Abba, Sidonie y la ruta psicodélica

 

Sala Mozart del Auditorio, Zaragoza. Viernes, 28 de mayo del 2021

Texto y fotografías: Javier Capapé

El regreso de Abba, o mejor dicho, el regreso de Sidonie y la consagración de Marc Ros. Esa podría ser la lectura principal de la gira que los catalanes están llevando a cabo durante este 2021. Presentan un disco muy ambicioso, en un año difícil para todos, pero en el que parecemos adivinar cierta claridad al fondo, y precisamente el formato que Sidonie lleva a escena para esta gira no puede ser más acertado con el momento vital de nuestros protagonistas y de sus seguidores, congregados religiosamente a su colorido espectáculo.

Esta vez parece que se nos presentan con más solemnidad y menos desenfreno (aunque para eso seguimos teniendo a Axel Pi). Podemos escuchar sus canciones con más detenimiento y disfrutarlas más allá de su corte festivalero. De hecho, la estructura del concierto se divide en dos partes bien diferenciadas, como si estuviéramos adentrándonos en una ruta que recorrer de forma pausada, degustando cada parada en su justa medida, con sus subidas y bajadas, entendiendo que puede ser más importante el camino que el destino en sí mismo. La primera parte tiene un tono más cercano y comedido, con todo el grupo sentado al igual que su público. Van saliendo uno a uno al escenario y van subiendo las revoluciones poco a poco, sin soltar las guitarras acústicas. El primero en salir a escena es Marc para rescatar esa pequeña joya pseudo futurista que es "Los coches aún no vuelan". Templa el ambiente con suavidad, como queriendo disfrutar casi por primera vez de un público que se para a pensar más fácilmente en los significados ocultos de sus letras que con todo el ruido de fondo de sus conciertos tradicionales. Al terminar invita a Jes Senra para interpretar a dúo "Nuestro baile del viernes". Los dos comparten versos, pero el protagonismo parece centrado en su compositor. Ros es el conductor de la velada, el padre de estas canciones, y en todo momento tengo la sensación de asistir al concierto del grupo de Marc Ros, algo que, medio en broma medio en serio, confiesan ellos mismos. El tercero en discordia, Axel Pi, sale al escenario para regalarnos sus particulares acrobacias sobre la banqueta de su batería además de su ritmo preciso con "Giraluna", una de sus joyas escondidas renovada para la ocasión con arreglos para trío básico de rock. "Fascinado" congrega ya a la formación convertida en quinteto y se entrega con uno de sus clásicos más celebrados. Y es que nunca nos cansamos de corear ese repetitivo estribillo. El público de la sala Mozart (el nuevo templo del rock zaragozano en este 2021) no nos resistimos a levantarnos de nuestros asientos con esta canción y continuamos de la misma guisa con "Maravilloso", momento en el que comienzan algunas de las referencias a otros himnos del rock salpicados en sus canciones. Ros nos anima a estar atentos a estos fragmentos de canciones que se sucederán en la velada, como hacen aquí con ecos a los Who o poco después con el "Riders on the storm" de los Doors como final de su maravillosa versión de "Gracias a la vida" de Violeta Parra. Con ésta última inician una breve incursión en su último álbum, del que interpretan "Buenas vibraciones", "Códecs" y la lisérgica "Nirvana Internacional", desatando posteriormente la empatía colectiva con dos de sus últimos himnos, "No sé dibujar un perro" y "El peor grupo del mundo", en la que cambian los nombres de los protagonistas originales de la canción por los de la novela complementaria a su último disco: Abba, Hugo y Doménech.

Fin de la primera parte. Los taburetes se retiran del escenario y se aparcan las guitarras acústicas. Mientras suena de fondo el interesante episodio de Anna Pavlova conversando con Abba aparecido en su más reciente álbum ("La bailarina rusa con los ojos de Telescopio"), nos preparamos para una segunda parte más explosiva, eléctrica y festiva que abre con el tema titular del disco y novela y que recalará en algunos de sus éxitos infalibles, con todo el público desatado coreando "Costa azul", "Un día de mierda" o "El incendio". Antes de llegar estos temas más celebrados habrá tiempo para un "Siglo XX" más desatado que de costumbre, la definida como psicodelia fuerte lisérgica de "Verano del Amor" o la descripción del abandono y la aceptación tras el final de una relación que es "Abba y Mathieu".

Su apuesta por el catalán con "Portlligat" parece celebrarse por la mayoría, pero es el único momento donde veo a espectadores retirarse de la sala motivados quizá por una falta de apertura de miras o simplemente porque el éxito no termina de encajar entre el respetable, pero a mí me sigue cautivando, no sé si por su sonido ochentero kitsch o por la vibra que transmite la banda al interpretarlo. Hay elegancia y coherencia en él. Y sobretodo se aprecia un disfrute pleno por parte de todo el grupo, que sabe perfectamente que ésta es una de sus "niñas mimadas".

Tras un paréntesis ruidoso donde la banda improvisó la furia de adentrarse en un bosque dando rienda suelta a la distorsión y al ruido provocado por la ejecución totalmente libre de sus instrumentos, Marc Ros, de nuevo como protagonista absoluto, interpretó una de sus canciones emblema, una de esas que se ha convertido en un clásico instantáneo, no sólo de la banda, sino de todos aquellos que amamos la música. Me estoy refiriendo a "Mi vida es la música", que sonó muy fresca gracias a la aportación a los coros de Jes Senra haciendo las veces de Delaporte y que fue de las más coreadas por todos los presentes. "Carreteras infinitas" conectó con todos aquellos ávidos de festivales y de comunión indie que esperamos recuperar pronto, y el broche final, dejando el paripé de salir y entrar a escena en los bises para los clásicos, vino de la mano de "Estáis Aquí" en agradecimiento a todos los que llenábamos la sala Mozart de buenas vibraciones y ganas, muchas ganas de fiesta. Fiesta que llegará más pronto que tarde, pero que con la entrega de Sidonie se siente más cerca y se palpa como una realidad en conciertos como éste, donde la magia se siente nada impostada, nos volvemos a enamorar de la psicodelia más estilosa y las ganas de disfrutar y desmelenarse por encima de todo se mantienen intactas por muchas restricciones que nos impongan.