091: Un estado del espíritu

Sala Joy Eslava, Madrid. Jueves, 23 de enero de 2020 

Texto y fotografías: Jesús Elorriaga 

Si la vuelta a los escenarios de 091 en 2016 con “Maniobra de Resurrección” era, tal y como han afirmado en algún momento, una fotografía de cómo estaba la banda veinte años después de su despedida, cuatro años más tarde confirmaron en la sala Joy Eslava madrileña un estado de forma envidiable. La razón oficial para este concierto (en realidad “estos” conciertos, la crónica es del primer día) era la presentación de su nuevo disco, "La otra vida", publicado hace apenas un par de meses, pero lo que realmente nos congregó fueron las ganas de comprobar en directo la seguridad de una banda que, más allá de los respectivos proyectos que les han permitido seguir evolucionando como músicos, sabe caminar en 2020 con la solidez necesaria para aprovechar esta nueva oportunidad.

Durante casi dos horas desplegaron todas sus virtudes, las actuales (con una reacción bastante notable del público a la hora de cantar las letras pese al poco tiempo que lleva su último disco en el mercado) y, por supuesto, de las de otras vidas anteriores. En total, 24 canciones en las que apenas hicieron alusiones directas a la nostalgia de juventudes perdidas (esas canciones siguen sonando actuales), más allá de sinceros agradecimientos al empuje con que el respetable, siempre fiel y en su mayoría coetáneo a la banda, ha mantenido viva la llama durante esos veinte años de silencio. 

A las 20:30 aparecieron vestidos en tonos oscuros, solemnes y marcando actitud desde el minuto uno, el quinteto titular: Tacho González a la batería, Jacinto Ríos al bajo, los hermanos Víctor y José Ignacio Lapido a las guitarras y José Antonio García a los micros, además de una bala más en la recámara, tal y como hiciera en “La otra vida”, con Raúl Bernal a los teclados. Su primer tema ya era una declaración de principios, “Vengo a terminar lo que empecé”, al que siguieron en la primera tanda de canciones otras de su último trabajo (la enérgica “Condenado”, “Naves que arden” o “Mañanas de niebla en el corazón”) y clásicos de ese disco que con los años gana tanto, “Tormentas imaginarias”, (además del tema homónimo interpretaron “Zapatos de piel de caimán” o la muy aclamada “Huellas”) sin olvidar hits de discos anteriores como “El baile de la desesperación” o “Cartas en la manga”.

Sobre el escenario José Ignacio Lapido es como una locomotora que dirige con la elegancia de su guitarra el camino a seguir, mientras el resto del grupo se mueve como vagones perfectamente sincronizados, con un dominio absoluto del repertorio y una sobriedad en escena que permiten a José Antonio García moverse misterioso tras sus gafas negras sin perder un ápice de la energía característica de su registro vocal. 

Por otro lado, la aparición de Raúl Bernal resulta muy gratificante en una banda como esta, ampliando su paisaje sonoro hacia terrenos más avanzados, no sólo en sus aportaciones del último disco (“Por el camino que vamos” o la sobresaliente “Al final” con esa harmónica que García tocaría por primera, pero no última vez) sino también en otros temas ajenos como “En la calle”, uno de los temas más enérgicos de los granaínos, que contrasta con el preciosismo lírico de “La noche que la luna salió tarde” (sigue maravillando ese “Me tumbé en el suelo sólo para oír crecer la hierba/ y hacia mi vinieron todos los sonidos de la Tierra” aunque lo escuches en bucle). En el resto del menú previo a los bises se degustaron una selección de clásicos, como por ejemplo “La canción del espantapájaros” (esta vez sin la ejecución habitual de los directos -acústico íntimo a manos de la pareja Lapido y García- y acercándose más a la interpretación original) o “La calle del viento” con el que cerraron este primer bloque de la velada.

El despistado/a que pensara que la cosa continuaría con un par de temas más en los bises y a la cama se habría perdido un vendaval de seis canciones (posiblemente, algunas de las más esperadas). Rescataron de "La otra vida" “Soy el rey” y la más “lapidiana” de todas las de ese disco, “Leerme el pensamiento”, que dieron continuación a una batería de golpes definitivos de la mano de “Esta noche”, “Qué fue del siglo XX”, a la que acompañaron, tras un pertinente pero breve descanso, “Otros como yo”, que sonó como una tormenta eléctrica, con un empaque de sonido muy actual, rozando la afilada cuchilla del rock más avanzado 25 años después. Como tiro de gracia, “La vida, qué mala es”, con García agarrando las maracas y animando al personal mientras los músicos se hacían más grandes sabiendo que la hora de finalizar el trabajo bien hecho estaba a punto de atraparlos.

Decía el escritor Mateo Alemán que la juventud no es un tiempo de la vida sino un estado del espíritu. Sin lugar a dudas, estos 091 rebosan un espíritu cargado de juventud con la seguridad que les aporta una carrera que pueden relanzar sin mirar atrás, ni a las modas ni a la nostalgia recaudatoria en fiestas populares y “comebacks” ortopédicos de un tiempo pasado enquistado. Auténticos y rebosantes de nueva vida, claro que sí.