primera persona y lo hace para cada uno de nosotros en la intimidad, porque éste es un disco pensado para abordarlo al atardecer o en la complicidad de la noche. Las suaves guitarras de Toni Brunet levantan el polvo, que se mece con los violines, mandolinas y banjos de Diego Galaz, así como con los sutiles toques de piano o acordeón de César Pop. Productores y almas instrumentales de “Las palabras vividas”, acompañados por el semblante sereno y firme de Edu Olmedo (portando más las escobillas que las baquetas para la ocasión) y el contrabajo de Pablo Navarro. Un gran equipo reunido en los estudios Gárate de Andoain durante los primeros días de la última primavera para alumbrar un disco más bien otoñal, de los que no saben de tendencias sino de aquello que perdura y que bien envejece, como el buen vino. Pequeñas joyas como “Canción con Orquesta”, apoyada en suaves mandolinas, o “Todo se acaba”, mecida entre un viejo piano y un banjo doliente, te hacen retroceder en el tiempo. Podrían ser canciones extraídas de los álbumes de los setenta de Bob Dylan o de los mismísimos The Band, pero también tienen un toque que recuerda a los más contemporáneos Jeff Tweedy o Ryan Adams. Canciones que nunca se olvidan y que vuelven una y otra vez a nosotros porque trascienden las líneas del tiempo encajando a la perfección siempre que se les llame. 

En estas palabras vividas o canciones eternas encontraremos un artículo único, de los que pocas veces se repiten. Dos autores en un momento inspiradísimo, trabajando el uno para el otro, complementándose, poniéndose en el lugar del otro y consiguiendo ser uno al servicio de la canción, que permanecerá por siempre. Así, con estas diez canciones, daremos la “Bienvenida” a aquellos que tienen toda la vida por delante, nos lamentaremos por aquello perdido en “Todo se acaba”, disfrutaremos de nuestros delirios como si estuviéramos tocados por una varita mágica en “La nave de los locos”, nos sentiremos únicos bajo el amparo de nuestros compañeros de viaje en “Qué más puedo pedirte”, admitiremos nuestras dudas, tropiezos y fracasos en “Canción con Orquesta”, caminaremos por las calles gastadas en la urbana “Canción del pistolero muerto” y nos declararemos fieles a la cofradía de las palabras, las que nos dan y nos quitan, aquellas que nos permiten expresar nuestro vivir en “Las nuevas palabras”. 

Difícil destacar una de estas diez canciones porque en todas habita la palabra que, con reposo y consistencia, nos hace más libres. Pero no todo está en los versos, puesto que estas canciones también son ejemplos de una magnífica instrumentación. Limpia y precisa, que sabe detenerse en los silencios o recrearse en solos de guitarra que crecen en cada pulsión sin necesidad de grandes dibujos (basta con admirar el magistral solo de “Todo se acaba” a cargo de Toni Brunet). Temas como “El pasajero” ganan brío y parecen volver a Nashville, aunque sin necesitar esta vez a Brad Jones para que cada instrumento esté colocado en su sitio y cumpla con creces su misión de estremecer e incitar a partes iguales. La desnudez de “Qué más puedo pedirte” lo da todo apenas con nada, algo que también ocurre con la exquisitez de “Mi todavía” (que tiene el toque más pop del conjunto) o con ese breve final que es “Seis cuerdas”, poco más de un minuto para resumir toda la esencia del disco con una sonoridad áspera y un texto que concentra en sí mismo las verdaderas intenciones de estos dos grandes artistas (“El corazón de siempre en un acorde nuevo. Aunque no lo esperabas, esto ha sido la música”), cerrando con esos versos llenos de verdad y poesía: “Vivir es aprender a soñar con la lluvia, a mojarte en la historia y a contar con los dedos”. Y es que las letras de Luis García Montero están llenas de escenas cotidianas con las que sentirnos totalmente identificados, y la voz de Quique González nos permite, con su cercanía característica, lo más natural posible, entrar hasta la cocina a compartir con él, junto a un café que pare el tiempo, estas experiencias que ha hecho propias. Porque en realidad son suyas y desde ahora también nuestras.