Sala Ambigú Axerquía, Córdoba. Viernes, 21 de noviembre del 2025.
Texto y fotografías: J.J. Caballero.
Casi perdemos la cuenta de los eventos, propios o ajenos, en los que los miembros de El Colectivo, el frente abierto más activo e implicado de Córdoba, han participado de un modo u otro. Dejándose la piel siempre y apurando recursos más de una vez, su radar se reprograma a la búsqueda de los sonidos y conceptos adecuados para presentar a un público que se expande o encoge en función de fechas, meteorologías y logística. Era posiblemente la ocasión menos propicia para que en una tan desconcertante en cuanto a cultura musical coincidieran en tiempo y espacio dos proyectos tan dispares y tan tapados del oído común como los que a continuación se describen. ¿Resultado desigual u objetivo satisfecho? Ambos conceptos son válidos si aseguramos la diversión, y de eso saben –sabemos- quienes ya tienen más de una lección aprendida. Incluido el personal de la sala Ambigú, apoyo perenne e imprescindible en noches poco dadas a riesgos innecesarios.
Lepanto es el proyecto ideado por un gigantesco almeriense Manuel Carmona, anteriormente implicado en algunos de los grandes nombres de la escena local (Casino y Cables Cruzados), ahora vistos como especie de cantera para fraguar sus verdaderas inquietudes sonoras. Tras grabar y publicar un EP más que esperanzador en el mítico estudio de Paco Loco, un aval prestigioso del que partir, se lanzaron a la aventura discográfica a lo grande en 2021 como preámbulo a la actual apuesta, otro disco largo que está a punto de ver la luz y del que el trío completado por el granadino Juanrra Fernández (habitual de este escenario desde el otro lado, no en vano residió en Córdoba durante un buen período de tiempo) en la batería y Ángel Peñalver a la guitarra andan adelantando en directo temas de pop potente como “Siento” o “Yakuza”, alternando medios tiempos con algún que otra dentellada power pop, terreno en el que tal vez debieran brillar con más frecuencia. Es ahí, cuando la base rítmica eleva el tempo, donde el habitual lado amable de su sonido afila las garras y llega a picar. Estandarizan el sonido en “Lírica” sin salirse de claqueta y juguetean con una leve psicodelia en los vaivenes rítmicos de “San Martín” y una “Adicción” mucho más salvaje y levemente adictiva a la que nos dejan entregarnos después de atreverse a revisar el célebre “Yo soy aquel” sin pedir permiso, o eso parece, al mismísimo Raphael por tamaño afortunado atrevimiento.
Dice Sara Villafuerte que normalmente su estado de ánimo se sitúa “mu p’arriba” y que la música la ha salvado con frecuencia de todo tipo de amenazas emocionales. Esta profesora de secundaria y experta en guitarra clásica es además una gran activista en torno a la violencia de género (su canción “Mariposas” explica muchas cosas y desvela muchos de sus secretos) y habitual de escenarios y eventos donde la acción social sea el motor y la meta. El sonido de Sara Banda, el nombre de un proyecto que inició su andadura discográfica hace once años, se basa en su admiración por la música de Javier Ruibal, Luis Pastor, Pedro Guerra o el virtuosismo a las cuerdas del argentino Victor Pellegrini, entre otros nombres de referencia. Escucharla en directo acompañada de una banda mutante pero cómplice es una buena ocasión para comprobar por qué los amantes de ese buenrollismo musical que a algunos se nos atraganta la siguen teniendo en alta estima. No se despega salvo en contadas ocasiones de las enseñanzas de una Amparanoia encantada de conocerse y mira en diagonal a grandes voces latinas como la de la inmensa Lila Downs, salvando las distancias. Títulos como “Callejeando”, “Puesta a tierra” o “Sin destino” largamente guardados para el momento de insuflarles cierta electricidad, o invitaciones al baile no exento de conciencia como “Tambalean” definen la propuesta de una artista que no es más que lo que aparenta, aunque se reconozcan ciertas carreteras secundarias a una autovía principal por la que acecha la sombra de la monotonía. Una de ellas, la del blues aportado por la guitarra y un bajo de base funk que ojalá doten a las futuras composiciones del mordiente del que adolecen.
Así, con la amabilidad por bandera y la accesibilidad como excusa, concluyó otra cita llena de concordia, complicidad y fe. La que tenemos pese a todo en el trabajo y el conocimiento de gente en la que creer sin condiciones ni condicionamientos. La próxima será mejor, o por lo menos diferente, y ahí es justo donde radica el (buen) gusto y la esperanza en un futuro que, en contra de lo que el cielo anunciaba, parece por momentos mucho menos oscuro.




