Por: Guillermo García Domingo.
A estas alturas ni siquiera el “observador imparcial”, ese personaje imposible, capaz de juzgar sin estar condicionado, propuesto por el filósofo John Rawls, podría ignorar la cantidad abrumadora de comentarios que el último disco de Rosalía, titulado "LUX", ha generado en un período de tiempo demasiado breve. La inmediatez obligatoria y la prisa consiguiente son preocupantes, y amenazan con avasallar a la crítica cultural y musical, que no se rige por las cláusulas del consumo rápido. En cualquier caso, intentaremos ignorar el ruido, apartar lo accesorio, y alcanzar el núcleo musical de “LUX”. Se trata solamente de un disco que contiene canciones, nada más… y nada menos.
LUX, como todo el mundo sabe, es la palabra latina que designa a partir de la Edad Media la Luz con mayúsculas: la Luz divina, si bien es cierto, que, para ser justos, la historia de la intangible luz ya fue determinante en la filosofía platónica, y sobre todo lo fue para el misterioso Plotino. Por lo tanto el poder simbólico de la luz tiene un origen precristiano, y también fue adoptado por la cultura islámica en el mismo período medieval. Junto con la Lux hay otro concepto importante en la Edad Media, es el de claritas, crucial para establecer el canon de belleza vigente en aquel período. El disco de Rosalía emite una luz intensa que suscita visiones extremadamente bellas. La mayoría de las canciones deslumbran, sin embargo, otras, las menos, carecen de claritas.
Las canciones luminosas son aquellas que no sufren el peso añadido de la sobreproducción, si es que existe una palabra así. Aquellas en las que la voz, divina, eso es indiscutible, de Rosalía suena con una pureza sobrenatural. Qué manía tan dudosa la de invitar a artistas a intervenir en canciones ajenas, sin que haya un propósito “claro”. Es lo que le ocurre a “Berghain”, que dios ampare a sus clientes habituales porque ya no podrán acudir a este club musical berlinés por culpa de la avalancha de turistas. Este tema está compuesto de varias partes, tal vez recordando las partes de una sinfonía, que no están fusionadas adecuadamente. La primera parte, muy breve, se asemeja a la música que acompaña a un anuncio grandilocuente de perfume francés, después un remedo de la obra de Carl Orff, “Carmina Burana”, a partir de los cánticos medievales, unos segundos después la bendita Björk, fuera de lugar, lo mismo que le pasa a Yves Tumor.
Ahora bien, los demás temas son “otro cantar”. Rosalía ha construido una torre de Babel musical. La alternancia de idiomas que utiliza tiene sentido en la mayor parte de los temas. Queda la duda de si esta decisión responde al cosmopolitismo del estrellato global que la cantante representa actualmente o a otras razones. La Rosalía sin patria es la protagonista de “Reliquia”: una canción pop melódicamente insuperable. También lo es en “La perla” que pertenece al mismo género que “Rata de dos patas” de la mexicana Paquita la del Barrio. No desmerece a otras canciones de desdén hacia hombres indeseables.
No obstante, las canciones más destacadas son de dos tipos: aquellas en las que los arreglos y la instrumentación (con predominio de las cuerdas) no ahogan la autenticidad de la voz de la catalana. Remitimos a las imprescindibles, “Mio Cristo Piange Diamanti” y “Memória”, en italiano y portugués respectivamente y “Magnolias”, demasiado bella para ser ignorada. Y aquellas otras en las que ella misma regresa a su patria musical, otorgando nueva vida a ciertos palos flamencos, muy antiguos y populares, y a la copla folklórica. La primera que cumple estas condiciones es “Sexo, violencia y llantas”, que, como si se tratara de una introducción musical pone las cosas en su sitio respecto a la temática del álbum: “quién pudiera vivir entre los dos mundos”, encontrar la puerta que comunica el mundo profano y el sagrado, es la “puerta” a la que se refiere Patti Smith en la entrevista que tuvo lugar en Estocolmo, que Rosalía ha incluido en “La Yugular”. Este último, por cierto, es un tema complejo que el equipo o el taller que ha compuesto las canciones, a tenor de los créditos, ha sabido resolver mucho mejor que en “Berghain”, hay que escucharla y disfrutarla con mucha atención.
La siguiente canción que recorre el camino contrario al de la globalización musical es la petenera “Mundo Nuevo”, aunque al principio recuerda a una saeta, y lo mismo ocurre con “De Madrugá” o “La Rumba del Perdón”. Si no fuera así no habría invitado a intervenir en este tema a Estrella Morente y Silvia Pérez Cruz, dos de los mejores ejemplos de la vitalidad y vigencia que disfrutan los cantes tradicionales, sin que por ello ninguna de ellas incurra en la intransigencia de la pureza. Rosalía tampoco es, por fortuna, una virgen musical: ella es la responsable de “El mal querer” (2018).
Por esta razón expresada más arriba y por otras, sería precipitado considerar a “LUX” un disco religioso, pese a las referencias que incluye a la iconografía cristiana. Todas ellas remiten a ese sentimiento religioso popular que el cristianismo institucionalizado, a partir del siglo V, adoptó como propio y domesticó en su propio interés. La sangre como elemento vivificador, en las lágrimas de Cristo, o las letanías y salmodias repetitivas del rosario ya estaban presentes en las culturas anteriores al cristianismo. Hay, por el contrario, una espiritualidad defendida unitariamente en todo el disco, particularmente heterodoxa, puesto que emerge de la carnalidad. En un principio, la luz se creyó que era incorpórea, tenía un carácter espiritual, y no fue otro que Newton el que reveló que la luz no es, en realidad, un fenómeno espiritual, sino físico, es decir, corpóreo. Un descubrimiento semejante ha hecho Rosalía, puesto que es en el mundo sensual donde residen las experiencias más extáticas e intensas, sagradas, a fin de cuentas, residen en los pliegues de la piel de los amantes cuando se encuentran, en el olor a sudor de los asistentes a un concierto inolvidable, en las lágrimas verdaderas, en las palabras de un haiku escritas sobre el papel, es ahí y no en otra parte donde se encuentra la entrada que comunica ambos mundos, “primero amaré el mundo y después amaré a Dios”, afirma en su particular credo la catalana, la Rosalía, que prefiere el “Cantar de los Cantares”, la recreación de San Juan de la Cruz y su erótica latente y divina.
Este disco supone un escalón más en el crecimiento musical de Rosalía. Para dar este paso ha cogido impulso en un escalón del pasado, el de su extraordinario disco, “El mal querer”. En este mismo curso varios músicos que han cumplido ochenta años o les falta poco para cumplirlos han grabado discos maravillosos. El viaje de Rosalía desde su pueblo natal en Barcelona no ha hecho más que comenzar, aunque haya recorrido el mundo entero y visitado más ciudades de las que cualquiera haya podido visitar. Dentro de unos meses, cuando nos dé la gana, y no cuándo los dicten los dueños del comercio musical, escucharemos de nuevo este hermoso conjunto de canciones, y auguro que lo disfrutaremos todavía más.



