Johnny B. Zero: “Metonymy of Sound”




Por: Kepa Arbizu 

Son innumerables y de lo más variopintas el tipo de formaciones que la historia de la música popular nos ha brindado. Desde aquellas más convencionales, pasando por combos numerosos o alineaciones estrambóticas, una categoría en la que sin duda se podría incluir a la actual configuración con la que que se presenta el grupo Johnny B. Zero, que cuenta con voz, guitarra, sintetizadores, batería y saxofón. Un cuarteto que ya desde su misma composición demuestra que ni lo ortodoxo ni lo convencional son parámetros a los que le guste ceñirse, y visto los resultados que son capaces de alcanzar, bienvenida sea esta acracia artística.

Una serie de gratificantes rarezas que ni mucho menos van a delimitarse al mero aspecto formal, porque teniendo en cuenta que su campo de acción es el rock, dicho de la manera más genérica imaginable pero también bajo un arraigo clásico, con la misma rotundidad podemos decir que la utilización de cualquier etiqueta o denominación que tenga como intención embolsar su propuesta se convertirá en una búsqueda baldía. Sería fácil en ese sentido resumir la idiosincrasia de estos valencianos bajo las enseñanzas de Aleister Crowley en la que hacer lo que se quiera era la única ley válida, pero también hay que tener en cuenta, partiendo ya del docto título de su nuevo disco (“Metonymy of Sound”), la recapacitada y pautada estrategia de la banda capitaneado por Juanma Pastor para tejer a través del álbum todo un tratado donde la música, su manifestación sonora, se otorga toda la prioridad posible para convertirse en reflejo fiel de la esencia humana, una que nada tiene que ver con la placentera y engañosa estabilidad. Un recorrido en el que el amor, con todas sus vicisitudes, emergerá al mismo tiempo como indispensable motor de la existencia.

Ni conceptualmente, ni formalmente, nos encontramos ante un trabajo que pueda ser despachado con una escucha rápida y liviana mientras pensamos en pasar al siguiente nombre de las miles de novedades que llegan a diario. Sus objetivos, por atrevidos que sean, son otros, y sino valga como ejemplo el manifiesto que acompaña a las canciones, presentado como toda una tabla de mandamientos en cuanto a los propósitos buscados y que presenta a la inspiración, la libertad y la imaginación, con todas sus posible imperfecciones, como ejes capitales. Una tesis que se sustentará ya desde la apertura con el tema homónimo, que incide en dichas ideas por medio de ritmos de exultante electricidad, desmelenados y trotones, como si de los Dead Weather de Jack White se tratase, coronados por su pegadizo y coreable estribillo en el que revolotea inquietante la presencia de los sintetizadores. Una base hard rockera que también hará de soporte, con un inicio que suena a guiño a Led Zeppelin, en una “Trve Fact” que además cuenta con la participación de la voz de Aurora García de Betrayers, y por la que ya asoma esa épica tan ligada a Muse de la que también podremos encontrar algo, en una porción más mesurada y romántica, en “People”.

Sin liberarse nunca de ese reconocible impulso eléctrico, la gama de tonalidades y espacios a los que se asoma el disco resulta apabullante, no solo por el número de ellos, sino por la manera de aglutinarlos y ofrecerlos en una sorprendente sintonía. Una ecuación en la que la banda funciona como una reducida filarmónica donde cada instrumento cuenta con su importante cota de protagonismo pero siempre al servicio de un objetivo común y global. Valga como ejemplo “Characters” y su impredecible naturaleza, emulando a esas casi imposibles mezclas que han llevado a cabo formaciones como Pop Will Eat Itself, donde lo electrónico, en esta ocasión casi robotizado, y lo guitarrero se expresan bajo lenguaje de hip hop. No menos sorprendente y logradas resultan piezas como “Family”, sustentada sobre cadencias de ambiente tribal, o el funky con tintes bufonescos pero cargado de un músculo que palpita bajo trazas similares a las de Primus en “Biscuits”. A pesar de ese inamovible contexto donde reina un carácter enrevesado y caótico, con ciertas señas de identidad que nos remiten a la incontrolable creatividad desplegada por Sun Ra, se puede descifrar en “Broken Nature Love” despuntes de delicado pop beatleiano o riffs de la escuela Hendrix que desembocan en el blues minimalista y angustioso de “Horror Song”. 

Resulta recurrente ese tipo de pensamiento que se siente defraudado por lo que había imaginado que el futuro nos iba a ofrecer, no obteniendo ni rastro hoy de esos escenarios ultra avanzados que la mente había dibujado. De lo que no cabe duda es que si hubiéramos proyectado en el ámbito de la música esas mismas elucubraciones, el resultado no habría sido muy diferente a lo ofrecido por Johnny B. Zero en este trabajo, una reunión de sonidos aparentemente incasables y que aquí lo logran en aras de crear un nuevo ser que funciona además en diferentes planos, desde el más melódico y pegadizo hasta uno más vanguardista. Sería un recurso demasiado fácil, e injusto, considerar que un disco como éste, por su naturaleza y pese a su enorme talento, está fuera del alcance de la capacidad de muchos oyentes. La realidad es otra bien distinta, y es que por el contrario nos hemos dejado acostumbrar con demasiada facilidad a las propuestas y discursos más dóciles y rutinarios. Y me temo que ahora no estoy hablando solo de música...