Sala Ambigú Axerquía, Córdoba. Viernes, 5 de diciembre del 2025.
Texto y fotografías: J.J. Caballero.
Puede sorprender, e incluso indignar a más de uno, que un evento que se ha estado llevando a cabo durante la friolera de veintitrés años por diferentes puntos de la geografía hispana aún no sea de dominio público. A la probable indiferencia de un grueso de público potencial al que, queda demostrado, no se dirigen los esfuerzos de la organización ni el programa de festejos, se contrapone una multitud apabullante de fieles venidos de prácticamente toda España que hacen mucho más ruido del que podríamos esperar. La lista oficial de inscritos para participar en las diversas paradas del cartel superaba las ocho decenas, y si añadimos los nombres y el ímpetu de quienes decidieron sumarse a la causa en el penúltimo momento, las bendiciones y los parabienes se multiplican y el ánimo se hace grande y luminoso. Lo que ha conseguido Antonio Corduba gestionando conciertos, alojamiento, recorrido turístico, almuerzos y fin de fiesta posiblemente no llegue a ser una gesta, pero se le acerca mucho. Lo mismo que la complicidad y el sustento logístico de El Colectivo, con Migue Pérez al frente, otro nombre esencial en la escena local y el cerebro en el origen de todo esto allá por los albores del nuevo siglo, cuando La Percha, referencia del underground granadino, se erigió como templo y oratorio básico para el desarrollo de lo que devino en el Desencuentro Enemigo actual.
Las raspas de pescado que la banda madrileña hizo eternas en miles de camisetas se fundían con el diseño insignia de la nueva edición, inundada de marrones futboleros, blancos contaminados y negros de militancia irredenta. El desfile de sonidos no hacía más que comenzar, previa parada gastronómica en el entrañable Cuatro Gatos, la noche del viernes más esperado de diciembre cuando el británico, que ya es más cordobés que cualquiera, Paul A. Barham se subía al escenario de la sala Ambigú Axerquía para ejercer de honorable maestro de ceremonias. Su currículo se lo permite y su destreza lo merece, todo hay que decirlo. Un músico vocacional que pelea con su suerte constancia mediante y pureza en la mezcla de sonidos salidos de su estudio. Hay mucho ahí de new wave británica, aunque él sea un hijo bastardo del punk y del blues, un matrimonio teóricamente imposible y eventualmente infalible. Ha armado una banda con visos de estabilidad, The Varlets, con la que después de mucho tiempo se le acumulan bolos en la agenda con toda la naturalidad del mundo. Sigue haciendo lo que sabe y con las armas que controla, que cada vez son más precisas y apuntan mejor al blanco deseado. Dos guitarras, bajo, batería y teclados, tocados por algunas de las mejores manos de la escena cordobesa y aledaños, en un set impecable de clase y conocimiento: “Intoxicated”, “Same old star”, “Red alert” –cada una de su padre, que es el mismo, y de su madre, que podrían ser varias ateniéndonos a sus matices-, procedentes de diversas etapas y remozadas para la ocasión, culminan en la personal cover de “Shakin’ all over”, el original de Johnny Kidd & The Pirates cientos de veces escuchado en otras voces- y en dos de las piezas más recientes, “Down in the valley” y “Pink stucco house”, donde se apuntan direcciones interesantes si es que el tiempo y la autoridad permiten que su carrera continúe como debiera. Una semana antes ya había probado algunas de ellas en formato acústico, ahora sólo tenía que rearmarlas y mutarlas en mucho más que unos apuntes. Tenía que ser él y los suyos quienes abrieran el fuego de los justos.
Lo de después ya estaba escrito en el guion con tinta indeleble, y no éramos nadie para borrar alguna línea o incorporar otras innecesarias. Los ubetenses conocen perfectamente el terreno que pisan, y en esta ocasión ayudaba el hecho de volver a una segunda casa donde se les reconoce y aprecia como lo que verdaderamente son. Cuando Pedro de Dios y Carlos Jimena encienden las luces rojas y dejan escapar la humareda comunitaria la ceremonia del pantano, la gran misa negra a la que Howlin’ Wolf o Robert Johnson podrían haber asistido, el abismo nos engulle y el fango nos acoge con la misma facilidad de siempre. Suponerles docilidad, en cambio, sólo es admisible si revisamos un set list casi clónico al de su última visita hace casi un año, del que sólo se desmarcan para rescatar un “Champú de foie” inédito rescatado de unas grabaciones a las que ni siquiera llegaron a dar forma. Fue el gran momento, el guiño, el gran regalo que se trajeron al Desencuentro Enemigo. Por lo demás, siguen reconociendo la valía de la gran semilla que plantaron con su primer disco y la enormidad de temas como “Baby me vuelves loco”, “500 mujeres” o “Lorena”. Van sobrados de leyenda y su proverbial humildad los hace seguir siendo inconscientes de un nombre que los asocia a una especie de institución, casi siempre asociado a su inmensa capacidad instrumental y a clásicos de vientre oscuro y dentadura pestilente como “Milana”, “Cementerio”, “Jesús está llorando”, “Gatito”, “Huele a rata”, “Demasiado”, “Hoy como perro”, “Funeral de John Fahey”, “Tormenta”, “Serpientes negras”, “Mecha corta”, encadenadas sin palabras que interrumpan un discurso tan inexistente como apasionante. Sin púas ni protección alguna ante las simas de folclore reinterpretado como las de “Al infierno que vayas”, “Calle 24”, “Lo mataron” o la seminal “El cóndor pasa”, pasada por el habitual tamiz de western music, pero sobre todo conmoviendo con el minimalismo crudo de “La cigüeña”, una pieza inmemorial de la tradición juglaresca convertida en música popular sui generis. Sin explicaciones ni adornos, salvo el de las maracas, panderetas y botella de anís (el costumbrismo obliga) que el guardaespaldas Luis Aróstegui les trae para el mínimo apuntalamiento de unos temas que se regocijan en su esencia y habitan el rincón más alejado de la insustacialidad. Sí, también debían ser ellos los que marcaran el camino correcto según los parámetros indicados.
El primer capítulo de la nueva temporada del Desencuentro Enemigo no sólo se saldó sin bajas, sino con varias e inesperadas incorporaciones. Los datos hablan a voces: Más de doscientas personas fueron testigos de ello, y alguna que otra sonrisa y abrazos poco habituales entre bambalinas daba fe de que todos la tenemos. Esperen a leer el resumen del segundo, el final será el "cliffhanger" más comentado del año en la ciudad.

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