Haciendo gala de su nombre con reminiscencias gastronómicas, Los Tupper nos habían ofrecido hasta la fecha varios episodios culinarios; ya sea exhibiendo orgullo terruño en “Sardinista” (huelga decir la referencia implícita a The Clash) o con la originalísima presentación “made in Italy” que recogía su “Yesterday’s Pizza”. Siguiendo con la tradición alimenticia, es lógico que para la celebración de su 25 aniversario de existencia hayan sacado del congelador una gran y blanca tarta para decorar su nuevo disco, “Silver Wedding”, título en alusión directa también a dicha onomástica. Un cuarto de siglo en el que los cántabros han conquistado, a pesar de su -por desgracia- inseparable status de banda de minorías, un lugar de referencia, gracias a su exquisito muestrario de trabajos, para todo aquel oyente ávido de una representación del rock and roll sin edulcorantes ni fatuas pirotecnias. Llegados a este punto, ¿alguien pensaba que un álbum como el actual, que sirve para entonar su cumpleaños feliz, tenía la más mínima posibilidad de defraudar su legado? Evidentemente, la respuesta es no.
Es cierto que suscitaba interés la forma que podría adoptar el sucesor de su delicioso “Hotel Debris”, editado hace tres años y que sumergía el sonido de la banda tanto en la bruma de Nueva Orlenas como en los ambientes cabareteros diseñados por The Kinks. Siempre alineados junto a una manera de defender su propuesta bajo un punto vaporoso y de ensoñación, su actual grabación recupera, en líneas generales, su vertiente más directa y enérgica, eso sí, siendo conscientes de que cuando hinquemos el diente a este sabroso postre que han preparado, descubriremos que su interior está realizado a base de diferentes capas y texturas, convirtiendo su contenido en un considerable surtido de representaciones de ese territorio en el que dominan las guitarras.
Teniendo en cuenta, y siendo conscientes de la celebración que contextualiza la publicación de este trabajo, y sin ni mucho menos intentar destacar ningún afán nostálgico ni recopilatorio en él, no es nada disparatado traducir esa variedad de la que hace gala como la manifestación de los diversos vericuetos por los que la música de Los Tupper ha ido abriéndose hueco o la visibilización de buena parte de las referencias exteriores de las que han nutrido sus canciones. Para ello nada mejor que comenzar con un vibrante rock and roll ("Beatin' the Blue") impulsado por la esencia de los Stones -de los que ya homenajean su “Let it Bleed” en la portada- y de toda la pléyade de continuadores de sus "diabólicos hábitos", incluso de aquellos que escogieron una faceta más incisiva y aguerrida, convirtiéndose a su vez en leyendas, como fueron los New York Dolls y Johnny Thunders, también reconocibles de alguna manera en la más agitada “Fictional Life”.
Nada más lejos del propósito de este disco que acabar transformado en un alegato monocorde o sin mayores recursos que un repertorio de melodías rabiosas, de hecho más bien se trasluce la aspiración contraria. Sino, valga como prueba irrefutable de esa heterodoxia cromática el espacio que se abre entre los toques funk de “Long Distance Call”, que parecen sacados de alguna de las muchas esquinas del “Sandinista” de los Clash, y la envolvente psicodelia californiana por la que nos conduce el sinuoso órgano de “She’s Got the Fire”; envolventes tesituras que funcionarán con hipnótica majestuosidad en “Gardens” o de forma igualmente sublime en el blues sedoso de “Raindrops”, que tendrá su cara más agreste en “China-White Blues”. Todos ellos vértices de un poliedro que guarda en una de sus caras el que parece su tesoro más preciado, uno marcado por su ambiente bohemio y dictado por un acento decadente crooner, características que sin duda nos encaminan, conociendo además la devoción sentida por la banda hacia ellos, al concepto manejado por Nikki Sudden o el recientemente fallecido Dave Kusworth, como puede atestiguar “Phantom Limb” o la canallesca, a lo Mink DeVille, que encierra “Just Like Harre Dean”.
Siempre se ha dicho que no hay mayor celebración que segur vivos, pero todavía más valor tiene mantenerse en pie y hacerlo con la entereza y maestría con la que se comportan Los Tupper. El resumen de sus 25 años de trayectoria es fácil de escribir y difícil de llevar acabo: darle fuste y credenciales a esa palabra tantas veces moradora de tierra de nadie que es el rock and roll. Su labor en dicha tarea, aunque siempre identificativa, es capaz de conquistar la necesaria amplitud de miras como para eliminar toda opción de encontrarnos ante cualquier reiterativo ejercicio de estilo, ni propio ni ajeno. Un recorrido que cada vez parece guiarles de manera más directa a ese prácticamente inaccesible don que es el de la infalibilidad. La “tarta” que nos han preparado para esta conmemoración esconde una receta aliñada por elementos que ya nos habían convertido en adictos a sus platos,
un obsequio con el que nos demuestran que el postre puede convertirse en el festín más preciado.