Colter Wall: “Memories And Empties”


Por: Kepa Arbizu. 

Nuestra identidad no se define exclusivamente entorno a una sucesión de hechos, fechas o circunstancias concretas, también interviene decisivamente aquello que sentimos o incluso el fruto de la imaginación. Por eso, aunque las biografías de nombres ilustres como Hank Williams, procedente de una familia de clase obrera; Willie Nelson, educado con sus abuelos por la precariedad derivada de la Gran Depresión, o Merle Haggard, internado en varios reformatorios, aportaron sobrados argumentos para poner sus voces al frente de la música country, este joven universitario canadiense, hijo de un político que llegó al puesto de Primer Ministro de su provincia natal, Saskatchewan, resulta igualmente un irreprochable heredero de ese imaginario clásico. No obstante, estamos ante una de las firmas más brillantes enroladas actualmente en dicho género y responsable de una trayectoria que no deja de crecer majestuosa arraigada en la tradición más pura.

Este quinto trabajo, producido en comunión con su sosias recurrente, Pat Lyons, e interpretado igualmente junto a su banda habitual, los Scary Prairie Boys, se vincula con la historia pretérita no exclusivamente a través de su contenido formal, ya que incluso desde su propio espacio de gestación, existe un diálogo tácito con el pasado más laureado. La grabación llevada a cabo en los estudios RCA Studio A de la Music City de Nashville , enclave por el que dejaron su huella desde Waylon Jennings a Porter Wagoner pasando por Loretta Lynn o Dolly Parton, supone un gesto simbólico en cuanto a la determinación por habitar las mismas paredes desde las que fueron concebidos episodios gloriosos, pero también, y no menos importante, añadir su rúbrica a un -de momento escueto pero significativo- listado de artistas contemporáneos que han recogido parte de su obra en dicho enclave, ahí están los casos de Brent Cobb o Chris Stapleton, significándose así como rutilantes descendentes. Un rango al que Colter Wall ha dejado ya de opositar para ser legítimo dueño de él.

Conocedor del tesoro que posee en forma de cuerdas vocales, con un imponente tono barítono que “reniega” de sus solo tres décadas de edad biográfica, en cada nuevo paso discográfico su manejo aumenta en cuanto a profundidad y capacidad conmovedora, una solidez que por si fuera poco es capaz de moldear en busca del tono narrativo deseado. Un factor que toma mayor relevancia incluso dado el carácter especialmente introspectivo del actual repertorio, porque el catálogo de trotamundos existenciales que han protagonizado su lírica, en esta ocasión han pasado de ser objetos sobre los que posar la lupa a filtrar su errática naturaleza en la mirada personal del autor. Una frontera derribada que sin embargo no renuncia a un escenario sostenido por largas y extenuantes jornadas laborales, paraísos del escapismo asentadas en barras de bar y sobre todo el peso mudo, pero irreductible, de todos aquellas sonrisas hoy relegadas a inanimados recuerdos.

Pero que éste es un trabajo dispuesto a rastrear en lo más hondo de la identidad del joven músico, se demuestra también en la reivindicación que de su sobrio y clásico sonido proclama desde el inicio, con una “1800 Miles” que significa un ajuste de cuentas donde, esa distancia que separa su lugar de nacimiento del epicentro de la industria del entretenimiento country, situado en Music Row, no supone una lejanía meramente geográfica. Su egregio pero delicado trote, escoltado por su sutil y efectivo batallón sonoro, impone su paso -dibujando la omnipresente figura de Johnny Cash- sobre las imposturas y arquitecturas mercadotécnicas, un teatro de los sueños donde los disfraces diseñados con sombreros vaqueros y barbas solo sirven para encubrir la orfandad de alma y personalidad. Una reivindicación extendida a su manera por la canción “Summer Wages”, ya que si la única versión incluida en el álbum es esta bella oda nostálgica escrita por su compatriota, fallecido en el 2022, Ian Tyson, su relevancia trasciende el ámbito musical para delimitar las fronteras en las que florece su inspiración creativa. 

Es fácil deducir, por el nombre escogido para aglutinar estas composiciones, que adentramos en ellas supone morar un territorio donde reina la congoja, ese suspiro que pretende atrapar lo poco que queda de extintos felices episodios y que al contrario solo consigue perpetuar un deshilachado corazón. En ese sentido, “My Present Just Gets Past Me” resulta un título tan elocuente que prácticamente se presenta como un epitafio, digno de otro sufridor de talla universal como Hank Williams, dedicado a un presente tintado de blanco y negro desde la desaparición del colorido romántico. Una ausencia que en el tema homónimo respira con igual dolor a través de los silencios, en consonancia con el ejemplar manejo que de ellos hace Willie Nelson, que en cada una de las sílabas o de unos fraseos instrumentales que son invitados a esta ceremonia del llanto. Pero incluso el ánimo más convaleciente, como anuncia el honky tonk melancólico de “Living By The Hour “, debe afrontar cada jornada sabedor de que en un mismo día se pueden llegar a recoger piedras o flores, metáfora encargada de aliviar el instinto derrotista.

Y es que este disco es desde su afligida condición también un ejercicio de resiliencia o resistencia pasiva. Justo la necesaria para conseguir mover los pies en respuesta a la llamada del dinamismo rítmico, alineado con el atribuible a Merle Haggard, que incita “Back To Me”, a pesar de que el eco de una voz extinta sigue retumbando inmisericorde, o una “Like The Hills” que ilustra la necesidad de sentirse imbatible, como las rocas o las colinas, siempre en su sitio frente a tormentas o aguaceros. Historias, penas y desmanes sentimentales a los que es inevitable cantar, en este caso bajo el sutil aguijonazo soul de “4/4 Time “, para poder construir una banda sonora que nos recuerde que podremos estar heridos, pero seguimos vivos. 

Colter Wall no necesita plegarse a modas o encomendarse a una supuesta originalidad que invite a ser descubierto por los titulares de prensa. Su rocosa y emocionante identidad clásica resulta suficiente para convertir su música en portavoz de todo un sentimiento que brota bajo la sobria naturalidad con la que asoman los afligidos recuerdos. Sombras convertidas en protagonistas de una elegante perfección artística que, al contrario de otros encorsetados ejemplos encadenados a la tradición, nada tiene de frialdad y sí mucho de sincero refugio. Porque dan igual los géneros o las épocas, la música siempre ha servido de hospedaje a esa incertidumbre que acaba compartida colectivamente. Y por eso, quien encuentra el idioma más bello para enunciarla, tendrá la llave para asomarse a ella en toda su magnitud, un logro conquistado por este joven canadiense al que, sin duda, las próximas generaciones no dudarán en situar su obra en el Olimpo de intérpretes que no solo cantan country, lo habitan.