Nina Nastasia: “Riderless Horse”


Por: Kepa Arbizu

Todo disco cuenta con su propia intrahistoria, por muy poco extraordinaria o fascinante que ésta pueda suponer. Existen algunas, sin embargo, que contienen tal poder y contenido por sí mismas que perfectamente pueden llegar a adoptar un papel trascendental a la hora de completar el significado de una obra. Es el caso del nuevo álbum de Nina Nastasia, que si bien ya supone un lanzamiento significativo por romper el silencio compositivo en el que estaba sumida la estadounidense desde su última publicación en 2010, “Outlaster”, ese imprescindible detalle queda eclipsado incluso cuando se conoce la trágica genealogía que esconden sus más recientes composiciones. 

En realidad puede que no estemos, por desgracia, ante un caso excepcional si se trata de reflejar el ocaso de una pareja, -en este caso la de la intérprete y su mano derecha desde sus inicios, Kennan Gudjonsson- inmersa en un proceso degenerativo de peligroso diagnóstico. Tanto es así, que la cantante decide dar por terminada una dilatada unión, al mismo tiempo profesional y emocional , ya totalmente viciada y que les había llevado a enclaustrarse en su pequeño apartamento de Nueva York segando por completo cualquier tipo de ánimo artístico. Si hasta aquí puede ser el guion de muchos dramas cotidianos, el cenit trágico de esta historia llega con la decisión del productor de quitarse la vida al día siguiente de hacerse efectiva dicha separación. Una dramática determinación en la que más allá del resquebrajamiento anímico y amoroso influyeron otros condicionantes psicológicos que ya arrastraba desde hacía tiempo. Bajo un escenario de tal calado, Nina Nastasia, como método para enfrentarse a esa desesperante realidad, decide componer “Riderless Horse”, un álbum que más allá de arrogarse poderes curativos se convierte en toda una expulsión de demonios y fantasmas insoportablemente humanos.

No tendría mucho sentido dado la “excepcionalidad” del contexto en el que nacen canciones como éstas y la irremediable ruptura que escenifican con la carrera pretérita de la autora, mantener ese sonido de raíz pop-folk siempre sujeto a un copioso aliño instrumental que ha caracterizado a su discografía previa. De ahí que el canal escogido para transmitir ese torrencial dolor adopta una naturaleza sonora de extrema austeridad que no obstaculice, y que al contrario propulse, un verbo germinado por el más profundo lamento. Así que acompañada exclusivamente de Steve Albini y Greg Norman, juntos se encierran para dar forma a unas sesiones que, además de por supuesto acoger el proceso de creación del álbum, se convirtieron en veladas interminables hablando sobre los viejos tiempos y el insondable misterio que acompaña a la condición humana, donde el amor y la muerte, como aquí se demuestra, son ingredientes que en ocasiones deciden aparecerse de manera entrelazada. 

El acongojante carácter autobiográfico que late en estas composiciones hace que sus textos sean, a pesar de su trazado lírico, altamente explícitos, convirtiéndose en prácticamente un diario o libro de notas que revela las múltiples calamidades padecidas por la intérprete y que nos remiten por igual al pasado como al presente e incluso al futuro. Unos sentimientos expulsados a través de lamentos con hechura de preguntas sin respuesta; gritos de frustración por no haber podido cambiar las leyes de la realidad o, por supuesto, el derramamiento de una cantidad ingente de lágrimas, aunque también existe un resquicio para manifestar el empoderamiento necesario para haber asumido que hay momentos en los que resulta obligatorio adoptar la solución más dolorosa como único remedio para aspirar a un mañana digno, por mucho que las cicatrices producidas decidan permanecer a nuestro lado durante mucho tiempo, quizás para siempre.

La alternativa de prescindir de cualquier decoración a la hora de interpretar este repertorio, enviando su mensaje sonoro de la manera más austera y sobria posible, tanto es así que solo voz y guitarra son los elementos manejados, no impide que haya un notable registro de tonalidades gracias al buen uso y la capacidad para dar un marchamo variable a esos únicos ingredientes. Por eso, pese a una lógica homogeneidad del conjunto, que se instala en ese terreno comentado del folk-pop, éste contiene las necesarios ondulaciones para escapar de una insulsa uniformidad y de paso aportar matices con los que templar, dentro de lo posible, el trágico sentimiento instaurado de forma perenne. Como resultado de esas agudas maniobras podemos encontrar momentos donde se imponga un ritmo mecedor y casi de nana en “Just Stay in Bed”, que sin embargo recoge un demoledor análisis de la situación; una letanía volátil y ambiental que planea sobre “Lazy Road”; un deje más ágil alineado con un escenario campestre (“Blind as Batsies”) o la estilizada angustia que emana de “Trust”. Vestidos musicales confeccionados con gasas y telas delicadas con las que envolver las profundas heridas que supura el corazón.

Pero hay llagas, arañazos en el alma, que solo pueden ser expuestas alzando la voz con la mayor firmeza y desgarro, como en “You Were So Mad”, estremecedor relato de la caída al infierno invocado con recursos cercanos al soul que nos hace recordar a Lucinda Willimas, o exhalar toda la rabia contenida a través de un contenido alarido de desesperación, representado bajo su más visceral faceta en “Go Away”, de explícito título. Y aunque si bien la interpretación pierde algo de su fiereza en “Ask Me”, su acento recitativo se transforma en el más adecuado si se trata de lanzar firmes versos de lapidario contenido: “Te amo, pero estamos más cerca de morir cada día”. El simbolismo de esa acuciante oscuridad que la cantante fue acumulando a lo largo de los años encuentra su expresión musical entre la turbia “This Is Love”, como si de una P.J. Harvey en su expresión más sintética se tratase, e incluso de manera más enfermiza en las dolorosas punzadas con que se escribe la carta de despedida que es “Nature”. El espíritu noventero que se filtra en “Two of Us” sirve como declaración de firmeza respecto a la única posibilidad ya existente para buscar la salida de un laberinto con forma de infierno. 

“Riderless Horse” es uno de esos trabajos que son difíciles de calificar centrándose solo en el aspecto musical, ya que dejar de lado el sufrimiento real que acoge en su contenido significaría desprestigiar su valor completo. Porque estas extraordinarias, y por encima de todo, emocionantes canciones han sido paridas desde las entrañas, ese lugar que nos advierte que ha llegado el momento de hacer frente de manera directa y rotunda a todos nuestros fantasmas. Borrar el pasado es imposible, siempre deja esquirlas que siguen sajando nuestra piel, pero intentar dejarlo atrás sigue siendo el único remedio existente de cauterización. Nina Nastasia vivió ente sombras durante muchos años, y a veces acostumbrarse a ellas puede generar menos dolor que las consecuencias derivadas de darles la espalda definitivamente, pero ésta resulta una decisión ineludible si de lo que se trata es de intentar recuperar el camino hacia esos ya olvidados rayos de luz.