"El porvenir no llega, el pasado no importa", de Diego Vasallo


Por: Guillermo García Domingo

Con un poco de retraso respecto a su último disco llega discretamente a las librerías “El porvenir no llega, el pasado no importa”, de Diego Vasallo, publicado con verdadero acierto por la editorial vallisoletana Difácil. Este dietario o diario poético se resiste a ser catalogado, y tampoco tenemos interés en hacerlo, que se ocupe de ello la Casa del Libro, a nosotros nos basta con saber que ha sido escrito por un poeta de ley. Después de leer el libro no queda ningún argumento para considerarlo el hermano menor del disco, “Caemos como cae un ángel”, en el que el músico ha reunido una colección de canciones soberbias.

En el cambio de siglo Diego Vasallo publicó el disco “Canciones de amor desafinado” (me pregunto cómo pudo pasar(nos) desapercibido este brillante LP). En el segundo corte, “Ascensores al cielo”, la voz de arena de Vasallo se hace acompañar por la de Luis Eduardo Aute. Hay algo más que una hermosa canción que une los destinos de ambos músicos. Los derroteros artísticos de ambos ponen de manifiesto que la imaginación creadora consigue abrirse paso ineluctablemente por los cauces que encuentra en su empeño. Al igual que el añorado Aute, el músico donostiarra se ha expresado a través de la artes plásticas, la fotografía o la poesía. En “El porvenir no llega…” da a entender que la insatisfacción es la fuente originaria de su creación, el fuego que lo consume todo, y todo es poco, como Rilke le advirtió al aspirante a poeta en las célebres cartas que intercambiaron. Vasallo ya no es un aspirante, muy al contrario, está preparado para ofrecer lecciones sobre la vocación artística como hace en una doble página gloriosa (26 y 27): “Cualquier aspiración artística es una empresa fallida; de un reto a los dioses siempre se sale perdiendo”. Y enfrente, sosteniendo el reto y la mirada: “Ir plasmando la propia obra es como arañar las paredes del precipicio en la -inevitable- caída”. Vasallo ha tenido a bien representar esta idea en la portada del disco “Caemos como cae un ángel”, en el que su nombre y el título han sido “arañados” sobre el cristal imaginario que protege la fotografía (creación del propio músico) de la portada.

El libro contiene textos heterogéneos, de desigual extensión. Hacia el final las entradas breves del comienzo se transforman decididamente en relatos breves como la falsa última página (127), que encabeza así: “Conduzco con Nataniel Rateliff a todo volumen…”, y concluye con un final tan abierto como inquietante: “Llego al hospital”. Vasallo sabe de sobra que es decisivo comenzar con buen pie. Una canción memorable, ese milagro de tres minutos, no se hace esperar demasiado. A fin de cuentas este músico lleva casi 40 años componiendo canciones; era todavía adolescente cuando empezó a hacerlo. A propósito de esto, la confesión titulada “Una vez más estoy terminando un disco…” es una revelación asombrosa acerca del “absurdo oficio” de concebir y grabar discos. Algunos textos podrían sopesarse como posibles canciones (véase la página 106, “Cuando el verano cae de repente…”). 

Hay otras entradas (de este dietario), en cambio, que han adelgazado tan bien de todo lo que les pudiera sobrar que se ofrecen al lector como estimulantes aforismos o sentencias filosóficas de efectos retardados que estallan muchos días después de haber sido leídos. “La inteligencia fría y dogmática de la máquina es una forma de estupidez”, página 35. “Ser pesimista me lleva todo el día”, página 43. Incluso las entradas más extensas, cuando se leen en varias ocasiones, y doy fe de que soportan muchas lecturas sin perder brillo, dejan un regusto a sentencia de provecho. La familiaridad entre la poesía y la filosofía viene de lejos, ambas formas de conocimiento surgen a partir de la extrañeza que suscita el mundo. Los que están consagrados a ellas ven lo que la mayoría de nosotros no vemos y saben expresarlo como nadie lo hace. La pandemia nos sumió a todos en el desconcierto, a Vasallo seguro que también, sin embargo, en la página 45 declara: “Una leve llovizna ha caído esta noche. Enfrentados al vacío de una cuarentena, la vida ahí fuera se desvanece y la densidad del aire parece conformar un mundo nuevo. La distancia de las cosas nos separa de lo que alguna vez perseguimos. Mientras, las horas pasan de largo como trenes a lo lejos”. 

“La rutina -ese traje a medida-“ parece otra cosa si la viste Vasallo, que demuestra ser un observador elegante y fuera de lo común. Tanto es así que parece su auténtico oficio, que oculta bajo otras ocupaciones. Pitágoras fue el primero que describió el papel de los filósofos utilizando para ello una analogía. Hay quienes en los juegos atléticos (que se celebraban en distintas ciudades griegas en la época antigua) acuden a participar, a jugarse el físico en la palestra y obtener por ello la gloria; otros, sin embargo, aprovechan la ocasión para mercadear, para sacar beneficio con el comercio que genera el espectáculo, y hay quien está en la vida para observar sin más, estos son los filósofos, entre los que Vasallo se cuenta. Sigue al pie de la letra la máxima de Sócrates que defiende que “solamente la vida examinada merece la pena ser vivida” o la versión más actual de Hanna Arendt, la mejor vida es la que se pasa “pensando detenidamente” (mientras se consume el cigarrillo). 

Vasallo ha elegido apostarse delante de la mesa de un bar, el escritorio de trabajo de la filosofía existencialista en el siglo XX, y tomar nota, la cámara de fotos no queda lejos. Las fotografías y los textos raramente discuten. ¿Qué fue “disparado” antes? No es fácil averiguarlo. Además, a las fotografías en blanco y negro del propio autor les sienta muy bien el papel de tono amarillo que la editorial ha puesto a su disposición. Al otro lado del objetivo de su cámara fluye la vida, “a pesar de todo, como una corriente eléctrica de furia, deseo y oscuridad”. En sus fotografías hay árboles por todas partes, su sabiduría estoica e indolente, recuerda a quien los ha retratado. Todas las fotos, en efecto, son exteriores, no necesita hacer fotos en interiores porque Vasallo afina su espíritu en función de las vibraciones del paisaje, así que es probable que cuando dice que el día amanece, es su interior el que se despereza también. Hay una frase reveladora en la página 25: “Está anocheciendo ya, fuera y dentro”. Es la actitud del espíritu romántico, a cuya convocatoria ya respondió en otra ocasión el propio Vasallo junto a Joserra Senperena, Suso Sáiz, Rafael Berrio y Thomas Canet. Los cinco se unieron para generar el proyecto “Lieder” (“Canciones), bautizado así por las sencillas y bellísimas composiciones musicales que adoptó y consagró el romanticismo alemán. En esa ocasión, en 2009, acudió con sus cuadros debajo del brazo (en ellos pueden encontrarse, por cierto, recortes de fotografías que retratan a algunos filósofos). Si el lector de esta reseña no lo conoce, debería ponerse en contacto, cuanto antes, con la galería Arteko para disfrutar de esta obra inconmensurable.

El “corazón oxidado de la ciudad” late en las páginas de “El porvenir no llega…”, es Donosti (que no es poco), así que el eco del mar se escucha al fondo, cuando no suena la música en los bares, o en los trayectos del coche para ir no muy lejos. Confiesa Vasallo que no le gusta viajar aunque su larga carrera musical le ha obligado a ello. Prefiere viajar de la mano de los libros, salen muchos en el recuento. A tenor de sus textos y sus fotografías prefiere las rutas “desnortadas” y los horizontes por descubrir, respectivamente, aunque no tiene dudas respecto a quién seguir. El paso de los ausentes le guía por “aquellas calles” del infinito Rafael Berrio. Estando en Hondarribia se acuerda de él en una entrada emocionante. La página 122 es obligatorio leerla mientras uno escucha “Aquellas calles tuyas”, la canción que cierra el reciente álbum de Diego Vasallo.

En esta entrada mencionada arriba (y en otras) enseña los dientes la posibilidad del fracaso, pero no sé qué tiene Vasallo que logra amaestrar a este animal indomable y que se siente a los pies de la silla que él mismo ocupa en la terraza. Ojalá todos los artistas fracasaran como lo hace él, con la ilusión de un principiante. El libro termina con la única fotografía que no tiene un texto al lado, es una página en blanco, pero si consultas el índice descubres que la fotografía se titula: “un nuevo comienzo”. Queda todo dicho, y al mismo tiempo, todo por decir, si esperamos que sea Diego Vasallo quien lo diga.