Sala Ambigú Axerquía, Córdoba. Viernes, 14 de noviembre del 2025.
Texto y fotografías: J.J. Caballero.
Otra fiesta conjunta, otro pequeño triunfo en el currículo de estas almas inquietas. De no ser por ellas, por las dos cabezas pensantes de El Colectivo y por el corazón que les presta siempre la sala Ambigú Axerquía, la agenda musical alternativa cordobesa pasaría largos períodos de anemia y desazón. En el caldo de cultivo que alimenta los deseos de una cada vez más nutrida minoría, siguen empeñados en dar voz e incluso voto a una serie de bandas de espléndido presente y poco dudoso futuro, sumergiéndose en las escenas granadinas, sevillanas y por supuesto en la cordobesa como base y motor de sus proyectos.
Era el turno de agruparlas en un evento único, como todos los suyos, para que conozcamos de primera mano cuáles son los poderes que esgrimen y las armas que presentan como aval. En próximas citas hablaremos de lo necesarios que son este tipo de festejos, sobre todo en circunstancias meteorológicas tan adversas como las que entorpecieron la noche.
Al mal tiempo, contundencia en vena. Ale y Lina, los monarcas del sonido más sucio de la ciudad bajo la marca de Lady Coulson, están a punto de publicar “Brakelessness”, un disco que a buen seguro les ampliará miras y escenarios apropiados. Era la ocasión perfecta para probar en directo algunas de sus perlas, como “Family meals” o “Lost keys”, rudos esbozos de lo que se avecina, que es mucho y bueno. Sonando algo más melódicos de lo habitual y recurriendo a su habitual fórmula de menos es más, batería y guitarra arropan voces y riffs en ráfagas de dos o tres minutos donde la abundancia de acordes es sinónimo de eficacia. “Shoot the one I was”, “How’d you get so far?”, “Your fire”, “Hole in the Wall” y la primitiva ya desde el título “Cave man” combinan afinaciones y nunca se salen de un guión que va añadiendo líneas a medida que su experiencia y aplomo crecen y se reproducen. Lo suyo son las dosis pequeñas, tanto arriba como abajo del escenario, porque las florituras sólo pueden enmascarar carencias que de momento no se les intuyen. Fidelidad y transparencia para abrir el gozo colectivo.
Sarajevo 84 son dos términos que juntos retrotraen a una de las mejores olimpíadas de la historia, pero para cierto sector de la juventud granadina puede que signifique algo bien diferente. Entre otras cosas, un restaurante esloveno de cuyo nombre se apropió Andrés Martínez, vocalista y guitarra rítmica, para bautizar a una banda avalada por sus presentaciones en salas tan prestigiosas como Siroco o Joy Eslava, o sea, en el centro del meollo. Sus discos los produce el no menos renombrado Carlos Hernández, y aparte de haber frecuentado los muelles de Liverpool, tierra prometida, tienen referentes tan potentes como The Killers o Franz Ferdinand, portavoces generacionales de eso que llaman rock bailable, o indie para las masas. Su nueva creación se llama “The after party” y está concebida justamente para eso, para prolongar la fiesta que supone la escucha de gran parte de sus canciones. Han cambiado de bajista y perfeccionado la fórmula en temas que ganan presencia en directo, como “Are you lonely?”, “City lights” o “Up till the end”, que reproducen patrones anglosajones con destellos de autoría y los sitúan en una órbita ya aprendida pero apta para el reciclaje. Luz y buena disposición para continuar el banquete sonoro.
Sorprende, a la vez que reconforta, comprobar cómo la veteranía es cada vez menos considerada a la hora de enjuiciar la valía instrumental o escénica de una banda. Si nos remitimos al hecho de que estos jovencísimos sevillanos agrupados bajo el nombre The Surroyal –se ignora si la referencia implícita alude a su procedencia geográfica o a sus hipotéticas ansias de grandeza- suenan como lo haría el sunshine pop de los sesenta si el pub rock británico lo hubiera herido de muerte. O insuflado nueva vida, vista su indiscutible vitalidad tanto en presencia como en indumentaria. Compitiendo en pasotismo escénico con el mismísimo Liam Gallagher y su legendario chubasquero, listo para cualquier sarao y circunstancia, lucen chándales chillones, pecho descubierto y colorido anárquico mientras hacen sonar teclados y guitarras que son pura fiesta explícita en una “Sweet devotion” que es exactamente eso, devoción por el pop alegre y bien explicado. Son amplios en referentes, desde un “Jesus Christ” que es más una maldición divina que una plegaria, hasta un “James Bond” desarmado por el baile. Incluso se hacen preguntas difíciles de responder en “Who am I” antes de recordar a sus queridos Abba en una maniobra de distracción estudiada para que la cuestión anterior quede resuelta. Atrevimiento y diversión para cerrar la puerta y abrir otra ventana.
Es de bien nacidos ser agradecidos por el esfuerzo, la pasión y el cariño a destajo que inundan estas celebraciones. Ninguna nube pasajera o tormenta persistente podrán enturbiar, ni ahora ni después, el sentimiento de comunión que esta primera edición del Fall In Rock (aún no había quedado por escrito el nombre) volvió a despertar entre todos los que, de un modo u otro, contribuimos a la existencia de una escena a la que ojalá nunca tengamos que aplicarle la respiración artificial.
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