Por: Skar P.D.
De una banda que titulaba su tercer disco con el sugestivo y definitorio título de “Los hombres que amaban la música” solo se puede esperar que la sigan amando. Han pasado muchos años desde entonces y también muchos, ocho para ser exactos, de la última contribución de la banda de Seattle al universo sonoro, aquel disco que se llamaba "Tiempo de lujo", así, en español.
La necesidad u oportunidad de grabar vino dada por el anuncio de Conrad Uno de retirarse y cerrar los Egg Studios, los mismos en los que grabaron su primer larga duración, también producido por Mr. Uno. Lo que iban a ser tres canciones se convirtieron en un puñado más. Esto sucedía allá por agosto del 2017, y con todo listo ocurrió la desgracia y Scott McCaughey sufrió un derrame cerebral estando de gira con su banda paralela Minus 5 en San Francisco.
Contra las más pesimistas predicciones consiguió recuperarse y, apuntémonos a la mística, pasado el tiempo, el deseo de Mary Winzig (esposa del McCaughey) se ha hecho realidad: "El camino hacia la recuperación será largo y creemos que llegará a través de la música". ¿Alguien duda de que la música ha jugado un papel definitivo en la recuperación? La música también es cuestión de fe.
Young Fresh Fellows siempre han sido una banda optimista. Un optimismo longevo que ya va para cuarenta años. Es posible, quizás, que aparecieran antes de tiempo, y también que ya desde su planteamiento inicial estuvieran predestinados a ocupar un lugar de esos que se llaman de culto, y que se basa en el respeto no remunerado, porque realmente su paleta sonora es un crisol donde se dan cita el rock clásico, el garaje, el powerpop y el mod deudor de The Who en sus desarrollos más elaborados. O sea, que tampoco son muy encuadrables en un estilo concreto y eso juega siempre a favor de los tesoros ocultos y en contra de los escaparates más iluminados.
Así las cosas que la canción que abre este "Toxic Youth" (subtitulado "Back To The Egg") se llame "November" y la posibilidad de que haga una referencia premonitoria al fatídico mes en que la salud le jugó una mala pasada a Scott McCaughey no deja de ser casualidad, o vete tú a saber, que el nombre de las canciones, a veces los carga el destino. Y aunque daría para toda una teoría los "la la las" de los coros le quitan cualquier posibilidad de dramatismo.
"Never Had It Bad" nos reencuentra con los Fellows más apasionados y optimistas: "Todo lo que quiero es que no estés triste". Dicho y hecho, porque el tema es una joya, de esas que son habituales en su repertorio, y que indefectiblemente te mueven las emociones juveniles. Una de esas donde las magdalenas de Proust se sienten cómodas. El "uno, dos, tres, cuatro" de apertura de Gear Summer parece entonado por el mismísimo Dee Dee Ramone, como no podía ser de otra manera en una canción de corte absoluto ramoniano pero a la que el órgano le confiere un sonido sixtie casi de manual.
Cambio de registro, marca de la casa, para "Becky Doll", una historia de simpáticos fantasmas es una canción amorosa a la que la participación en la parte vocal de Coco Hames, vocalista de The Ettes, le da un toque de dulzura, de esa dulzura que transmiten las canciones cariñosas, de esas con las que te gustaría que te sacaran a bailar. Y de nuevo cambiamos de registro para la única canción que no tiene la autoría de Scott McCaughey, "Black Boots", donde Kurt Bloch y Tad Hutchison, que además la canta, facturan en apenas dos minutos un divertido himno cervecero y con las botas puestas. Mucho más intensa y abrazando los desarrollos de las canciones clásicas, "Alien Overloads", tiene esas guitarras “pesadas" que denotan que, aunque no militaron, durante un tiempo los Fellows estuvieron en el epicentro del grunge. Mas clásicos aun se ponen en "Alone In A Bus", de ese clasicismo de finales de los sesenta en lo que los aromas psicodélicos hacen acto de presencia. Los Fellows también son psicodélicos.
El fantasma de The Who, reconocida influencia, hace acto de presencia, queé se puede esperar si no, de una canción que se llama "Young Mod's Last Ride", distorsiones y breaks desatados de batería incluidos. Y si a los Buzzcocks les añades un órgano Farfisa a modo de colchón haces una canción como "She's By Request", y si a eso le añades la voz temblorosa de Scott McCaughey contando un encuentro inesperado con una actriz en un plató televisivo obtienes una canción de nervio garagero y estribillo coreable de mano alzada. Y del garage apenas apuntado al garage canónico de fuzz y órgano, que no otra cosa es "Fugitive Arise", poseedora de uno de esos riffs que no por reconocidos dejan de ser infalibles. "Astondale" suena a unos renacidos y gamberros Hooples, tales son los guiños al blues rock setentero que destila.
Y el final. El corte final se llama "Bleed Out", y es como si en formato saga, más de siete minutos, Young Fresh Fellows te dieran una vuelta por todos esos recovecos, a veces evidentes y a veces solo intuitivos, que solo el rock'n'roll te puede ofrecer: "Estoy casado con esta vida, di mi cuerpo y alma y cuando tome el último cuchillo, haré sangrar el rock and roll". Bien entendido que la sangre del rock'n'roll es puramente emocional.
"Toxic Young" es un disco ecléctico, como no podía ser de otra manera tal y como Young Fresh Fellwos entienden la música, y por lo tanto, en él se dan cita todos los colores que hacen de los de Seattle una banda genuinamente fiable y emotiva. Como un guiño a su pasado que en realidad sigue siendo su presente. Pareciera que es un disco que supone una reivindicación de la trayectoria de la banda. Claro que a la vista del resultado lo de reivindicarse carece de sentido cuando a pesar de todos los inconvenientes sufridos se factura una colección de canciones que, no solo resisten cualquier comparación con grabaciones anteriores, sino que, además, son un soplo de energía, de esa energía imperecedera y revitalizante que solo las bandas fiables son capaces de ofrecer. "Toxic Young" es un inspirado, energético y excelente trabajo. Fíate.