Un trueno rojo seguido de un trueno azul… shego + Rufus T. Firefly en el Alma Festival de Madrid.


Parque Enrique Tierno Galván, Madrid. Domingo, 22 de junio del 2025. 

Texto y fotografías: Guillermo García Domingo.
Fotografía shego: Marián Bujanda Bravo.

Dos propuestas musicales dispares, pero igual de estimulantes, se sucedieron el pasado domingo en el escenario de este festival madrileño que se celebra en el parque Tierno Galván. Un alcalde añorado y desinhibido como las primeras artistas del cartel, el cuarteto shego al que le correspondió la peor parte, ya que ni siquiera a las 21 horas se había retirado el bochornoso calor acumulado a lo largo del día. Las cuatro valientes componentes de shego se enfrentaron a un gran reto físico con la actitud inmejorable que les ha conducido al éxito y lo que es mejor, al reconocimiento de su valor musical. El doble programa en verano adolece de estos inconvenientes, además el protagonismo se suele decantar por la segunda propuesta de la noche.

El escenario del Alma es soberbio, en cualquier caso, y el graderío natural favorece la visión. Es verdad que su forma en abanico puede propiciar la dispersión excesiva del público. Contra todo esto y más se fajaron las shego que no defraudaron con un repertorio mixto formado por temas de su anterior trabajo, “Suerte, chica”, el más reciente, “No lo volveré a hacer” y los singles con los que se dieron a conocer hace muy pocos años, como las excitantes y desafiantes “Fumas?”, y “oh, boi”. Y habrían interpretado la sarcástica “Vicente Amor” si la organización no las hubiera invitado a irse de mala manera del escenario, con el recurso mezquino de la música de fondo, en un gesto que podían haberse ahorrado, más si cabe cuando habían prometido al público tocar la citada canción y “Te mataré”. Lo peor de todo es que lo volvieron a hacer con Rufus T. Firefly. Nos hacemos cargo del tiempo tan ajustado del que disponen ambas bandas y de que la susceptibilidad con el ruido es un quebradero de cabeza para nuestro inefable alcalde, pero esos dos finales abruptos no son de recibo ni para los artistas ni para los que han pagado su entrada.

Hacia el ecuador del concierto de shego, Raquel (Ramone), que, en esta ocasión, se situó en el centro, entre Maite (Ramone) y Charlotte (Ramone), y delante de Elena (Ramone), ella y su batería aupadas sobre una plataforma, gritó: “Sabes que es nuestro puto momento”. Sacada del contexto de la canción que estaba recreando no hay mejor descripción del estado de gracia de esta banda que va muy en serio con sus canciones directas y desinhibidas en las que hacen gala de una libertad que nunca parece conquistada del todo, como lo demuestran las nuevas formas de sumisión femenina que se viralizan a través de las redes sociales. El punto de ebullición del concierto se alcanzó a partir de, precisamente, “Fumas?”, seguida de “ArghHhh”, “Peggy Lee” y ese himno que comparten con Los Punsetes, “Viva”. A continuación, Raquel, que estuvo espléndida, arremetió contra los actuales líderes masculinos belicosos que son “lo puto peor”, lo que acompañado de la canción “Merichane” resultó una contundente impugnación del poder masculino y su perniciosa influencia. El frenesí de las siguientes canciones, “Curso avanzado de perra”, “es posible”, “Que se muera el amor” es lo que mejor le conviene a shego. Nadan como nadie en las aguas agitadas por sus armonías vocales y sus libérrimos guitarreos. Son las hijas díscolas de la tormenta.

A bordo del “trueno azul” el coche conducido por Víctor Cabezuelo y Julia Martín Maestro, sin olvidarnos de Manola a los teclados, Carlos Campos, Marc Sastre con sendas guitarras, Miguel Lucas al bajo, y Juan Feo a la percusión y la electrónica. Los Rufus de Aranjuez nos invitaron a un viaje imposible de rechazar en el que estaban involucrados todos los sentidos, incluso el propioceptivo. Situados dos palmos sobre el suelo, ¡estaban literalmente en el aire!, fueron capaces de trastocar la órbita de la Tierra y los ritmos circadianos del público gracias a “El coro del amanecer”, en el que propiciaron que saliera un sol artificial a las 11 de la noche. Hace años, Olafur Eliasson, el artista islandés hizo algo similar en la Tate Modern de Londres. La pantalla de colores cálidos y homogéneos es un formidable recurso del que han extraído un gran partido Jorge Drexler y anteriormente el genial David Byrne. Lo importante no era tanto llegar a la “casa del sol naciente”, sino disfrutar del viaje mismo. 

Las canciones que forman parte de “Todas las cosas buenas” se fundieron en una única sintonía sinestésica emitida por el reproductor del “trueno azul”. No es exagerado afirmar que interpretaron una única canción. Daba la impresión de que el disco de estudio sobresaliente que han grabado hacía las veces de hoja de ruta que tenían previsto recorrer en vivo. Si las canciones de estudio suenan de color mate, en el concierto adquieren brillo, apelando a esa propensión sinéstesica que todos disfrutamos en mayor o menor medida. 

Un mar de cabezas se movía en la audiencia mientras llegaban las oleadas de sonido que llegaban desde el escenario provocando el trance colectivo. Víctor hacía de maestro de ceremonias, estaba en todos lados y todo lo hacía bien. Pero la verdadera artífice del trance, con la ayuda inestimable de los sintetizadores elegantes de Manola y Víctor, es Julia, la esfinge de la batería. El rostro de una pitia griega, que lee el futuro en el templo, y el cuerpo de una deidad hindú, con más brazos y piernas que el resto de mortales. Es el motor del artefacto azul. Que nadie piense que erigieron una ceremonia de la confusión, las sombras de los músicos estaban atareadas como en el barco de Ulises, cada uno de ellos hacía su función de modo óptimo. Wilco, que muy pronto va a comparecer en el mismo escenario del Alma Festival, es otra banda acostumbrada a desatar tempestades sonoras y después anudarlas de nuevo.

En esta odisea auspiciada por los madrileños sí que hubo una parada digna de ser destacada en la que arriaron las velas y el barco se quedó al pairo, no se escuchaba ni un susurro ni la brisa del aire, mientras interpretaban un tema sublime, que dará mucho que hablar: “La canción de paz”. Solamente hicieron concesiones al pasado y a los estribillos en “Sé dónde van los patos cuando se congela el lago”, “Río Wolf”, “Nebulosa Jade”, que sus fieles acólitos agradecieron tanto como habían agradecido las composiciones anteriores, porque ya se van congregando en sus conciertos numerosos aficionados que han entendido la importancia que este grupo singularísimo tiene y con total seguridad va a tener en los próximos años.