Santiago Auserón: “Nerantzi”


Por: Kepa Arbizu. 

Cualquier músico que pone al servicio de la curiosidad y el riesgo su creatividad, sabe que el aprendizaje es un proceso eternamente en construcción y que las enseñanzas pueden surgir en el territorio menos esperado. La predisposición a abrazar nuevos rumbos y la indagación como brújula completan la ecuación de todo aventurero sonoro, definición perfectamente asumible por un Santiago Auserón que ha desplegado sus rutas rítmicas por igual bajo su propio nombre, integrado en Radio Futura o parapetado tras el pseudónimo de Juan Perro, escenificando la providencia de poder ser uno y trino. Asumiendo su ser artístico como una multiplicidad de identidades que escoge abdicar de cualquier limitación geográfica inspiracional, sus encomiables ejercicios de retroalimentación entre el acervo anglosajón y el latino, toman ahora continuidad con un libro de bitácoras que señala hacia la cultura griega, cuna de la civilización occidental y ahora, en manos del compositor zaragozano, alimento para la imaginación en pleno siglo XXI.

Lejos de artificiales escorzos por aparentar una naturaleza mestiza o de mercantiles apropiaciones, el oficio de este músico se define, por encima de cualquier otro valor, desde el acercamiento pasional y versado a modalidades musicales ajenas, si es que en realidad existe algún son o armonía que no se haya cruzado, en algún instante de la historia, con aquellas representaciones que consideramos parte de nuestra tradición, cultural o adquirida. Quien quiera traducir, de manera apriorística, el nuevo viraje del autor como un signo pintoresco o impostado, convendría saber que ya en su ensayo, “Arte sonora”, adaptación ampliada de su tesis doctoral, mostraba un profundo interés por las relaciones entre la palabra, los ritmos y la cultura helena, una atracción que si en dicha obra depositó en negro sobre blanco, ahora, con la publicación de “Nerantzi”, traslada al pentagrama. 

Si toda convención viajera recomienda adentrarse en suelo inhóspito junto a buenos conocedores del terreno, Auserón ha tomado esa misma determinación a la hora de confeccionar su actual trabajo, en el que se ha acompañado, y con los que colabora activamente, del buzukista Vaggelis Tzeretasy y del cantante y guitarrista Theodoros Karellas, conformando así este, de momento puntual, trío que, por medio de la adaptación de temas populares o de realizados ex profeso, orbita entorno a la escena del rebético Una modalidad surgida a mediados del siglo XIX en los bajos fondos de diversas ciudades costeras griegas y que ejercía de canto expresado por el lamento de desclasados asidos al lenguaje musical como única manera de plasmar -y a su manera exorcizar- sus duelos. Rasgos que en realidad sintetizan casi cualquier manifestación de la música popular, llámese blues, fado, tango, country o soul, porque todas ellas tienen muchos más elementos en común que esa supuesta distancia insalvable vertida por el idioma.

A modo de prestidigitador, el otrora insigne habitante de la movida madrileña, decide dejar sin argumentos a la supuesta falta de comunicación entre tradiciones de coordenadas distantes, trasladando al castellano canciones escritas originalmente en griego. Un esfuerzo lírico que tiene su recompensa al entablar un fluido y natural diálogo con dichos ritmos, convirtiendo a su intérprete en un trovador, si es que alguna vez no ha sido ésa su condición prioritaria, de pastoral verbo y metafísica sustancia, porque solo el maledicente paso de la historia, y sus intereses particulares, ha transformado a juglares y otros ociosos individuos en sinónimo de precariedad artística, una ecuación que Auserón no solo revierte, sino que consigue convertir nuestros hipermodernos reproductores en altavoces de aquellos individuos que, excluidos del vaivén comercial de la Ágora, adaptan su melancolía a ilustres poemas musicados.

Descubrir la traducción del título de este disco, que no es otra que la referencia al olor y sabor del fruto del naranjo amargo, significa revelar su clima emocional, pero también resulta un claro aviso de la capacidad simbólica que le será adjudicado al entorno natural. Elementos que tomarán diversas vidas gracias, entre otras cosas, a la alternancia en la dicción asumida por la voz de Santiago Auserón, timón del espacio emocional al que se dirige cada tema. Una ecuación que transforma el enunciado narrativo de la “Batalla por la vida” en subrayado de su ejemplar calado lírico o el sigilo con que avanza la “lorquiana” “Fedra” en sinónimo de la imposición de una saudade amorosa que parece implantada por la contemplación del horizonte suspendido en el Mar Egeo, y es que los océanos podrán tener diferentes nombres y colores su agua, pero todos sobrecogen con su amenazante serenidad.

Lejos de representar un inerte afiche o una postal manoseada de los ritmos mediterráneos, este trabajo se siente absolutamente vivo y dinámico, construyéndose alrededor de armonías que pueden pertenecer al imaginario colectivo, como ese paso de sirtaki sobre el que zigzaguea un solo de buzuki en “El desdén”, pero también ilustrándose gracias a ese tono lloroso y patibulario originado en el consuelo de vaciar botellas, haciendo de “Marea de alcohol" el resultado firmado por un Tom Waits heleno. Una extensión del acervo afroamericano del que parece embebido también el “El color del alma “, que destila tinta de blues arabesco en su internacionalismo doliente, y que contrasta con la delicadeza y elegancia propia de la bossa nova inducida a tejer un lenguaje existencialista en “La espera”. Extrarradios del culmen de la lastimada belleza que irradia la colaboración junto a Anni B Sweet, que cede su voz a la estremecedora “Alborada en tono menor”, preludio del recatado final encarnado por “Naranjo amargo“, única composición original de Auserón y al mismo tiempo traslación del universo habitado por el álbum. A medio camino entre lo onírico y terrenal, el pecado y la salvación, su fragancia se extiende para lograr que cuando calle el rapsoda, su voz todavía hechice. 

Solo el tiempo dirá si esta puesta en común entre los tres músicos firmantes de “Nerantzi” es una estación de paso entre ese nomadismo creativo del compositor zaragozano o un domicilio fijo al que recurrir repetidamente. Frente a esa incertidumbre, los logros de este trabajo son incontables y se esparcen en todos los ámbitos, desde el estrictamente musical, donde el absolutamente identificativo acento de su intérprete no solo pervive en su encuentro con la islas riegas, sino que renace con más intensidad, a un tratamiento poético de métrica tradicional que aumenta la faceta trovadoresca que demandan este tipo de canciones. Incluso no es desdeñable su aporte ideológico, siendo de facto una radical enmienda a cualquier alarde etnocentrista o reivindicación de la construcción de muros entre culturas. Estamos ante un perfecto ejemplo de mestizaje que respeta la esencia pero disfruta del aprendizaje mutuo, sabedor de que cada idioma tiene sus propias palabras para reproducir el ruido que hacen los pedazos de un corazón roto al estrellarse en el suelo, pero también de que todos sentimos un común padecimiento al escucharlo.