The Killers: “Imploding the Mirage”



Por: Javier Capapé

El sexto disco de estudio de los norteamericanos The Killers es un acontecimiento a destacar entre los lanzamientos discográficos de este 2020. Un disco sanador, como muchos de los que están lanzándose en estos tiempos tan inusuales que corren. "Imploding the Mirage" no suena al indie rock acelerado de su debut "Hot Fuss" ni al pseudo adult-pop-rock americano de "Sam's Town". No es pop semi bailable como "Day & Age" ni un rompecabezas estilístico como "Battle Born". Al que más se asemeja es a su inmediato predecesor "Wonderful Wonderful", aunque sin la hondura existencial de éste. "Imploding the Mirage" está dentro de lo esperado, sin llegar a sorprender, pero a la vez es potente y reafirma el espíritu inquieto de esta banda que oscila entre el rock de estadio y el pop de masas. Algunos lo presentan como su disco definitivo, como el más acertado desde los tiempos de "Sam's Town", aunque a mí me parece más bien una estrategia de marketing. El sexto disco del grupo de Las Vegas no aporta gran novedad, no sorprende ni eleva el listón de sus predecesores, pero es al mismo tiempo un disco con empaque y hondura. Una apuesta segura, como casi cualquier capítulo de su discografía. Repartiéndose la producción entre Jonathan Rado (Foxygen) y Shawn Everett en este “Imploding the Mirage” han intentado dejar atrás la electrónica predominante de su predecesor en favor de un rock más contundente, sin prescindir de los toques sintéticos que tanto gustan a su líder.

La apertura con "My own soul's warning" hace que resuene la épica desde los compases iniciales, dominados por los sintes y el tratamiento vocal de Brandon Flowers. Las guitarras no rugen como antes y el riff dominante hay que buscarlo en los sintetizadores. Sobrevuela el mismísimo Springsteen en las formas, pero la lástima es que los de Las Vegas tengan que recurrir en exceso a sus referentes en lugar de brillar con luz propia. No obstante hay que tener en cuenta que hace tiempo que son un reflejo de lo que fueron en su día y que siguen intentado repetir clichés. A pesar de todo, el tema de apertura resiste el envite y convence con cierta grandiosidad de estadio. Más discreta es "Blowback", pero llega a ser más convincente. De nuevo las guitarras no destacan (hay que tener en cuenta que Dave Kenuing solo ha participado en el disco puntualmente), pero la rítmica es poderosa y podría haber encajado perfectamente en sus primeros discos sin desentonar en exceso, aunque los coros finales chirríen un poco.

Los primeros compases de "Dying Breed" son casi industriales, pero es una canción del típico canon del cuarteto de Las Vegas. Flowers domina de principio a fin y su voz nos conduce bajo la línea de un potente bajo y unos sintetizadores envolventes a un estribillo de nuevo muy "springsteeniano" (recordándonos a sus pasajes ochenteros) pero igualmente fabuloso. Historias contadas al estilo del de New Jersey resuenan en éste y muchos otros temas del álbum, pero es que The Killers no ocultan los sonidos que admiran, más bien se regodean en ellos y los potencian con temas tan medidos al milímetro como éste. "Caution" fue el primer single que escuchamos de este disco (retrasado como tantos otros en su publicación durante este año) y la verdad es que poco se le puede reprochar. No falla casi nada en él. Un estribillo potente, unas estrofas bien medidas y una solvencia instrumental a la que tan mal acostumbrados nos tiene el grupo norteamericano, siempre potenciando los crescendos y la potencia elevada, destacando en este caso los toques de guitarra a cargo de Lindsey Buckingham (Fleetwood Mac) junto al maravilloso solo final. Pero hagamos un inciso en alusión a este último apunte relacionado con las seis cuerdas. The Killers no podrían considerarse a estas alturas un cuarteto, ya que en sus dos últimos álbumes la presencia de su guitarrista original ha quedado prácticamente en segundo plano (oficialmente ya no forma parte del grupo) y su bajista tampoco se prodiga en exceso por el estudio de grabación. The Killers podría decirse que son (ahora más que nunca y tras sus erróneos escarceos en solitario) el proyecto personal de su líder Brandon Flowers, con la inestimable ayuda de su escudero Ronnie Vannucci Jr.


"Lightning Fields" baja el ritmo derrochando nuevamente épica de estadio, pero nos suena a ya escuchada, con poco más que aportar salvo el apunte de K.D. Lang en el puente, que consigue salvarla de la quema, conduciéndonos a la segunda parte del disco, que se abre con la bailable pero inocua "Fire in Bone", otro de sus adelantos, que se queda a medias entre sus referencias a Eurythmics y sus ecos ochenteros que no le sientan tan bien como cabría esperar. Solo Flowers sale beneficiado entre tanto sonido demodé que no encaja tan bien dentro de la discografía del grupo.

El inicio guitarrero de "Running Towards a Place" promete, en una línea entre Dire Straits y Pretenders, pero rápidamente pierde fuerza sin aportar lo esperado, confirmado los síntomas de agotamiento del propio disco (¿Diez canciones son demasiadas?) y quizá del grupo en sí mismo. Los tintes asiáticos se dejan ver en "My God", al igual que las referencias a Peter Gabriel o Kate Bush. Weyes Blood es quien pone en este canto atípico dentro del conjunto la puntual nota de color que difiere de la preeminencia mainstream que les volverá a colocar entre los lanzamientos más destacados del momento, pero sin lugar a dudas, salvo casos puntuales de seguidores acérrimos, el disco no sobrevivirá mucho más allá de lo que nos queda de este fatídico 2020. "When the Dreams Run Dry" juega con los cambios de ritmo y la magia de los sintetizadores, dejando claro de nuevo que quien manda en esta empresa es el bueno de Flowers, conduciéndonos al fin de fiesta con la más ligera "Imploding the Mirage", que puede presumir de un estribillo bien armado y cercano a la grandiosidad del pop, pero algo impostado.

En definitiva, un disco solvente, pero falto del espíritu que The Killers nos brindaban antes de su explosión de masas con "Human". "Imploding the Mirage" no es un disco mediocre, ni mucho menos, pero dista mucho de las cotas que el grupo nos ofreció en la segunda mitad de los primeros dos mil. Puede que ese grupo primigenio sea ya un espejismo que Brandon Flowers no permitirá que vuelva a resurgir, aunque a pesar de todo siga convenciéndonos de que su proyecto es éste y que el resultado de estas diez canciones son consensuadas en conjunto. Pero una vez más queda claro que con su grupo derrocha su propia megalomanía mientras refleja sus experiencias personales directamente en las letras. En este caso parece que ha querido hacer hincapié en su experiencia de pareja luchando frente a las dificultades, buscando la reafirmación del amor como cura y salvación, lo que le ha llevado en el plano personal a abandonar Las Vegas por los paisajes sobrecogedores de Utah. Sea lo que sea, el último disco de estudio de la banda norteamericana es un paso más en su granada carrera, pero para nada es un paso de gigante en la misma. Simplemente es un nuevo eslabón, testimonio de la tediosa madurez de esas bandas que tanto nos dieron y que no queremos dejar caer en el olvido, aunque lo más sensato sería precisamente eso, dando paso a un relevo tal vez más fresco y renovador.