El último tren de los Stones


Wanda Metropolitano, Madrid. Miércoles, 1 de junio del 2022.

Texto y fotografías: Oky Aguirre

Hace sesenta años en la estación de tren de Dartford tuvo lugar uno de los encuentros más trascendentales de la historia de la música. Un Richards niñato le contaba a su tía que había conocido a otro niñato, de nombre Mick, al que le gustaban las mismas cosas que a él. Un disco de Chuck Berry tuvo la culpa del comienzo de la amistad de algo que ni ellos mismos sabían. Gracias al fantástico artículo que Carlos Marcos publicó en El País se me hizo más ameno el camino que tuve que recorrer -menos de media hora y a la salida del trabajo- para ocupar mi privilegiado asiento en el Wanda Metropolitano en el inicio de la última gira europea (hay que hacerse a la idea) de la historia de los Stones. La noche del 1 de junio de 2022, 45 mil personas cogimos el último tren del mejor grupo de la historia del rock para celebrar lo que hace sesenta años se gestó en las vías de un ferrocarril. No fue un concierto más de los Rolling, fue un acontecimiento cultural tan gigante como el "Guernica". Los cuadros al final siempre permanecerán colgados y podremos tener segundas oportunidades para contemplarlos, pero las 19 canciones que nos gozamos esa noche será difícil volver a vivirlas.

Charlie Watts aparecía en las pantallas a las 22:17. Mick Jagger le recordaba en castellano guiri "made in Los Morancos" mientras por detrás aparecía el gran mito del rocanrol, esa tierna calavera andante, poseedor de los riffs más poderosos de un género muerto y que sólo hoy los Stones pueden resucitar. “Street Fighting Man” es la canción perfecta para comenzar un concierto de este calibre, ya que en diez segundos todo cristo bendito nos dimos cuenta de que estos abuelillos que visitan el Retiro y disfrutan de Picasso están no en forma, sino lo siguiente. Un Jagger esplendoroso cantando “Palace Revolution. Compromise Solution”, arropado por dos guitarras que parecían diez, bajo un sonido que pocas veces he oído en un gran estadio, nos confirmó que esta noche iba a ser memorable, no en muñecas hinchables gigantes ni fuegos artificiales, sino en la pureza y esencia de lo que representan: El blues, el rock y el rhythm & blues.

Menos mal que me llevé mis queridos prismáticos, a buen recaudo dentro de mis calzoncillos, con los que he pasado momentos memorables, como ver a Dylan sonreír, Amy vomitar o la pasada noche a Mick Jagger como un dios egipcio, lleno de fuerzas antinaturales que no tienen que ver con el esfuerzo físico ni el atletismo, sino con la presencia y actitud con que afrontó un show que adapta a su maltrecho corazón, con un micrófono en el bolsillo que se saca y mete en el momento justo para alternar esos movimientos de culito con falsetes que de verdad parece haberse jugado con Satán.

Pues claro que están viejos, que no somos gilipollas, que para eso ya está la Wikipedia, y por supuesto hubo momentos mejorables, como los dos temas en solitario habituales de Richards, que bien podrían haber suplido por “You Got The Silver”, en vez de un “Happy” y “Slipping Away” que todos sabemos que son piezas prescindibles hechas para el descanso de Mick y que nosotros intentamos comprar cerveza, que fue tan fácil como subir al Everest, ya que tres personas es imposible que atiendan a treinta mil. Casi inadvertidas pasaron “19th Nervous Breakdown” y “Sad, Sad, Sad”, empequeñecidas en un setlist adaptado a su repertorio más rudo, tomando como epicentro del escenario esa pose mística de una banda de rock´n´roll: situarse de espaldas al público enfrente de tu batería, en un claro mensaje de hermanamiento, tanto al fallecido Watts como al talentoso Steve Jordan, que dejó el espíritu de Charlie en muy buen lugar. Desde “Tumbling Dice” hasta el final se vio a toda la maquinaria Stones funcionando como una locomotora sacada de una película de John Ford pero en época de Tarantino.

Sin el bajo de Darryl Jones estas canciones perderían el cuarenta por ciento de su efectividad y potencia, y a veces no nos damos ni cuenta, y si le juntas el piano muy ragtime toda la noche del maestro Chuck Leavell, más los coros impecables de dos señoritas con voz prodigiosa, mientras morritos avanza por la pasarela cogido de la mano de su eterna corista negra, la cosa adquiere cierta categoría. En el centro del escenario asistimos a clases magistrales de frontman. Como cuando Mick dijo que iba a tocar “Out of Time” por primera vez en directo, que sonó preciosa, dando su lugar en esta gira “Sixty” a Brian Jones, lo que revalorizó el precio de nuestras entradas, por lo menos la mía.

“Beast of Burden” fue la elegida por el público, momento que Mick, como buen conocedor y maestro del mainstream, hizo coincidir con el instante más insípido (si lo hubo) de una noche para contar a los nietos, metiendo su última canción producida, “Living in a ghost town”, antes de dejar a Keith con las suyas en solitario. Aunque antes hizo el paripé de coger la acústica, templar el ambiente y afrontar las primeras frases de un himno que requería ese comienzo. “You Can´t Always Get What You Want” fue tomando forma real hasta que se soltó de la guitarra inservible para agarrar con fuerza un micrófono que pertenecía a 45 mil voces de todas las edades y géneros.

Agradezco desde aquí a los Stones no haber tirado a lo fácil, dado lo avanzado de su edad. Ni “Angie” ni “Wild Horses” ni baladitas largas para recuperar. Escuchar los tres acordes del comienzo de “Honky Tonk Woman” es una de las cosas más maravillosas que pueden ocurrirte en tu vida, aunque el verdadero pasote que me llevo son los trece minutos vestidos de azul blues que se pegaron mano a mano Woods y Richards contra la voz y armónica de Jagger en “Midnight Rambler”.

Los abuelicos apostaron por enchufar una guitarra tras otra y subir mucho más el volumen, para encadenar una última media hora absolutamente vertiginosa con esta constelación de temazos definitivos: “Start me Up”, “Paint it Black” con un sitar eléctrico dominado por Ron Wood que se te clavaba como dulces alfileres; “Simpathy for the Devil” con ese escenario rojo y sus bongos inconfundibles, “Jumpin´Jack Flash” que casi hace explotar al Wanda, lo mismo que la voz de la corista negra en un “Gimme Shelter” caluroso, fuera de lo normal. El final de “(I Can't Get No) Satisfaction” lo hicieron más brutal y largo que otras veces, quizá porque ellos ya saben lo que nosotros; que esa noche sonaba a despedida. Por lo menos así fue mientras sonaba el “Exodus” de Bob Marley