Por: J.J. Caballero.
Puede que este sea uno de los discos más sorprendentes de este tramo final de año, y por muchas y variadas razones. La principal, según el contexto y lugar en el que fue concebido y desarrollado, la pátina de sinceridad y de pecho abierto que su autora ha conseguido darle a la casi totalidad de temas incluidos. Ya “El poder sobre una misma” es un título elocuente y a todas luces descriptivo de su contenido, pero si además lo ajustamos a las nueve piezas en las que se explaya y resplandece con una fuerza renovada y unas armas que son las de todos, aunque muchas veces no sepamos usarlas, el álbum suena como un diamante entre tanta molesta maleza de saturación mediática e inmediatez auditiva. En estos temas el tono general, salvo en alguna ocasión, es más bien oscuro, buceando en la intimidad sentimental de una mujer que ha renovado espíritu e intenciones y atemperado ritmos vitales para su propio bien.
Y para el ajeno, teniendo en cuenta el poder de transmisión que consigue a través de cortes de calado lento y seguro como “Guíame”, tramado a base de guitarra española, flauta y ambientes de bossa nova. O como el mar de confesiones que contiene “Una mirada oscura”, acentuado por las voces del coro de El Molino de Santa Isabel. Lorena Álvarez, la mujer antes indefensa en el centro del volcán, ahora se escuda en la literatura implícita en algunos clásicos del pop libanés y hace suya la letra de “Ouda” para construir la preciosa “Rezo en secreto”, una letanía forjada además en la garganta de la palestina Miriam Toukan y una mirada oblicua a las estrofas que Ray Heredia pensó para su “Yo solo” de maravilloso recuerdo.
En esta carrera contra el tiempo perdido hay paradas en remedos del rock del desierto africano como la de “Los pensamientos”, posos del bolero al que siempre amó en “Cuando el amor crece” y compañías puntuales de buen grado y precisas interpretaciones, como la de Soleá Morente en algunos coros y versos cantados, tal y como sucede en “Se me daba cuidao”, con un bonito juego de teclados. Por el camino deja referencias sutiles a su psicóloga y algún que otro personaje útil para describirnos el fin de una etapa tormentosa y el comienzo de otra en la que la resiliencia y el autoconocimiento son el motor creativo y existencial. El entorno rural donde desarrolló el embrión del disco (volvió a su pueblo natal, una pequeña localidad asturiana con menos de quinientos habitantes) lo potenta la rumba “Increíble”, con su reivindicación de la mujer empoderada e independiente y lo cierra “El poder sobre una misma”, una falsamente alegre tonada marcada por la base de sintetizadores traviesos y un ritmo de ranchera para contarnos sin prisa pero sin pausa gran parte de lo que le ha pasado. Así de sincera y de convencida es ella por fin.
Ojalá haya mucha más gente dispuesta y sobre todo capaz de componer, cantar y grabar discos tan bellos como este. Y ojalá que aquellos y aquellas que aún no crean que en unas cuantas canciones se pueden envolver muchos mundos interiores o reflejar fantasmas que en algún momento nos acecharán a todos, si no lo han hecho ya, encuentren aquí refugio y terapia contra todo tipo de dudas e inseguridades. Es condición humana sufrirlas, aceptarlas y finalmente gozar de ellas como lo hace una autora de canciones sencillamente descomunal.



