Danny and the Champions of the World: La épica del sudor y la caricia

Kafe Antzokia, Bilbao. Viernes, 9 de marzo del 2018

Texto: Kepa Arbizu
Fotografías: Lore Mentxakatorre


Si verdaderamente el tiempo sigue manteniendo esa capacidad para, por encima de cualquier otra variable, dictar justicia, sin duda debería de ejercerla para lograr que el nombre de Danny George Wilson, desde su paso en los pretéritos Grand Drive hasta los actuales Danny and the Champions of the World, no se diluya en el olvido y mantenga vigencia en generaciones posteriores. Su propuesta, enmarcada en ese excelso camino que tantos han construido entorno al rock americano de raíces, se lo merece. Partiendo de bases clásicas, su lúcida -en cuanto a la habilidad para ejecutarlas como por el ambiente impuesto- adaptación de las mismas constituye una de las representaciones más apetecibles existentes en este contexto en la actualidad.

Es su último trabajo "Brilliant Light", un extenso y perfecto ejemplo de la amplitud de matices que la banda ha ido acomodando excepcionalmente a su idiosincrasia, desde aquellos cercanos a los sonidos tradicionales estadounidenses como los abiertamente soul, el que les traía esta vez hasta una completa sala pequeña (Kutxa beltza) del Kafe Antzokia bilbaíno. Un lugar a la postre idóneo por sus características, sonido envolvente, cercanía con el público y un sofocante calor, para empujar a favor de la proposición musical, y más concretamente en su representación sobre las tablas, de los británicos.

Desde el tema que dio inicio a la noche, que arrancó con puntualidad inglesa,  quedaron claros varios aspectos que serían determinantes y comunes al resto de la actuación. Con la interpretación de "Let the Water Wash Over You (Don’t You Know)" evidenciaron la intención de mostrarse aguerridos y contundentes amén de no importarles dejarse llevar por la improvisación y la densidad, por momentos casi psicodélica. Para tal logro contribuyó decisivamente otra apreciación clave, el momento excepcional en el que se encuentra la formación; demostrando que no son únicamente la suma de las partes sino la integración de esas virtudes particulares en pro de un todo común . Así destacaron en esta primera pieza la guitarra solista de un abstraído pero certero estilista Paul Lush y el bajo de Chris Clarke, con aspecto de una anti "rock and roll star" pero propulsor de la necesaria profundidad del sonido.

Como requería la ocasión, el grupo acometió un considerable repaso a su última y variada grabación, naturaleza idónea para construir un recorrido con el que ofrecer un suculento muestrario de los matices que albergan. Así fluyeron, al mismo tiempo que el tono afable y cordial de su cantante, los fraseos dylanianos de "Waiting for the Right Time" o bellos e intensos medios tiempos con ecos al mejor Tom Petty ("Coley Point") y al Neil Young más seductor en la destacada "Gotta Get Things Right in My Life". No podía faltar en esa descripción de su particular mapa sonoro el cada vez mayor acercamiento al soul, en este contexto siempre teñido de espíritu rockero, visible en el agradable deje funk de "Consider Me", bajo los pegadizos ritmos de la contagiosa "It’s Just a Game (That We Were Playing)" y sobre todo exhibiendo por medio de "Never in the Moment" las grandes cualidades vocales aprendidas de Otis Redding, Arthur Alexander o de intérpretes de tez blanca como Van Morrison

No faltó tiempo, pese a las limitaciones horarias, para intercalar canciones provenientes de pasados trabajos, algunas de ellas realmente significativas y apoyadas por el calor del público como la hermosa nostalgia desprendida por "This Is Not a Love Song" o la más folk-country "Stay True". "(Never Stop Building) That Old Space Rocket" emergió aupada por el tono confesional de The Band; "Every Beat of My Heart" supuso un enérgico pildorazo new wave y "Brothers in the Night" ejerció de representación del lado más crudo y desnudo, con un recitado a medio camino entre Lou Reed y los Drive-By Truckers. La recta final estuvo ocupada por interpretaciones convertidas en características de su estilo, ya sea en una faceta de vibrante rock ennegrecido ("Clear Water") o marcado por la épica de Sprinsgteen o Mellencamp en "Restless Feet". 

Danny and the Champions of the World cuentan con un nombre que incita al juego de palabras fácil para resumir sus virtudes, pero eso no significa que no represente la pura realidad: que se significaron como auténticos triunfadores con un rock de raíces de emocional y brillante fondo. Una palmaria demostración de que el sudor y el nervio pueden encajar de manera sobresaliente con una sobrecogedora expresión, y de paso la constatación de que la historia del rock se escribe, ahora y siempre, en lugares y días como el vivido el pasado viernes.