Sala La Riviera, Madrid. Lunes, 1 de diciembre del 2025.
Por: Guillermo García Domingo.
No hay que subestimar los lunes, la música tiene la capacidad de trastocar el calendario. Los lunes también ocurren acontecimientos relevantes. Teníamos una cita a la orilla del Manzanares, e hicimos bien en acudir a ella.
Desde la primera nota The Waterboys se levantaron de las aguas, como el famoso monstruo marino de las tierras escocesas de las que es originario el líder absoluto de la banda, Mike Scott, inundaron de limo y aguas pantanosas hasta el último rincón de La Riviera. La versión de Willie Nelson y “Glastonbury Song” viciaron de densidad musical el ambiente de la sala repleta de seguidores. La organización del concierto y el orden de las canciones del recital no pudo ser más acertado. Empezaron muy fuertes, dándose dos descanso, relativamente, porque se trataba de “How Long Will I Love You?” y “Knockin' on Heaven's Door” del laureado Dylan, antes de abordar las proverbiales “Medicine Bow” y “Be My Enemy” de su época dorada de los ochenta, con una intensidad inusitada en músicos tan veteranos. La guitarra acústica que el técnico le acercó a Scott, anunciaba el himno que se avecinaba “Fisherman's Blues” y la siguiente obra maestra, “This Is the Sea”. Considero honestamente que ninguno de nosotros estábamos preparados para semejante belleza. Confieso que en un momento, perdí de vista el escenario, cerré los ojos, y, sin embargo, ví a mi alrededor el misterio de la música; convertido en roca, estaba rodeado de agua por todas partes. Esta canción y la última del concierto definen mejor que cualquier otra tema de su trayectoria la vocación poética de Scott, la sensibilidad de su vocabulario, la fuerza de sus contraposiciones. El músico de las Islas, debajo de sus gafas oscuras posee los ojos azules de los mejores poetas irlandeses y de las Tierras Altas.
Todos los músicos imprimieron su carácter a esta canción que por desgracia concluyó después de muchos minutos. En realidad, la personalidad de todos los músicos presentes en el escenario se plasmó en cada una de las canciones. “Bro” Paul Brown y James Hallawell, forman un trío solista con Scott y su virtuosa guitarra eléctrica. El primer teclista es de Memphis, no lo puede negar, representa la tradición americana sureña, la decisión con la toca el hammond deja huella. Es, tal vez, algo exhibicionista, pero es disculpable porque no se le escapa una nota. El de Cornualles es un pianista más clásico, no obstante, se sumaba a la fiesta con idéntico entusiasmo. Las manos de ambos recorrieron kilómetros de teclas. Estaban situados uno enfrente del otro, cada uno en una orilla opuesta del Océano Atlántico, y en medio el gigante Scott, haciendo las veces de patriarca bíblico. Detrás de ellos estuvieron soberbios el bajista Aongus Ralston y sobre todo el batería Eamon Ferris.
Disfrutamos cada minuto del recital, aunque no todos los asistentes lo hicieron, a tenor de lo que vino después de “This Is The Sea” y un pequeño descanso. Hay espectadores que acuden a ver artistas embalsamados, y se sienten desconcertados cuando estos se levantan del ataúd y demuestran que están más vivos que ellos. The Waterboys se empeñan en reinventarse, qué le vamos a hacer, y como Mike Scott no ha perdido un ápice de su inquietud musical, The Waterboys ha publicado un disco formidable, “Life, Death And Dennis Hopper”, un repaso musical a la apasionante trayectoria vital del actor de Kansas que falleció en 2010, no sin antes contribuir con sus actuaciones a algunas de las películas más deslumbrantes y perturbadoras de la historia de este arte. El disco contiene 25 episodios de la intensa vida del actor, de las que interpretaron 9 canciones, “Blues for Terry Southern”, “Hopper's On Top (Genius)”, “Ten Years Gone”, “I Don’t Know How I Made It”, “Golf, They Say” y alguna más. Todas ellas introducidas por el propio Mike Scott mientras una de las cantantes traducía, y acompañadas por vídeos psicodélicos, porque Hopper tiró abajo las “puertas de la percepción” durante un período de su vida, o por escenas de películas. Canciones tan breves como hermosas, que demostraron ser mucho más que piezas de estudio.
El talento del cantante y el de sus colegas nos hicieron levantarnos varios palmos del suelo de la pista de La Riviera. Todavía faltaban treinta minutos durante los cuales dejó de regir la ley de la gravedad, como había venido ocurriendo desde el comienzo de la velada. En la canción extra caímos en la cuenta de lo que pasaba. Mike Scott y su banda se empeñaron en que el satélite cupiera en el interior de la sala madrileña. Antes de enseñarnos “The Whole of the Moon”, con Scott al piano, que, a veces, se transformaba en “Everyday People”, el clásico de 1969 de Sly & the Family Stone, sostenida por un formidable coro femenino, recrearon como si no hubieran pasado 120 minutos, “Don't Bang the Drum”, ”A Girl Called Johnny”, “Spirit”, que despojada de arreglos y adornos sonó a gloria, y “The Pan Within”.
El lunes se guardó lo mejor para el final del día de la mano de The Waterboys, que una vez más demostraron que, mientras el resto solamente vemos la luna creciente, ellos contemplan la luna entera, incluido su lado oculto.




