James Maddock, Brian Mitchell y Antonio Hernando, liturgia sin artificios en Chamberí.


Sala Fun House, Madrid. Domingo 2 de junio del 2024. 

Por: Javier González. 
Fotos: Charly R´n´R.

Anunciábamos días atrás que el domingo se venía noche grande en el Fun House. Pues bien, dicho y hecho. Para ello solamente fueron necesarios unos pocos ingredientes. A saber, tres músicos de vocación con ganas de amenizar el último rescoldo del fin de semana de la mejor forma que saben; reivindicando su faceta de trovadores “folk-rock-blues”, mirando a los ojos al público, encendiéndoles, sin fanfarria, ni cien camiones por banda, parapetados únicamente tras un par de acústicas y un piano con los que impartieron magisterio para finos paladares. 

Y eso que la tarde comenzó con susto, pues una inoportuna infección a punto estuvo de fastidiar la velada. Afortunadamente, tras algún retraso respecto al horario previsto, la misma se pudo comenzar en la forma en que había sido planificada, para alivio y respiro de más de uno. 

El encargo de abrir fuego recayó en la figura de Antonio Hernando, un ya habitual de estas páginas (¡más vale tarde que nunca!), desde que cayera en nuestras manos su última referencia, “La Liturgia Eléctrica”, con el que logró hacernos participes y fieles de una secta a la que seguirá alimentando en breve, pues sus nuevas composiciones parecen estar ya muy cerca del horno, al menos eso se desprende tras la valiente elección de presentar un ramillete de las mismas en primicia para los allí presentes. 

Parapetado tras una guitarra electro-acústica, que en muchos momentos rugió como si de una Fender o Gibson eléctrica se tratase, y su armónica, se mostró locuaz y cercano, desgranando alguna de las motivaciones que ayudaron a gestar las recientes composiciones y dejando claro que está en una etapa “más reflexiva” e insomne, debido a su paternidad, que, todo sea dicho, no ha restado ni un ápice de interés a sus torrenciales letras donde sigue mostrando inquietudes, vivencias y su bien cultivada melomanía; tal y como evidenciaron “Antes del Huracán”, “Debe ser Así”, “Saturno Devorado”, la genial, con magnífica introducción previa de lo más explicativa, “La Última carta de Jim Croce”, “Caballero Andante”, “Estás en el Menú”, “Material Sensible” y “Meri Moon”, dedicada a su mujer, que, en palabras del artista, “había hecho las veces de manager” durante la jornada, donde pidió la colaboración del respetable para hacerle coros, con la que dio por terminado su show autónomo. 

A renglón seguido, llegó el turno del plato fuerte de la noche, trayéndonos hasta Chamberí un trocito del Greenwich Village neoyorkino de la mano y voz rasgada de James Maddock y el buen hacer de Brian Mitchell, quien hizo realizó un evidente esfuerzo por no faltar a la cita, pues su presencia corrió riesgo hasta última hora. Pudimos comprobar de primera mano que a su llegada a la sala se mostraba renqueante, moviéndose con dificultades, pero -¡ay, amigos!- cuando se parapeto tras las teclas blancas y negras, derrochó carisma y tablas, regalándonos una colección de ritmos que paseaban con soltura por diversos estilos de raigambre rock, haciendo que muchos solamente disfrutáramos al ver su forma de deslizarse sobre las mismas, repasando mentalmente un puñado de discos habidos en nuestras estanterías en los que ha tenido la oportunidad de participar y en los que, ahora sí, podemos tener más claro que dejó profunda huella. 

Dos artistas sobrados de talento, que nos regalaron un imaginario propio de la Gran Manzana, donde sobrevolaron muchos fantasmas que nos erizaron el vello, de Dylan a Springsteen, pasando por Willy Deville hasta desembocar en el gran Tom Waits en el marco de una de esas veladas que es complicado olvidar. 

Para el final de fiesta, con los tres pajaritos volando libres sobre el escenario, se acercaron hasta una debilidad común como The Band, cerrando la velada con dos clasicazos que no necesitan presentación alguna; hablamos de “The Weight” y “Ophelia”; perfecto colofón a una noche donde convirtieron el Fun House en una esquinita del The Bitter End, donde despedimos el domingo sin romper la sana costumbre de no ir a misa, pero habiendo comulgado a base de bien en una liturgia sin artificios que nos volvió a demostrar que el rock y su espíritu pervive en pequeñas salas, gracias al espíritu de unos fieles que jamás apostatarán del verdadero credo.